La fuerza que contagia Adelia Gallego en busca de su familia desaparecida

Cuenta que los Gill Gallego querían asegurar una mejor vida a los hijos y para eso debían cobrarle una deuda al patrón.

 

Jueves a la tardecita. Unas nubes negras tapan Nogoyá y el ventarrón quiere volar la ropa tendida frente a la humilde casita de Adelia Gallego, la abuela de la familia Gill.

Llegamos. Estacionamos cerca, caminamos unos metros en la calle de barro, pasamos un auto empantanado, golpeamos las manos y para nuestra satisfacción nos atiende la dueña de casa, contenta porque la visita un periodista.

Pañuelo en la cabeza, bien dispuesta, nos hace pasar, pide disculpas porque está trabajando. No podríamos sentirnos más a gusto al lado de un fueguito con una olla de tres patas, olor a grasa, olor a hogar, charlando con una mujer auténtica mientras se fríen los chicharrones que mechará en los panes del domingo. Ahí nomás se asoma un muchacho y le encarga un pan. “Ya te anoto”, le responde Adelia, con los modos antiguos de los campesinos sin tierra, hachera de años.

 

Tragedias encadenadas

 

Pasábamos por Nogoyá y quisimos saludar a esta sufrida nogoyasera llena de vida, que parece encarnar doscientos años de resistencia charrúa con una energía contagiosa, como su buen humor.

La vecindad está enterada. La autoridad, más o menos. Encontramos un patrullero en la ruta y preguntamos por la vivienda de Adelia a dos oficiales de policía, porque habíamos estado una vez pero no recordábamos el lugar exacto. Admitieron que no conocían el caso, la desaparición de seis personas en su Departamento, pero consultaron a su jefe por teléfono y tampoco supo ubicarnos para encontrar a Adelia. Diez metros más allá, un hombre mayor nos recordó el camino. “Vaya hasta el Gauchito Gil, doble a la izquierda, una de las últimas casas”. Dicho y hecho.

Adelia tiene seis hijos varones y tres mujeres. Juan Eduardo, Juan Antonio, Jorge, Fabián, Miguel, Omar, Petrona, Rosa, y Norma Margarita que es la única que falta en casa, y falta con toda su familia.

Nos cuenta que va anotando en una carpetita cada una de las entrevistas que ha tenido con los abogados y los jueces sucesivos, en la causa por la desaparición de su hija Norma Margarita Gallego, su yerno José Gill, el Mencho, y los cuatro hijos de la pareja: María Ofelia, Osvaldo José, Sofía Margarita y Carlos Daniel. El establecimiento La Candelaria en Crucesitas Séptima ha estado en el centro de la atención desde hace dos décadas, y para la mayoría de los investigadores el principal sospechoso de la desaparición era su propietario, Alfonso Goette, que murió en un accidente años después.

Eso pasó en enero de 2002, hace 20 años, y no hay un solo rastro de la familia. Como si el dolor fuera poco, hace 4 años otro nietito de Adelia, con sólo 7 años, fue aplastado por una máquina cosechadora en Nogoyá, a pocas cuadras de su casa, cuando se dirigía a la escuela.

 

Renovada confianza

Adelia lamenta el trato que soportó por años, desde la Justicia, pero se entusiasma con la voluntad puesta por el juez Gustavo Acosta, que ahora entiende en la causa.

“Con el juez estamos en contacto. Si estaba este juez de un principio esto no llegaba a tanto. Es más decidido, busca pruebas, y no se va solo. Porque él me dice, ‘bueno, Adelia, vamos a tener que ir a mirar a tal parte’, y vamos. Cuando recién entró, hasta lloviendo salimos. Si él hubiera agarrado la causa de un principio, como tenía que hacerse, el rastrillaje... Cuando se tuvo que hacer creo que junio o julio de 2002, el rastrillaje no se hizo, (el patrón) les carneó y les dio de comer. A la Policía, al juez, al fiscal”.

—¿Usted está resignada, Adelia?

—No, no, no, no, vamos a seguir como dijo el Juez hasta las últimas consecuencias.

—Da pena por todo, pero los cuatro chicos…

—Y bueno, ahí tiene usted, la que tendría que hablar es la directora, porque los chicos iban a la escuela.

—El testigo Armando Nani habló después y dijo que tenía miedo.

—Lo buscamos hasta que lo encontramos. Era de Viale para adelante. Estuvimos conversando. “Yo sabía que la cosa venía bastante fiera”, dice.

