Ch’ixi es bataraz (Unidos pero no amontonados)
Uno de los
testimonios más vibrantes de nuestra vida para despabilarnos en el Abya yala (América)
está grabado felizmente en la voz, la sonoridad, los gestos, el carácter, el
color de Victoria Santa Cruz.
El color de su piel,
de su danza, el color de su temperamento. Ella supo traducir la rabia en
poesía, supo comprender y transmitir. Ella podía resumir diez tomos en dos
frases y una sonrisa.
Cuántas sucumbieron,
por mujeres, por negras, al racismo y quizá naturalizaron la servidumbre. Algo
en Victoria le permitió romper, volar, liberarse del encierro del odio, y
alumbrarnos a todos con su alegría, su gracia, sus saberes, su vitalidad única.
Liberarse y liberarnos. “Neeegro tiene que ser liiibre como un cimarrón”. Una
vitalidad que se complementa, claro, con la de su talentoso hermano Nicomedes,
siempre en nuestro corazón. “Ritmos de la esclavitud/ contra amarguras y penas/
al compás de las cadenas/ ritmos negros del Perú”.
Victoria y Silvia
Infinito nuestro
agradecimiento a personas como la maestra Victoria Santa Cruz. No es el
individuo tal vez el que habla por su boca, es toda la humanidad torturada por
la altanería de unos pocos poderosos, y es la humanidad que responde con un
despliegue de arte.
El racismo por color,
por etnia, el racismo contra el africano, contra la africana, contra las
mujeres y los hombres del Abya yala, los indígenas de nuestro continente,
continúa en pleno siglo XXI por vías diversas. Algunas clásicas como el tono de
la piel, que llevó a cientos de italianos a incomodar en la cancha al
futbolista Mario Balotelli, hijo de inmigrantes de Ghana, como ocurrió hace un
par de años en Buenos Aires con el colombiano Frank Fabra.
Otras vías van por el
desarraigo de millones expuestos a los embates del hacinamiento, con anuencia
del Estado. Otras quedan a la vista en las violaciones y los femicidios, y en
los variados y creativos modos de discriminación por razones de género.
La prevalencia del
macho por encima de todo, la prevalencia del europeo por encima de todo, del
blanco, del rico, y la prevalencia del ser humano por encima de todo, han dado
como resultado una jerarquización perversa que se mide en destrucción.
Pero ahí está Victoria
Santa Cruz para despertarnos desde una energía vital propia, capaz de recuperar
lo afro en nosotros, la selva en nosotros, la montaña en nosotros.
Sabía como pocos de
lo afro-abyayala, que ella amaba como amaba las culturas indígenas. “Adoro las
expresiones de la sierra. Dicen que mi
padre contaba que nosotros venimos de una familia de Bolivia, de un indio
boliviano y una negra africana”, contó cierta vez la peruana.
La prevalencia del
macho, pero ahí está la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, siempre en la
resistencia, cuidándose de caer en comodidades.
Silvia se mueve en
las academias como pez en el agua y cuestiona los academicismos. Bebe en las
fuentes decoloniales y reprueba las jergas elitistas y la cultura del libro que
no encarna. Socióloga, se llama sochóloga como una burla a los que quisieron
descalificarla por cultivar el carácter de las cholas, cuando ella,
precisamente, quiere ser lo que en el fondo es: una chola, “mestiza” y sin
necesidad de mezclar los tantos.
Como la gallina
La lechuza es
bataraza y el tero picazo overo, dice el refrán popular cultivado por Marcelino
Román y por Linares Cardozo en Entre Ríos. En cualquier caso, se trata de
combinaciones diversas de dos o más colores. Tobiano, diríamos también. Pero
nos enfocamos muy especialmente en la expresión bataraz, bataraza, porque
cuadra con el ch’ixi (cheje) que ha inspirado a Silvia Rivera Cusicanqui, y
representa la convivencia de colores bien repartidos sin diluirse, es decir:
cada cual con su condición al lado del otro.
