Jubileo del tekohá: recuperar el tejido artesanal de la vida
Quebrar el sistema con una vuelta a la comunidad y a los saberes del Abya yala para que las familias se desarrollen a salvo del saqueo, la contaminación y el amontonamiento enfermizos. Singular sincretismo entre culturas antiguas de distintos continentes, con un retorno del ser humano a la armonía en la Pachamama. Recuperación de la soberanía particular de los pueblos, la minga, el jopói, el ñanderekó, con alegorías sobre los suelos arcillosos de Entre Ríos.
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El proceso de
destierro que sufren las mujeres y los hombres de Entre Ríos es un flagelo
repetido y naturalizado por décadas, con efectos dañinos potenciados en la
Argentina por el hacinamiento de millones expuestos a enfermedades en sinergia.
Muchos de sus protagonistas son víctimas de un tipo de racismo por desarraigo y amontonamiento, en la paulatina
destrucción de la sociedad campesina y la sociedad urbana, dos caras del mismo
fenómeno de expulsión y aglomeración.
Visualizamos un
quiebre del sistema con un jubileo del
tekohá, opción extraordinaria para devolver a la biodiversidad (y en ella a
las familias humanas) otra oportunidad. Para ello, nos enfocamos en la relación
del ser humano con la Pachamama (madre tierra en equilibrio), el suelo, el
resto de la naturaleza, el trabajo y los alimentos, recuperando tradiciones
comunitarias, símbolos, conocimientos y modos que el sistema menospreció por
siglos. La ausencia de la Pachamama en constituciones, programas, cátedras, o
su menosprecio ha facilitado la desviación fatal de considerar la tierra como
una mercancía; los alimentos como un negocio.
En nuestra región
confluyen actitudes para la vida comunitaria y la armonía en el ambiente,
lecturas en torno del jubileo, medidas políticas clave sobre la tenencia y el
uso de la tierra (Rocamora, Artigas), denuncias reiteradas a través de los años
contra la concentración de las propiedades y el destierro (economistas,
historiadores, escritores), y una condición particular de los suelos
arcillosos, que sugiere una rotación natural llamando a la emancipación.
Efectos devastadores
Lejos de resignarnos al sistema, diremos que los desterrados pueden
volver a respirar con el amanecer; el sol negado por generaciones nos llama una
y otra vez, cada día, a sanar las heridas del éxodo, los males del
hacinamiento.
Para muchos, el sol fue quitado de su cielo para quedar flotando sin
sentido en la bandera.
En Entre Ríos hay paisajes extraordinarios sin caminos de acceso, y en
las antípodas, barrios con familias amontonadas, expuestas a un montón de ataques
en sinergia.
La tradición del vivir bien y bello en el litoral exige un lugar
adecuado, un espacio, una trama en la naturaleza. El tekohá es un hogar, como un tejido artesanal donde no faltan
fibras del monte, el río, los trinos, la historia familiar, el trabajo, los
oficios; fibras del arte, la fiesta, las relaciones comunitarias, el trabajo
comunitario, la colaboración para los alimentos.
La economía llamada “de escala” es discutible en términos de
producción pero son devastadores sus efectos en el necesario equilibrio
poblacional y los lazos comunitarios. En vez de revertir la macrocefalia
argentina, fuente de tantos disgustos, la ha acentuado. Hoy ya no podemos mirar
el vacío del campo sin ver el repleto del barrio, dos caras del mismo fenómeno.
Jubileo pagano
Jubileo es una suerte de indulgencia mutua, colectiva; el tekohá
guaraní equivale a comunidad en la naturaleza, ni individualista ni extirpada
del entorno. Huelga decir que la confluencia de las dos voces, en “jubileo del
tekohá”, encuentra fuentes que se pierden en el fondo de los tiempos, de
culturas milenarias con herederos, hoy, en nuestro territorio.
Al contrario de lo que podría suponerse, el origen de los roces, la
fricción, debe buscarse en el individualismo y no en el estar juntos. El
individualismo choca, la comunidad en cambio tiene sus aceites y acolchados. El
individualismo amontona, compite, uniforma; la comunidad sostiene la unidad en
la diversidad, y el tekohá, en la biodiversidad.
