El aire que respiramos en el periodismo entrerriano es de censura y miedo

Pieza periodística publicada en Análisis y seleccionada por un Jurado integrado por los periodistas José Ignacio López, Carlos Campolongo y Graciela Melgarejo, como Primer Premio Adepa en la categoría Libertad de Prensa 2019 de la Argentina. “Aprietes a periodistas que denuncian a los narcos y a la corrupción, exoneraciones, desplazamientos, manejo arbitrario de fondos públicos a través de pautas, persecución a trabajadores enfermos, exhortaciones a empresas para que nieguen publicidad a los críticos; distintas modalidades de acoso, maltratos policiales, generación de climas para la autocensura, llamados a silencio desde el poder”…

 

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El aire que respiramos

en el periodismo entrerriano

es de censura y miedo

 

 

Aprietes a periodistas que denuncian a los narcos y a la corrupción, exoneraciones, desplazamientos, manejo arbitrario de fondos públicos a través de pautas, persecución a trabajadores enfermos, exhortaciones a empresas para que nieguen publicidad a los críticos; distintas modalidades de acoso, maltratos policiales, generación de climas para la autocensura, llamados a silencio desde el poder, control interno con tecnología de punta dentro de los medios masivos, son algunas de las presiones que reciben a diario periodistas entrerrianos. Un sondeo de la red de censuras permite dar en las fuentes: los gobiernos de turno, nacional, provincial, municipales, con aquiescencia judicial y funcionarios atornillados en el poder estatal por décadas, además de partidos políticos mayoritarios y otras corporaciones. Empobrecidos y precarizados, periodistas y emprendimientos familiares se desenvuelven dentro de una atmósfera de temor. Algunos están en estado de marginalidad por las agresiones permanentes que soportan, otros prefieren amoldarse, resignados, o se aprovechan de favores económicos. ANÁLISIS indagó en los modos de coacción que, en sinergia, cercenan la libertad de expresión.

 

Por Daniel Tirso Fiorotto

 

Al periodista Carlos Furman le pintaron esvásticas, le balearon la casa, le rompieron la nariz. Cuando fue por atención profesional lo echaron del hospital, todo por denunciar al jefe político de Santa Elena, Domingo Daniel Rossi, y hoy mismo sufre dificultades para pagar servicios elementales, en la pobreza, sobrellevar sus problemas de salud y comprar sus medicamentos. Un caso de cientos, sostenidos por décadas hasta el punto de enfermar a los trabajadores. ¿Dónde está el poder que por acción y omisión permite estos atropellos en Entre Ríos? ¿Quiénes son los ejecutores?

Lo de Furman se repite en ciudades grandes y pequeñas. Al periodista Elio Kohan lo echaron de la radio en Colonia Avigdor y luego le dejaron el ojo en compota, por cuestionar al ministro nacional Sergio Bergman. Al periodista Ricardo Bazán lo maltrataron policías en el Iosper por proteger a una afiliada enferma que reclamaba atención. Al periodista Mario Escobar le cerraron todos los canales de expresión en Larroque, ni siquiera pudo pasar música en radio, por no inclinarse ante las arbitrariedades del actual legislador oficialista de la provincia Raúl Riganti, cuando era intendente.

El listado puede seguir; son decenas los casos de periodistas que reconocen censuras directas en sus noticias y notas, cambios en los títulos para tergiversarlos, o directamente son reemplazados en las secciones sensibles por funcionarios que se colocan máscaras de periodistas para construir un relato oficialista. Cuando no han perdido ya sus empleos.

Según los testimonios registrados por ANÁLISIS, el trabajo bajo amenaza es constante desde hace años, y continúa. Cada tanto esa tensión provoca un sacudón.

 

El desagravio no llega

 

A diferencia de otras censuras, los agravios que sufrió el veterano periodista Mario Alarcón Muñiz poco antes de entrar en problemas de salud alcanzaron alta repercusión en la provincia, por la vasta trayectoria del profesional, su participación en agrupaciones de periodistas y escritores, y además por la grosería de quitarle espacios en diario, radio y escenarios artísticos.

Pero el descontento manifiesto de sus colegas y de los artistas de la región no alcanzó para que le devolvieran esos espacios, o para que los responsables de la censura pidieran disculpas públicas. “Nunca nadie me pidió disculpas, jamás, ni una mísera nota, nada; es cierto que yo estaba ya concluyendo”, comentó, ante una consulta de ANÁLISIS, y recordó las censuras que sufrió en El Diario, en LT 14 y en los escenarios, donde fue durante décadas maestro de ceremonias y animador de lujo hasta que lo bajaron por orden de gobernantes que no aceptaban sus severas columnas periodísticas. Los censores siguen hasta el día de hoy en altos puestos de gobierno, son legisladores, funcionarios, asesores del gobierno de Gustavo Bordet.

