Los invisibles en los debates, desde una mirada “infantil”
Aproximación a las razones por las cuales la política argentina deja a un lado saberes centrales del territorio, siguiendo pautas coloniales. Vida comunitaria, complementariedad, consenso, resistencia, solidaridad, armonía en la biodiversidad, bajo el menosprecio de los partidos, contra las advertencias de Dussel.//
Es lógico que la feligresía
rece el Padrenuestro en misa. El Padrenuestro es a la misa lo que el corazón a
la persona. Los cristianos lo comprenden. Ya en otro ámbito, ¿alguien imagina
un partido de fútbol sin pelota? ¿Es posible que cien mil aficionados asistan a
la cancha, se presenten los árbitros, los 22 jugadores, falte la pelota y nadie
se dé cuenta? Sin Padrenuestro no hay misa, sin pelota no hay fútbol. Vaya
novedad.
Ahora, ¿por qué la mayoría de
los políticos argentinos puede argumentar durante días, desde las más diversas
extracciones partidarias, hablar del país, invocar la patria, y eludir de
manera sistemática los saberes milenarios de este suelo, que debieran ser la
base de cualquier argumentación? ¿Por qué lo hacen, y por qué ese hondo hueco
en el medio pasa inadvertido?
¿Cómo es que escuchamos a
diario economistas, de los más diversos signos, repartiendo soluciones a
diestra y siniestra, e ignorando como una norma inapelable la economía guaraní,
por caso, las relaciones quechua aymaras, por caso, que dan respuestas
milenarias desde este suelo a problemas actuales de este suelo?
Puede haber distintas razones.
Para nosotros, una de ellas tiene nombre y se pronuncia “colonialidad”.
Se cumplían cien años de la
independencia en 1916 y se rendían homenajes a todos menos a los pueblos ancestrales,
entonces el entrerriano Claudio Martínez Payva escribió: “¡Indio! Cuando
todos te olvidan,/ cuando todos te ignoran/ y sobre tu dolor, coros levantan/ y
ni las almas vírgenes te cantan/ ni los niños te lloran,/ surges en mí,
sereno,/ hermoso, grande y lleno/ de tu esplendor lejano./ Sereno y triste,
silencioso y bueno:/ sin patria, sin destino y sin hermano!”
Más de un siglo después, lo
mismo. Por ahí alguien alza un reclamo, pero dentro de los valores
occidentales, lejos de la cosmovisión ancestral que echa luz al siglo XXI, aunque
la tapemos.
El estado-nación argentino y
los organismos y las instituciones que lo circundan, incluyendo partidos,
sindicatos, corporaciones, medios masivos y universidades, constituyen un
invento moderno comparable a la misa sin Padrenuestro, al fútbol sin pelota.
Salvando excepciones, si algún
sector minoritario echa mano a los saberes ancestrales es para acomodarlos en
sus casilleros. Pero los principios, los valores, las enseñanzas cultivadas por
milenios en nuestros territorios, no tienen cabida en la partidocracia
argentina.
Esos saberes están en nuestras
comunidades, en el barrio, el campesinado, la literatura, el cancionero, las
luchas, las asambleas; no están en los pretendidos representantes que parecen
hacer fuerza para mantener impolutas sus fuentes racistas.
Exclusionismo
Ya lo dijo un gran
historiador: la condición central de la política argentina (y hablaba del siglo
XIX) es el exclusionismo. Uno toma un cachito de poder y descarta al otro. Ese
eje es exactamente opuesto a los saberes ancestrales que llaman a la vía
comunitaria y al consenso. Pero la mentalidad occidental colonial
atropella: ganar, mandar, acomodarse, aplastar. ¿Cómo recuperar aquella
sentencia ancestral que dice: “si uno gana y el otro pierde, los dos pierden”,
sin ser considerado cándido, infantil? El occidente altanero siempre trató de
infantiles a sus siervos y esclavizados. Prefiere mantenerse en el enredo antes que bajarse de su pedestal y pegar la oreja a la tierra.
Y bien: comprender la realidad
argentina actual es harto complicado y depende del ángulo de mira. Quizá desde
distintos ángulos y distancias se digan cosas diferentes, pero puede que no
sean incompatibles, que sean sí complementarias. La idea de los opuestos
complementarios es luminosa en esta hora, pero donde la religión del occidente
colonial dijo sombra, sus creyentes repetimos sombra, nos resistimos a la luz.
