Ch’ixi es bataraz (Unidos pero no amontonados)

 

 Escribe: Daniel Tirso Fiorotto

 

 

Uno de los testimonios más vibrantes de nuestra vida para despabilarnos en el Abya yala (América) está grabado felizmente en la voz, la sonoridad, los gestos, el carácter, el color de Victoria Santa Cruz.

El color de su piel, de su danza, el color de su temperamento. Ella supo traducir la rabia en poesía, supo comprender y transmitir. Ella podía resumir diez tomos en dos frases y una sonrisa.

Cuántas sucumbieron, por mujeres, por negras, al racismo y quizá naturalizaron la servidumbre. Algo en Victoria le permitió romper, volar, liberarse del encierro del odio, y alumbrarnos a todos con su alegría, su gracia, sus saberes, su vitalidad única. Liberarse y liberarnos. “Neeegro tiene que ser liiibre como un cimarrón”. Una vitalidad que se complementa, claro, con la de su talentoso hermano Nicomedes, siempre en nuestro corazón. “Ritmos de la esclavitud/ contra amarguras y penas/ al compás de las cadenas/ ritmos negros del Perú”.

 

Victoria y Silvia

 

Infinito nuestro agradecimiento a personas como la maestra Victoria Santa Cruz. No es el individuo tal vez el que habla por su boca, es toda la humanidad torturada por la altanería de unos pocos poderosos, y es la humanidad que responde con un despliegue de arte.

El racismo por color, por etnia, el racismo contra el africano, contra la africana, contra las mujeres y los hombres del Abya yala, los indígenas de nuestro continente, continúa en pleno siglo XXI por vías diversas. Algunas clásicas como el tono de la piel, que llevó a cientos de italianos a incomodar en la cancha al futbolista Mario Balotelli, hijo de inmigrantes de Ghana, como ocurrió hace un par de años en Buenos Aires con el colombiano Frank Fabra.

Otras vías van por el desarraigo de millones expuestos a los embates del hacinamiento, con anuencia del Estado. Otras quedan a la vista en las violaciones y los femicidios, y en los variados y creativos modos de discriminación por razones de género.

La prevalencia del macho por encima de todo, la prevalencia del europeo por encima de todo, del blanco, del rico, y la prevalencia del ser humano por encima de todo, han dado como resultado una jerarquización perversa que se mide en destrucción.

Pero ahí está Victoria Santa Cruz para despertarnos desde una energía vital propia, capaz de recuperar lo afro en nosotros, la selva en nosotros, la montaña en nosotros.

Sabía como pocos de lo afro-abyayala, que ella amaba como amaba las culturas indígenas. “Adoro las expresiones de la sierra.  Dicen que mi padre contaba que nosotros venimos de una familia de Bolivia, de un indio boliviano y una negra africana”, contó cierta vez la peruana.

La prevalencia del macho, pero ahí está la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, siempre en la resistencia, cuidándose de caer en comodidades.

Silvia se mueve en las academias como pez en el agua y cuestiona los academicismos. Bebe en las fuentes decoloniales y reprueba las jergas elitistas y la cultura del libro que no encarna. Socióloga, se llama sochóloga como una burla a los que quisieron descalificarla por cultivar el carácter de las cholas, cuando ella, precisamente, quiere ser lo que en el fondo es: una chola, “mestiza” y sin necesidad de mezclar los tantos.

 

Como la gallina

 

La lechuza es bataraza y el tero picazo overo, dice el refrán popular cultivado por Marcelino Román y por Linares Cardozo en Entre Ríos. En cualquier caso, se trata de combinaciones diversas de dos o más colores. Tobiano, diríamos también. Pero nos enfocamos muy especialmente en la expresión bataraz, bataraza, porque cuadra con el ch’ixi (cheje) que ha inspirado a Silvia Rivera Cusicanqui, y representa la convivencia de colores bien repartidos sin diluirse, es decir: cada cual con su condición al lado del otro.

En una visita a la Argentina, la pensadora explicó que la idea de lo ch’ixi (cheje) está “anclada en una metáfora que un escultor aymara me contó en los años ‘90, cuando hacía un video sobre su trabajo. Él planteaba que ch’ixi es un gris hecho de puntos negros y blancos, manchas de colores opuestos que se yuxtaponen. Pero él asociaba esto a ciertos animales y ciertas piedras. El animal emblemático, la serpiente de Katari es por excelencia un animal ch’ixi, porque está arriba y a la vez abajo, es una energía que puede transformarse en rayo o en veta de metal. Además él dice ‘estos animales nos ayudan a defendernos de la maldad del enemigo’ y eso se traduce también metafóricamente en el uso de la k’orawa, que es la honda indígena hecha de hilos negros y blancos, torcidos al revés como para revertir la energía de la maldad que amenaza a las sociedades indígenas. El haber recuperado esas palabras es un ejercicio de soberanía”.

