La rebelión de nuestras cenizas desde el fondo del río Paraná
DESCUBRIENDO ENTRE RÍOS. Valoración de la cuenca como fuente de vida antes que recurso de meganegocios. A 25 años de la lucha por la libertad de los ríos, contra el represamiento del Paraná Medio, las organizaciones encienden la luz roja por la hidrovía.
Esta historia podría empezar con las palabras de un pescador, como el que hizo fama en el Remanso Valerio; una pescadora que se hizo canción también en el Puerto Sánchez, o un gurí de la costa con “melenita despeinada”, hermanados todos por el sábalo, el surubí, la mojarrita, las pobrezas. Es fácil desnudar la distancia de la familia costera con los capitales que transitan por la llamada hidrovía. Pero hoy los testigos hablan en silencio. Son personas, de la vecindad, y no solo personas. Trataremos de escuchar esa quietud en rebelión de un solo propósito: devolver al río su nombre.
La disputa se da entre riqueza y pobreza. En donde riqueza es sinónimo
de río, y pobreza equivale a hidrovía.
Somos el río Paraná,
eso somos. Durante dos largas décadas nos hemos prostituido bajo aquel nombre
extraño con olor a peaje que ha logrado sustituir el todo por una parte muy
menor, como si redujéramos el perro a su collar, la persona a sus zapatos.
En eso de relegar la vida a un segundo plano, en función de los negocios
de escala multinacional, un día el ciclo nos interpela, nos atormenta, y por
eso hoy venimos al río de vuelta, como el hijo pródigo. Arrepentidos.
Nos llaman las cenizas desde el lecho, y nos llaman recuerdos de
travesías muy parecidas a la emancipación, como aquella de los pescadores
paranaseros que le torcieron el brazo al imperio a puro remo, y abortaron la
represa. ¿Calibramos la deuda nuestra?
La diferencia
Y más recuerdos, de aquella tarde, por caso, cuando familias y amigos y
tantos otros deudos de Miguel Ángel Martínez, el Zurdo, nos juntamos río
adentro para darle al río las cenizas del muerto que no muere, como quien
devolviera un pichón al nido. No estábamos ganándole a nadie, lo nuestro era
nomás un sostenido abrazo en todo el diapasón. Por ahí dos peces de apellido
Martínez Bader, de apellido Maslein Martínez, se zambulleron “en lo más
profundo, donde está la raíz del agua”, se revolcaron en el caudal que iba a
decir nuestra canción al mar, al infinito, para retornar en lluvias fecundas.
¿Cómo se mide ese momento en dólares?
Ganarle al otro, transportar a lo grande, invertir en la Bolsa, traficar
no sé qué: eso es hidrovía cuando falta río.
Cambiar amor por conveniencia, amistad por depósitos bancarios; cambiar
aromas de río fresco y harto en sedimentos gruesos, por contrabando y ruido
ajeno, desatando los lazos, astillando la hermandad: eso se llama prostitución.
Que la prostitución en Paraná camina las noches en medias de red, en el parque
industrial, a la intemperie, como un fruto de otras prostituciones de guante
blanco.
Hemos permitido, vaya a saber uno por qué debilidad, el desembarco de un
artificio moderno en desmedro de ese mundo con millones de años que un día vio
llegar a nuestra especie y nos brindó un lugar en las barrancas, en las islas.
Ese artificio obstruye el aliento vital del intercambio, bloquea la circulación
amorosa, promete encajonar lo que era libertad y que puede lucir esplendores,
todavía, en parte gracias a la resistencia memorable, y rica de tan pobre, de los
Cosita Romero y los Raúl Roco y tantas, tantos.
Lo nuestro no es la hidrovía. Lo nuestro es el río Paraná con sus
afluentes y sus deltas y sus aves, sus peces, sus colores. Esa conciencia nos
viene de la isla Curupí, nos viene del alma. El mismo río que acogió los
cuerpos lanzados al vacío desde un avión, maniatados, para ahogar la
resistencia joven a la perversidad de la dictadura, como nos ha contado Fabián
Magnota desde la orilla del Gualeguaychú.
Terricidio
Cuna y plato, luna en el pelo de agua y humareda sobre la olla de tres
patas en la barranquita: estamos en el río. Plaza para los encuentros, río;
Minga Ayala y mojarra y empanada frita. Arcilla y curupí; arena, alisos y
ceibales; nuestros ojos perdidos en el horizonte y un biguá recortado con las
alas en cruz. ¿Por qué caeremos en la tentación de nombrar la vida en
toneladas, de medir en billetes este paisaje inabarcable en sus misterios? ¿Y
por qué resignarnos al paisajicidio, en palabras del oriental Gonzalo Abella,
que es lo que la mujer ancestral de la Argentina honda llama terricidio?