Entendemos aquí la voz “jubileo” como un tiempo de regreso de los expulsados y sus familias al pago; tiempo
de cultivo y reproducción del tekohá, restitución de los espacios sociales
dentro de la naturaleza, valoración de
los emprendimientos comunitarios, liberación de las ataduras del amontonamiento
enfermizo, recuperación de los lazos vecinales, con las connotaciones festivas
propias del reencuentro. Un año en que la sociedad rompe los candados de la
esperanza, reconoce que es el sistema el que ha expulsado a miles y así
aliviana en los excluidos y desterrados el peso de la culpa individual o
familiar, promoviendo un círculo virtuoso que beneficia a todos.
Este jubileo no se ciñe a la acepción
religiosa original, es pagano pero tampoco rechaza el aire de descanso,
meditación, perdón recíproco, tolerancia, hermandad, que esa voz sopla. Muchas
culturas del mundo comparten la inquietud central, en pleno siglo XXI, por la
destrucción de la naturaleza y eso está bien marcado en la encíclica Laudato
Si’ del papa Francisco como en decálogo de Evo Morales ante las Naciones
Unidas. (Ver recuadro aparte)
Jubileo apela a la serena reflexión, a la
conciencia de lo mucho que ignoramos como para sostener una condena eterna
contra las y los desfavorecidos, en este caso los que se marcharon a las villas
de las ciudades entrerrianas más pobladas, o cruzaron los límites del litoral
para engrosar el conurbano bonaerense, es decir: las y los que perdieron el
territorio.
Jubileo se comprende mejor desde el amor y la
verdad, cuando las normas comunes garantizan supuestos títulos y derechos pero
se presentan incapaces de ofrecer respuestas integrales. Por eso no funcionará
el jubileo sin el ejercicio de la clemencia, y no sólo con los desposeídos sino
con la comunidad entera porque somos nosotros, todos, los extraviados.
Para comprender la necesidad del jubileo
debemos, primero, diagnosticar un estado de excepción, tras décadas de acumular
problemas y no hallar respuestas. Y esos problemas se llaman desarraigo masivo,
destierro masivo, hacinamiento masivo, fragmentación, racismo. Claro, es otro
tipo de racismo que el mismo Estado oculta porque es cómplice, sino ejecutor.
La iniciativa sintoniza con los llamados de
nuestras culturas originarias del Abya yala a la armonía con la naturaleza y el consenso, con la certeza de
que en la competencia, la pelea, el encierro y la división unos ganan y otros
pierden, en una disputa sin fin, con acciones y reacciones proporcionales
encadenadas.
El jubileo reclama un estado de conciencia en
el que la comunidad admite un error que ha involucrado a muchos, con efectos
dañinos sobre muchos, y en vez de agotar sus energías buscando responsables o
tratando de acelerar medidas reparadoras como parches, se sienta, escucha, deja
que mande el silencio reparador. Sabiendo que el jubileo incuba una suerte de
contrasentido, como una amnistía para los inocentes.
Con asumir la necesidad del jubileo del tekohá, los que padecen el
desarraigo, los disociados del territorio, se sabrán protagonistas de una
marcha de retorno al paisaje. Al modo de los peregrinos hacia la “tierra sin
mal” que, en nuestro caso, es el lugar donde la comunidad pueda desplegar, nada
menos, sus condiciones, sus sueños, sin discriminaciones negativas. Retorno sostenible, repatriación,
“rematriación”, como una necesaria ejecución del proceso de independencia que
había resultado inconcluso, y un decidido paso decolonial.
Alegría del trabajo
¿Por qué ahora? Porque hoy conocemos mejor:
el destierro y el posterior hacinamiento de miles (macrocefalia); algunas
causas y algunos efectos de esos males; las luchas de resistencia de nuestros
pueblos (charrúas, guaraníes, aymaras, mapuches, criollos, etc); las luchas por
la emancipación (como el artiguismo) ocultadas o tergiversadas por la historia más difundida; la cosmovisión común
de nuestros pueblos (vivir bien, Pachamama); la conciencia ecológica; conocemos
la conciencia sobre las limitaciones del crecimiento económico y el engaño del
capitalismo; la conciencia sobre las limitaciones del Estado; el movimiento
decolonial no eurocentrado; y la organización de los excluidos (piqueteros,
asambleas, empresas recuperadas, campesinos, etc). La sinfonía de esas notas
bien afinadas transparenta el problema del territorio y los alimentos.