Los episodios de violencia laboral que padeció el autor de Entrerrianías son apenas puntas del iceberg. En el territorio entrerriano el oficio de Mariano Moreno fue reducido a servidumbre, con modalidades de censura generalmente más sutiles pero acumuladas, y potenciadas mutuamente. Las censuras sufridas por periodistas en diarios, radios y hasta en facultades públicas darían para un tomo, sólo en estas dos décadas.

La impunidad de los censores se ha manifestado de distintos modos. Se recuerda, por caso, la quema de libros en María Grande que fue relativizada por funcionarios provinciales de cultura, y una serie de ataques y resistencias que jalonan el camino del periodismo reciente.

La portentosa destrucción de El Diario de Paraná tampoco alcanzó para que los responsables, encaramados en los gobiernos actuales de la nación y la provincia, como el ministro de Agroindustria de la nación, Luis Miguel Etchevehere, y el legislador provincial Sergio Urribarri, den cuenta del vaciamiento y el alto perjuicio que ocasionaron a los trabajadores y los lectores.

Los hechos de censura en ese medio y otros atropellos todavía no fueron recopilados y publicados con nombre y apellido, pero lo que se cuenta en las ruedas de mate y no llega al gran público tiene una magnitud insospechada. Sin embargo, esa es otra punta del témpano, que para el caso simboliza la devastación y no se circunscribe a la capital entrerriana.

 

De Santa Elena a Avigdor

 

“Soy periodista censurado por informar y denunciar la corrupción k en Entre Ríos y los necesito para seguir informando lo que los corruptos no quieren, estoy sin trabajo, enfermo y perseguido”, redactó vía twitter el periodista Carlos Elías Furman. Fue un pedido de auxilio. La situación de este trabajador es un emblema del maltrato al periodismo entrerriano en estas décadas, en paralelo a los favores que el poder político ha hecho a los emblemas de la corrupción.

“Denuncié una decena de veces a Domingo Daniel Rossi, el poder lo habilitó a seguir en política, los amigos en la Legislatura reformaron leyes para eso, y ahora ganó las PASO”, comentó Furman el martes pasado a ANÁLISIS. “Vivo en el hospital, tengo problemas de salud y me cuesta mucho conseguir remedios. La radio donde trabajaba cerró y quedé en la calle. Es difícil bancar un espacio porque la mayoría de los comerciantes están amenazados por el poder político, para que no auspicien mis espacios, y Rossi tiene arreglos con legisladores y jueces, es una mafia”, manifestó.

Lo que le pasa a Furman hoy se ha repetido por más de dos décadas, con escasos respiros. ¿Quién aguanta psicológicamente esta presión del Estado provincial y municipal sobre el individuo?

“Cuando entraron a la radio y me rompieron la nariz, me llevaron al hospital y de allí me echaron los punteros de la política, no pude hacerme atender; luego hablé con un traumatólogo que es de La Paz, y me pidió que fuera otra vez pero a escondidas”, contó Furman. Este periodista ha hecho denuncias por narcotráfico, abuso de menores y corrupción, y como resultado es el más empobrecido, quizá, entre los periodistas de Entre Ríos, pero se niega a abandonar Santa Elena, como le han sugerido. Le balearon la casa, lo amenazaron de muerte por distintas vías, le pintaron la cruz esvástica en un viejo auto que usaba... “Si ahora vuelve a ganar Rossi estoy frito”, lamentó, no sin una sonrisa.

Por supuesto, el valiente comunicador recibe apoyo de un grupo de vecinos pero otros se resignan al estado de cosas. Por eso Carlos Elías Fuman no puede, siquiera, pagar el alquiler donde vive.

El periodista Elio Kohan, de Colonia Avigdor, es un activo militante de causas ambientales, principalmente por la difusión de agrotóxicos y transgénicos, y eso lo enfrenta tanto al gobierno nacional de Mauricio Macri como al provincial de Gustavo Bordet. Pero el detonante de los maltratos que ha recibido, y por los cuales perdió un espacio radial en Avigdor titulado “Panzaverde bien tagüé”, es la presencia de una industria láctea en su pueblo, controlada por una fundación que dirige el rabino Sergio Bergman, ministro de Ambiente de la nación.

