Los 100.000 muertos que dieron sangre a una república anémica

Entre Ríos en las luchas civiles contra el despotismo en distintos momentos de la historia para dar con un sistema que merece más respeto, por su costo en vidas. Las primeras batallas fratricidas se registraron en Mandisoví y El Espinillo, por la soberanía particular de los pueblos.

 

En un mes de agosto como este, pero hace 200 años, los gobernadores de Santa Fe y Buenos Aires, Estanislao López y Martín Rodríguez, se comprometieron a destruir la República de Entre Ríos fundada por Francisco Ramírez un año antes.

Con motivo del aniversario de esta república fallida, cuando recordamos los momentos agónicos, tras la muerte de Ramírez en Córdoba, recuperamos fragmentos de una presentación que hicimos para solicitar el juicio político a un juez, este año; argumentos referidos no a una persona sino al funcionamiento del sistema en la actualidad.

Unas 61.000 personas murieron en la Argentina durante las luchas para promover el federalismo y la república, en vez del centralismo y la monarquía que se imponían desde el poder heredero de la colonia. Si sumamos los muertos días después por heridas en los enfrentamientos y represiones, pasamos las 100.000 almas. Las ha contado una a una el historiador Pablo Camogli. Registró 431 batallas en un siglo, concentradas entre 1813 y 1884. Seis combates por año. 59 de ellos fueron librados en territorio entrerriano, en luchas entre hermanos.

 

En vidas humanas

 

Si los muertos, 100.000, ¿Cuántas las víctimas? Muertos, minusválidos, suicidados; mujeres, hombres; más sus hijas e hijos, madres, padres, hermanos, hermanas, novios, novias esposos, esposas, amigos, amigas, vecindad… Las guerras fratricidas desangran a la comunidad toda, de manera que las víctimas son incontables, y no debiéramos ignorar ni menospreciar los motivos de esas luchas. La república es uno de los principales.

La Revolución Federal propuso en abril de 1813, en el artículo 5 de las Instrucciones: los gobiernos provinciales y el gobierno supremo “se dividirán en poder legislativo, ejecutivo y judicial”. En el artículo 6: “Estos tres resortes jamás podrán estar unidos entre sí y serán independientes en sus facultades”. En el artículo 20: “La constitución garantirá a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía”. Se agrega un artículo fundamental: “El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la Soberanía de los Pueblos”. Esa expresión nos alerta contra cualquier despotismo y pone en valor la autonomía y la participación.

En 1813, cuando encendíamos la mecha de la revolución federal republicana, lo que predominaba en el mundo era la monarquía, hay que decirlo. Muchos años después de la Revolución de Mayo, Buenos Aires seguía buscando reyes en Europa para nuestro territorio, mientras los entrerrianos nos desangrábamos por la república. ¿No es una razón central, entre muchas, para cuidar la república mientras la sociedad cultiva modos comunitarios quizá superadores? Los jueces, legisladores, ministros, que no están a la altura de las circunstancias, ¿no debieran detenerse en lo que costó, en vidas humanas y otras desgracias, la organización de esos servicios?

 

Banda roja

 

Las primeras dos batallas republicanas de la Argentina tuvieron lugar en Entre Ríos. En 1813, la rebelión encabezada por Domingo Manduré por la soberanía particular de los pueblos en Mandisoví, cerca de la actual Federación. En 1814, la resistencia de entrerrianos y orientales en el arroyo Espinillo (a pocos kilómetros de Paraná), comandados por Eusebio Hereñú, contra una invasión colonialista mandada para fusilar al líder del republicanismo: José Artigas.

Quizá no esté claro el desquicio provocado en la sociedad argentina, medido en vidas, por la ruptura de cierto orden y el manoseo de la república durante dos siglos; sea con gobiernos de facto, sea con interferencias indebidas que hacen mella en la división de poderes y degradan el servicio.

Quizá no esté muy clara la violencia que ha generado en la sociedad argentina el descrédito de la república, provocado desde distintos poderes y a veces por personas individuales encumbradas en ese poder, como puede ocurrir en las cortes.

Vale apuntar que las luchas por la república y por distintos modos de entender la república provocó enfrentamientos incluso en gobiernos más recientes, ya después de la Confederación, en los que el poder central usó los fusiles Remington, los cañones Krupp y las ametralladoras Gatling para imponer un sistema centralizado, y esas armas nuevas compradas en el norte fueron probadas en el pecho de los entrerrianos.

Si a las luchas de todo el siglo XIX les sumamos los dos siglos y medio de resistencia de nuestros pueblos ancestrales indómitos, podremos decir que la provincia de Entre Ríos fue la que más vidas dio por la independencia, la autonomía y la república en el país. No por nada, al momento de elegir un emblema, José Artigas trazó en la bandera unos listones colorados “signos de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República, de la sangre derramada para sostener nuestra Libertad e Independencia”. Letra de Artigas.

 

La vista gorda

 

Izar la Bandera de Entre Ríos equivale a sostener la república. También la soberanía particular de los pueblos, la independencia. No pocos historiadores aseguran que una batalla puso fin a las pretensiones monárquicas. Y esa batalla de Cepeda fue encabezada por un entrerriano, Francisco Ramírez, junto a miles de combatientes de esta provincia y la región.

Este año se cumplen 200 años de la posterior República de Entre Ríos, que pudo no ser una república propiamente dicha, pero tenía el germen. Por eso estamos sensibilizados, y ponemos mayor atención a los atentados contra la república.

Para llegar al nombramiento de un juez en Entre Ríos tenemos centenares de batallas en el camino, miles de muertos y amputados, mujeres y hombres. ¿Qué margen hay, nos preguntamos, para tomar con ligereza o negligencia un cargo logrado luego de tanto sacrificio de nuestras familias? ¿Acaso nos consideramos con derecho a burlarnos de ese mar de lágrimas? ¿Y qué margen hay en nuestras comunidades, herederas de aquellas gestas, para hacer la vista gorda?

 

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Domingo 15 de agosto de 2021.

 

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