Jubileo del tekohá porque en este caso nos referimos a la necesidad de un
equilibrio en la densidad demográfica, y de espacios adecuados para la vida de
las comunidades humanas, al tiempo que preservamos corredores de biodiversidad
intocables. Claro, corredores de biodiversidad, si ya sabemos que las reservas
actuales son, miradas a largo plazo, un placebo, porque condenan a las especies
a la extinción.
Volver no es repetir. En este aporte
(expuesto en parte en las Jornadas de estudios socioeconómicos del litoral, de
la UNER) nos proponemos subrayar la alegría del trabajo comunitario y en
relación armónica con la naturaleza (basados no en un estudio desde el
escritorio sino en saberes milenarios de este suelo, que se abren cuando
mostramos disposición a escucharlos). Y queremos rescatar, o mejor, señalar
cómo siguen vivas las tradiciones de reciprocidad y complementariedad, que son
las bases de ese otro mundo que el sistema quiere sepultar definitivamente, y
no puede.
Suelos revolcados
Evaluamos la posibilidad de una vuelta de la mirada, y también del
cuerpo, a la tierra, con fundamentos en nuestra propia cultura. Y empezamos con
una metáfora muy sugerente, que nos regalan los suelos entrerrianos, arcillosos
en su mayor parte. Los llaman “vertisoles”, es decir, invertidos, revueltos,
constituidos por granos finos con predominio de montmorillonita. El agua los
expande y con la seca responden a la manera de un jabón: se rajan. En esas
crisis que provoca la seca ocurre un fenómeno pleno de mensajes para la vida:
las profundas grietas del suelo dejan que las capas superiores caigan en
pequeños abismos. El viento y las pezuñas acompañan esa mezcla. Cuando todo el
sistema se humecta con las lluvias, vuelve a hincharse pero la masa ya no es la
misma: lo de arriba está abajo; lo de abajo, arriba. Hay en el suelo de los
panzaverdes una suerte de jubileo que se repite, lo dicta el libro de la
naturaleza.
Esa plasticidad que pudieron aprovechar por siglos los alfareros
orilleros, hoy nos sugiere otras respuestas para modelarnos. Las arcillas se
baten, y resulta que los que estaban últimos pueden ser los primeros (si
queremos ver la alegoría). Nada como los suelos vérticos, la greda negra, para
convencernos de la vida propia de la tierra. Los expertos dicen “capa activa”.
Vertisol tiene origen en voces latinas y significa “con fuerte tendencia a
girar”, a darse vuelta (vertere), a revolverse, revolcarse.
Grieta = cielo
Las definiciones de grieta, hendija, se
refieren a un sólido afectado por un corte. Para las academias, y también para
los hablantes, la grieta es una hendidura, una raja. Aquí proponemos mirar la
grieta como una recuperación del cielo. Estamos ante lo permanente que vuelve a
manifestarse ante la fragilidad de lo que parecía sólido.
Somos una región sedimentaria, un plato
colmado de polvos. Hallamos vestigios del antiguo mundo marino del mar
Entrerriense a veces al ras del piso (en Paraná, por caso, miremos las
barranquitas en la costanera alta y hacia el túnel subfluvial); a veces los
restos de ostras están a cuatro metros de profundidad y en algunas zonas a
mayor hondura, a decenas de metros. Pero digamos esto: las arcillas, las
arenas, fueron ocupando lo que para un argyrosaurus (lagarto de plata) de hace
100 millones de años era el cielo. Entonces cabe preguntarse si en las grietas
no recupera el cielo su lugar.
Grietas: lo que a primera vista se diría
transitorio y efímero puede ser lo que está y queda; puede ser un lugar.
Desde otro ángulo, diremos que la grieta
puede mostrarnos los saberes y modos que el eurocentrismo colonial deja en un
abismo, como sugiere Boaventura de Sousa al referirse al pensamiento abismal.
Todo lo que no es de la metrópolis queda en el desprecio. Quizá de esa grieta
podamos tomar, pues, lo que no se ve en la superficie, lo ocultado, todo
aquello que nos distancia del entorno, lo que nos separa de saberes
ancestrales. Quizá la grieta sea la fuente de la mirada integral, contra los
compartimentos estancos que impuso la colonia.
Mundo económico
Decíamos de entrada “jubileo”. Y viene al caso, porque en el jubileo
que conocemos a través de libros antiguos la tierra descansa, y en el caso del
suelo entrerriano saca al sol lo que parecía sepultado. En el espíritu del
jubileo las cosas recuperan su lugar. Allí una ley superior le pone peros a la
propiedad absoluta. Así, el que ha quedado sumergido puede respirar, y la
promesa misma nos despierta a todos una sonrisa.
