La ancestralidad latente en la población entrerriana actual
Una veintena de recientes investigaciones e interpretaciones emancipadas, con testimonios sorprendentes, revelan una cara ocultada de la cultura entrerriana. Aportes de ecologistas, historiadores, antropólogos, escritores, genetistas, y una mirada decolonial permiten un viraje de 180 grados en la concepción del cauce principal de nuestra idiosincrasia.
Los avances en la
investigación genética de esta década están mostrando vínculos de nuestra
especie humana con dos primas, los neandertales y denisovanos (y una tercera
aún en veremos), y que la mayoría de los humanos somos también un poco
neandertales y algo denisovanos.
Por análisis
recientes sabemos que unas personas del actual territorio de Uruguay hace 1.500
años tenían muchos más caracteres denisovanos que neandertales, cosa rara, y
rasgos compartidos con etnias de Oceanía. Todo un intríngulis.
Como si fuera poco,
estiman que esas poblaciones que llamaríamos uruguayas se expandieron hacia el
norte por la costa atlántica y se establecieron en Panamá. De no creer.
La complejidad de las
migraciones humanas y sus cruzas se multiplica por la complejidad de las
culturas. Una familia puede estar emparentada con otra por el lado genético, y
muy distante de ella por el lado cultural. A su vez, puede estar relacionada
culturalmente con otra de procedencia genética muy diversa.
El caso es que en las
últimas décadas se ha ampliado el panorama, y en nuestra región entraron en
intersección diversos aportes ancestrales, ecológicos, históricos, artísticos,
etc., con un resultado auspicioso.
Somos ancestrales
Las comunidades milenarias
de esta región no se extinguieron. Podemos aventurar que no sólo sobrevivieron
sino que siguen dando la línea central de nuestra sociedad actual, aunque el
ruido moderno nos dificulte esa sinfonía. Es decir: somos un pueblo ancestral
del litoral, de la cuenca Paraná-Uruguay. Si vale la comparación digamos que
hay muchos afluentes, pero el cauce principal de la gran cuenca cultural (y
también natural) es milenario. Contra lo que ha enseñado el estado
argentino (racista) durante siglos.
Sin ignorar la
incidencia determinante de la invasión europea de hace cinco siglos, y de las
inmigraciones masivas de hace siglo y medio, visualizamos aquí una ancestralidad
latente, como una semilla antigua en condiciones de germinar. Eso por la
confluencia de una veintena de aportes más o menos novedosos al conocimiento y
a las luchas en estas décadas, que nos permiten revertir un proceso de
ocultamiento de nuestras identidades, ocurrido como una consecuencia lógica de
la colonialidad.
Los esquemas culturales occidentales, eurocentrados, compartimentados,
no dejaban casilleros donde ubicar nuestra idiosincrasia. Al etnocidio, al
genocidio, a las violencias diversas, a la esclavización o el destierro de los
pueblos antiguos y a la distorsión de sus saberes, le siguió una historia
colonizada que continuó pisando las culturas, o marginándolas con el menosprecio.
Pero el panorama se fue despejando y hoy es posible ya esbozar ese otro mundo.
Los que fuimos
estudiantes hace pocas décadas usamos manuales que iniciaban la historia
entrerriana con las figuras de los reyes católicos de Castilla y Aragón. Esa canallada
nos secuestró por 500 años y, de una u otra manera, continúa. Pleno siglo XXI,
entonces, y los entrerrianos empezamos a salir del capullo que nos tenía
intrigados, para desplegar las alas. Es ahora. Y nos costó siglos.
El quiebre
Otros conocimientos,
otros puntos de vista, otras interpretaciones, nos ayudan a recrear la historia
y nos permiten ver lo que hasta ayer nos estaba vedado. No es la suma de esos
aportes sino la sinergia, la que potencia sus sentidos. Veamos algunos de
ellos, en forma muy resumida, y cuya incidencia se comprende mejor en el
conjunto.
1-El florecimiento de personas, familias, comunidades ancestrales,
que se reivindican sucesoras de pueblos reducidos o víctimas de persecuciones y
exterminios. Así como el conocimiento de distintas expresiones de africanos en
la región. El reconocimiento de muchas familias, incluso
de artistas, sobre sus ancestros “indios” (el caso del Zurdo Martínez y toda la
familia, Marcelino Román, Aldo Muñoz, Blas Jaime, y antes Rosa Albariño). Eso
revierte la tendencia de la escuela clásica que enseña desde hace un largo
siglo que los indios y los negros eran cosas del pasado.