En nuestro país, con los
grupos partidizados intentando sacar tajada de la crisis, como si compitiéramos
por jirones de un cadáver, todo análisis sereno suele ser descalificado de un
planazo. (No ignoramos excepciones, que las hay). La dicotomía es madre en el
occidente colonial argento y llama a la masificación acrítica. El maniqueo
obliga a una vereda o la de enfrente.
Los saberes ancestrales
alumbran más allá; dicen que las cosas pueden ser de una manera y de la otra, y
también de una tercera manera que no invalide las anteriores. Es la lógica del
tercero incluido. Lo “cheje”, dice Silvia Rivera. La bataraza, decimos aquí.
Somos esto y aquello y lo otro, al mismo tiempo. Eso facilita la comprensión,
la conversación.
Nuestros pueblos milenarios se
han sostenido, a pesar de los crímenes, las persecuciones, las distorsiones, y
muchas veces fortalecidos en el silencio.
Digamos que, entre los
argentinos, de crisis en crisis, el que no está organizado y no llora, no mama.
Ahí es donde el silencio pierde, como pierde la mesura, pero no se advierte con
claridad que la sobreactuación es inconducente, excepto para los circulitos
cercanos. De ahí que el grotesco en que se ha convertido el debate (dentro de
sus estrechos límites occidentales) sea aburrido por sobreactuado. Cada quien
intenta colocarse en el rol de salvador o de víctima, cuando no de lúcido, que
es lo más chocante.
Escuchamos días atrás a una
legisladora que se quejaba de las puteadas y las amenazas que recibía en la
calle, y al toque otra legisladora que la acusaba de ridícula y pedía a los
partidos que llevaran gente más competente al Congreso. Los espectadores no
sabíamos si quedarnos con la llorona o la altanera. ¿Quién es el sabelotodo que
se siente capaz de descalificar al otro? Todos los probables méritos se
derrumban como un castillo de naipes cuando uno se las cree.
Traemos la disputa a cuento,
porque las dos legisladoras, ubicadas en los extremos del campo político
partidario, se muestran equidistantes de los saberes ancestrales de este suelo.
Y pruebas al canto: algunos partidos opuestos han sostenido por igual a
Aerolíneas Argentinas, que en pocos años demandó del estado argentino 8 mil
millones de dólares, es decir, lo que cuesta comprar todas las tierras (seis a
ocho millones de hectáreas) que demandan los pueblos ancestrales de la
Argentina para saldar un conflicto de 500 años. O para iniciar una revolución
del trabajo como nunca se vio, de los tiempos de Artigas a esta parte. Pero el
occidente colonial manda que el centro decida, sin atender prioridades del
resto, y el centro dijo Aerolíneas… Con el cuentito del “efecto derrame” que
obnubila a los creyentes por derecha y por izquierda.
Uno puede simpatizar más con
unos que con otros, pero sin perder de vista que ambos bandos pertenecen al
mundo vertical permitido, con alto menosprecio de los saberes, los modos y las
luchas de nuestros pueblos milenarios horizontales.
La Argentina permanece
estancada en el no diálogo, en la acusación como método y meta, en la oposición
como norma, en la negación del presente, en la imposición de las mayorías
circunstanciales. En este punto, digamos que los pretendidos debates se
desarrollan sobre el pasado y el futuro, pero no sobre el presente. Muchos
tratando de señalar al otro por el ayer, y posicionarse hacia el mañana,
mientras cruje el hoy.
Dedo y martillo
Fuera de la lógica colonial
que tiñe a casi todos, oficialismo y oposiciones, la primera crítica que
podríamos hacer a la gestión de gobierno actual del país es, precisamente, la ausencia
de una imprescindible serenidad, cuando el ruido en el país ha hecho
metástasis. “Piano, piano, si va lontano”, decían las abuelas.
Serenidad, pues. Y la segunda
crítica es su falta de delicadeza. El hecho de que otros fueran también
ruidosos y atropelladores no lo exime, y hoy lo que corresponde es mostrar al
gobierno actual, al que siempre debe exigirse virtudes e ideas superadoras
porque carga con la experiencia de los demás.
La sociedad se sostiene en
interacciones, finas y complejas, como una copia de la biodiversidad que
contiene a esa sociedad. Meter mano en el monte para extraer un insecto puede
parecer fácil desde el punto de vista práctico, pero es propio de la mentalidad
occidental, altanera, que todo lo sabe y en verdad lo que sabe es
insignificante, insuficiente. Las repercusiones serán seguro impensadas, de ahí
que, cuando más complicado se presenta el panorama se impone la mano de seda.
