¿Alguien promete escuchar a los que no cortan la calle?
Nos proponemos mostrar la otra
cara de las organizaciones sociales, que los gobiernos se empeñan en ignorar o
distorsionar. A la vez, preguntarnos por la raíz de las meneadas interrupciones
del tránsito, para superar el régimen de desconfianza que hoy es norma,
apelando al arte de saber escuchar y a las medidas creativas, que hoy brillan
por su ausencia.//
Todos los sectores políticos
de la Argentina coinciden en que, para desembocar en el actual sistema pleno en
pobrezas, deudas, zozobras y violencias, los sucesivos gobiernos cometieron
sucesivos errores. Sólo que cada cual se auto excluye del listado de
responsables.
Hace algunos lustros un
estudioso de la educación argentina descubrió que sus compatriotas estaban
convencidos de la crisis educativa, y la mayoría sostenía a la vez que eso no alcanzaba
a su casa, a sus hijos. La constante argentina es clara: los problemas están,
pero afuera, las responsabilidades les caben a los otros.
Así las cosas, si la historia
reciente del poder es una colección de torpezas y engaños y robos de toda
índole (en lo que están de acuerdo las mayorías de los políticos), ¿por qué a
algunos sectores les cuesta comprender el florecimiento de las organizaciones sociales
en este mar de incertidumbres? ¿Por qué a aquellos que supieron escuchar y
atender auténticas demandas sociales, en vez de aplaudirlos los queremos ladear
como chiripá pa’ mear?
Las organizaciones nacieron para
crear comedores públicos, reclamar trabajo y techo, protestar contra los
gobiernos, o pedir una contención para los más vulnerables, un “plan” que los
ayudara a capear el temporal. ¿Debieran ser castigadas o premiadas? ¿Y si esas
organizaciones aceitaran el camino hacia el trabajo decente, que el sistema ha
negado a tantos?
El protocolo
Claro: hay vicios de todo tipo
en la política, en los sindicatos, en las corporaciones, en la economía como en
los medios masivos. Qué decir del mundo financiero. Y también obviamente en las
organizaciones porque están compuestas por seres humanos, y porque no pocos
grupos intentan protagonizar la sociedad no sólo en función de la caridad y la
atención de los caídos, sino con vistas a presentar modelos distintos de los
habituales, una contestación esperable al fin, y en eso toman métodos políticos
deplorables.
Ahora, si nos detenemos en los
vicios, ¿quién se anima a tirar la primera piedra? En verdad, esos vicios de
algunas organizaciones sociales se tornan anecdóticos si en vez de ser
selectivos los miramos en el conjunto de vicios del país, empezando por los de
la patria especulativa y la patria contratista.
En la medida en que tantas
gestiones de gobierno iban fracasando, modificaban la estructura social de
muchas ciudades. Por eso no bastaron los mil partidos y sindicatos para atender
los problemas ecológicos, y surgieron mil asambleas. Por eso no bastaron los
mil partidos y sindicatos para atender los problemas de indigencia y pobreza, y
surgieron mil organizaciones populares. Los piqueteros. Con décadas de
relaciones sui géneris, ¿en qué cabeza cabe borrarlos de un plumazo?
Nadie ignora que las
permanentes interrupciones del tránsito resultan ya un arma desgastada; hay
casos en que quince personas se animan a cortar una avenida por un problema muy
puntual. Un desatino. Ahora bien, ¿es un problema argentino? ¿O un problema principalmente
de Buenos Aires Ciudad y Provincia? ¿No convendría acotar los problemas, en vez
de inflarlos?
De corazón: los sectores que
más cortaron rutas en Entre Ríos son simpatizantes del gobierno actual.
Recordamos los cortes de ruta en Chajarí, emblemáticos, contra medidas del
gobierno de Carlos Menem y de Fernando De la Rúa. Los cortes en cercanías de
Gualeguaychú, contra medidas del gobierno de Cristina Kirchner. Los cortes del
paso internacional, en el puente con Fray Bentos, por años, en tiempos de
Néstor Kirchner, por ejemplo.
De manera que, si de Entre
Ríos se trata, las prevenciones de la ministra Patricia Bullrich parecen
dirigirse más a piqueteros agropecuarios y ecologistas que a piqueteros
desocupados. Y nadie ignora que tanto los citricultores como los sojeros, los
ecologistas, los desocupados, los críticos del endeudamiento público o los
manifestantes contra la dictadura, han realizado aquí manifestaciones
multitudinarias.
¿Por qué cortan?
Ahora, la pregunta central:
¿por qué las asambleas y las organizaciones, además de marchar por las calles, a
veces las cortan? Y la respuesta con otra pregunta: en la Argentina, ¿alguien
escucha a las asambleas y las organizaciones cuando marchan y no cortan?