Atravesados
No. Los meandros del río, las transparencias de la orilla, el
contrapunto de los pájaros, no encajan en los casilleros del sistema que deja
salir las joyas por un río distante para sumergir las costas en la miseria. “Y
ya que es amigo del que manda más/ dígale que viche pal lao del juncal”, dice
la chamarrita. “Si este invierno viene crudo lo convido pa’ temblar”.
Se ha rebelado el fondo, claro, la conciencia. Un hijo nuestro va y se
accidenta lejos, muy lejos; su madre, su padre, su hermana, sus hermanos, la
familia derretida en llanto rodea sus cenizas y le pide al río Paraná que
arrope la memoria en su corazón. ¿Quiénes somos nosotros para empetrolar el
amor más puro? ¿Y quiénes somos, para adueñarnos de una historia que se escribe
así por siglos? No, “El río no es solo eso”, canta Sampayo.
Aves de paso, hemos sido atrevidos, altaneros; nos creímos dueños. Ojalá
que el río comprenda nuestros vaivenes y repare heridas. Si por el declive del
río sube la vida, y lo sabemos, entonces no hay modo: la confusión será de los
extraños, y allá ellos.
El territorio sufre la desidia de quienes conocen el río por
estadísticas y debates de empresa, y nos miran distantes, como si los
habitantes del río fuéramos escollos en sus planes. ¿Dejaremos que el río
decida, o nos haremos cargo de nuestra pertenencia, atravesados por el río? El
río estaba de antes y estará después; fuimos y seremos río, más insignificantes
que el desove de los sábalos madre.
Del Frade y Daneri
Números no espantan, decía un poeta mientras rumiaba el Martín Fierro;
pero primero lo primero: nosotros, nosotras, en la biodiversidad, cantando a la
sombra de los sauces criollos de la isla, remando en la canoíta por unas piezas
que den qué hablar en el barrio, para compartir.
El chamamé lleva en sus ritmos y melodías el trino y el árbol; la mujer,
el hombre, el litoral con todo ese bagaje de verdes y danzas, de ruedas de mate
y sapucay, de trabajo y amores no siempre correspondidos. Hidrovía suena a
dragas, contenedores, cantidad. ¿Dónde está la diferencia? Es muy clara: el
chamamé contempla el trabajo humano y ciertas adecuaciones necesarias para la
comodidad, la salud, el encuentro, el trabajo; en cambio la hidrovía ignora el
chamamé con todos sus sentidos.
El abogado ambientalista entrerriano Jorge Daneri y el periodista y
diputado santafesino Carlos del Frade llamaron, por distintos canales, a
recuperar los nombres de los ríos y no ceder a la voz hidrovía, que expresa
mejor a la empresa concesionaria del dragado y el balizamiento y los peajes
privatizados en pleno neoliberalismo, años ‘90. Y aunque parezca una verdad de
Perogrullo, qué bien nos viene esa voz de alerta a dos bandas: los ríos Paraná
y Paraguay principalmente, y algunos de sus afluentes o su estuario llamado Río
de la Plata, hablan de familias isleras, y las familias isleras dicen
hospitalidad.
Pronunciar las palabras Paraguay, Paraná, Uruguay, equivale a abrir las
puertas a todo un mundo, a una cuenca que atraviesa fronteras geográficas y
cruza los siglos y nos comunica de verdad a los humanos entre nosotros, y con
todas las expresiones de la naturaleza en una mutua cooperación, donde cada
cual potencia con el entorno sus aptitudes.
Mundo zurdeño
Aprendimos con Miguel Martínez que el Paraná arrastra un rumor de
chamamé, que el guaraní nos llega en la corriente con los camalotes, que el
mercantilismo nos está sofocando, como dijimos el día que el Zurdo nos dijo
adiós para que el mundo zurdeño se nos presentara, por fin, evidente. Y hoy nos
preguntamos: ¿qué tiene que ver ese mundo que llamamos zurdeño, de oídos
abiertos a los pájaros, de ojos abiertos al paisaje, de puertas abiertas a la
hermandad y a los saberes sin tiempo; qué tiene que ver la calidez de esa
música con la rigidez de la palabra hidrovía?
Las fronteras de Entre Ríos y su economía son trazos de la hidrovía.
