Concepción del Uruguay, el territorio para sentar la palabra
Hondos y dispares mensajes escuchados en una visita a Concepción del
Uruguay, para participar en un encuentro cultural para presentar la obra
"Lechu".// Concepción del
Uruguay suena a explosión de vida. Semilla humedecida en la arcilla
con promesa de otro ciclo y otro, en espiral, si Uruguay evoca al río de los caracoles.
Concepción dice unión y
ya es mucho; atada a Uruguay, nos deja la
imagen de una ebullición que se vuelca, se expande de lo pequeño al infinito.
Hace pocos días participamos en "La Histórica” de un encuentro de
la palabra. Empezamos a la media mañana en una carpa con niñas y niños con la
atención chispeante, y seguimos al mediodía con amistades alrededor de un
potente y exquisito chivito uruguayo, ni muy uruguayo ni tan chivito, como
sabemos, que dio para hilar la historia.
Eso de la maternidad uruguayense y la palabra no es casual: con la
cultura guaraní que a las y los tagüé nos fluye en las venas sabemos que cada
ser humano se origina en el momento en que la palabra toma asiento y se hace
carne en el primer territorio: el seno materno. Palabra y concepción,
sinónimos.
“Apyka” es el
asiento, emblema de la encarnación en un primer cultura-torio, como dicen León
Cadogan y Bartomeu Melià interpretando la milenaria cultura que en guaraní
pronunciamos ñanderekó, nuestro modo, dentro de la naturaleza. Y si la palabra
anda en el pueblo, está claro adónde pertenecemos.
Cultura
bataraza
Qué decir de la aquilatada historia de guerras y saberes y sabores
en Concepción del Uruguay, querencia de manifestaciones
independentistas y autonomistas. Qué decir del empuje de una Tadea Jordán,
símbolo de trama en la continuidad de una nación milenaria; y de una Ana Teresa
Fabani que hizo de tripas corazón y halló con veinte años lo que uno no
encuentra en cien. El pronto encuentro, por el siglo de vida de esta poeta
siempre joven, “será un regreso/ a una casa de antes, a una
orilla/ donde la flor sea pétalo y semilla”.
Y bien: para almorzarse el litoral y celebrar la amistad con el otro y
con el monte mismo hay que tomarse aquí el aperitivo y no es otro que la
popular Lusera, esa fusión de hierbas del pago que con su sola presencia creaba
el ambiente.
Si buscáramos una placenta para la entrerrianía lo haríamos en "La
Histórica”, o en ese eje entre Gualeguay y Uruguay que
cabalgó Bartolomé Zapata en su vida cortita. Territorio con cunas diversas, de
ahí “cheje”, bataraz, donde conviven los unos y las otras, como los colores de
la lechuza que es protagonista en el cuento "Lechu, entre cueva y
cueva".
Concepción
del Uruguay, germen, simiente, alegoría de la vida social que se recicla en forma
de hélice y se alimenta lentamente del monte, del río, del prójimo, de los
símbolos; de allí el cardenal en su bandera y la pluma de ñandú en su escudo,
sello charrúa.
Hay algo muy antiguo en el nombre, y algo de bocacalle universal,
por Concepción de allá, por Uruguay de acá, y más desde que un prócer nuestro
alumbrado en Francia dijo lo que dijo, en un tributo a la vida y a la
palabra: “La seule noblesse que j ‘accepte et que j ‘envie c’est la
noblesse du coeur”. La única nobleza que acepto y que envidio es la nobleza del
corazón. Qué entrerriano, este Alberto Larroque, y qué puente entre los
propósitos autonomistas de Urquiza y de López Jordán. Los larroqueños, como el
que esto escribe, algo le debemos al Arroyo de la China y su Colegio.
Tajo
auroral
Y qué decir, los artiguistas, si fue Raúl Fernández, poeta socialista
de Concepción del Uruguay, quien recuperó la hazaña
independentista y la unidad y el encadenamiento de las luchas en unos versos
criollos que tituló “Payada de un Federal”, canto al pueblo, legado a la
conciencia, que encuentra su doctrina en las instrucciones del año XIII: “Ellas forjaron la hueste/ con su temple federal,/ aquel del tajo
auroral/ cruzando el blanco y celeste”.
El mismo tajo diagonal de sangre que iza hoy el estudiantado en nuestras
escuelas, aunque le oculten prolijamente su significado para no mover el avispero,
porque esa banda roja transpira soberanía particular de los pueblos, memoria
del futuro (como escuchamos del pueblo guaraní).
Otro talense/uruguayense, Delio Panizza, dijo de nuestro emblema: “Es la visión de Artigas hecha seda, hecha canto, es un
himno de llamas dividiendo en diagonal un cielo azul y blanco. Dice Federación
esa bandera sesgada por un rayo”.
En la Payada de Fernández, escrita hace ocho décadas, leemos: “¿No es también un proletario/ el paisano de esta tierra/ que se
lanza en son de guerra/ con anhelo libertario?”. Si el
socialismo argentino ha caído en el centralismo, encuentra excepciones como la
de los uruguayenses y ese es otro hallazgo.