Grupos ecologistas de los que participa Kohan han denunciado contaminación producida por esa industria. Allegados a Bergman iniciaron una campaña de desprestigio contra el periodista y docente, y generaron malestar en la zona con la excusa de la posible pérdida de puestos de trabajo. Empujado por esa atmósfera, un vecino que retiraba suero de la planta para sus cerdos lo atacó a trompadas en la vía pública en marzo pasado. Días antes, en una visita a Paraná, el propio Bergman había atribuido las denuncias a “una protesta individual” de un militante “financiado por un partido”, cuando en verdad Kohan participa de asambleas ambientales, centros de estudio sin fines de lucro y gremios docentes, y es conocido aquí por su defensa férrea de la cultura regional y el ambiente, principalmente en la Coordinadora Basta es Basta.

 

De Larroque a Paraná

 

El periodista de Paraná Mario Horacio Escobar, radicado en Larroque, fue expulsado de los medios en esa ciudad durante la gestión municipal del bonaerense Raúl Riganti, que hoy ocupa una banca en la Legislatura. No pudo continuar siquiera un programa de música latinoamericana. Esto puede ser común en ciudades grandes, pero en ciudades pequeñas los medios son contados, de modo que un atropello político partidario puede resultar decisivo para un trabajador. Escobar recuerda que también fue censurado como artista, en el Dúo que forma con Celia Taffarel. Y algo similar acotan en el conocido Dúo Enarmonía, sobre advertencias referidas al contenido a la hora de iniciar programas radiales, incluso en la radio universitaria de la UTN en Paraná. “Si cuestionan a la presidenta les va a ir mal a ustedes y a nosotros”, les anticiparon.

En esta capital, con cientos de medios escritos, radiales, televisivos o de internet, el caso más resonante es el de El Diario, con heridas aún abiertas.

Consultamos a un periodista con años de trabajo en ese medio. “Los casos de censura más alevosos que yo he visto o me ha tocado vivir, sea como espectador o protagonista, han sido en El Diario, tras la venta de la mayoría accionaria a empresarios ligados al gobierno de Sergio Urribarri”, comentó. “Allí había un batallón de empleados que modelaban notas, cortaban, agregaban opiniones agradables a la cabeza del gobierno, bajo las firmas de otros colegas”.

Y brindó un ejemplo: “En 2011, Marta Marozzini hizo una nota que tituló del siguiente modo. Volanta: ‘Paraná. La inflación disparó los precios del postre tradicional’. Título:

‘Tomar helado cuesta hasta un 47 % más caro que en 2010’. Y tras la intervención oficial y oficiosa del funcionario Wenceslao Bettoni, la misma nota quedó así, con volanta y título: ‘Consumo. El costo del producto pegó un salto el último año. Crece la cantidad de heladerías en Paraná’. La nota salió con la firma de Marta, pero con la idea de Bettoni-Báez-Urribarri”, sinceró el periodista.

Durante mucho tiempo los trabajadores no firmaron notas en El Diario, como protesta en repudio de la manipulación; el desgaste que se produjo no tiene antecedentes, hasta que la mayoría quedó afuera del medio.

Los periodistas de El Diario acusan hoy tanto a los Etchevehere como a los Urribarri por la caída, y apuntan a otros subordinados, unos por su acción, otros por su inacción, a la hora de señalar ejecutores.

 

Censuras de hoy

 

Los modos de la censura son incontables, y los trabajadores del rubro, unos más conscientes que otros, los han conocido a casi todos.

Los periodistas enumeraron algunos, que sumamos aquí a otros que recordamos por nuestra propia experiencia, al correr del teclado.

Empecemos por algunas censuras obvias: echar a un periodista, no llamarlo para trabajar, mezquinarle espacio, pagarle miserias, mantenerlo a raya para que se autocensure, perseguirlo con cambios de lugares y horarios, darle tareas que no corresponden para limarle la paciencia y que se ocupe en otra cosa...

Un periodista de Concepción del Uruguay y uno de Paraná, preguntados por esta Revista, coincidieron en que la autocensura es madre en el periodismo actual. “He visto a periodistas temblando, cuando planteábamos una pregunta comprometedora para el político”, admitió un profesional de La Histórica.

Otros modos de censura anotados: no publicar una noticia, o una nota, desviar el eje con una fotografía metida por conveniencia, eliminar una foto que compromete al poder; demorar la aparición de una nota, frenarla para especular con el momento oportuno; seleccionar los temas a seguir, compartimentar el medio para que ciertos temas no tengan cabida. No dar garantías de cuidado de las fuentes, generar dudas, desconfianza, para desgastar al periodista. Hay un sinnúmero de maneras de corroer al trabajador, de demostrarle por dónde va el camino sin necesidad a veces de dar explicaciones, y en eso hay políticos encaramados en los medios, expertos en demoler la autenticidad de los trabajadores, principalmente los jóvenes.