Hace 25 años el mantenimiento de la cuenca con vistas a la navegación fue
concesionada a una empresa privada y esa concesión venció, entonces el gobierno
nacional amplió los plazos mientras desarrolla un proceso de licitación para
una nueva concesión. Desde distintos sectores reclaman por la biodiversidad en
el río y sus costas, por el control del flujo, por la soberanía nacional, y el
gobierno no ha cedido al reclamo para que el servicio quede en manos del
Estado, pero promete, sí, que el Estado se encargará del peaje.
En la diversidad de voces y luchas, hay quienes todavía le dan un voto
de confianza al empresario privado, y hay quienes creen que la sola
estatización de un servicio lo hace público. La Argentina, y Entre Ríos en
especial, son estados pródigos en testimonios de multinacionales que abusan y
estados deficitarios que mal administran. Conscientes de esta historia por
demás elocuente, el desafío consiste en devolver al río su nombre, su
condición, y hacer un uso público y mesurado, con el criterio de mínima
invasión que nos viene de saberes ancestrales bien cultivados en la cultura
criolla: “Si hay leña cáida en el monte/ yo no v’y a voltear un árbol/, po’ el
aire no puedo dir,/ de no, ni pisaba el pasto”, dice Romildo Risso y recita
Atahualpa Yupanqui. Leña, sí, pero sin estropear. Navegación, sí, pesca sí,
pero con extrema delicadeza.
Virus extractivista
La hidrovía es uno de los legados de los ‘90 neoliberales que eliminaron
los organismos del Estado en los puertos, en los bancos, los trenes, la
energía, las plantas alimenticias, las telecomunicaciones, incluso en las
rutas, y prevaleció la concesión a “grandes” grupos económicos, un sistema que
llegó para quedarse, como puede constatarse hoy mismo. En nuestra región tiene
plena sociedad con el sistema de producción de granos, controlado por las
multinacionales que patentan semillas, proveen insumos y exportan. Y también
con el Estado que recauda y se envicia allí, en los negocios abultados.
El dragado, el balizamiento, el control, quedó en manos de Jan de Nul y
Emepa. Fue la ruina del llamado Ministerio de Obras Públicas, responsable de
esas funciones desde el Estado, y con tantos oficios, tanta vida, que en Paraná
incluso llevó a los obreros a fundar un club. El Club Atlético Talleres Ministerio
de Obras Públicas, más conocido como Ministerio a secas, de sabrosa historia,
cumplirá el 15 de setiembre del año que viene su Centenario.
Los críticos del gobierno de Carlos Menem lo acusan de haber cimentado
un modo de entrega del patrimonio y la soberanía, y la pérdida de millones de
dólares por la falta de control, pero por ahí cuesta admitir que de Menem a
esta parte pasaron cinco gestiones de gobierno durante dos décadas, es decir:
si el sistema de concesión de la hidrovía fue en verdad un fraude, los
responsables están vivitos y coleando.
Hace muchos años, ya no sé cuántos, los paranaenses Jorge Daneri y
Daniel Verzeñassi, maestros en la defensa del ambiente, nos alertaban sobre el
proyecto IIRSA, para la integración de la región con vistas a los grandes
negocios, con megaobras sin consulta a las comunidades. Licencia social cero. Y
en verdad que poco a poco se fueron concretando algunos tramos de esa
iniciativa. La hidrovía es una de sus perlas.
El profesor de historia y sindicalista docente César Baudino advirtió la
importancia de la discusión y se convirtió en estos años en un profundo
estudioso de la hidrovía. A él acudimos por datos que demuestran la importancia
del uso de los ríos con fines comerciales y de los riesgos de los trabajos que desnaturalizan
a veces su condición.
Lo escuchamos días atrás junto a Nadia Burgos (MST), Romina Arapeiz
(Onkaiujmar), y otros vecinos en una exposición conjunta sobre la cuenca, con
números incluso de exportaciones, crímenes, abusos, y también con la mirada
nueva y antigua por integral, rompiendo compartimentos estancos. Señalamos este
encuentro como un ejemplo de las decenas grupos y personas con la atención
puesta en el río y sus circunstancias. Al mismo tiempo, los factores de poder
estatal han hecho hasta lo imposible para generar desconfianza. La distancia
entre el decir y el obrar es una marca, así en la soja como en el fracking, así
en la megaminería como en la salud del río. Sin embargo, la eficacia de la
lucha desde el pie se muestra con claridad en una experiencia muy nuestra: en
este año 2021 estamos cumpliendo 25 años de la inauguración de la resistencia
ambiental con la constitución de la histórica Asociación de Entidades
Ambientalistas de la Cuenca del Paraná en 1996. Aquellas marchas lograron que
el represamiento del Paraná Medio trocara en una Ley Antirrepresas. Desde la
epopeya hemos sabido de un montón de organizaciones con conciencia ecológica en
distintas localidades, con luchas memorables en el país, y también como una
vacunación que genera anticuerpos contra el virus de los sistemas
extractivistas.
