Atyla cambió el winche por la réflex y retrata las aves
Atyla cambió el winche por
la réflex y retrata las aves
Lleva fotografiadas 171 especies nativas en el Gualeguay y aledaños de
Larroque, firma como Atyla y cuenta el día luminoso en que trocó caza por
admiración.// Va completando una amplia paleta de colores y
diseños naturales para el asombro, con el foco en las aves del litoral, y sabe
que en ese mar de belleza encontró su lugar.
Los retratos que
logra con su cámara réflex nos invitan a mirar una y otra vez, y su autor
admite que él mismo suele sorprenderse con una imagen porque, para una buena
foto, por ahí tienen que alinearse los astros. Hay en su colección, por caso,
un pitotoy solitario de cuerpo entero que sin dudas inspiraría unos versos en
Juanele Ortiz, con las ondas y los reflejos del charco, las gotitas
suspendidas, la actitud del pájaro bataraz lanzándose al vuelo con sus patas al
tono. Ver para creer: el arte recupera los puentes con el entorno que el ser
humano va dinamitando por otras vías.
Y más nos
maravillamos cuando suponemos que ese ejemplar voló miles de kilómetros, de
Canadá a Entre Ríos, por sus hábitos migratorios y su condición natural para
carreras de largo aliento.
“Cuando uno acampa en
el monte y a la madrugada, especialmente en primavera y verano, escucha ese
despertador natural que es el trino de los pájaros, se siente un privilegiado.
Salir a mirar las aves y escuchar los trinos te da una sensación de paz
interior impresionante”.
Lo dice Atilio Sergio Taffarel
Fiorotto, de Larroque, un enamorado de los secretos del monte, capaz de esperar
horas en el silencio de un atardecer por la magia de esos tres segundos en que
el ave le hace un guiño a su devoto para que dispare el obturador, antes de
batir las alas y adiós.
Los pájaros que ha
avistado son incontables, pero ya logró retratar ejemplares de 171 especies,
sea del monte o del río, en un radio estrecho de apenas 20 kilómetros, poco
más, en Larroque y sus alrededores, Departamento Gualeguaychú. Calcula que está
en la mitad de todas las aves registradas en el territorio de Entre Ríos.
Momentos inolvidables
A Atilio Sergio lo motivan todos, sin distinción, desde el más común al inhallable. Consiguió retratar la
ternura de una tera “amamantando” a sus teritos. “Es mortal”, dice, porque
entre los aprendizajes
en el hábito de apreciar las aves está éste, de comprender sus modos, estar
atentos a ciertos detalles imperceptibles, y compartir sus “descubrimientos”.
Le preguntamos por momentos fuera de lo común en el oficio, que le dan
un plus a su colección notable. “Me acuerdo como si fuera hoy de tres
situaciones que me sorprendieron. Un día, para el lado del río Gualeguay, había
caminado toda la tarde sin ver nada que me llamara la atención, y cuando venía
de regreso en dirección a la camioneta, vi una bandada impresionante de
cardenales posados en un campo, en un rastrojo de soja; estaban comiendo. Me
quedé sorprendido, por supuesto que los pájaros también me vieron y empezaron a
volar. A la cámara la llevaba configurada para sacar un ave sola, y entre que
configuré la cámara y toda la historia se voló el 90%, pero los que quedaron se
posaron en un alambrado y fue una foto fenomenal. Cardenales, algunos caseros,
jilgueros…”
Hubo una segunda vez
para el asombro, andando por el monte, a orillas del Gualeguay. “Empecé a
escuchar el picoteo de un picapalo, pero mucho más fuerte de lo normal, era un
toc toc impresionante, y no lo podía ver. Me fui guiando por el sonido hasta
que nos vimos. Lo vi yo, él me vio a mí, y me dio la oportunidad de sacarle
muchas fotos. Sabía que era un carpintero, no conocía la especie, después
averiguando un poco, gugleando y en consulta con un amigo virtual que tengo, un
biólogo que está en el sur, me dijo que era un macho de carpintero lomo blanco.