Adelia mastica dos hipótesis: que el patrón y el peón pudieron discutir por una deuda, o que su familia descubrió “algo muy grave” que molestó a Goette.

Recuerda un comentario que le hizo Nani, después que el patrón muriera en un vuelco: “cuando me enteré en enero (2002), pensé entre mí ‘este viejo lo que hizo es correrme a mí, algo tenía tramado’”. Eso le dijo el testigo.

Entonces le contó una cuestión que le presentó el patrón en torno de una máquina de trillar; una disputa que cerró marchándose, un mes antes de que desaparecieran los Gill Gallego. También le señaló que José quería irse del campo, por las diferencias que tenía con Goette.

“Y le digo yo, ‘pero dígame, ¿ellos no encontraron algo, que al viejo le molestara? La camioneta, eso que decían que andaban los mormones’. Y Nani respondió ‘No, no, no, nada, nada, auto no tenía, si ellos venían a dedo, venía un remís hasta la puerta y los dejaba”, comenta Adelia.

Luego apunta el día que su hija la visitó un rato en Nogoyá. “Ella era cocinera en la escuela. La vuelta que vino Norma dice: ‘entré en la cocina, mami, voy a cocinar, puede ser que así Alfonso Goette pague todo’”.

Se refería así a una presunta deuda del patrón con José Gill y su esposa. “Porque con José era un trato que él le daba el porcentaje de la cosecha”, apunta Adelia y conjetura: “Yo digo: podría ser por ahí la discusión, que no le pagaba… y se enoja José, y (el patrón) lo mata a José y después viene y mata a la familia”.

—Entonces Norma le comentó que Goette tenía una deuda con ellos.

—Sí, ella me dijo, ‘porque cuando él nos pague eso nosotros queremos comprar un terrenito para hacerles una casa a los gurises’. Ellos pensaban hacerse algo para ellos. Porque dice, ‘si no me va a pasar lo que a vos, mamá, que vas de un lado para otro y ahora gracias a Dios conseguiste dónde estar tranquila. Y nosotros queremos hacer lo mismo con los gurises. Porque son varios. Ya trabajar, comprar un terreno, hacerles una casa’…

Adelia Gallego no deja de preguntarse. “Pasan los años pero a mí no se me borra de la cabeza, sigue dando vuelta. Anoche nomás no pude ni dormir, me pongo a pensar, qué pasó, adónde están”.

No sé qué pasó

—¿Usted piensa que Goette se enojó y los mató?

—Yo diría... Algo pasó.

—¿Se habrán peleado José y Goette?

—Sí, puede ser, porque cuando estábamos ahí se agarraban, de palabra. Pero yo digo: ya para matar cuatro angelitos… Ya tendría que ser una locura, un asesino.

—Antes de que ocurriera esto, ¿ustedes ya no lo querían a Goette?

—Nosotros salimos de ahí y salimos bien, como todo patrón. Un hombre común y corriente. El trato de nosotros era: pague, tome la leña, la medición, chau. Era un trato como peón y patrón, nada más.

—No era un tipo que la insultara o le pegara a alguien.

—No, no. En ese momento no. Me preguntaban si Alfonso Goette tomaba. Yo en ese tiempo que estuvimos cinco años nunca lo vi tomar una gota de alcohol. Nunca. Al contrario, él decía ‘andá, José, pesá, traele el control de peso de la leña’. Hasta con José andaba bien. Pero no sé qué pasó en esos momentos.

—Nos enfocamos tanto en Goette que no imaginamos otra posibilidad.

—No, no, eso es lo que yo pienso. Yo diría: ellos encontraron algo muy grave, o no sé.

Encerrados, no creo

—De uno a diez, ¿tiene una esperanza de que estén vivos?

—No. No tengo esperanza de que estén vivos, porque como yo digo: hay tanta tecnología; nunca salieron. La mayor, María Ofelia, tiene la edad de Fabián que tiene 30 años, y el Osvaldo José tiene la edad del hijo mío que vive acá. Después la otra nenita, Sofía, tenía seis años, esa debe tener 24, y el nene que tenía 4, otros dicen 3, hoy tendría veinte fácilmente, si estuvieran, tendría que salir. Encerrados no creo que los tengan.

Adelia Gallego espera el llamado del juez Gustavo Acosta en estos días, porque harán una nueva investigación con tecnología de punta en la casa nueva construida en el establecimiento, y en un campito vecino en el que, según testigos, hubo una excavación.