 

No binaries

 

Bataraz, voz derivada del guaraní mbatará, significa overo, con puntos blancos y grises, principalmente en el plumaje de las aves. (No encontramos la palabra en diccionarios antiguos como el de Montoya o el de Cadogan, pero sí se afirma esa etimología en otras fuentes).

Algunas gallinas, el inambú (perdiz), la lechuza, algunos pájaros carpinteros, tienen plumaje bataraz. Las plumas no están mezcladas, cada cual preserva su color.

Ch’ixi refiere a lo unido pero no amontonado, lo junto y no apelmazado, lo que es esto y aquello y lo otro a la vez, lo complementario.

En las reivindicaciones de la libertad de género hablamos en estos días de “no binaries”, es decir: aquellas personas que son una cosa y la otra a la vez, que rompen cánones, que no se ciñen a estructuras culturales heredadas. Y bien: no binarie es bataraz, es ch’ixi en el individuo. Si trasladamos esa condición a la comunidad, diremos de una confluencia de culturas que convive, no de un crisol. Comunidad bataraza.

 

Plexo solar

 

Boaventura de Sousa Santos ha hablado del pensamiento abismal, que deja todo lo no occidental en un precipicio, invisible, y ha denunciado el “epistemicidio” producido en el Abya yala por la destrucción de modos de conocer, además de culturas enteras.

Silvia Rivera Cusicanqui y Victoria Santa Cruz coinciden, en distintos momentos, acerca de maneras de conocer que no son las de la razón, maneras menospreciadas.

En una entrevista de Verónica Gago, la investigadora Rivera Cusicanqui se refiere al pensar desde modos descentralizados. “Se trata de conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e hígado. Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el cosmos… La práctica de la huelga de hambre y la caminata durante días en una marcha multitudinaria tiene el valor del silencio y la generación de un ritmo y una respiración colectiva que actúan como verdadera performance”, sostiene Silvia, en contra del encumbramiento de la palabra y el logocentrismo.

La estudiosa Melisa Stocco resume el significado de taypi y ch’ixi: “un pensamiento encarnado en el cuerpo, no excluyente, en el que se entrelazan elementos en tensión, que trasvasa y a la vez sostiene, que deja fluir y a la vez visibiliza las múltiples memorias de nuestro continente”.

La investigadora y artista Victoria Santa Cruz, que era capaz de emanciparnos con su sola presencia, dice en una conversación con Marco Aurelio Denegri: “Desde el intelecto se colonizan ciertas partes del cuerpo y no se puede ser libre desde una colonización. Esto es conexión, conexión, la química del conocimiento es algo increíble”.

“La clave del ritmo, la clave de todo es el silencio. Silencio no es estar con la boca cerrada, es estar interiormente descubriendo ese mundo que es preciso conocer”.

“En el cuerpo humano existen secretos que no son del plano físico terrestre. Entonces, aquí no se habla de tiempo, por la sencilla razón de que ciertos aspectos del conocimiento según tu actitud suceden en un instante que hubieras necesitado treinta mil libros para leerlos, y jamás te van a decir la realidad. No es cuánto tiempo te tomó, sería mejor ponerlo en cuál es la actitud que tuviste que sostener para que eso se diera”.

“Hay una cosa importante que es el plexo solar… El real movimiento viene del plexo solar. Ese movimiento de danza de raíz africana es plexo solar”.

 

Patriarcado en jaque

 

En una visita a Córdoba, Rivera Cusicanqui sintetiza (la escuchamos en el periódico La Tinta) su mirada sobre la consolidación del patriarcado y su puesta en cuestión: “el patriarcado es parte de un complejo de centralizaciones. Se ha centralizado el conocimiento en Europa, se ha centralizado el derecho a la palabra y el derecho a pensar y teorizar y tenemos un logocentrismo eurocéntrico, y también se ha centralizado la noción de cultura y civilización, en el tejido cultural colonizador. Y nosotros tenemos civilizaciones y culturas que no han sido colonizadoras, más bien han sido colonizadas, entonces ya es hora de descentrar. El androcentrismo es parte de este complejo colonial, es parte del patriarcado, es un fenómeno planetario. Ahora, eso no indica un camino de homogeneización de las luchas femeninas, hay tantos feminismos como culturas y hay formas muy diferentes de ser mujer, según cada cultura. En México dicen ‘andar parejo’, o el chachawarmi (en el altiplano); hay formas de formular un ideal de convivencia y equilibrio que puede ser contencioso pero no supone borrar al otro y solamente privilegiar a uno de los polos”, aporta desde una perspectiva por ahí aguda, por ahí contemporizadora.

