Raúl Pedrón, paisano modelado con arcillas y turba malvinera

 


Se murió Raúl Bienvenido Pedrón, paisano redondo. Malvinero y ramirista como pocos. Estudió vida y obra de Francisco Ramírez, hasta el detalle, y habló de sus proezas en cuanto espacio le dio un lugar. Tranquilón, mirada buena, condición sin par para escuchar, y tan respetuoso y cordial con las disidencias como firme en los argumentos.

Entre las gredas entrerrianas y la turba de las Islas Malvinas gastó amores y supo transmitirlos. Daba gusto compartir con Raúl, y había que escucharlo porque su voz le salía del corazón.

Cierta vez viajó con su esposa a Larroque para participar de la inauguración de un monolito con una hermosa pluma de ñandú en metal, en el lugar en el que Francisco Ramírez inauguró su carrera meteórica (como dice algún historiador) en favor del federalismo: las puntas del arroyo Cevallos. Allí el grupo Mingaché realizó un acto con jóvenes boy scout; linda mañana. Cantamos “Soy entrerriano” de Linares Cardozo a manera de himno, y le pedimos unas palabras a Raúl Pedrón. Silencio de asamblea. Su modo sencillo, sus conocimientos vastos, su pasión por la lucha federal impregnaron todo el ambiente, y resultó el centro de la rueda por derecho propio. “Estas palabras justifican el encuentro”, se escuchó entre los organizadores.

Raúl sabía que Ramírez había sido una pieza fundacional en la revolución confederal artiguista, y participaba de las movidas artigueñas, que desde hace pocos lustros son habituales en la región, sin poner objeciones. Sólo si alguien preguntaba podía aportar una acotación, siempre bien fundada. Raúl Pedrón parecía de otra época: no hablaba al pedo.

Tenía una fija: recuperar el sitio histórico de la Batalla del Saucesito. Consideraba, con razón, que se trata de un hecho clave en la revolución.

Cierto día pintó con unos amigos una plastillera y nos invitó a plantarla a la vera de la ruta 12, en cercanías de la Base Aérea, a orillas del arroyo Saucesito que da a Las Tunas. Nos metimos entre el pastizal, y allí nos explicó pormenores de aquella batalla y la trascendencia de ese triunfo en la resistencia de orientales y entrerrianos contra la enésima invasión porteña colonial.

Cuando hallamos la guarania que le dedicó el grupo Los Carreteros, titulada “Al triunfo federal del Saucesito”, buscamos a Raúl para comentar juntos esa composición con letra de Joaquín Lenzina, nada menos, el Negro Ansina, y nos enteramos que el compañero se murió. Tremenda pena. Cargaba una enfermedad desde hacía un tiempo. Nos quedamos, entonces, con la espina, porque él había ideado ya un cartel para colocar en el límite entre los municipios de San Benito y Paraná.

Entonces, hablábamos de unir a pie, en bicicleta o a caballo, los sitios de las batallas del Espinillo y del Saucesito, ambas luchas de resistencia artiguista confederal contra el invasor. Hoy tomamos aquellas conversaciones como lo que son: un compromiso.

Raúl Bienvenido Pedrón, “gente de ley”, dice el chamamé. Su amor por la gesta de las Malvinas no quedó en palabras. Cierta vez se marchó a las islas, toda una travesía para pisar el suelo patrio, con un mensaje de admiración a los mártires argentinos. Cuando nadie lo veía, se internó en el campo y caminó hasta un cerrito de por ahí, para esconder entre las piedras una placa. No recuerdo si también una bandera federal. Y, como lo conocemos, seguramente regar el suelo con una lágrima.

Fue un acto de lealtad con los caídos, un lazo espiritual de hondo sentido, donde las palabras no entran.

Cuando volvía, todos los pasajeros en fila, y un oficial de policía llamó a Raúl. Exclusivamente. Lo desviaron, lo interrogaron. Él suponía que alguien lo había visto en su caminata y lo había delatado. Como apenas traía unas piedritas, unas cucharas del agua y un poco de turba, lo dejaron pasar. Ya en su Paraná natal, armó esos recuerdos sobre unas tablitas y le regaló a los amigos algo de las Malvinas, con un lazo azul y blanco, una artesanía propia, palpable, pero algo más: nos regaló su corazón.

 

Daniel Tirso Fiorotto. Abril 2025

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