Mientras tanto, se pregunta por qué rompieron una parte de la casa que habitaban, y dónde se encuentran unos muebles, útiles de cocina y bicicletas de su familia. De paso, hace memoria sobre un episodio por demás extraño que experimentó en su primera visita al establecimiento, tras la desaparición. Dice que esa vez ella vio a un niño y a una mujer adentro de la casa, y que la policía no le permitió ingresar porque no tenía autorización del entonces juez Sebastián Gallino.

“Era mi nieto, el varón, a mi no se me borró nunca esa imagen”, dice.

 

Dos décadas

 

Ya son numerosos los abogados, jueces, fiscales, peritos y policías que han intervenido en la búsqueda. Nadie ignora que la denuncia tardía de la desaparición complicó todo, y más aún porque el patrón sugirió que los peones pudieron marcharse a trabajar con parientes del norte de Santa Fe. Las hermanas y los hermanos de José Gill, su sobrina Carina, la madre de Norma y demás familiares, han estado siempre empujando la investigación. En los últimos años participó también de la búsqueda el Equipo Argentino de Antropología Forense. Han excavado pozos diversos, incluso en el lecho de un arroyo, y se han realizado expediciones diversas para dar con el paradero. El resultado ha sido negativo siempre, sin excepción. Para colmo, un accidente terminó con la vida del principal sospechoso, el patrón Alfonso Goette, en 2016, y su esposa y demás familiares no han aportado nada de valor a la causa.

 

Campesinos sin tierra

 

Adelia Gallego trabajó en el campo casi toda su vida, como hachera. Vida de peones de campo, como la de su abuela Erminda Chávez y su madre Margarita Nélida Gallego.

—¿Usted dónde nació?

—Cerca de Crucesitas Séptima, en Urquiza. Somos de campo, campo. No queda casi nadie en el campo, póngale, en Urquiza.

—¿Y su mamá?

—También, mi tío, mi abuela, todos.

—Así que conocían a Goette.

—Sí, estuvimos cinco años trabajándole ahí. Esas chacras, esas colonias, todas las limpiamos nosotros a fuerza de hacha.

—Usted misma usaba el hacha.

—Sí, volteaba árboles, hacíamos leña.

—¿Su marido cómo se llamaba?

—Juan Fausto Chávez.

—Trabajadores del campo, del hacha, ¿y propiedad, no?

—No, no (ríe). Sin campo, más vale, hacemos una ranchada, terminamos ahí, y seguimos, hacemos otra ranchada…

Por esa vida de hacheros conoció bien a Alfonso Goette, de quien no tenía malas referencias, pero el enfrentamiento ocurrió después de la desaparición.

“Estábamos en el corral de los chanchos, yo no sé si la caída de agua era para allá o para acá. Viene por atrás, y me agarra, me doy vuelta rápido, porque no sentimos la camioneta, no sentimos los pasos, que venía. Estaban todos los poderes, la policía, había un policía sentado ahí, con un cuaderno, y no escribió nada. Y me dice ‘che, no estará acá, o acá’. Me doy media vuelta y le digo ‘usted debe saber dónde está. Qué me viene con esa pregunta’. ‘Y, si yo los llevé’, me dice. ‘Y bueno dígame dónde los llevó don Alfonso Goette’. ‘Y a vos qué mierda te importa negra de mierda, qué te pensás’. ‘Pero usted dígame dónde llevó a mi familia’. Y se me larga encima. Y le digo ‘déjenlo que venga, no le tengo miedo’. Y el policía no escribió nada. ¿Sabe lo que hicieron? Lo buscaron a Maxi (el abogado). A Navarro. Y me dice ‘qué pasó’, ‘y, le digo, me empezó a insultar, que yo era una negra de mierda’”.

—¿Navarro sigue siendo su abogado?

—No, ahora no tengo abogado.

El poder estatal que de un principio no supo buscar hoy no sabe qué hacer con la abuela rebelde. Ella piensa que el primer juez no la atendió bien, le mezquinó los expedientes, la entretuvo, y que Goette y sus familiares pudieron ser más solidarios, si no tenían responsabilidad en la desaparición. Hoy, mientras leemos este relato de una vida de lucha, Adelia amasa el pan con chicharrones y se esmera por un montón de hijos, hijas, nietos, nietas, por una vecindad con seis sombras que la persiguen día y noche. Le han quitado hasta el sueño, pero no ese fuego interno que a esta hachera entrerriana le asoma en los ojos.

 

Daniel Tirso Fiorotto, UNO, domingo 17 de octubre de 2021.

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