Lo que estamos señalando entra de lleno en el mundo de la economía.
Más adelante veremos, con el autor Sebastián Castiñeira, que la economía “no debe ser
reducida, como de hecho suele suceder, a un problema de cosas o de bienes
materiales”. Lo dice al analizar el don y la reciprocidad en nuestros pueblos
antiguos y vigentes, con referencias a estudiosos como Rodolfo Kusch y Bartomeu
Melià, conocedores de tradiciones del altiplano y la selva.
Dice Antonio Ruiz
de Montoya, en su estudio de hace cuatro siglos: “teko: ser; estado de vida; condición; estar; costumbre; ley;
hábito; che reko mi ser; mi vida, condición”.
Interpretan
Bartomeu Melià y Dominique Temple: “tekohá
es el lugar donde se dan las condiciones de posibilidad del modo de ser guaraní.
La tierra, concebida como tekohá, es ante todo un espacio sociopolítico”. Y
agregan un comentario de Melià esclarecedor: “tekohá significa y produce al
mismo tiempo relaciones económicas, relaciones sociales y organización político
religiosa esenciales para la vida guaraní… sin tekohá no hay tekó”. (Ellos
escriben tekohá y tekó sin tilde).
En retirada
Desde hace casi un
siglo, las mujeres y los hombres de Entre Ríos sufren el desarraigo y el
destierro. Puede comprobarse fácil en los censos, y a campo con los pueblos
fantasmas y las taperas. En paralelo, los hijos del territorio son sometidos a
un distanciamiento. Hemos constatado en reiteradas pruebas a campo que
estudiantes de los últimos años del secundario e incluso docentes ignoran datos
sobre aves, peces, mamíferos, árboles, corrientes migratorias, alimentos,
pueblos antiguos, artes de su propia región; y es común que, en una provincia
con 41.000 kilómetros de ríos y arroyos, sólo uno de cada diez jóvenes sepa
nadar, por caso.
Los desterrados
pasaron de las zonas campesinas a las urbes, y no pocos cruzaron los límites de
la provincia. Ello fue provocando poco a poco el debilitamiento de las culturas
campesinas, por achicamiento poblacional y pérdida de oficios y vínculos; y a
la vez el debilitamiento de los barrios, donde los emigrados no pueden
desenvolver sus conocimientos heredados y se ven expuestos al amontonamiento,
con las familias en riesgo de contraer enfermedades potenciadas mutuamente
(problemas de nutrición, de acceso a servicios, de expectativas laborales,
precarización, discriminación negativa, violencia, adicciones, ausencia de
vínculos comunitarios estables, falta de condiciones adecuadas en los
edificios, etc.).
Existen
departamentos como Tala y Nogoyá que en décadas han tenido crecimiento
demográfico cero. Entre las provincias con mayor número de pobladores en el
país, Entre Ríos pasó de tercera a octava. Hubo lapsos en que nuestra provincia
se estancó en su demografía mientas provincias vecinas crecían el 30 por
ciento. En proporción, Entre Ríos tenía el 5 % de la población del país hace
siete décadas y hoy el 3 %.
Si la cantidad es
importante, qué decir de las culturas afectadas por el éxodo, es decir, de la
condición o idiosincrasia de cada comunidad. Si la sociedad campesina y la
sociedad urbana pueden considerarse opuestos complementarios, la ruptura de la
sociedad campesina produjo un desequilibrio, una pérdida de dimensiones
inconmensurables, y una pérdida de vínculos con el entorno. Y el daño se
multiplica cuando vemos las condiciones de vida de millones en las villas
miserias y otros barrios no necesariamente indigentes pero sí apretujados, con
reducidas o nulas posibilidades de producción de alimentos sanos y cercanos, y
de recreación.
Las dos sociedades
están heridas, lo cual involucra una tercera pérdida: la destrucción del
equilibrio entre opuestos
complementarios, de ese círculo virtuoso que entró en cortocircuito.