En una visita a la
Argentina, la pensadora explicó que la idea de lo ch’ixi (cheje) está “anclada
en una metáfora que un escultor aymara me contó en los años ‘90, cuando hacía
un video sobre su trabajo. Él planteaba que ch’ixi es un gris hecho de puntos
negros y blancos, manchas de colores opuestos que se yuxtaponen. Pero él
asociaba esto a ciertos animales y ciertas piedras. El animal emblemático, la
serpiente de Katari es por excelencia un animal ch’ixi, porque está arriba y a
la vez abajo, es una energía que puede transformarse en rayo o en veta de
metal. Además él dice ‘estos animales nos ayudan a defendernos de la maldad del
enemigo’ y eso se traduce también metafóricamente en el uso de la k’orawa, que
es la honda indígena hecha de hilos negros y blancos, torcidos al revés como
para revertir la energía de la maldad que amenaza a las sociedades indígenas.
El haber recuperado esas palabras es un ejercicio de soberanía”.
No binaries
Bataraz, voz derivada
del guaraní mbatará, significa overo, con puntos blancos y grises,
principalmente en el plumaje de las aves. (No encontramos la palabra en
diccionarios antiguos como el de Montoya o el de Cadogan, pero sí se afirma esa
etimología en otras fuentes).
Algunas gallinas, el
inambú (perdiz), la lechuza, algunos pájaros carpinteros, tienen plumaje
bataraz. Las plumas no están mezcladas, cada cual preserva su color.
Ch’ixi refiere a lo
unido pero no amontonado, lo junto y no apelmazado, lo que es esto y aquello y
lo otro a la vez, lo complementario.
En las reivindicaciones
de la libertad de género hablamos en estos días de “no binaries”, es decir:
aquellas personas que son una cosa y la otra a la vez, que rompen cánones, que
no se ciñen a estructuras culturales heredadas. Y bien: no binarie es bataraz,
es ch’ixi en el individuo. Si trasladamos esa condición a la comunidad, diremos
de una confluencia de culturas que convive, no de un crisol. Comunidad
bataraza.
Plexo solar
Boaventura de Sousa
Santos ha hablado del pensamiento abismal, que deja todo lo no occidental en un
precipicio, invisible, y ha denunciado el “epistemicidio” producido en el Abya
yala por la destrucción de modos de conocer, además de culturas enteras.
Silvia Rivera
Cusicanqui y Victoria Santa Cruz coinciden, en distintos momentos, acerca de
maneras de conocer que no son las de la razón, maneras menospreciadas.
En una entrevista de
Verónica Gago, la investigadora Rivera Cusicanqui se refiere al pensar desde
modos descentralizados. “Se trata de
conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e hígado.
Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el cosmos…
La práctica de la huelga de hambre y la caminata durante días en una marcha
multitudinaria tiene el valor del silencio y la generación de un ritmo y una
respiración colectiva que actúan como verdadera performance”, sostiene Silvia,
en contra del encumbramiento de la palabra y el logocentrismo.
La estudiosa Melisa
Stocco resume el significado de taypi y ch’ixi: “un pensamiento encarnado en el
cuerpo, no excluyente, en el que se entrelazan elementos en tensión, que
trasvasa y a la vez sostiene, que deja fluir y a la vez visibiliza las
múltiples memorias de nuestro continente”.
La investigadora y artista
Victoria Santa Cruz, que era capaz de emanciparnos con su sola presencia, dice
en una conversación con Marco Aurelio Denegri: “Desde el intelecto se colonizan
ciertas partes del cuerpo y no se puede ser libre desde una colonización. Esto
es conexión, conexión, la química del conocimiento es algo increíble”.
“La clave del ritmo,
la clave de todo es el silencio. Silencio no es estar con la boca cerrada, es
estar interiormente descubriendo ese mundo que es preciso conocer”.