La argentina María Lugones ha desplegado inapreciables reflexiones en torno de esos feminismos diversos, habla de las debilidades del feminismo blanco, de sus encierros, su soledad, y de las “hembras no blancas, seres sin género”. Observa cuánto tiene de colonial el patriarcado y señala la interseccionalidad en el racismo, los agravantes ocultos. Aplicar esos conocimientos en las distintas sociedades urbanas y campesinas de Entre Ríos daría hondos resultados, sin dudas.  Y lo mismo estudiarlas (mirarnos) a la luz de las propuestas de Rivera Cusicanqui y Santa Cruz.

“El antropocentrismo –apunta Silvia- viene de la mano del androcentrismo, centralizar todo en el sujeto varón, y hacer que todo lo demás sean objetos. Pero además sujeto masculino, varón y humano. El único sujeto sería el humano. Ahora, gracias a una revolución epistemológica vinculada al surgimiento de movimientos indígenas estamos aprendiendo a reconocer que hay otros sujetos y que tienen derechos, que son los animales, las plantas, los ríos, los cerros, la Pacha. La Pachamama tiene derechos, incluso algunas constituciones de la boca para afuera reconocen derechos, pero creo que tomando en serio esto es por lo menos un intento de superar el antropocentrismo”. Para Silvia, hay un abismo entre la ley y la práctica, porque los gobiernos legislan y violan las leyes. “Se borra con el codo lo que se ha hecho con la mano”, afirma.

 

Chachawarmi

 

En Silvia Rivera Cusicanqui confluyen experiencias personales y grupales, saberes indígenas, toda una corriente descolonizadora, asambleas ecologistas, y una desconfianza de base frente a los poderes económicos, frente al Estado mismo y a la continuidad del europeísmo por diversas vías. “Seguir mirando a Europa es seguir apostando por una especie de suicidio colectivo”, asegura.

El portugués Boaventura de Sousa Santos conversa con esta boliviana para la difusión de ideas. Por ahí le señala que el territorio indígena puede ser considerado también en términos patriarcales y por eso ser un instrumento de dominación de las mujeres. Entonces le pregunta por el término chachawarmi (hombre-mujer, complementación), y se desata este diálogo, en el que Silvia grafica el feminismo como tejido. “Chachawarmi designa un ideal –dice-, una especie de modelo normativo. Que toda sociedad tiene que resolver de alguna manera el porqué y el cómo de la diferencia genital.  Chachawarmi es una de las posibles soluciones a esta diferencia, la complementariedad, la igualdad… Pero como tal ideal no se realiza, la sociedad trata de aproximarse, y hay luchas en torno del significado que van a permitir, o no, aproximarse. Eso no pasa con la apropiación estatal del término chachawarmi, o la apropiación sindical o masculina, que tienden a encubrir el patriarcalismo”.

Luego señala: “Yo planteaba la etnicidad ‘mapa’ como etnicidad masculina, y la etnicidad ‘tejido’ como etnicidad femenina, basada en la idea de una estructura bilateral de parentesco, donde hay cierto reparto de papeles, rituales, propiedad, etc.; pero a la vez hay un sistema de residencia patrilocal más dominante; entonces las mujeres de una comunidad han venido de otras comunidades, y tienen la capacidad de hablar con los de afuera, y seducir a los otros para incorporarlos… ellas se ocupan de conjurar la amenaza de disolución que significa el dinero, conjurar el malestar  que introduce el dinero, por eso son capaces de tejer alianzas con otros, con la otredad.  Eso hace que el tejido que proponen las mujeres sea mucho menos guerrero, más pedagógico, capaz de coexistir entre diferentes.  Eso está negado por la idea de chachawarmi. El chachawarmi es una forma de unanimidad forzada de las mujeres con la voz pública de los varones”.

-Pero chachawarmi no es necesariamente unanimidad –comenta Boaventura-; es más la complementariedad.

-No, pero es que cómo se ha interpretado todo eso, cómo se lo pone en práctica.  Ese es el problema –replica Silvia.