Es un ave del norte de Entre Ríos para arriba, creo que con el cambio climático
medio se está emparejando el tema de las especies. Se están desparramando para
el sur del litoral”.
Para Atilio Sergio,
conocido entre los pajarólogos como Atyla (Atilio y las aves) fotografiar el “pájaro loco” de los dibujitos en el Espinal
entrerriano es “la captura” de su vida. Y por no abundar en las sorpresas que le suele dar la
naturaleza cuenta a nuestro pedido un tercer caso: “Iba por uno de los
caminitos rurales de acá y vi un ave rapaz posada que me dio un segundo para
sacarle la foto y se voló. No sabía lo que era, primera vez que la veía. Un
esparvero común (Accipiter erythronemius), una especie pequeña, parecido al
alconcito colorado pero más raro de ver en la zona”.
Abrir la jaula y colgar el fusil
Para Atilio Sergio hubo dos momentos determinantes en su inclinación por
la ornitología (él dice que es un aprendiz), y sus intercambios con pajarólogos
del país: abrir la puerta de su gran jaula, cuando era un gurí, para liberar
las aves que guardaba; y más adelante “perdonar” a un ciervo que tenía en la
mira. Lo cuenta así: “La ornitología tiene que ver con el estudio de las aves,
la distribución, la conservación del hábitat. Si bien no he estudiado, he leído
algunas cosas, pero la relación con las aves me nace desde niño. Siempre me
gustaron. Uno trae esas costumbres atávicas, heredadas de los abuelos, los
padres, de salir a cazar, o de tener pájaros en jaulas, pero eso fue hasta los
12 años más o menos; tuve muchos pájaros en una pajarera que había construido,
y de repente un día les abrí la puerta y los largué a todos. Después fui
haciendo mi vida normal con otras cosas y de repente, hace ocho o 10 años, me
volvió el tema, ya no de cazar sino de mirarlos desde otro ángulo. Mirarlos,
disfrutar de verlos. Logré comprar una camarita compacta con lente fijo,
después cuando pude me compré una Zenit profesional con un lente de 500 mm de
zoom, que me da la oportunidad de sacar mejores fotos y arrimarme con el zoom a las aves y también físicamente
para tratar de que las imágenes salgan como las veo en ese momento”.
El larroqueño es un
profundo y resuelto estudioso de las aves por distintas vías: la consulta, el
papel, los documentos digitales, y la más directa: el contacto con la vista,
con el oído, y el amor y la paciencia y la intacta capacidad de asombro, en la
serenidad del monte. En el terreno no se conoce a través de la disección sino
con la mirada holística, que vincula un sonido con un color y un tamaño y un
lugar preferente en el árbol o en las hierbas; y con un modo de vuelo, una
clase de alimentos y un tipo de nido y un conjunto de sonidos en interacción…
Cada parte cobra una dimensión distinta en el todo. Esa visión integral
ejercita el ojo y el oído para dar con ejemplares que los demás no veríamos.
La otra hora clave
ocurrió en el monte. “Fui cazador antes, con armas; tenía bastante buena
puntería. Tiempo pasado –aclara–. Mi vida hizo un cambio radical cuando colgué
el fusil y arranqué con la cámara. Me acuerdo perfecto el último día de
cacería. Siempre salía con dos amigos; como yo tenía el fusil más potente me
dejaban que hiciera el primer disparo –confiesa–. Esa tarde nos salió un ciervo
axis de entre el monte. Lo miré, le apunté, lo miraba en todo el largo del
cañón hasta el punto de mira. El bicho nos miró y siguió caminando mansamente
hasta que desapareció. Lo dejé ir. Ese fue el día del quiebre. Por supuesto,
mis amigos me querían matar” –ríe Taffarel–. Desde ese momento nunca más”.