También es usual que habiliten temas pero sin tiempo ni fondos para su investigación, o generen un clima adverso para que el periodista se aleje de un ámbito. A veces sacan a un periodista de una sección, encargan los temas y los tratan de modo sesgado, acordado con el poder, para evitar que sea abordado por un periodista no “confiable”.

Los colegas enumeran otras maneras: mantener al periodista bajo amenaza de despidos o retiros, recortar las piezas comunicacionales. Sacar al periodista de la tapa, mandarlo al día y la hora que la radio se escucha menos, quitarle las expectativas; publicar en una página de poca lectura y no publicar en la red de internet, censura también común en multimedios.

Los corresponsales aseguran que en algunas ocasiones los medios nacionales pagan notas pero luego no las publican.

Y siguen los apuntes: dar ascensos al personal más permeable a las operaciones empresarias y políticas (así en la prensa como en la policía). Algunos empresarios de medios tienen la suerte de coincidir siempre con el oficialismo de turno, e incluso cambian de periodistas según el viento. No les es difícil indemnizarlos, siquiera, porque pagan despidos con la caja del Estado, a pura pauta.

A veces se aplican cirugías de precisión, a veces se arranca todo el tejido para disimular las verdaderas intenciones de los censores. Lo habitual es mirar si el trabajador sirve al negocio, no mirar la calidad de sus entregas.

 

Premios direccionados

 

Otro modo de censura consiste en arreglar con empresarios, funcionarios y profesionales ricos, permeables, y darles el espacio que quitan a los periodistas no dispuestos a desviar la atención o a hacer la vista gorda. Esos arreglos no son siempre gratuitos. En otros casos se han inventado premios con homenajes que deciden entre funcionarios y empresarios, todo un fraude para intercalar amigos y poderosos entre personas talentosas y honorables, es decir: hacen una transferencia de prestigios, se busca a un cantante, un poeta, un deportista, y se lo coloca al lado del corrupto, o el candidato; eso está basado en leyes de la termodinámica, el calor pasa al frío, y funciona. Pero es difícil desmontar esa farsa, porque siempre hay algo de calor, es decir: en la mezcla meten a personas honorables y talentosas, y los periodistas que no son consultados, ¿qué pueden hacer más que callarse la boca?

Lo que estamos enumerando se multiplica por muchas variantes y conviene verlo en sinergia, porque unas censuras se potencian con otras. Y hay más: por ejemplo, hacer un seguimiento del tema que interesa al empresario, político, obispo, militar, colegio profesional u otro poderoso, y truncar el seguimiento de los temas que los perjudican, de modo que los asuntos estén, pero uno con diez títulos y el otro con uno solo y por ahí perdido. Prohibir las fotos del adversario, prohibir que se lo nombre, seleccionar las fotos donde el amigo poderoso aparece bello y simpático, y donde el adversario aparece con cara de perro malo, o junto a algún personaje indeseable. Esas maniobras están a la orden del día.

 

Y siguen las censuras

 

Ignorar las denuncias en la justicia contra los amigos; aparentar un espacio equilibrado para distintos sectores pero, una vez logrado el mercado, en momentos clave, dar todo el espacio al sector de poder que banca al medio. Excluir a los periodistas de reuniones importantes a las que asisten los operadores llamados periodistas, mostrar como triunfos las derrotas, manipular las estadísticas y los censos de modo que parezcan positivas para el sector dominante. Poner a la misma altura la biblia y el calefón. No cubrir encuentros, presentaciones de libros, congresos, expresiones que incomoden al poder. La indiferencia es una técnica habitual de la censura. Los operadores por ahí deciden no cubrir marchas sociales de diez mil personas, y atender sí las de veinte participantes, inflarlas.

Dar mayor lugar a los artistas simpatizantes del poder de turno. No dar al periodista un lugar y un día fijo para sus notas, de modo que los seguidores no las encuentren. Dar páginas a funcionarios para que escriban ellos las páginas principales del día, sin atribuir el origen... Los testimonios son numerosísimos.

A veces se puede esconder una realidad incluso investigando temas menores, fragmentando y evitando la interpretación de los hechos. Ese es un modo también de confundir, parecido a la confusión que genera la abundancia extrema de noticias aisladas, desconectadas.

También depende del alcance de los medios, si son locales, regionales, provinciales, nacionales, internacionales; y del lugar que el periodista ocupa, si es cronista, redactor, columnista, fotógrafo, corresponsal, presentador, movilero, en fin, para cada variante hay un modo especial de censura. Las empresas chicas y medianas también sufren, y eso direcciona el contenido de los medios. El poder juega con la pauta oficial, y juega también con el empresariado.