Resulta que en los pagos de Francisco Ramírez (que apuntaló a Artigas y
luego lo echó), ahí mismo se tomó conciencia de la gesta artiguista y la
continuidad de la historia. Y por qué sorprendernos, desde que sabemos del
Congreso de Oriente ahí mismo, con ganas de sacarnos de encima las botas
europeas en 1815, tarea inconclusa.
Eso tiene esta ciudad, es lo uno y es lo otro. Allí unos vecinos
miembros de la Junta Abya yala por los Pueblos Libres dispuestos a convertir
aduanas en patios de encuentro cultural; allí una vecina rogando por la defensa
de una fachada histórica de la cooperativa El Despertar del Obrero; y allí
otros vecinos permitiendo la destrucción o perdiendo un centro de reunión
natural, como el museo Yuchán, por influencia del inmobiliarismo y de la patria
contratista siempre dispuesta a parasitar hasta el último rincón.
Allí uno de los latifundios mayores que hemos conocido, y allí los
proyectos de escuelas granja municipales para dar acceso a la tierra a la
juventud, herencia de Peyret y compañía.
Allí la producción de soja al tope, alentada por sucesivos gobiernos, y
allí los cardenales en una oración enredada en el monte, en resistencia, como
bien dice el chamamé. Allí los "Jacintos" de oficios varios, sin más
escuela que “echarse a pedalear”, como dice la chamarra; y allí los
polleros pioneros, que son columnas del rancho grande pero inauguraron el
oficio de palabra, sin patentes, y por eso cualquiera con plata piensa que
puede ladearlos como chiripá, importando tecnologías de otra galaxia que la
paisanada no ve ni en figuritas.
Tocar
y escuchar
No hay modo de sentarse en una rueda en Concepción
del Uruguay y evitar memorias que están en el aire como la
charrúa pluma de ñandú que enarbola Linares. Ahí nos enteramos, por caso, de la
complejidad del mundo con un ejemplo: el artista Alberto Soriano Thebas, uno de
los más notables uruguayo-uruguayenses de que se tenga recuerdo (como Ricardo
Ramón López Jordán), aunque para más fusión (que no confusión) Soriano haya
nacido en Santiago del Estero y vivido en Uruguay, Brasil y la Argentina.
Tema para rumiar largo y tendido ese, el de cierta tendencia medio
maniquea a descalificar con ligereza y adular hasta la servidumbre, cuando las
personas y los procesos tienen sus bemoles y habría que tomarlos con mayor
delicadeza. Eso aprendimos también en la rueda.
Es que Soriano, corrido de Uruguay por
zurdo, fue recibido en Concepción por
artista, durante un gobierno de facto… La vida te da sorpresas. Un hombre
consustanciado con los ritmos ancestrales y africanos, compositor de sinfonías
a Artigas y a los pueblos originarios y a la Revolución Cubana, obras que
dieron la vuelta al mundo y yo no sabía nada…Soriano, que fundó una escuela de
música para músicos que compongan y toquen, y músicos que sepan escuchar.
Lindo enterarnos de tanto, en un mes que coincide con la despedida de
este Soriano hace 40 años, en un almuerzo con lugar para los chistes de salón
de un tal Pablo que alertaba desde su experiencia: “el problema no está en la
primera vez que no lográs el segundo sino en la segunda vez que no lográs el
primero”…En referencia a vaya a saber qué títulos universitarios. Pródiga, la
intelectualidad uruguayense, como se escucha.
El
monte se sostiene
Para impresionar un cachito a la gurisada en una carpa de la plaza
Ramírez, con el artista Martín Bianchi hablamos de un lagarto de plata que
tiene la cabeza acá y la cola por allá en la entrada, el Argyrosaurus; y de un
elefante que pisó el suelo de esa misma carpa, cuando la carpa no estaba
todavía, claro, y luego le llamamos Mastodonte. Si es por historia, reculamos
algunos años para ubicarnos.
La estudiantina sabe que muchas especies se extinguieron ya, y que otras
están al borde ahora, pero un sistema colonial suele negarle a la niñez el
diálogo con el monte. Por eso, cuando preguntamos por un animalito peludo con
antifaz gritan “mapache” al unísono y si decimos “aguará popé” les da risa.
Saber de los amiguitos que están a 10.000 kilómetros y no saber de sus
primos de a la vuelta es un síntoma de colonialidad. Y qué culpa tendrán,
claro. Suerte que la nobleza de corazón de las niñas, los niños, que guió a
Larroque, rompe barreras con facilidad.
Luego pasamos a los compañeros vivos de nuestra travesía en este suelo,
y mientras hablábamos, Martín pasaba en una pantalla sus ilustraciones con
técnica mixta publicadas en la obra digital “Lechu, entre cueva y cueva”,
de la Editorial El Miércoles, un cuento para niñas y niños
promovido por la fundación Cauce, que se abre a la palabra de los habitantes no
humanos del bosque y los humedales. Esa fue la excusa del encuentro, claro.