-Las feministas eurocéntricas –insiste Boaventura- quieren reunirse solitas, no quieren varones, o pocos, mientras que las indígenas de Ecuador que no se consideran feministas pero luchan por sus derechos dentro del concepto de chachawarmi, siempre en sus reuniones quieren que estén los varones. Les pregunté ‘por qué quieren los hombres acá’, la respuesta fue obvia: es que si no cambiamos los hombres no vamos a cambiar la sociedad.  Hablé eso con las feministas blancas y dijeron ‘quizá sea esto, o quizá las mujeres tiene miedo de reunirse solas porque después en la casa los hombres pueden golpearlas’, o no sé qué. Una visión etnocéntrica. Yo vi en el chachawarmi una potencialidad interesante de cambio conjunto.

-Pero si vas a la práctica cotidiana de las asambleas sindicales o de comunidad, en las asambleas mixtas las mujeres están calladas. Por eso –apunta Silvia- acá hacen las dos cosas: se reúnen solas, fortalecen sus puntos de vista, hablan entre ellas, luego se reúnen juntos, y son capaces de decirles, poner los puntos sobre las íes a los varones; hacen las dos cosas, potencian su propia voz colectiva para luego poder dialogar con los varones.

 

Sin mezclar todo

 

Rivera Cusicanqui: “me considero ch’ixi, y considero a ésta la traducción más adecuada de la mezcla abigarrada que somos las y los llamados mestizas y mestizos. La palabra ch’ixi tiene diversas connotaciones: es un color producto de la yuxtaposición, en pequeños puntos o manchas, de dos colores opuestos o contrastados: el blanco y el negro, el rojo y el verde, etc. Es ese gris jaspeado resultante de la mezcla imperceptible del blanco y el negro, que se confunden para la percepción sin nunca mezclarse del todo. La noción ch’ixi, como muchas otras obedece a la idea aymara de algo que es y no es a la vez, es decir, a la lógica del tercero incluido. Un color gris ch’ixi es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y también es negro, su contrario… Así como el allqamari (alcón) conjuga el blanco y el negro en simétrica perfección, lo ch’ixi conjuga el mundo indio con su opuesto, sin mezclarse nunca con él. Pero su heterónimo, chhixi, alude a su vez a la idea de mescolanza, de pérdida de sustancia y energía. Se dice chhixi de la leña que se quema muy rápido, de aquello que es blandengue y entremezclado. Corresponde entonces a esa noción de moda de la hibridación cultural ‘light’, conformista con la dominación cultural contemporánea”.

“La noción de identidad de las mujeres se asemeja al tejido –subraya Rivera Cusicanqui-. Lejos de establecer la propiedad y la jurisdicción de la autoridad de la nación –o pueblo, o autonomía indígena– la práctica femenina teje la trama de la interculturalidad a través de sus prácticas: como productora, comerciante, tejedora, ritualista, creadora de lenguajes y de símbolos capaces de seducir al ‘otro’ y establecer pactos de reciprocidad y convivencia entre diferentes. Esta labor seductora, aculturadora y envolvente de las mujeres permite complementar la patria-territorio con un tejido cultural dinámico, que despliega y se reproduce hasta abarcar los sectores fronterizos y mezclados –los sectores ch’ixi– que aportan con su visión de la responsabilidad personal, la privacidad y los derechos individuales asociados a la ciudadanía”.

 

Tercero incluido

 

El entrerriano Fortunato Calderón Correa trata la cuestión de la lógica trivalente en sus obras Luz y A la luz de la tradición eterna. “La lógica dual, basada en los principios de no contradicción, de identidad y del ‘tercero excluido’ parte de los opuestos y llega a los opuestos, no puede salir de la dualidad. Para superarla es preciso intuir directamente la unidad de los opuestos, ver que lo que parecía contradictorio en un nivel es complementario en otro que lo incluye”, dice el paranaense.

“Mientras el pensamiento occidental ‘clásico’ utiliza el principio lógico del ‘tercero excluido’, o sea el supuesto de que una cosa no puede ser sino verdadera o falsa, sin tercera posibilidad, el pensamiento andino se funda en lo que algunos han llamado una ‘lógica trivalente’ o ‘principio del tercero incluido’ en el sentido de que las cosas pueden ser, o bien verdaderas, o bien falsas, o bien inciertas. Mejor dicho, son a la vez verdaderas, falsas e inciertas. Son verdaderas en tanto se conforman a su propia naturaleza; son falsas en aquello que se apartan de la norma, y son inciertas en tanto que su existencia implica una modificación constante. Verdad, falsedad e incertidumbre se combinan en todas las proporciones posibles y están siempre presentes en todas las cosas”, agrega Calderón Correa.