2-La presencia actual de quienes muestran experiencias comunitarias,
solidarias, relacionadas de modo evidente con tradiciones de este suelo. El
caso de los isleros, y muy especialmente de la familia de Minga Ayala y
Domingo Almada, un encuentro de habitantes de las costas de los ríos
Uruguay y Paraná en el cultivo de la hospitalidad. Esa vida comunitaria
coincide con la recuperación de la conciencia nuestra
sobre tradiciones como la rueda de mate que da cierto orgullo manso por el modo
de conocer y relacionarnos e intimar con la naturaleza. Una visible
sobrerrepresentación de familias consideradas gringas en instituciones públicas,
entidades intermedias y medios masivos, por razones que sería largo analizar,
hace que las costumbres de otras familias consideradas criollas, más
introvertidas, confunda en alguna medida a los estudiosos de nuestra
constitución social.
3-Las decenas de apellidos de origen en
los pueblos ancestrales de la región (principalmente guaraníes) hallados en
registros de nacimientos, bautismos, casamientos y defunciones en pleno siglo
XIX (es decir, reciente) en Concordia y Concepción del Uruguay. Esas voces
son apenas una muestra, porque muchos vecinos, bajo un nombre español, encubren
a familias de comunidades ancestrales y afros.
4-Las decenas de apellidos
de origen principalmente charrúa hallados en los archivos de Sevilla,
registrados en la reducción de Cayastá, que retuvo a personas apresadas
en los combates contra los indígenas de los años 1749 y 1750 en Entre Ríos. Y los
testimonios que demuestran que muchos sobrevivieron escapando a los montes y
los humedales, otros pasando el río Uruguay, otros apresados y “domesticados” a
la fuerza en reducciones que duraron pocos años. Y no pocos sobrevivieron en
relaciones de paz y trabajo (que también existieron), y no por eso perdieron
por completo sus modos.
Importante también el reconocimiento
reciente de la presencia charrúa en Entre Ríos, más clara y antigua que en las
vecindades; como los notables avances de esta década en el conocimiento de las
culturas de los montículos en el delta, con probable ascendencia en los
arahuacos centroamericanos.
5-La dinámica
migratoria permanente de los pueblos ancestrales perseguidos que cruzaban
el Paraná y el Uruguay a mediados del siglo XVIII, no sólo por los ataques a
los pueblos del territorio entrerriano sino por las guerras guaraníticas
provocadas por la alianza estratégica de Portugal y España (Tratado de Permuta,
1750) que generaron la dispersión de miles de familias asentadas en los pueblos
misioneros orientales. Y las posteriores migraciones por alimentos y trabajo ya
en los siglos XIX y XX que en alguna medida explican la presencia de tantos
canarios en Entre Ríos, por caso.
En plena revolución
6-La recuperación de
testimonios sobre la presencia de pueblos ancestrales en las luchas y las
colonizaciones promovidas por José Artigas (guaraníes, charrúas,
minuanes, guaycurúes, abipones, etc) a principios del siglo XIX, y sobre el
lugar que ocuparon esas comunidades en esa revolución confederal.
7-Los testimonios que
señalan que los ejércitos de mediados del siglo XIX estaban compuestos por
soldados morochos. En 1859 Urquiza realizó un desfile militar con 15.000
guerreros en Paraná. El cónsul norteamericano
James Peden (dice Juan Antonio Vilar en base a estudios de James Scobie) los
pintó así: “creo que cerca de 12.000 hombres del total eran ‘lanceros’,
formados por campesinos ‘gauchos’ de la comarca. Entre el total de hombres,
¡no distinguí siquiera a un hombre blanco de pura raza! La raza es esa
peculiar al país, una cruza entre el español y el indio nativo, el primero
absorbido por el último, conservando únicamente las características de idioma y
religión, o algunas formas religiosas”.
8-La irrupción de la conciencia
ecológica en estos lustros, con altísimo impacto en esta provincia desde
las luchas contra el represamiento del río Paraná, contra la contaminación del
río Uruguay y contra el riego del suelo con sustancias peligrosas. Y la
coincidencia de estas corrientes con los saberes milenarios centrados en la
armonía del ser humano en la naturaleza que han reverdecido también en los
últimos lustros. Ambas vertientes confluyen con una filosofía criolla que se
manifiesta en la poesía de Romildo Rizzo y Atahualpa Yupanqui: “si hay leña
cáida en el monte yo no v’ya cortar un árbol, po’el aire no puedo dir, de no,
ni pisaba el pasto”. Resumen incomparable.
9-La conciencia
asamblearia de estos años, resumida en el llamado derecho a la licencia
social de las obras con incidencia en la sociedad y la naturaleza, también
en sintonía con la armonía y la vida comunitaria ancestrales.
