Carta a la conducta, el arte y la resistencia del Zurdo

Maestro Miguel Ángel Martínez.

Zurdo, hermano.
Querido amigo.
Aceptamos, resignados, este llamado a la paz.
Paz Miguel. Paz para vos.
Paz a Martha, ¡salud, compañera de perfil bajo y alto aliento!
Paz, Miguel, a tus bellos hijos, a tus hermanazos, a tu gran familia, a tus discípulos que son de fierro y ayer se sintieron de cristal.
Y paz a tus hermanos de Nuestra América que hace rato te llevamos en el corazón, hoy con una lágrima.
Por el amor que nos diste, por tener las puertas abiertas, por las formas que no siempre fueron diplomáticas y siempre sí genuinas.
Querido maestro: la isla te reclamó soberanía. Y tiene razón.
"Bordonea el espinel", dirán las costas que se salieron con las suyas, porque han pescado un dorado, enteramente.
Hace ya medio siglo y pico que le acollaraste una melodía a la Madrugada del pescador del Polo, tu padre, y quedó así, limpito, redondo el chamamecito, como una divisa paranasera.
¿Qué melodía le pondrías a este reencuentro con la madre tierra? ¿Qué ritmo si no es De sobrepaso, de Abel Fleury? Ni tan quietito ni muy a las carreras. (Salvo alguna cuadrera en Antelo, con Marcelino Román).
Nos metiste en el arte de América al galopecito por todo el diapasón, sin apuros, y al vaivén de los remos en el pelo del Paraná.
Pero ¿qué melodía es la de esta noche, querido compañero? ¿Serán los conciertos brandemburgueses de Bach? ¿Serán los Campos de la tarde del entrañable Flaco Walter Heinze, maestro?
¿Serán, hermano querido del corazón, serán los Campos de la tarde?
¿O las Coplas al dolor, de Guillermo Zarba, que en tus manos suenan coplas al amor?

Antiimperialismo a muerte


No vamos a ocultar la impotencia que sentimos para contarle al mundo que aquí, en un patio de la calle Alsina en Paraná; aquí, sobre una tabla en la canoa y abrazado a su guitarra y ahora desde su cuna misma integrado ya al paisaje íntegro, un tal Miguel Ángel Martínez hace de la resistencia un culto, como cuadra en tiempos desolados.
Resistencia al capitalismo, a la globalización del imperio, a la penetración cultural, al consumismo.
Sencillito nomás, de alpargatas y con un sombrero de fibras cubanas, un culto desde su templo, el rancho, el mismo templo de José Artigas, y así severo en la resistencia a la banalización de la cultura, al individualismo, al poder corrompido y las discurseadas; resistencia al desmonte, y a esa espada de Damocles que son los represamientos.
Resistencia hasta el último aliento y más allá. Resistencia, como un mandato, como un maravillarse ante las manifestaciones diversas de la naturaleza.
¡Que no cunda el ejemplo! El poder instalado no quiere que trascienda. Un rancho así, un templo así es un peligro latente para el régimen.

Porque vos lo encarás con armas inoxidables, más eficaces que sus cabezas atómicas, que sus bombazos de exterminio desde la cobardía de la altura. Tus armas: la música sin fronteras, la poesía redonda, la fidelidad al paisaje que llevás adentro. Tus armas: la amistad, el amor, la verdad, la sinceridad en cualquier circunstancia, aún "inoportuna".
Ah, porque eso tenés también, de expresar lo mismo en el escenario y en la radio que en una rueda de mate con amigos. El doble discurso no cuaja en un criollo redondo. Y lo otro suele ser, vamos a decirlo, antipático.
Y claro que reprobarías esta semblanza, propia de los que te quieren.
Como el paisito anda medio en banalidades, tal vez cueste a muchos dimensionar tu legado. Veremos que el tiempo cumpla con su tamiz, que una brisita despeje, entonces sí conversaremos con muchos de las honduras que hoy nos convocan.
Para no arriesgar tanto, trazaste unos puntos como Sur. Jamás hubieras rumbeado al norte, claro, a otro norte que no fuera Cuba ("Dejo Cuba, dejo el alma").
Pusiste proa al Sur y no te desviaste más. Atahualpa Yupanqui, Marcelino Román, Johann Sebastian Bach, Aníbal Sampayo... Nuestra América, en suma, abierta a las hondas bellezas del universo.
Le cantás a Nuestra América y seguís los pormenores de las luchas independentistas de hoy. Y militás y discutís por los asuntos de Ecuador, de Venezuela, del Uruguay; de Evo Morales, de Ernesto Guevara... Informado, crítico, dispuesto a escuchar... con vos no se puede conversar sino de las cosas severas del mundo, diría Atahualpa.
Le cantás a la isla y remás hasta los isleros para compartir el río, los pájaros, un par de amigos. Para ser uno con los pescadores que son Cosita y Rocco y muchos como ellos, quijotes del agua.