El gran problema argentino
está originado en el poder político, judicial, económico, corporativo, que no
responde mientras los manifestantes no impiden el tránsito. ¿De quién es,
entonces, el vicio: de los que reclaman o de los que no escuchan? Si los
entrerrianos hubiéramos cortado el acceso al Túnel para protestar por la
cartelización de la obra pública, ¿los gobiernos y los fiscales hubieran
escondido como escondieron ese vicio?
Los cortes serán superados
paso a paso a medida que los gobiernos empiecen a abrir sus orejotas ante las
razones.
En la Argentina, y en Entre
Ríos, hay que decirlo: si un grupo de diez mil integrantes entrega al gobierno
tres tomos de argumentos sólidos para superar un problema, la respuesta de los
gobernantes y de los medios masivos será el silencio, el ninguneo. Lo hemos
experimentado tantas veces que ya podemos considerarlo una ley. Y si un grupo
de cincuenta integrantes corta una ruta, la respuesta será rápida en los medios
y en los políticos.
Y bien: la Argentina de estas
décadas cambió. Antes había partidos y sindicatos. Ahora hay asambleas, ahora
hay organizaciones populares. Las respuestas que los partidos y los sindicatos
no supieron dar, por muchas razones pero empezando por la asombrosa
compartimentación que sufre nuestra sociedad, donde cada cual atiende temas muy
sectoriales y se desentiende del conjunto; esas respuestas fueron buscadas mediante
otro tipo de encuentros.
Los sectores políticos
atendieron a las asambleas hasta salir del barullo, para luego darles la
espalda. Ocurrió también con las empresas recuperadas.
Por supuesto: esos grupos sociales
no vienen de un repollo. Muchos fueron promovidos por personas con propuestas
políticas definidas, críticas del sistema como es lógico. Entonces se cae de
maduro que no se quedarán de brazos cruzados frente a gobernantes que los
maltratan.
Sin presente
Unos y otros, hay que decirlo
también, están muy ocupados en defender su relato histórico y sus probables
influencias para el futuro, y en eso descuidan el presente. Hay ciudades en
Entre Ríos con siete de cada diez niños bajo la línea de pobreza, cuando miles
ya se marcharon del territorio por falta de oportunidades. Y es tan precario el
sistema económico que son mayoría los niños alimentados por el estado, como
miles los jóvenes aspirantes a planes, por falta de trabajo. El fracaso de los
gobiernos es estrepitoso, y sin embargo cada gobernante se despide llamando
“deber cumplido” a la farsa.
Abramos pues un paréntesis
para evaluar este vicio común, compartido por gente que parece estar en las
antípodas: en la política argentina se vive una guerra permanente sobre el
pasado y sobre el futuro, con alto descuido del presente. Es una corrupción
colonial que ataca por todos los frentes y tiene como fuente y destino la
fragmentación. Importa menos la realidad que la posición de cada cual
defendiendo su trinchera. Importa menos la realidad que el relato.
En vez de comprender la
historia, la peleamos, cada cual desde su partido. Y convalidamos así la
definición que hiciera de la Argentina un historiador estadounidense: lo que prevalece,
y en ello están casi todos de acuerdo, es la exclusión del otro. Para algunos,
el sistema representativo está agotado. Para otros, el sistema no funciona sólo
cuando el que gana las elecciones es el adversario… Es un trastorno social, un
distanciamiento, un enredo en la desconfianza.
¿Quién escucha, en la
Argentina? ¿Y es sólo el otro, el que no escucha?
Por supuesto: escuchar no
equivale a obedecer, ni a cambiar necesariamente; pero los argentinos, entre
violencia y violencia, hemos ido perdiendo la capacidad de escuchar a pleno,
hondamente, con serenidad, a corazón abierto; escuchar todo y no sólo la parte
que nos conviene para refutar fácil o descartar. ¿Quién escucha los saberes de
las comunidades ancestrales, que dan respuestas antiguas a problemas de hoy?
¿Son sólo los gobernantes, los que no escuchan?
En vez de procurar consensos
empujamos para buscar una mejor posición en el tire y afloje. ¿Y el presente? Bien,
gracias. En el aquí y ahora mandan el empobrecimiento y la destrucción de la
biodiversidad.
Tal vez desde algún lado
estemos a tiempo de proponer una vuelta al aquí y ahora, para empezar a
practicar el verbo escuchar, escucharnos los unos a los otros, en vez de
prometernos palos a los cortes, cortes a los palos, y puteadas a boca llena,
que es lo que se impone por ahora. No sólo los gobernantes, pero empezando por
ellos, ¿nos sorprenderemos un día con algo más creativo que las amenazas? ¿No
aburre un poco, esto de repetir los modos? ¿Y si nos levantamos un día con las
orejas destapadas y descubrimos que ese otro, cuando abre la boca, habla? ¿Y si
un día nosotros, los desconfiados, asumimos los riesgos y empezamos a practicar
también la confianza en el otro?
Daniel Tirso Fiorotto.
Especial para ANÁLISIS. 18 de diciembre 2023.