Más aun cuando el sistema que
permitió a este grupo de políticos acceder al poder político en el Ejecutivo es
el mismo que lo acotó en el Congreso.
La grosería para abordar las
normas puede provocar algunos efectos previstos, es cierto, pero muchos otros
escapan al responsable. Entonces, excepto en el estado revolucionario que da
para otro abordaje, eso de cortar grueso no es un plan inteligente, es más bien
fruto del apuro. Otra perlita del occidente moderno, que a la tranquilidad
ancestral la ha llamado “holgazanería”. Occidente todo lo sabe, todo lo
descalifica.
Hubo otras gestiones brutas,
es cierto, y han mantenido por años, y por décadas, una imagen, porque supieron
armar su relato. No es que fueran exitosas, sólo escribieron su presunto éxito,
y el cuento, sí, les resultó duradero.
La tercera crítica que tenemos
para la gestión de gobierno se refiere a la falta de equilibrio, y nos
lleva a colocarlo dentro del ur fascismo que decía Umberto Ecco. En eso se
parece bastante a varios grupos de la oposición. ¿Cuándo entra en el ur
fascismo? Cuando menosprecia la fuerza del adversario y sobreestima la fuerza
propia. Entonces, no sólo se arriesga demasiado sino que los engranajes chirrían,
nada sale aceitado; en vez de calibre y llave francesa, dedo y martillo.
Si un sector político entra al
ruedo y llega al poder por las normas vigentes, entonces es obvio que debe
considerar que esas normas prevén tres poderes, cuyos funcionarios llegaron por
vías similares. El presidente que llega con una enorme cantidad de ideas debe
saber que, si no tiene mayoría ni primera minoría en el Congreso, el gobierno
no es suyo sino de la coalición que logre constituir. Los berrinches serían
entendibles si provinieran de un sector que no acepta las normas y no
participa, pero aquel que se vio beneficiado con las normas, al punto de
acceder a la presidencia, no tiene manera de ignorar las estructuras. ¿Qué
debió hacer, entonces? Debió tener un plan B. Así de sencillo.
Los agujeros de la patria
En el momento en que
redactamos esta columna no sabemos qué normas quedan, sea de la ley como del
decreto en juego. Pero repitamos: serenidad, delicadeza, equilibrio. Ahora
bien, ¿con esas tres premisas tenemos un plan y sale adelante? No. Primero, porque
el oficialismo y las oposiciones ya están habituados al martillo. No hay
garantías de que la serenidad sea respondida con serenidad, pero sí hay
garantías de que el golpe será respondido con golpe.
Sería largo exponer los
tremendos agujeros por donde se nos cuela la patria (la patria grande). Sí
podríamos decir que hemos conocido otro mundo posible, y está a la vuelta de la
esquina. Ese mundo se sigue tejiendo en los barrios, en las pocas
comunidades campesinas que van quedando, con alta participación femenina, y
ha quedado expuesto en libros que estos actores ningunean.
Para sintetizar esos saberes:
la condición principal de nuestras familias ha sido, por milenios, la
hospitalidad, el trabajo colectivo y festivo, la vida y la propiedad
comunitarias; así como la noción de complementariedad, y la participación y la
búsqueda del consenso, en vez de la representación y la imposición de mayorías
de ocasión. También la resistencia comunitaria a los embates del sistema. La
autonomía y la confederación, por sobre la prepotencia del estado nación
uniformador; y la inclinación ante los demás miembros de la biodiversidad, es
decir: la armonía en vez del extractivismo que es norma.
Seguir tramando esa vida maravillosa
es difícil, porque el sistema colonial ha socavado las raíces, y estamos
obligados a cargar con la mochila pesada del que se pone la máscara de papá
para violarnos; difícil pero no imposible. Por eso podemos vivir y obrar y
cantar de manera esperanzada, si consideramos que la vida reorganiza lo que el
sistema pulveriza.
Si el tiempo que nos lleva
quejarnos lo ocupáramos en amasar tortafritas para convidar en la vecindad
(dicho de modo simbólico), empezaríamos a abrir el candado.
A los manotazos
El proceso actual es una
emergente, y previsible. El año 2024 se fue cultivando con los abonos de
décadas en distintas gestiones. Y es que el estado colonial no encuentra (ni
busca) las aguas serenas que le permitan salir del ahogo, entonces pega
manotazos.
Es preocupante el modelito
actual, con fuentes en la Argentina racista que coloca al poder colonial en un
escalón superior.