“En el cuerpo humano
existen secretos que no son del plano físico terrestre. Entonces, aquí no se
habla de tiempo, por la sencilla razón de que ciertos aspectos del conocimiento
según tu actitud suceden en un instante que hubieras necesitado treinta mil
libros para leerlos, y jamás te van a decir la realidad. No es cuánto tiempo te
tomó, sería mejor ponerlo en cuál es la actitud que tuviste que sostener para
que eso se diera”.
“Hay una cosa
importante que es el plexo solar… El real movimiento viene del plexo solar. Ese
movimiento de danza de raíz africana es plexo solar”.
Patriarcado en jaque
En una visita a
Córdoba, Rivera Cusicanqui sintetiza (la escuchamos en el periódico La Tinta)
su mirada sobre la consolidación del patriarcado y su puesta en cuestión: “el
patriarcado es parte de un complejo de centralizaciones. Se ha centralizado el
conocimiento en Europa, se ha centralizado el derecho a la palabra y el derecho
a pensar y teorizar y tenemos un logocentrismo eurocéntrico, y también se ha
centralizado la noción de cultura y civilización, en el tejido cultural
colonizador. Y nosotros tenemos civilizaciones y culturas que no han sido
colonizadoras, más bien han sido colonizadas, entonces ya es hora de
descentrar. El androcentrismo es parte de este complejo colonial, es parte del
patriarcado, es un fenómeno planetario. Ahora, eso no indica un camino de
homogeneización de las luchas femeninas, hay tantos feminismos como culturas y
hay formas muy diferentes de ser mujer, según cada cultura. En México dicen
‘andar parejo’, o el chachawarmi (en el altiplano); hay formas de formular un
ideal de convivencia y equilibrio que puede ser contencioso pero no supone
borrar al otro y solamente privilegiar a uno de los polos”, aporta desde una
perspectiva por ahí aguda, por ahí contemporizadora.
La argentina María
Lugones ha desplegado inapreciables reflexiones en torno de esos feminismos
diversos, habla de las debilidades del feminismo blanco, de sus encierros, su
soledad, y de las “hembras no blancas, seres sin género”. Observa cuánto tiene
de colonial el patriarcado y señala la interseccionalidad en el racismo, los
agravantes ocultos. Aplicar esos conocimientos en las distintas sociedades
urbanas y campesinas de Entre Ríos daría hondos resultados, sin dudas. Y lo mismo estudiarlas (mirarnos) a la luz de
las propuestas de Rivera Cusicanqui y Santa Cruz.
“El antropocentrismo
–apunta Silvia- viene de la mano del androcentrismo, centralizar todo en el
sujeto varón, y hacer que todo lo demás sean objetos. Pero además sujeto
masculino, varón y humano. El único sujeto sería el humano. Ahora, gracias a
una revolución epistemológica vinculada al surgimiento de movimientos indígenas
estamos aprendiendo a reconocer que hay otros sujetos y que tienen derechos,
que son los animales, las plantas, los ríos, los cerros, la Pacha. La Pachamama
tiene derechos, incluso algunas constituciones de la boca para afuera reconocen
derechos, pero creo que tomando en serio esto es por lo menos un intento de
superar el antropocentrismo”. Para Silvia, hay un abismo entre la ley y la
práctica, porque los gobiernos legislan y violan las leyes. “Se borra con el
codo lo que se ha hecho con la mano”, afirma.
Chachawarmi
En Silvia Rivera
Cusicanqui confluyen experiencias personales y grupales, saberes indígenas,
toda una corriente descolonizadora, asambleas ecologistas, y una desconfianza
de base frente a los poderes económicos, frente al Estado mismo y a la
continuidad del europeísmo por diversas vías. “Seguir mirando a Europa es
seguir apostando por una especie de suicidio colectivo”, asegura.