10-El florecimiento de autores y grupos que dan a conocer saberes e
historias de pueblos ancestrales de todo el Abya yala (América). Notable en
estas décadas, con expresiones incluso en la política (el caso del boliviano
David Choquehuanca). La comprensión del concepto ancestral de vivir bien y
buen convivir que desde hace pocos lustros marca los intercambios en la
sociología del mundo, y que pone en cuestión ciertos “valores” modernos como el
consumismo, la propiedad privada, el extractivismo. La recuperación del nombre
Abya yala para el continente, una bisagra para la nueva era.
11-La irrupción del movimiento Modernidad-Colonialidad, que ayuda
a desvelar los aspectos negativos de las fuentes de la modernidad (genocidio,
saqueo, esclavitud), y explica la continuidad del colonialismo. Por esa vía
sabemos de la revalorización del “lugar” en la ciencia, contra la tendencia
moderna a hablar de un hombre lavado que, en el fondo, es europeo. Al tiempo
que advertimos que el ninguneo de ciertos modos regionales es una práctica
colonial arraigada para dejar lo no europeo en un abismo.
Vilar y Rossi
12-La noción de biodiversidad como “territorio más cultura”, que
nos llega de ciertos activistas colombianos y de otras fuentes. Desde ese punto
podemos ver la historia humana (20 mil años aquí) como un afluente dentro de
una gran cuenca (millones de años), y advertir la diversidad de fuerzas que
empujan el torrente natural e histórico y que hacen que no sea fácil reemplazar
una historia por otra, como se ha pretendido en los relatos más difundidos. En
el caso de nuestra región, a pesar de las persecuciones, las violencias
extremas, los intentos de genocidio o etnocidio según el caso, y la tala rasa,
hubo continuidad en personas, familias, saberes, árboles, pájaros, peces,
paisajes, voces, filiaciones, relaciones diversas, que impiden una ruptura
total con la historia milenaria y que aseguran una ancestralidad latente,
que las distintas generaciones pueden abonar y regar en mayor o menor medida.
13-El abordaje de una historia nacional no
centralista y tampoco revisionista (promovida por Juan Antonio Vilar), que
muestra con más claridad la revolución principal, llamada artiguista, y las
sucesivas determinaciones de la colonia (ya expresada por Buenos Aires como
heredera) para entregar Entre Ríos a España como moneda de cambio para apaciguar
al reino (armisticio con Elio) o dejarla librada a su suerte (misión Pico
Rivarola). Y la conciencia generada por esa corriente histórica sobre la
continuidad de la opresión colonial violenta con base en Buenos Aires durante
todo el siglo XIX, con etnocidios y genocidios incluidos. Lo cual se potencia
con la irrupción de una corriente histórica revulsiva (centrada en Juan
José Rossi) que hurga en las claves de la colonialidad, apunta las
responsabilidades de las religiones copadas por el despotismo monárquico
etnocentrado, y disuade del uso de términos que sugieren la presencia de
distintas humanidades (“indios”, por caso). Las luchas contra el colonialismo y
contra la segregación aceitaron la conciencia autonómica que venía en los
pueblos ancestrales y que coincidió con la inmigración de familias catalanas.
14-Las claras
explicaciones de Marcos Sastre y Martiniano Leguizamón sobre las
cualidades de familias entrerrianas como la hospitalidad y la minga (trabajo
colectivo y festivo), coincidentes con las explicaciones de otros autores como Bartomeu
Meliá sobre la sociedad y la economía guaraní (don, jopói, manos abiertas
mutuamente).
15-El cancionero y
la poética regional que exaltan la
relación del ser humano con la naturaleza (ríos, árboles, pájaros, luchas).
Linares Cardozo habló de una condición de la entrerrianía: “el ensueño”, y con
el “Gallina” Alsina subrayaron el valor de la palabra. Juan L. Ortiz mostró la
consustanciación del hombre y el paisaje (“era yo un río”). Claudio Martínez
Payva explicó los opuestos complementarios (“El estilo”) y se refirió a la
condición para escuchar la voz de la naturaleza (“un zorzal le dijo con su voz
de seda: no es criollo el lamento”).
16-Los lingüistas realizan aportes extraordinarios sobre la presencia
sorprendente de voces antiguas en la toponimia, y en los nombres de
aves, insectos, mamíferos, árboles, flores, peces, que en muchos casos se
atribuyen al guaraní y en otros, dicen, nos presentan ante un callejón sin
salida.
17-Los historiadores resaltan hoy la continuidad histórica de los
entrerrianos en la relación de confraternidad con poblaciones vecinas,
en resistencia contra los procesos racistas. La colaboración en la defensa
de Paysandú, la negativa a dar guerra al Paraguay, y los argumentos, son
ejemplos. El mote de paraguayistas y yerbócratas, los alzamientos rebeldes de
Basualdo y Toledo, para no pelear contra los hermanos, muestran una tendencia
contraria a los lineamientos coloniales.