El poder apuntala a sus adeptos, coloca amigos en puestos clave, y esa es una forma de censura para el resto: Fulano no puede instalar una radio porque no tiene suficiente dinero, y Mengano en cambio instala la radio con la promesa de pauta de diez organismos del Estado, más un par de firmas contratistas del Estado. Es un juego perverso, y a eso llaman libertad. Pero controlar el flujo de fondos, los espacios, las imágenes, los días, los sueldos, las jefaturas; sobreexplotar a los trabajadores, abrir y cerrar los grifos, todo eso en sinergia da como resultado un placebo, una simulación de periodismo. Esa es la norma, la servidumbre es la norma. Es lo mismo que hacen las universidades puestas al servicio de Monsanto, pero con una serie de declamaciones que aparentan otra cosa. Es decir, no somos la única víctima en esta farsa.

 

Falacias al por mayor

 

Tomarle el pelo a la ciudadanía es una adicción en la comunicación digitada por el poder. Todo parece arreglado entre operadores del poder y operadores de la prensa para que, cada vez que un adversario o un sector crítico diga algo sobre la situación, en el caso de que no baste con ignorarlo seleccionen a un par de dirigentes de primera, segunda o tercera línea del sistema para que respondan con alguna de las falacias ya preestablecidas, estudiadas por años, muy conocidas y usuales a la vez.

Los periodistas consultados reconocen que esta es una costumbre más o menos arraigada, a la que nos prestamos en el periodismo. Los contrincantes toman la falacia del “hombre de paja”, por ejemplo, tergiversando los argumentos del adversario para facilitar el ataque; toman la falacia “ad hominen”, desacreditando a la persona sin hablar de sus razones; o la falacia por generalización, la falacia de petición de principio que consiste en decir lo mismo pero con otra palabra, sin dar razones. A veces apelan a sentimientos del momento. Hay decenas de falacias conocidas, para anular cualquier posibilidad de diálogo o de crítica. El poder selecciona a cada uno que cargará con la respuesta adecuada, y suele elegir a personas irrelevantes para rebajar al que critica, es decir: si un candidato a intendente le reprocha algo al intendente, le responderá un puntero barrial. Estas prácticas son habituales, con medios dispuestos a difundir estas maniobras como si fueran respuestas auténticas.

Toda una maquinaria para el engaño, y los periodistas, engranajes muchas veces de esa máquina, semi cómplices del fraude por inercia.

Algunos periodistas hacen hincapié en la necesidad de una alfabetización en materia de falacias, y de medios masivos.

 

Servidumbre y grietas

 

No hay coincidencias plenas en los periodistas consultados sobre el estado de cosas.

Algunos se ven en el medio de una debacle, y mencionan funcionarios responsables de meter mano en el periodismo, por acción algunos, por omisión otros. Hay periodistas que señalan más al poder económico y sus socios políticos, y aseguran que es más fácil

cuestionar a funcionarios y legisladores que a las multinacionales y al capital financiero. Y no faltan otros que advierten algunos espacios, cierta elasticidad, incluso en medios oficiales, donde pueden ejercer el oficio periodistas críticos. En cualquier caso, daría para otro capítulo enumerar nuestras deudas, las deudas del periodismo, en torno de problemas estructurales del conocimiento y la economía, que no abordamos habitualmente por el predominio del actual sistema en las fuentes de ingresos de los medios, y por nuestra pereza también, hay que decirlo, quizá promovida por un sistema que se muestra avasallante.

El historiador y periodista Mauricio Castaldo hizo referencia a las discriminaciones y censuras que sufren quienes no están con la historia y la cultura oficial, y recordó ante nuestra consulta palabras de Julio Irazusta, que repudiaba la “conspiración de silencio” de los colonialistas liberales, para sepultar a los revisionistas. El escritor Fortunato Calderón Correa recordó que hasta los más mentados poetas supieron recular ante el poder de los medios de mayor alcance.

En un repaso de las instituciones que podrían comprender la problemática, se observa cierta indolencia en algunas, y en otras una responsabilidad directa en el desgaste, según los periodistas preguntados.

Algunos recordaron el nacimiento del periodismo hace siglos con los clasificados en función de los movimientos portuarios, y con la propaganda de los guerreros, pero aun así apuntaron que eso no significa resignar otros propósitos en pleno siglo 21.

¿Cuáles son las condiciones principales del periodismo en estos años? Lo que surge de este paseo por los medios regionales es una norma, y también la existencia de excepciones. La norma del periodismo entrerriano es la censura, la autocensura, el miedo, la decadencia, la obediencia y por qué no, la resignación. El nuestro es así un estado de servidumbre, pero con grietas que se marcan en voces, gestos y silencios.