El portugués
Boaventura de Sousa Santos conversa con esta boliviana para la difusión de
ideas. Por ahí le señala que el territorio indígena puede ser considerado
también en términos patriarcales y por eso ser un instrumento de dominación de
las mujeres. Entonces le pregunta por el término chachawarmi (hombre-mujer,
complementación), y se desata este diálogo, en el que Silvia grafica el
feminismo como tejido. “Chachawarmi designa un ideal –dice-, una especie de
modelo normativo. Que toda sociedad tiene que resolver de alguna manera el
porqué y el cómo de la diferencia genital.
Chachawarmi es una de las posibles soluciones a esta diferencia, la
complementariedad, la igualdad… Pero como tal ideal no se realiza, la sociedad
trata de aproximarse, y hay luchas en torno del significado que van a permitir,
o no, aproximarse. Eso no pasa con la apropiación estatal del término
chachawarmi, o la apropiación sindical o masculina, que tienden a encubrir el
patriarcalismo”.
Luego señala: “Yo
planteaba la etnicidad ‘mapa’ como etnicidad masculina, y la etnicidad ‘tejido’
como etnicidad femenina, basada en la idea de una estructura bilateral de
parentesco, donde hay cierto reparto de papeles, rituales, propiedad, etc.;
pero a la vez hay un sistema de residencia patrilocal más dominante; entonces
las mujeres de una comunidad han venido de otras comunidades, y tienen la
capacidad de hablar con los de afuera, y seducir a los otros para
incorporarlos… ellas se ocupan de conjurar la amenaza de disolución que
significa el dinero, conjurar el malestar
que introduce el dinero, por eso son capaces de tejer alianzas con
otros, con la otredad. Eso hace que el
tejido que proponen las mujeres sea mucho menos guerrero, más pedagógico, capaz
de coexistir entre diferentes. Eso está
negado por la idea de chachawarmi. El chachawarmi es una forma de unanimidad
forzada de las mujeres con la voz pública de los varones”.
-Pero chachawarmi no
es necesariamente unanimidad –comenta Boaventura-; es más la complementariedad.
-No, pero es que cómo
se ha interpretado todo eso, cómo se lo pone en práctica. Ese es el problema –replica Silvia.
-Las feministas
eurocéntricas –insiste Boaventura- quieren reunirse solitas, no quieren
varones, o pocos, mientras que las indígenas de Ecuador que no se consideran
feministas pero luchan por sus derechos dentro del concepto de chachawarmi,
siempre en sus reuniones quieren que estén los varones. Les pregunté ‘por qué
quieren los hombres acá’, la respuesta fue obvia: es que si no cambiamos los
hombres no vamos a cambiar la sociedad.
Hablé eso con las feministas blancas y dijeron ‘quizá sea esto, o quizá
las mujeres tiene miedo de reunirse solas porque después en la casa los hombres
pueden golpearlas’, o no sé qué. Una visión etnocéntrica. Yo vi en el
chachawarmi una potencialidad interesante de cambio conjunto.
-Pero si vas a la
práctica cotidiana de las asambleas sindicales o de comunidad, en las asambleas
mixtas las mujeres están calladas. Por eso –apunta Silvia- acá hacen las dos
cosas: se reúnen solas, fortalecen sus puntos de vista, hablan entre ellas,
luego se reúnen juntos, y son capaces de decirles, poner los puntos sobre las
íes a los varones; hacen las dos cosas, potencian su propia voz colectiva para
luego poder dialogar con los varones.