Así quedó para el
recuerdo su Winchester. Sabe que es “una joya” pero su mira está puesta ahora
en conocer, captar la imagen, identificar las especies, divulgar esas joyas de
la naturaleza y en verdad que las aves lucen espléndidas en sus retratos.
Las difíciles
En su región existen aves muy frecuentes que ha fotografiado una y otra
vez. Pero en esta ocasión le pedimos que nos mostrara algunas fotos de las
difíciles, como el carpintero lomo blanco que decíamos.
Nos señaló el ñacurutú (Bubo virginianus) con este comentario: “Se
alimenta de cuises, ratas, ratones, murciélagos, pájaros, reptiles, sapos; los
pequeños felinos, los pollos, constituyen un buen plato de comida. Traga a sus
presas enteras y luego regurgita unos bolos compuestos de sustancias
indigeribles (pelos, huesos, garras, dientes). Acá habita en arboledas de
ejemplares de buen porte y follaje perenne, generalmente zonas apartadas y de
poco tránsito de gente. No es un ave migratoria”.
Sobre el picaflor de barbijo (Heliomaster furcifer) que encontró en la
casa de su madre, Malena, Atilio Sergio comenta que estos pajarillos “se ven
mayormente en primavera y verano, época de reproducción. Viven en arbustos,
matorrales, y se alimentan del néctar”.
Y qué decir del carpintero lomo blanco (Campephilus leucopogon): “Es
grande, negro con cabeza roja, posee una lista crema en el lomo. Las hembras
tienen una raya malar crema y frente negra. Se lo ve en bosques abiertos y en
sabana. Su llamado es un nasal ‘pi-ou’ y su tamborileo es un golpeteo doble. Se
encuentra más en las provincias del norte de nuestro país. Acá en nuestra zona
se han comenzado a ver seguramente por el aumento de la temperatura media que
ya casi no tiene diferencia con las del nordeste del país”.
El benteveo rayado (Myiodynastes maculatus) es “un pájaro migratorio,
aparece en primavera y verano para la reproducción. En otoño migra al norte
buscando zonas más cálidas. En nuestra zona de Larroque no es muy común verlo.
La alimentación es a base de insectos y frutas”.
También nos habló del atajacaminos tijera (Hydropsalis torquata): “Tiene
hábitos nocturnos. Anida en el suelo y come insectos. Se encuentra en el monte
y también en praderas. Por lo general el macho es solitario. Es una figura muy
difícil de ver y fotografiar”.
Otro de los nuestros: el hocó colorado (Tigrisoma lineatum). “Mayormente
habita del centro de Entre Ríos hacia el norte. Han comenzado a verse acá. Vive
cerca de lagunas y ríos. Se alimenta de pequeños peces, anguilas, etc”.
Y un hallazgo en la zona el cuclillo canela (Coccyzus melacoryphus).
Atilio Sergio explica que el macho anda solo por lo general. Estas aves habitan
en montes y matorrales y se alimentan de insectos.
Sobre la lechuza de campanario sabemos por este agudo observador que
puede habitar montes, granjas, elige el hueco de los árboles o los galpones
viejos, abandonados. “Siempre y cuando la zona aledaña presente un espacio de
alimentación abierto como un campo, un pantano, una pradera o un desierto. Sale
de cacería de noche, y su dieta en general consta de pequeños roedores”.
El pitotoy solitario (Tringa solitaria) está entre las aves viajeras.
“Se reproduce en los bosques de Alaska y Canadá. Vuela a invernar a
Centroamérica y Sudamérica. Es un ave de agua dulce, se encuentra en zanjas o
sangraderos pero no es frecuente encontrarla. Se alimenta de insectos, ranitas”. Aquí luce el ave y luce el
charco.