Visión comunitaria
Los principios de
vivir bien y bello o buen vivir: armonía en el paisaje, complementariedad,
comunidad, reciprocidad, que comparten las culturas antiguas y vigentes del
continente (que resumimos en los conceptos sumak kawsay, suma qamaña, yanantin
en el altiplano; ñanderekó, tekó porá, tekohá, jopói en el litoral; küme felen,
küme mongen en el sur); esos principios se corresponden con la mujer y el
hombre viviendo en comunidad en relación con el resto de la naturaleza, y no
con la extirpación de la sociedad humana y su alejamiento del paisaje y de los
alimentos. De ahí que, a las enfermedades a la vista, fermentadas a fuerza de
aglomeración, hay que agregar una pérdida de relación del ser humano con sus
compañeros de espacio y con el conjunto, en una descomposición de las
relaciones.
Una primera
observación de la Encuesta del vivir bien y bello y buen convivir, realizada
por organizaciones sociales de Entre Ríos durante 2018, nos permite constatar
la paulatina pérdida de sintonía entre las familias y los alimentos, con
numerosos testimonios coincidentes. Hemos estado en un barrio donde, entre 27
consultados, nadie tiene una gallina o una huerta, por caso, y no es un secreto
que muchos de los que hoy ignoramos el cultivo de frutas o verduras tenemos sí
abuelas y abuelos chacareros, cuyos conocimientos se desvanecieron en pocas
décadas.
En el ensayo
titulado “Segunda libertad de vientres” (publicado por la UADER) alertamos
sobre el racismo por desarraigo y hacinamiento que subyace en muchas villas
afectadas por la indigencia. Principalmente en Entre Ríos, por el contraste con
vastas zonas despobladas dentro del territorio. Y señalamos la necesidad de
remediar ese mal desde la niñez. A esa vía destinada a la atención del sector
más vulnerable entre las víctimas inocentes del sistema (la libertad de
vientres para evitar la incorporación de nuevas camadas de hacinados, y para
generar expectativas de emancipación en todos), estamos añadiendo aquí otro
camino paralelo: el jubileo del
tekohá.
Tras la
resistencia de nuestros pueblos durante siglos, el propio Tomas de Rocamora
advirtió hace más de 230 años que si combatíamos al latifundio para dar lugar
el pobre vecino, Entre Ríos sería “la mejor provincia de América”; José Artigas
experimentó la devolución de tierras a través del Reglamento de 1815, bajo la consigna “que los más infelices sean
los más privilegiados”. Desde entonces se cuentan por decenas las advertencias
y denuncias contra la concentración de las propiedades y el destierro. Gastón
Gori, Arturo Capdevila, Juan L. Ortiz, Marcelino Román, Bernardino Horne, José
Francisco Felquer, César Blas Pérez Colman, son algunos de los que nos
alertaron.
El hombre es de la tierra
El Jubileo está
explicado en Levítico 25, en la Biblia. Es un rescate, cada medio siglo. Se
presenta a la manera de una oportunidad, una luz de esperanza, con la
participación de vecinos y familiares, para aquellos que fueron despojados. Así
como deben descansar la tierra y la vid, también deben descansar las comunidades,
regenerarse.
En la Biblia
leemos que la tierra no se venderá a perpetuidad porque la tierra es de Dios y
sus habitantes somos inquilinos. Nuestros pueblos originarios, antiguos y
vigentes, coinciden en que la tierra no es del hombre: el hombre es de la
tierra. Nos bastan esas dos vías de conocimiento (y hay muchas otras), para
cambiar la concepción, en lo que se refiere a la propiedad de la tierra.
Principalmente para lograr un lugar, garantizar los presupuestos mínimos para
el tekohá (el espacio donde la comunidad puede desarrollar su modo de vida,
ñanderekó entre los guaraníes). Y para devolver a las mujeres y los hombres una
vía de sustento, un espacio para el trabajo decente y para desplegar un modo de
vida. ¿Podemos vivir en libertad sin dar? ¿Y qué daremos, desde el encierro?
Ayni y jopói
Hay claros
ejemplos de nuestros pueblos milenarios, antiguos y vigentes, del trabajo
comunitario y la celebración del trabajo. La relación del guaraní con la tierra
se basa en el jopói (yopói), en el sentido de las manos abiertas mutuamente; el
potiró, ayuda mutua; el pepy, convite; y lo mismo en el altiplano se celebra a
la Pachamama en las corpachadas. Bartomeu Melià señala las coincidencias entre
el jopói guaraní, el nguillatun mapuche, el ipaamu de los aguaruna, encuentros
para practicar el don, el intercambio festivo con especial consideración del
otro. Algunos autores muestran signos de vida en reciprocidad y trabajo en
comunidad y reunión festiva en distintos pueblos del Abya yala (América).