Sin mezclar todo
Rivera Cusicanqui:
“me considero ch’ixi, y considero a ésta la traducción más adecuada de la
mezcla abigarrada que somos las y los llamados mestizas y mestizos. La palabra
ch’ixi tiene diversas connotaciones: es un color producto de la yuxtaposición,
en pequeños puntos o manchas, de dos colores opuestos o contrastados: el blanco
y el negro, el rojo y el verde, etc. Es ese gris jaspeado resultante de la
mezcla imperceptible del blanco y el negro, que se confunden para la percepción
sin nunca mezclarse del todo. La noción ch’ixi, como muchas otras obedece a la
idea aymara de algo que es y no es a la vez, es decir, a la lógica del tercero
incluido. Un color gris ch’ixi es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y también
es negro, su contrario… Así como el allqamari (alcón) conjuga el blanco y el
negro en simétrica perfección, lo ch’ixi conjuga el mundo indio con su opuesto,
sin mezclarse nunca con él. Pero su heterónimo, chhixi, alude a su vez a la
idea de mescolanza, de pérdida de sustancia y energía. Se dice chhixi de la
leña que se quema muy rápido, de aquello que es blandengue y entremezclado.
Corresponde entonces a esa noción de moda de la hibridación cultural ‘light’,
conformista con la dominación cultural contemporánea”.
“La noción de
identidad de las mujeres se asemeja al tejido –subraya Rivera Cusicanqui-.
Lejos de establecer la propiedad y la jurisdicción de la autoridad de la nación
–o pueblo, o autonomía indígena– la práctica femenina teje la trama de la interculturalidad
a través de sus prácticas: como productora, comerciante, tejedora, ritualista,
creadora de lenguajes y de símbolos capaces de seducir al ‘otro’ y establecer
pactos de reciprocidad y convivencia entre diferentes. Esta labor seductora, aculturadora
y envolvente de las mujeres permite complementar la patria-territorio con un
tejido cultural dinámico, que despliega y se reproduce hasta abarcar los
sectores fronterizos y mezclados –los sectores ch’ixi– que aportan con su
visión de la responsabilidad personal, la privacidad y los derechos
individuales asociados a la ciudadanía”.
Tercero incluido
El entrerriano
Fortunato Calderón Correa trata la cuestión de la lógica trivalente en sus
obras Luz y A la luz de la tradición eterna. “La lógica dual, basada en los
principios de no contradicción, de identidad y del ‘tercero excluido’ parte de
los opuestos y llega a los opuestos, no puede salir de la dualidad. Para
superarla es preciso intuir directamente la unidad de los opuestos, ver que lo
que parecía contradictorio en un nivel es complementario en otro que lo
incluye”, dice el paranaense.
“Mientras el pensamiento occidental ‘clásico’
utiliza el principio lógico del ‘tercero excluido’, o sea el supuesto de que
una cosa no puede ser sino verdadera o falsa, sin tercera posibilidad, el
pensamiento andino se funda en lo que algunos han llamado una ‘lógica
trivalente’ o ‘principio del tercero incluido’ en el sentido de que las cosas
pueden ser, o bien verdaderas, o bien falsas, o bien inciertas. Mejor dicho,
son a la vez verdaderas, falsas e inciertas. Son verdaderas en tanto se
conforman a su propia naturaleza; son falsas en aquello que se apartan de la
norma, y son inciertas en tanto que su existencia implica una modificación
constante. Verdad, falsedad e incertidumbre se combinan en todas las
proporciones posibles y están siempre presentes en todas las cosas”, agrega
Calderón Correa.
Silvia Rivera Cusicanqui acepta la vinculación del
sentido de ch’ixi (bataraz) con la sociedad abigarrada (multicolor) que decía
el estudioso René Zavaleta, y no con la síntesis que pretende superar las tesis
anteriores. “La noción de ‘hibridez’ propuesta por García
Canclini es una metáfora genética, que connota esterilidad. La mula es una
especie híbrida y no puede reproducirse. La hibridez asume la posibilidad de
que, de la mezcla de dos diferentes, pueda salir un tercero completamente
nuevo, una tercera raza o grupo social capaz de fusionar los rasgos de sus
ancestros en una mezcla armónica y ante todo inédita. La noción de ch’ixi, por
el contrario, equivale a la de ‘sociedad abigarrada’ de Zavaleta, y plantea la
coexistencia en paralelo de múltiples diferencias culturales que no se funden,
sino que antagonizan o se complementan. Cada una se reproduce a sí misma desde
la profundidad del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa”.