La corona de juncos
Un buque con marineros allá, una madre islera meciendo aquí una cunita
de sauce: son escenas compatibles. Aquí una familia disfrutando las playas,
allí una cruz de ñandubay resguardando el punto de la defensa nacional a fuerza
de cadenas en la Vuelta de Obligado: “De nuestras selvas escuché el arrullo,/
de nuestras pampas contemplé la faz,/ y el grande río, de la patria orgullo,/
que derramado por sus islas va”, dice el poeta.
Es el mismo Paraná que pisaron por milenios las plantas de nuestras
comunidades ancestrales, y que en tiempos de la colonia llevó a Manuel José de
Labardén a cantarle: “Augusto Paraná, sagrado río/ primogénito ilustre del
océano,/ que en el carro de nácar refulgente,/ tirado de caimanes, recamados/
de verde y oro, vas de clima en clima,/ de región en región, vertiendo franco,/
suave verdor y pródiga abundancia… Desciende ya dejando la corona/ de juncos
retorcidos, y dejando/ la banda de silvestre camalote…”,
Dos siglos después, frente al Cerro de la Matanza, canta Aníbal Sampayo:
“Señor del río dame tu luz, tu resplandor,/ mi tiempo es éste, mi madre tierra,
mi padre sol…/ Aquí en el Cerro de la Matanza junto a tu cruz/ amo tu delta,
tus aves libres, tu cielo azul…/ El río pasa y se va,/ bermejo, al atardecer,/
y la tristeza del indio,/ sangrando parte con él”.
Supo ver el artista sanducero esa ancha lágrima que es para nosotros el
Paraná, y qué decir si frente a Bella Vista, un fatídico 8 de setiembre el río
se tragó las voces, la música y el corazón para devolvernos la nostalgia por la
eternidad. ¿Vale esta memoria para explicar por qué la cuenca es mucho más que
una hidrovía? ¿Llamaremos hidrovía a nuestras penas? “Arriero de la sombra de
la vida, por el camino que anda caminando lleva la carne de la primavera” el
jangadero, dice Jaime Dávalos ¿Llamaremos hidrovía al curso de nuestros
desvelos? “En el sueño de la vida y el trabajo se me vuelve camalote el
corazón”, canta Eduardo Falú.
“Sangra en tus riberas el ceibo en flor/ y la pampa verde llega a beber/
en tu cuerpo lacio, donde el verano/ despeña toros de barro y miel”. ¿Nos
privaremos nosotros de esa fiesta de vida que nuestros isleros llaman yaguarón,
en el devenir del río que, como dice, el Chacho Muller “algo nos deja y algo se
va”?
Ni entreguistas ni timoratos
Modificamos el lecho, contaminamos el agua y los barros del fondo,
atrapamos peces por millones cada año con redes kilométricas para la industria,
alejamos a las familias de la vida ribereña, nos plantamos de espaldas al
Paraná o, en el mejor de los casos, enfrente, pero enfrentados, no en comunión.
Hicimos de ese mundo complejo que es la cuenca una vía ajena, propia del “use y
tire”, cultivando lo peor del antropocentrismo: el mercantilismo.
La tierra no es del hombre: el hombre es de la tierra. El río no es del
hombre: el hombre es del río. Eso es fruto de los saberes ancestrales, pero
nosotros, contra todo juicio, convertimos al río en propiedad ni siquiera del
hombre, sino de las multinacionales.
Desde el río milenario que amparó a nuestras culturas en sus costas, en
sus islas; desde la poesía y el canto y la experiencia honda de la mujer y el
hombre que pescan para la familia; desde la canción sentida en un cerro que
habla de exterminio y que inspira la inclinación sentida; y también desde la
feliz rueda de mate y la fiesta de garzas y el extendido sapucay; en fin: desde
el paisaje y los alimentos, el trabajo y el arte y el amor, es que podemos
comprender, sí, la necesidad de un transporte a cierta escala que no haga daño.
Pero no al revés. Si no ponemos las cosas en su contexto, si no jerarquizamos
los valores, lo que hallaremos al final del camino será una pálida autopista de
negocios sin personas, sin alma, sin música, sin vida. Primero el río con
nosotros, nosotras en el río, y luego todo lo que la conciencia comunitaria
acepte. Ni entreguistas ni timoratos.
Daniel Tirso Fiorotto – Diario
UNO – Domingo 12 de Junio de 2021.