18-Las experiencias conocidas sobre la incidencia de las clases llamadas
bajas con su cultura en las clases medias y altas. Los pueblos ancestrales y
criollos sacudidos fuertemente por genocidio, etnocidio, persecuciones,
reducciones, desplazamientos, vuelven de alguna manera como obreros, siervos a
veces, empleados domésticos; vuelven en los frigoríficos, en las yerras, en los
oficios de la esquila, el arreo, la pesca, la caza, las faenas campesinas; y
luego en los barrios oprimidos. Muchas veces generando conocimientos y expresiones
artísticas, modos de hablar, de proceder, de conocer, de alimentarse, de amar, de
celebrar, que se expanden a todas las capas sociales, como ocurrió con el tango
u otras expresiones musicales; y como Gilberto Freyre señala en la influencia
de las amas de leche esclavizadas sobre los niños de los amos (Casa Grande y
Senzala), en formas de resistencia más o menos conscientes.
19-La puesta en cuestión de las bondades del estado-nación por sus
fuentes racistas y violentas, y por consiguiente el debate necesario sobre los
relatos históricos que naturalizan el estado-nación uniformador, con alto
menosprecio de la vida comunitaria y las diversidades regionales. Dado el
crimen del genocidio, dado el crimen del etnocidio, va quedando a las claras
otro crimen: el del ocultamiento de los sobrevivientes y sus aportes sin prisa,
sin pausa, como eslabones inigualables de una cadena milenaria, como energías
desatadas en las grietas del sistema.
20-En el plano simbólico, la permanencia de emblemas naturales
(cardenal, hornero, sauce, espinillo, ñandubay, sangre derramada, zorzal,
calandria) facilita la comprensión de la relación indisoluble de la cultura y
el territorio, y en el caso regional se advierte un adicional con el tipo de
suelo arcilloso, agrietado, revolcado, que llama a entender el abajo y el
arriba como estados inestables con influencias mutuas.
Por falta de espacio no continuamos con ejemplos de similar importancia.
Nos queda mucho en el tintero. Pero sirva este resumen para señalar esa
Entre Ríos de ancestralidad latente. Frente a las adversidades de la
modernidad, consistentes en el armamentismo y la destrucción de la naturaleza
por el extractivismo y el consumismo, esa línea viva da respuestas antiguas a
problemas de hoy. Por eso hablamos de la “memoria del futuro” con
Bartomeu Meliá (en relación a la economía guaraní), y por eso hablamos de un
“futuro ancestral” y “florestanía” con Ailton Krenak (en relación a
la conciencia de que lo que esperamos para mañana ya está aquí, y a la estrecha
relación de intercambio humano/selva)
Desprecio como norma
Las personas y las familias de pueblos antiguos de este territorio
fueron combatidas por resistirse a la violencia de la invasión y también
combatidas o señaladas cuando aceptaron incorporarse, o fueron reducidas por la
fuerza. El menosprecio fue la vara para medir cualquier actitud del oprimido,
al que se lo suele ver sólo como víctima y receptor, es decir: también se le
desconocen las capacidades de influencia.
Si rezan porque rezan, si no rezan porque no rezan. Y no pocos
historiadores prefieren enfocar en los momentos de violencia, como lo hacen los
periodistas, desestimando los períodos de paz y entendimiento. Valorar a los
muertos para bien enterrarlos, despreciar a los vivos para bien enterrarlos, ha
sido una constante.
Aún en la aceptación de un sistema pueden quedar fibras culturales en
los ámbitos más insospechados. Fibras que reverdecen en momentos clave.
Si no admitimos que una derrota militar deja huellas, incluso de los
vencidos, y si no aceptamos que una derrota social (en el sentido de abandonar
la actitud de resistencia clásica), también deja huellas de los avenidos al
sistema, entonces nos negamos a redescubrir la continuidad histórica por vías
menos frecuentes, o por grietas. Las culturas humanas toman caminos y tiempos
que la ciencia no puede prever ni dimensionar.
Mal hacemos en reprochar a aquellas familias asimiladas por la cultura
moderna occidental por generaciones, porque de esa manera impedimos que otras
generaciones revisen su historia. Señalarlas es revictimizarlas. La conciencia
busca por resquicios que se nos escapan. Y, tras tantas experiencias
fracasadas, en estos años se nota cierto clima para empezar a escuchar, de una
buena vez, las voces sin tiempo, la ancestralidad latente.
Daniel Tirso
Fiorotto. UNO. Lunes 2 de setiembre 2024.