Un arcoíris


Cada paso a conciencia, cada valoración sin demagogias. Y a veces ni anestesia.
Nos queda tu diáfana voz entrerriana sin par que últimamente se había vuelto grave (protestona fue siempre), y grave no sólo en el registro.
Nos quedan tus acordes finísimos sin facilismos ni rebusques. Nos queda la selección puntillosa de tu repertorio inabarcable desde las clásicas Chayita del Vidalero y Quien te amaba ya se va, hasta el sentido Cerro de la Matanza del sentido Aníbal Sampayo; desde la Milonga Oriental de un tono imposible hasta el cancionero completo de Atahualpa, del Chacho Muller, de ese Sampayo que cala hasta los tuétanos.
De las letras costeras de tu padre, el Polo, y el universal Marcelino, al Cielito de la provincia que compusieron con José María Díaz, ese cielito que seguiremos entonando en tu homenaje. "Cielito, cielo que sí, el cielo del rancherío. Tapémonos con estrellas, adentro hay hambre y hay frío".
"Cielito, miren qué cielo, el cielo de los sauzales, por qué cambiarnos la tierra por un baúl de caudales. Puro mentar el paisaje y hacerse voz del progreso, para qué quieren riquezas si a los pobres les dan huesos!"
"Cielito, cielo que sí, vengan cielos de esperanzas para el pobre que paciente oye que chifla su panza. Solita el alma del pueblo camina entre sinsabores, el amor le refucila sobre todos sus dolores". (Y perdón por la puntuación, estamos recordando).
"Cielito del campo flor para sembrar lo que quiera, si se siembra la justicia es cielo la tierra entera".


El universo zurdeño

Zurdo, vos sabés de la canoa porque la montás. Sabés del curupí, del timbó, porque compartís el silencio a la sombra. Vos estás en la isla, sos con la isla, con los isleros, y nosotros te sabemos hoy dormido en la paz recontra merecida y vos te empecinás en descansar, claro, pero con las alas abiertas al modo del biguá.
La entrerrianía está acunando en su seno al mejor de sus pájaros.
Si la calandria canta lo que quiere, como la calandria: donde apuntás está el tono justo y sin hacer jamás de la velocidad una razón.
Ahora, ¿no debiéramos decir que te sacaste los gustos en vida? Sabemos de tu felicidad en interpretar a Yupanqui, y en divulgar su obra en escenarios, en aulas, al aire libre. Donde cuadre, Atahualpa, donde sea, yupanquismo.
Una voz profunda, expresiva, entrerriana, una guitarra con identidad propia, una vida integrada a la naturaleza y la cultura, sin artificios, sin forzar nada (algo así dijo el Negro Aguirre, lo dijo mejor, claro; y que el Zurdo es el Paraná en persona, por ancho, por generoso).
Ah, y una prolija selección de poemas admirados y melodías propias y algunos que otros versos de tu pluma que ya son nuestros.
Fiel a tus convicciones americanistas, antiimperialistas, no sabemos cuántas fotocopias repartiste con párrafos de Marcelino Román sobre la unidad de la América Criolla. Fiel a tu vena artística, tal vez no exageremos al decir que repetiste un millón de veces en otras tantas circunstancias la frase de Yupanqui: al pueblo hay que darle lo que merece, o sea: lo mejor.
Dicho en criollo: basta de mediocridades. Que el Paraná arrastra un rumor de chamamé, que el guaraní nos llega en la corriente con los camalotes, que el mercantilismo nos está ahogando... Que durmamos con un ojo abierto por aquello de la penetración imperialista... Cuando reunamos tus palabras, sin apuros (hoy las circunstancias nos limitan), todo alcanzará su dimensión.
Para una noche así, ha dicho el Polo: "Lástima que el casco del alma costera / no halle calafate para su dolor".
Nos quedamos, pues, en silencio con Ramón Ayala, con Carlos Santamaría, con el Polito Martí, con el Negro Aguirre que ayer decidió exhibir su corazón lastimado y habló en poesía; con Silvina López que no pudo hablar pero te dijo tanto en guitarra, con Ernesto Méndez y tantos jóvenes que no podríamos enumerar, jóvenes que están haciendo sus senderitos (con las patas en el suelo, como te gusta) y siempre agradecen ese aliento que llegaba de la costa. Que llega.
Con tus amigos de la costa, claro, con Juan Manuel Alfaro que pronto nos relatará este universo zurdeño, este universo zurdeño que hoy mojamos en lágrimas y que mañana nos devolverá con un baño de música.
Te saludamos, maestro. Saludamos tu regreso al seno. Y cantamos con vos: "Cruzada de trino y vuelo la brisa besa el rocío. La tierra aprende a ser río, el río aprende a ser cielo".

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. 13 de enero de 2011


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