Empresarios y políticos poderosos tienen a sus pies a ese periodismo que, sin embargo, no controla todo. El aire que respiramos en periodismo es de censura, y sería iluso pensar en una sola modalidad para amordazar a la prensa: a través del tiempo la opresión ha adquirido modos más o menos sutiles y en sinergia, con resultados devastadores, además de esas clásicas maneras groseras de cerrar un micrófono, atacar al mensajero, echar al obrero, que son fáciles de ver y reprobar.

Pero el atropello y la impunidad han gestado, como contrapartida, personas y grupos valientes, no intoxicados todavía, que buscan aquí y allá los resquicios por donde ejercer un oficio digno, es decir: no se dejan asfixiar. ¿Habrá en esas excepciones una herencia de la resistencia charrúa de tres siglos? Como sea, la resistencia es creativa y no pierde el humor.

Principalmente para señalar a quienes han estado al frente de los organismos de comunicación y cultura de los estados nacional, provincial y municipales en estos años (la mayoría de distinto signo partidario en la actualidad), funcionarios muy conocidos que entre periodistas y artistas se ganan todo tipo de epítetos que preferimos obviar aquí para no abonar el ruido.

 

El miedo es real

 

La censura no está del todo oculta, se comenta en las ruedas de mate, y en las mesas familiares de los comunicadores salen también ciertas proezas que, vistas de afuera, pueden parecer pequeñas, y sin embargo demandaron alta energía de algún trabajador para enfrentar a un sistema naturalizado de silencio y abatimiento. En todos lados se escuchan empaques que devuelven dignidad, pequeños gestos que no llegan al gran público pero que salvan el orgullo manso de los trabajadores, y se conocen en círculos estrechos.

Aunque esos grupos están un tanto aislados, ejercen el poder de las convicciones, el poder del conocimiento a veces, o hacen lo que pueden con mucha voluntad, es decir, no les facilitan las cosas a los censores.

Si bien no está a la vista, la resistencia aparece en los lugares más inesperados, y genera tensiones internas en mujeres y hombres de la comunicación, cruzados por valores que el sistema pretende (y no logra) escofinar por completo. Aquí y allá hay trabajadores que parecen agachar la cabeza, pero están dispuestos a dar la puñalada cuando la ocasión se presente favorable.

Eso es real, y también es real el miedo ¿Miedo a qué? A la exclusión. Exclusión significa desocupación y descrédito. El observatorio del Foro de Periodismo Argentino –Fopea- calcula en casi 2.000 las bajas en el periodismo en estos dos últimos años, por retiros voluntarios y despidos. Algunos se deben a vaciamiento y venta fraudulenta de empresas, recorte de planta, en fin. Nosotros agregaríamos el reemplazo de periodistas por operadores. El temor es comprensible. Vale recordar que entre los anotados por Fopea figuran 52 trabajadores despedidos de El Diario de Paraná, en 2018. La cifra es un escándalo, si se considera que empresas grandes que se instalan en la actualidad en un parque industrial pueden invertir millones y garantizar apenas diez puestos de trabajo.

Algunos periodistas realizan tareas con alta prevención por miedo a que los echen, a que los tomen entre ceja y ceja, a perder la confianza de los jefes; a perder espacio, perder anunciantes, perder la pauta oficial, perder algunos favores. El mismo estudio de Fopea muestra el aumento notable de la preocupación por perder el trabajo y por los salarios bajos, en los últimos meses, en comparación con lo que ocurría hace un lustro. Sin embargo, ese estudio no coincide con las respuestas obtenidas por ANÁLISIS, porque reconoce una escasa preocupación de los periodistas de la provincia y el país por la censura y la autocensura, mientras que en nuestra recorrida esas variables son marcadas.

Hay periodistas jóvenes que prefieren no comentar que participaron de un acto gremial porque suponen que sus patrones los sumarán a la lista negra. No olvidemos que una jueza permitió incluso la exoneración de un delegado gremial porque en defensa de sus compañeros cometió “el pecado” de pintar consignas en las paredes del medio. Cien años atrás gozábamos de más amparo.

 

Mueve el poder

 

Con la intención de generar dependencia, el poder evita una estructura independiente en la comunicación, y en cambio entrega favores. De esa manera pretende que las empresas y los trabajadores muerdan el anzuelo. Cuando el poder necesita, tira de la tanza. Y si el periodista se enfrenta a alguna de las maneras del despotismo no habrá vecinos o parientes que lo acompañen mucho, y menos jefes. Esa es la norma, el abandono, la indiferencia. El éxito es tener un espacio, el cómo importa poco por ahora. Y en esa decadencia se cuecen las arbitrariedades, que son norma. Arbitrariedades cometidas no por grandes empresarios, no por generales, multinacionales, presidentes de imperios, sino por vecinos de al lado, eslabones menores de una cadena que, por supuesto, tiene sus mandamás.