“La metáfora del
ch’ixi asume un ancestro doble y contencioso, negado por procesos de
aculturación y ‘colonización del imaginario’, pero también potencialmente
armónico y libre, a través de la liberación de nuestra mitad india ancestral y
el desarrollo de formas dialogales de construcción de conocimientos”.
La han “tarreado”
En la lucha
anticolonial que se libra en nuestro territorio desde los primeros años de la
invasión europea, nuestros pueblos confían en el pachakuti, un cambio diametral
en las relaciones, una inversión del orden.
Silvia Rivera
Cusicanqui entiende que estamos en pleno proceso, le pone fecha a la
consumación de esa revolución, y señala el protagonismo de la mujer. “Siento
que estamos viviendo un pachakuti, sin dudas”, le dice Silvia a Boaventura. “Es
un proceso a largo plazo. No es un momento, es un período. Yo considero que
dura de 1992 a 2032”.
¿De dónde vienen esos
números?, le pregunta el portugués. “El 32 porque los españoles han llegado
aquí en 1532”.
En una entrevista con
Ana Cacopardo, la periodista argentina le sugiere a Rivera Cusicanqui:
-Vos empezaste a
buscar al hombre nuevo…
-No, a la mujer
nueva, siempre –responde Silvia.
-¿Cómo es?
-Es que siempre el
discurso del hombre nuevo me pareció un discurso pedagógico, que no afectaba la
subjetividad. ‘Cuando lleguemos al poder va a haber un hombre nuevo’, una cosa
proyectiva, ilusoria. Yo hablaba siempre de la utopía concreta. Estoy en un universo de reivindicar el
detalle, el fragmento, lo concreto. Desde mi práctica, y con una fe infinita en
que habemos muchos en este mismo camino, con miles de diferencias y
diversidades, pero que empatizamos, y me los encuentro a cada rato. Me las
encuentro.
-Me las encuentro –advierte Cacopardo, acentuando el artículo femenino.
-Cada vez más mujeres
–subraya Silvia mientras muerde unas hojas de coca.
-Sí, claro, un signo hermoso de este tiempo –la anima Cacopardo.
-Es warmi pachakuti,
no es un pachakuti cualquiera, es warmi pachakuti. Es el tiempo del darse la
vuelta del logocentrismo, androcentrismo, todo el poder masculino que ¡ya! En
dos mil años la han tarreado del todo, miren cómo está el planeta.
Recuperar memorias
Tarrear, en Bolivia,
significa arruinar, destruir. Para Silvia Rivera Cusicanqui el patriarcado ha
destruido las relaciones por miles de años, y es tiempo de warmi, de mujer.
No al colonialismo,
no al falocentrismo, no al etnocentrismo, no al patriarcado, no al
eurocentrismo, no al antropocentrismo,
no al logocentrismo, no al racismo, no al saqueo del capitalismo, no a
la apropiación de los principios desde un Estado sobornador y reproductor del
sistema colonial; no a los intereses políticos que procuran seducir al
indianismo con palmadas en la espalda mientras reproducen eurocentrismo, no a
las arbitrariedades y la hipocresía del
poder, no a las categorías establecidas por el macho blanco occidental, no a la
burocracia y las exquisiteces académicas. Sí a la descentralización, sí a la
Pachamama, sí a las redes, sí a la oralidad, sí a la identificación como
proceso más que ese “tatuaje” llamado identidad; sí al reverdecer de las
comunidades indígenas y las asambleas, sí a la recuperación de las memorias.
Qué mundo ese que escucha y cultiva Rivera Cusicanqui, qué mundo el que
atravesó y alumbró Victoria Santa Cruz. La humanidad ya no puede ignorar los
saberes antiguos y vigentes que hoy conviven y prometen, en nuestro territorio.
Conviven, y qué bien lucen, como los colores abigarrados en la bataraza.