Pensadores de
nuestra región han sintetizado los pasos del acceso al vivir bien y buen
convivir. Se refieren al saber beber, comer, danzar, dar y recibir, amar y ser
amado, saber escuchar, etc. En ningún caso conciben respuestas individuales
sino de a pares, en comunidad; tampoco respuestas sólo humanas sino del conjunto,
es decir: el ser humano en la cuenca, en el paisaje, bajo este sol,
compartiendo el suelo, el agua, el aire. Y no es muy difícil para los
argentinos que pintamos el sol en la bandera,
“La economía no
debe ser reducida, como de hecho suele suceder, a un problema de cosas o de
bienes materiales”, dice el autor Sebastián Castiñeira al analizar el don y la
reciprocidad, y toma expresiones de Rodolfo Kusch. “Kusch pone de la mano de la economía no sólo el carácter
social sino el hábitat, la ecología y la cultura, con lo cual complejiza mucho
más la comprensión de la misma”. Y luego agrega un ejemplo sobre la comunidad
alfarera de Cochabamba en donde “la economía –y cita a Kusch- se resolvía sobre
la base del tradicional sistema de trueque, los bienes eran producidos por el
sistema de prestación o ayni... En el ayni se da el trabajo de mutua
cooperación, es por ello que el sistema se denominara ‘ayni ruway’, que
significa trabajemos juntos”. Y aclara Castiñeira: “Trabajo que inclusive era
acompañado en oportunidades por danzas colectivas”.
Más adelante dirá
Castiñeira sobre el don: “hemos observado que la no necesaria devolución del
don se presenta en repetidas oportunidades”. Esta aclaración nos remite a una
práctica común en nuestra región: la gauchada.
Sastre y Leguizamón
La gauchada puede
parecer una actitud aislada dentro de un paradigma occidental hegemónico. Sin
embargo, veamos dos antecedentes de esta forma de solidaridad (de dar sin
esperar nada a cambio), que tomamos de Marcos Sastre en relación con la familia
islera, y de Martiniano Leguizamón sobre la familia campo adentro.
Bartomeu Melià, que ha vivido años con distintos
grupos de guaraníes, explica que jopói (manos abiertas mutuamente) no es
trueque, entre los guaraníes. En esa cosmovisión no se actúa esperando un
beneficio personal. Mucho antes, lo mismo decía de los isleros del delta (es
decir, de nosotros) el oriental Marcos Sastre, autor de El Tempe Argentino: “En
los campos y en las islas del Paraná, del Uruguay y del Plata, como en los
pueblos antiguos, el huésped es siempre acogido con respeto y alegría, servido
y obsequiado con perfecto desinterés. Diréis que es de su propia conveniencia
el ejercicio de la hospitalidad, para cuando llegue el caso de tener a su vez
que reclamarla… Mas no es esta la
hospitalidad del isleño argentino; él os recibe con el cariño de un
hermano, de un padre; os introduce al seno de su familia, sin preguntaros quién
sois; os cede su propio lecho; os sienta a su mesa con regocijo; parte con vos,
sin admitir recompensa, sus escasas provisiones; y todo esto lo hace él, lo
hacen su esposa y sus hijos con tan buena voluntad y tanto gusto, que os
encontraréis contento y feliz y no podréis dudar que aquellos corazones gozan,
al serviros, de la más pura satisfacción. He ahí la verdadera hospitalidad, la
virtud inspirada por el Cielo”. Eso se lee en El Tempe Argentino, escrito hace
más de siglo y medio, y no es difícil encontrar rasgos de esos modos en isleros
y orilleros actuales como Dominga Ayala de Almada, de muy conocidos rasgos
hospitalarios aprendidos en su propia familia y su entorno. (En ella se inspiró
Linares Cardozo para la Canción de cuna costera).
Ya no hay mingas
Algunos años después que Marcos Sastre, Martiniano
Leguizamón cuenta de la minga en nuestra región. Dice que reunía en estos pagos
el trabajo más fatigoso con las más bellas expresiones de juego, comidas,
humor, guitarras, pericones, amoríos, fiesta en suma.