El periodismo está muy cerca del poder, y el poder por un lado es una miel y por otro es lo más cruel, sea entre políticos, empresarios, policías, jueces, narcos, muchos de ellos vividores del mismo sistema. Por eso hay miedo a las venganzas. La gente común, el almacenero, el obrero, el docente, el campesino, las mujeres y hombres de trabajo, no tienen por dónde enterarse de la inmundicia que controla las llaves del poder en Paraná, por ejemplo, bien pulida en los partidos mayoritarios. Los candidatos de mayores chances electorales lo saben.

Entre los periodistas el clima dominante es la censura, con efectos dañinos en el oficio porque la censura se naturaliza. El hostigamiento da resultados. Incluso a veces el hostigamiento proviene de pretendidos colegas, como decíamos, dispuestos a hacer favores a algún patrón. O más papistas que el Papa. La variedad de ataques posibles, y usados, es enorme.

Cuando la censura se hace del barrio, los medios masivos se convierten en difusores del poder de turno, no van donde no les permite ese poder, y tampoco difunden las noticias que logran otros medios, es decir: su política es la indiferencia.

En el corazón de los medios, el poder y sus administradores suelen hacer barullo por una notita más o menos inofensiva, y quizá luego le den espacio. Pero el trabajador ya estará advertido: la próxima vez tendrá que luchar no sólo para conseguir el dato o escribir, sino para enfrentar a los jefes, porque ellos habrán creado una atmósfera de autocensura, para dejar la impresión de que el periodista, si insiste con determinados temas, lo hace a propósito, se las toma con los jefes, los está azuzando. Toman un principio como si fuera una cuestión personal, o mejor, fingen. Esta estrategia es frecuente y se llama acoso. Para los periodistas avispados no estamos diciendo nada nuevo. Y la tecnología se ha puesto al servicio, porque en no pocas redacciones los jefes pueden acceder a los mensajes que se envían los trabajadores entre sí; han construido el tan mentado y temido panóptico, ante nuestras narices. Hemos sido testigos de colegas que temen conversar en las redacciones, porque no saben si están siendo escuchados o no. Ese es el triunfo del despotismo, y estamos hablando del año 2019.

Son cientos y cientos los periodistas que han sufrido algunas formas de censura en nuestro territorio; sin embargo, les ocurre como a los desterrados de nuestra provincia expulsora de habitantes: cada cual cree que falló, que en algo se equivocó, que no le dio el piné. Algunos no advierten que fueron víctimas de un sistema expulsor, y en nuestro caso, un sistema censor, con una cadena de censores de la que participan algunos que muy probablemente nos palmearon la espalda en su momento.

 

Pasarla bien

 

Como es lógico, existen trabajadores más vulnerables (sea por su situación económica o psicológica o por su temperamento) que encuentran oportunidades en el atajo. De ellos se vale el sistema para construir el relato oficial. Sin embargo, esa agresión obliga a muchos a hacer pata ancha, a generar anticuerpos, y por eso no está todo dicho.

¿Dónde estarían las excepciones a la norma? No sabemos. Nadie conoce las tensiones internas de cada cual y el momento de ebullición. Eso es muy interesante, y energizante.

Vemos esfuerzos por escapar a la norma, trabajadores que se muestran muy dispuestos a revisar las cosas, a remar contracorriente; pero a no engañarse: dependemos de voluntarismos. Algunos se dan cuenta, otros quizá no, porque la candidez también es una marca en nuestra sociedad.

Ahora, si lo que llamamos excepción fuera la norma ¿todo sería más sencillo? Ocurre que, dentro de las excepciones, entre aquellos que no se han entregado por completo al sistema sino que dejan un espacio para la necesaria traición, hay también una condescendencia con el sistema a veces. Es decir: alcanzamos a ver los resultados terroríficos del sistema pero los consideramos apenas desvíos, vicios, errores; no advertimos la raíz de los males.

Por dar un ejemplo: quizá publiquemos que Fulano taló cien hectáreas de modo ilegal y que se sigue un juicio en su contra, pero sería un caso aislado si no contáramos que cumplimos un siglo talando más de 10.000 hectáreas por año, en un plano inclinado hacia el abismo, de modo que es el sistema el que practica tala rasa, ecocidio. Ese caso es apenas una muestra. Sólo en los años que nosotros hacemos periodismo se han talado 400.000 hectáreas en nuestra provincia, y se han debido marchar del territorio cientos de miles de personas por falta de trabajo, al mismo tiempo. Los periodistas ¿hemos estado a la altura de las circunstancias frente a este atropello? Cada cual sabrá, pero convengamos que es difícil denunciar al sistema, si comemos allí.