El sol a 45 grados
Le preguntamos al artista por los horarios mejores para fotografiar
aves. “Conviene a la mañana y a la tarde, cuando el sol pega más o menos a 45
grados. Es importantísimo el tema de la iluminación, que la luz pegue de
costado y no de arriba, para que te ayude a tener una mejor nitidez. También
tenés que hacerte de mucha paciencia. No uso ropa especial para camuflarme, no
me camuflo. Ando con ropa común pero que no tenga colores llamativos”, comenta.
El equipo fotográfico es todo un asunto. “Empecé con una cámara
chiquita, después pude juntar unos mangos y me compré una Nikon réflex
semiprofesional, y el lente de 500 que te permite acercar el modelo a
fotografiar. No todas las fotos salen buenas. Los conocimientos técnicos que
tengo los aprendí leyendo, nada más, y con el método a prueba y error. También
te cuento que el mejor equipo en fotografía sale una fortuna. Las ansias de
querer ir mejorando la calidad de las fotos te llevan a pretender mejores
equipos, pero para mi bolsillo es imposible, para mucha gente también. Son
artículos en dólares, caros; creo que si tuviese que comprar el equipo que
tengo hoy ya no podría. Hay que seguir con lo que uno tiene y hacer lo mejor
que se pueda”.
Atilio Sergio
Taffarel está en contacto con otros observadores de aves. Hace un año lo invitaron a participar de un libro que se iba a
publicar en homenaje a Samuel Tito Narosky, el ornitólogo más famoso y más
antiguo, de 90 años. “La
presentación fue en Unquillo, Córdoba. Fui, tuve la alegría de conocerlo al
hombre, espectacular, con toda la lucidez, la vitalidad; participamos del acto,
y para cerrarlo el hombre se hizo acompañar por un guitarrista y recitó El
Malevo. Nos dijo que siempre cuando da conferencias por ahí termina con un
recitado”.
Tito Narosky ha dicho
que en la observación de las aves encontró un sentido para su vida y que,
incluso en momentos de dolor, la naturaleza lo salvó. En esa línea se inscribe
el entrerriano de Larroque, que aprecia no sólo los conocimientos de Narosky
sino su hombría de bien, y eso después de abrir las puertas a la pajarera de su
casa como quien se libera a sí mismo en la niñez, y de clausurar el Winchester,
hechizado por la maravillosa figura de un ciervo. No hay que explicar su
satisfacción cuando advirtió que en el extraordinario libro Aves argentinas,
tesoro natural, homenaje a Narosky aparecieron algunas de sus fotos.
Lo que muchos sabían,
sobre las bondades de ver y escuchar las aves, ha sido corroborado con estudios
científicos recientes. La ciencia prescribe este hábito no sólo para la vida
plena sino ante situaciones adversas de salud.
En los entrerrianos
se trata de una costumbre ancestral. La literatura regional y el cancionero
están permeados por la relación de las comunidades humanas y las aves
silvestres. Incluso queda a la vista (y al oído) en la imitación de los trinos
sobre los escenarios. Por eso Atilio Sergio celebra que se hayan superado los
años en que, con el propósito de disminuir las bandadas de loros y palomas, se
desparramaban cebos tóxicos que terminaban con decenas de especies y miles de
ejemplares. Y no hace falta explicar la inquietud de éste y todos los
observadores por la tala rasa que destruye el hábitat.
Las fotografías de
este artista que logró desmoronar el tapial entre la vida del hombre y la
biodiversidad se encuentran en un álbum titulado Aves de la zona, en su perfil
de facebook: Sergio Taffarel Fiorotto.
Entre las decenas de
composiciones del cancionero con alusiones a las aves, nuestro entrevistado eligió una chamarrita de Tito Ramos y Miguel
González para fomentar en la gurisada el amor a los pájaros indígenas. Es la
Leyenda de la brasita de fuego: “Por eso, gurises buenos, no
maten las avecitas; porque Dios anda en el monte y adentro de las brasitas”.
Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Noviembre de 2022