Mientras el Homo sapiens asocia el vampiro a un profesional taimado y
angurriento, Lechu dice que el vampiro es el más generoso del pago.
Mientras el Homo sapiens mata a palazos a la salamandra y le llama
monstruo, cada vez que la pesca, Lechu recuerda que Lepidosiren paradoxa es el
maestro más antiguo, desde millones de años antes de que el mayor altanero
pisara este suelo en dos patas.
Esa carpa en la plaza rompió con la atopía, el no lugar, la incomodidad
del monte en las estructuras clásicas de la educación colonizada; vimos a docentes
comprometidos, a artistas cargando sillas, poniendo el lomo, y supimos que días
atrás estimularon en la gurisada el conocimiento de los árboles indígenas.
¡Aire puro!
En una rueda de mate alrededor de un fogón en La Tribu del Salto, en
Paraná, comentábamos en vísperas del reciente 12 de octubre que aquel “sujeto
revolucionario” que busca cierta doctrina se presenta aquí en forma de árbol, o
mejor, de monte, porque el monte se sostiene en su condición, no negocia.
En Concepción del Uruguay los
amigos nos corrigieron: que el árbol negocia, pero sin perder su línea. Al fin
y al cabo, orilleros del Paraná y el Gualeguay y el Uruguay coincidíamos en una
mirada muy humana y no antropocéntrica. Bella manera de rendir homenaje a la
palabra. Que hable el árbol, que hable el monte, que hablen sus pájaros, sus
mariposas, que hablen esos compañeros del nido, de la cueva, del agua.
“Lechu” es una vía
al conocimiento y la alada niña protagonista advierte que toma conciencia de su
mundo más cuando juega y danza que cuando busca afanosamente. De ahí este
relato que ata cabos, que valora el clima de Concepción del Uruguay,
allí donde se juntan obreros y luchas obreras con artistas diversos, mujeres y
hombres del teatro, de la canción, de la pintura, y también periodistas que no
negocian, cosa rara, y donde se reúne a la niñez para conversar de mariposas
llamadas “banderas argentinas”, con colonia en el palmar.
Vuela,
plumita
Charlábamos con los ojos puestos en la fachada del Colegio Histórico y
los temas fluían solos, porque en ese jardín de las ideas, de las poesías, de
las meditaciones profundas, conversan los fantasmas primeros de Urquiza con los
fantasmas últimos de López Jordán. Concepción del Uruguay es
eso, como una placenta que nos entrega el alimento por mil fibras, como una
caja de resonancia de los asuntos del pago. Palabra. Palabra desde el vientre
materno.
El departamento Uruguay es Entre Ríos toda en frasco chico. Barco en el
puerto, ferrocarril en Basavilbaso; está en la música de Soriano que nos
espera, y en las canciones de nuestros decanos, Los Concepcioneros, chifladas
en el barrio que conoció a un Teteque, o a ese palanquero Cosita que grita
“iscado” y reúne en un apodo entrañable a los entrañables Cositas del Paraná y
el Uruguay.
Chamarrita con Los Concepcioneros, tango herido con El Cantor, un
Goyeneche en situación de calle que todavía sorprende… Al final de cuentas
estuvimos un par de horas nomás en la tierra del Manco Rojo, Juan Balsechi,
obrero peleador y cooperativista; la cuna del entrerriano/catalán Facón Grande,
ese gaucho que colma de dignidad a la entrerrianía con un agujero en el pecho
abierto hace 100 años, un frío 21 de diciembre, y cuyos mayores monumentos
brotaron en nuestros corazones. Y de tantos perseguidos como Pocho Lepratti, poriahu,
atravesado también un diciembre, hace 20 años; flores de una tendencia
autonomista nacida en el fondo de los tiempos y que guarda en Concepción del Uruguay sus semillas.
“Quién tuviera un rancho junto al río donde despenar su corazón”,
sueña Jaime Dávalos y él pronuncia Concepción del Uruguay pero se oye
Pachamama.
Asiento de la palabra primera, esta ranchada orillera nos
inspira. “En un apretón de manos se va toda mi amistad”, dice el
poeta y compositor entrerriano y el otro le agrega que esta vecindad “cuando
la palabra empeña, es documento”. ¿No son éstas, memorias del futuro?
En el mundo guaraní nacemos con la palabra que se asienta en un banquito
redondo, punto de confluencia del cosmos, casa de oración; en el mundo charrúa
el honor a la palabra viene con la vida. Todo eso anda en el aire como la pluma
de ñandú.
Linares Cardozo, uno de los duendes del Movimiento de Costa a Costa, que
es una flor con raíz milenaria, vivió en Concepción del Uruguay y la soñó
pluma. “Vuela y canta tu credo al pago montaraz, tu fiesta de ala y
trino, de autonomía, justicia y paz. Vuela, plumita, vuela, pluma de la
hermandad”.Daniel
Tirso Fiorotto