Algo parecido ocurre en otras disciplinas. Es el sistema el que habilita, el que da chapa, el que reparte prestigios y estatus; entonces resulta complicado combatirlo desde adentro. Y desde afuera corremos el riesgo de convertirnos en francotiradores, lo cual va también a favor del sistema individualista porque el francotirador no sintoniza con la mirada comunitaria. ¿Nos encontramos en una encerrona?

Nos preguntaremos entonces si el periodismo es antisistema o no lo es. Salvando las excepciones, que no conocemos en su real dimensión, diremos que lo que se impone en el periodismo es un servicio al sistema. No hay un cuestionamiento al poder instalado en lo económico, lo cultural, lo político, una crítica con mirada integral. Incluso los periodistas que hacemos un esfuerzo para tomar conciencia de nuestro estado de servidumbre por ahí miramos las cosas con categorías del sistema impuesto, nos descubrimos también colonizados. ¿Somos conscientes de ello, o creemos ser lo que no somos? Este punto también surgió en los diálogos previos a esta columna.

El sistema se siente cómodo con el periodismo y sabe que puede más o menos sobornarlo, porque casi todos los medios masivos dependen de un dinero que ponen el Estado, el empresario privado o las corporaciones asociadas, que son las patas del sistema.

Son contados los medios que logran una cierta variedad de fuentes de ingresos como para ejercer un oficio independiente.

Por otro lado están, claro, los grupos que ya son mafiosos, camuflados en el periodismo.

Pero no nos estamos refiriendo a ellos sino a la media, a lo común, donde se ha instalado una suerte de resignación y el que quiere sacar el pie afuera del plato será visto en el mejor de los casos como un iluso soñador. En fin, los periodistas estamos metidos en este dilema.

 

También los sindicatos

 

Los empresarios tienen sus arreglos con el poder económico, inversores, políticos, corporaciones, y el panorama se complica más con la suma de acuerdos personales de los jefes. Esa es una de las razones por las que los periodistas consultados admitieron que suelen andar al tanteo, sin saber a qué atenerse. La verdad quedará a mil kilómetros de ese enredo, como ocurre en las guerras. Por eso el periodismo es a veces un placebo, un periodismo de angaú, de mentirita. Las chicas y los muchachos jóvenes, más vulnerables, se muestran acosados por esas presiones, y la debilidad de los sindicatos, por distintas causas, también dificulta la resistencia a estos atropellos. Una de las causas radica en que el 80 por ciento de las y los periodistas no están contemplados/contempladas en los sindicatos, porque no tienen un recibo de sueldo, así de sencillo. La precariedad del trabajo es abrumadora. El Sindicato Entrerriano de Trabajadores de Prensa y Comunicación, Setpyc, dirigido por Simón Volcoff, ha debido soportar el desprecio de los gobiernos de Mauricio Macri y Cristina Kirchner, que coincidieron en entorpecer la marcha a los trabajadores, y se negaron a concederle el derecho constitucional a la inscripción gremial, una agresión conocida por legisladores nacionales de todos los partidos, y que cumple el fin de desgastar al gremio y asfixiarlo económicamente.

Apuntadas sólo algunas de las formas de censura, por razones de espacio nos reservamos decenas de ejemplos llegados de Concordia, Concepción del Uruguay, Paraná, La Paz y ciudades pequeñas, sobre las maniobras del poder económico y político, y la modalidad de “favores” que funcionan como sobornos en el oficio, y ni siquiera son vistos como censura pero lo son. Para resumir esas experiencias, una comunicadora usó un término: podredumbre.

Quedarán numerosos interrogantes. Por ejemplo, ¿cuántas son las chances de trabajo, de un periodista que no esté dispuesto a recibir fondos del Estado controlado por políticos inescrupulosos, o de empresarios socios de ese sistema? Por otra parte, ¿no hemos naturalizado la presencia desmedida del periodismo en la vida cotidiana?

Multinacionales, banqueros, políticos, autoridades de los tres poderes, corporaciones, intereses sectoriales, intelectuales del establishment, narcos, e incluso grandes medios masivos (de capitales desconocidos a veces), suelen complotarse para debilitar la labor auténtica de las y los periodistas de carne y hueso, y merecen más atención sin dudas que los ejecutores cercanos de una censura que se cuela, como el aire, por todas las rendijas.

 

*Publicado en Análisis, 16 de mayo de 2019.-

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