Silvia Rivera Cusicanqui acepta la vinculación del sentido de ch’ixi (bataraz) con la sociedad abigarrada (multicolor) que decía el estudioso René Zavaleta, y no con la síntesis que pretende superar las tesis anteriores. “La noción de ‘hibridez’ propuesta por García Canclini es una metáfora genética, que connota esterilidad. La mula es una especie híbrida y no puede reproducirse. La hibridez asume la posibilidad de que, de la mezcla de dos diferentes, pueda salir un tercero completamente nuevo, una tercera raza o grupo social capaz de fusionar los rasgos de sus ancestros en una mezcla armónica y ante todo inédita. La noción de ch’ixi, por el contrario, equivale a la de ‘sociedad abigarrada’ de Zavaleta, y plantea la coexistencia en paralelo de múltiples diferencias culturales que no se funden, sino que antagonizan o se complementan. Cada una se reproduce a sí misma desde la profundidad del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa”.

“La metáfora del ch’ixi asume un ancestro doble y contencioso, negado por procesos de aculturación y ‘colonización del imaginario’, pero también potencialmente armónico y libre, a través de la liberación de nuestra mitad india ancestral y el desarrollo de formas dialogales de construcción de conocimientos”.

 

La han “tarreado”

 

En la lucha anticolonial que se libra en nuestro territorio desde los primeros años de la invasión europea, nuestros pueblos confían en el pachakuti, un cambio diametral en las relaciones, una inversión del orden.

Silvia Rivera Cusicanqui entiende que estamos en pleno proceso, le pone fecha a la consumación de esa revolución, y señala el protagonismo de la mujer. “Siento que estamos viviendo un pachakuti, sin dudas”, le dice Silvia a Boaventura. “Es un proceso a largo plazo. No es un momento, es un período. Yo considero que dura de 1992 a 2032”.

¿De dónde vienen esos números?, le pregunta el portugués. “El 32 porque los españoles han llegado aquí en 1532”.

En una entrevista con Ana Cacopardo, la periodista argentina le sugiere a Rivera Cusicanqui:

-Vos empezaste a buscar al hombre nuevo…

-No, a la mujer nueva, siempre –responde Silvia.

-¿Cómo es?

-Es que siempre el discurso del hombre nuevo me pareció un discurso pedagógico, que no afectaba la subjetividad. ‘Cuando lleguemos al poder va a haber un hombre nuevo’, una cosa proyectiva, ilusoria. Yo hablaba siempre de la utopía concreta.  Estoy en un universo de reivindicar el detalle, el fragmento, lo concreto. Desde mi práctica, y con una fe infinita en que habemos muchos en este mismo camino, con miles de diferencias y diversidades, pero que empatizamos, y me los encuentro a cada rato. Me las encuentro. 

-Me las encuentro –advierte Cacopardo, acentuando el artículo femenino.

-Cada vez más mujeres –subraya Silvia mientras muerde unas hojas de coca.

-Sí, claro, un signo hermoso de este tiempo –la anima Cacopardo.

-Es warmi pachakuti, no es un pachakuti cualquiera, es warmi pachakuti. Es el tiempo del darse la vuelta del logocentrismo, androcentrismo, todo el poder masculino que ¡ya! En dos mil años la han tarreado del todo, miren cómo está el planeta.

 

Recuperar memorias

 

Tarrear, en Bolivia, significa arruinar, destruir. Para Silvia Rivera Cusicanqui el patriarcado ha destruido las relaciones por miles de años, y es tiempo de warmi, de mujer.

No al colonialismo, no al falocentrismo, no al etnocentrismo, no al patriarcado, no al eurocentrismo, no al antropocentrismo,  no al logocentrismo, no al racismo, no al saqueo del capitalismo, no a la apropiación de los principios desde un Estado sobornador y reproductor del sistema colonial; no a los intereses políticos que procuran seducir al indianismo con palmadas en la espalda mientras reproducen eurocentrismo, no a las arbitrariedades y la  hipocresía del poder, no a las categorías establecidas por el macho blanco occidental, no a la burocracia y las exquisiteces académicas. Sí a la descentralización, sí a la Pachamama, sí a las redes, sí a la oralidad, sí a la identificación como proceso más que ese “tatuaje” llamado identidad; sí al reverdecer de las comunidades indígenas y las asambleas, sí a la recuperación de las memorias. Qué mundo ese que escucha y cultiva Rivera Cusicanqui, qué mundo el que atravesó y alumbró Victoria Santa Cruz. La humanidad ya no puede ignorar los saberes antiguos y vigentes que hoy conviven y prometen, en nuestro territorio. Conviven, y qué bien lucen, como los colores abigarrados en la bataraza.

 

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