Superado el colonialismo, nos
apoltronamos en la colonialidad. Eso nos confunde. Así es que la deuda pública,
un flagelo, nos molesta si la contrae el adversario pero no tanto si la contrae
el partido propio. Y es que la colonialidad partidiza, divide, y ciega: dejamos
de pensar en la dependencia para pensar en el nombre del jefe Fulano o del
enemigo Mengano.
La violencia nos molesta
cuando es ejercida por el adversario, y no tanto cuando es del propio palo. El
aumento de la pobreza y la indigencia nos indigna cuando gobierna uno, y no
tanto cuando gobierna otro. Ese engaño, repetido por décadas, es propio de un
sistema fragmentario, que toma como un mérito el despotismo de la cantidad, es
decir: donde no importa que el vino sea bueno sino que sea mucho.
Hay sindicalistas
escandalizados por un impuesto a miles de trabajadores que cobran sueldos
interesantes, y callados ante los millones sin sueldo, siquiera, y eso se
explica porque son parte del sistema, es decir: los invisibilizados ya están
invisibilizados y no hay por qué traerlos a la luz. El que logró subir al
salvavidas no se preocupa mucho por el que quedó abajo, y es que, si el otro
sube, puede ponerlo en zozobra…
Ese virus cegador ataca al
periodismo, la docencia, la militancia, la política, el arte, tanto como ataca
el sistema consumista, tan insustentable como pegadizo. Claro que hay quienes buscan
superar esos vicios, pero el mérito de remar contra la corriente no equivale a
tener claridad de objetivos.
Hace 500 años que nuestros
pueblos advierten que este sistema es decadente. Cada cual ningunea esas voces
apenas adquiere un cachito de este poder occidental engreído, eurocentrado
tanto en los partidos como en los sindicatos, los medios masivos y las
universidades. Y estamos hablando de los sectores que podrían generarnos
expectativas, porque nadie con sensatez espera filantropía de los banqueros (a
quienes el poder sirviente llama filántropos, lógico).
Dussel y la colonialidad
Hace poquito se murió Enrique
Dussel. Él, con otros, llamaba a revisar el lugar de enunciación, es decir, a
replantearnos nuestra propia colonialidad en la manera de mirar los problemas.
Nuestro lugar es el litoral,
es la cuenca Paraná-Uruguay. Es Santa Fe, es la Mesopotamia, es el Uruguay;
pero los medios masivos son brazos coloniales que no dan espacio a la mirada
del litoral sino como nota de color. Hablar del no-sistema guaraní, por caso, es
una rareza, sino un entretenimiento pasajero. El guaraní ofrece otras
categorías, y sigue siendo ninguneado en las aulas como en los estudios y las
redacciones; lo mismo el quechua aymara, el mapuche, y lo mismo las tradiciones
de nuestras islas y nuestras lomadas, ausentes en los debates dados dentro de
un sistema colonial, que sigue invisibilizando lo que no conviene. Como decía
el pensador Boaventura de Sousa (ahora venido a menos por denuncias varias), es
el pensamiento abismal: todo lo que no sea hijo de Europa queda en un abismo.
Occidente manda, manipula,
baja recetas, atropella. Sus frutos son la fragmentación, el consumismo, la
dictadura de las mayorías, la masificación, la reducción de millones a estado
de servidumbre, la destrucción de la biodiversidad a pasos agigantados, la
violencia, la llamada democracia delegativa que inhibe la participación.
En otro orden podemos hacer
visibles nuestros saberes, nuestras luchas, para no encerrarnos en un mundo
revuelto que no ofrece más que imputaciones mutuas.
Entre Ríos es una muestra del
occidente moderno en frasco chico: un siglo de destrucción violenta de los
montes, un siglo de destierro de sus familias, un siglo de negación de nuestros
pueblos, nuestros saberes y nuestras luchas; un siglo de erosión del suelo y
treinta años de paquete con moñito y todo, con los transgénicos, los herbicidas
y los insecticidas al por mayor, a diez metros de las aulas y los hogares, es
decir: descuido de la salud, de la vida. Poder financiero privado,
cartelización de la obra pública… Todo bajo el amparo del estado occidental
moderno colonial, corrupto y violento, así se llame progresista, neoliberal o
socialdemócrata. Y ante nuestra complacencia, cuando logramos sostenernos sobre
el salvavidas.
Otra cosa sería con serenidad,
delicadeza, equilibrio, comunidad, autonomías, participación, consenso, solidaridad,
firmeza, resistencia. Empezar regando, en suma, aquellos brotes que el sistema quiere
esterilizar.
Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Lunes 5 de febrero de
2024.