“Tómese algo, amigo. Préndale un beso a la limeta
que esto quita el calor! Sírvase un matecito. Pite un negro… Con confianza
caballeros, que hay reserva… Eran las exclamaciones conque a cada instante el
rumboso paisano obsequiaba a sus huéspedes; porque aquellos hombres no eran
peones sino amigos, convidados que venían hasta de pagos lejanos para ayudarlo
en la recolección de las sementeras sin interés alguno, por simple espíritu de
aparcería, de recíproca ayuda, creyéndose largamente recompensados con la celebración
de la alegre minga –la fiesta tradicional de las cosechas de antaño- con su
inevitable carne con cuero, pasteles, beberaje en abundancia y un bailecito
hasta la salida del sol”.
El trabajo, la música, la danza, el juego, la
amistad, el amor, en una relación de interdependencia. Eso es la minga.
¿Compatible con el mundo consumista y apurado del negocio que, en vez de
revisar sus modos, acelera?
Con la llegada de las máquinas -apunta Leguizamón-
“al renunciar a los procedimientos primitivos y rutinarios se han borrado casi
totalmente esos rasgos de desinterés, ese desdén altanero y bizarro por las
riquezas”, que caracterizaba al criollo. “Ya no hay mingas en mi tierra!”, se
lamenta Leguizamón. “Ya no resuenan en las noches de verano bajo la trémula claridad
de las estrellas, las músicas, las danzas y los cantos con que se festejaban
las felices faenas de la tierra”.
Dice Melià, en textos más recientes
redactados en Paraguay: “hay dos sistemas económicos fundamentales: la economía
de intercambio, de la cual la economía de mercado es la expresión más
significativa; y la economía de reciprocidad, que se rige por el don y está
orientada a reproducirlo. En muchas lenguas indígenas donde no se encuentran
originariamente palabras que signifiquen comprar y vender, o poner precio,
suele aparecer con gran riqueza semántica la palabra que significa la
reciprocidad”.
Como en nuestra región quedan centenares de voces
indígenas en los ríos, arroyos, parajes, aves, peces, árboles, insectos,
hierbas, frutas, y muchas expresiones naturalizadas y no bien registradas, eso
nos lleva a pensar que aquello que parece muerto y sepultado está en verdad
latente en nuestras comunidades que llamamos panzaverdes. Leguizamón fue
testigo de la agonía de un tipo de solidaridad pero se apuró en decretarle la
muerte. Así como la
gauchada, esa actitud servicial espontánea, vemos en nuestro suelo aún la
vigencia del trabajo comunitario y festivo en las yerras, la chacra familiar,
las cooperadoras, los barrios, y expresiones tradicionales en fogones,
asambleas, rueda de mate.
Parcelar el aire
Es probable que las semillas estén, y sólo falten
el barbecho y algún riego, o mejor: abandonar los herbicidas del sistema, que
empujan y hostigan a los modos que resultan extraños al capitalismo como si
fueran malezas, porque este sistema no les encuentra utilidad. El capitalismo,
invasor reciente como la acacia negra, no comprende la vida milenaria de este
suelo y, si la entiende, la ignora porque el capitalismo necesita hacernos creer
que la propiedad, el egoísmo, el individualismo y el principio de ganancia como
motor de la economía están en nuestra esencia: una mentira.
No está lejos,
pues, la posibilidad de recuperar la alegría del trabajo comunitario en armonía
con el entorno. Quizá ese mundo espere en silencio el día que logremos quitarle
el velo de un sistema que pretende ser único porque hoy es dominante y
soberbio.
De hecho, hubo
épocas en que la tierra era considerada aquí como hoy consideramos el aire. A
nadie se le ocurriría (aún no) parcelar y registrar el aire como propio. Si lo
hicieran, responderíamos con perplejidad, la misma de nuestros pueblos cuando
un puñado de conquistadores se apropió del suelo.
Extinción a escala
El jubileo del tekohá no vendría, entonces, forzado. Si conocemos cómo
ha sido nuestra economía por milenios, cómo quedan fibras de la relación del
ser humano con la Pachamama y el compartir el lugar, el trabajo, los alimentos;
y si anotamos los vicios de un sistema que desmonta, reduce la biodiversidad y
expulsa y amontona a las personas, entonces la necesidad del tekohá, el lugar
donde ejercer un modo de vida comunitario, aparece con sencillez y naturalidad.
El jubileo sería así una suerte de perdón recíproco, de borrón y cuenta nueva,
de amnistía comunitaria para los que han sufrido la cárcel del desarraigo, el
destierro y el amontonamiento y para sus hijos y nietos. Pero también clemencia
para el resto de la naturaleza, porque la recuperación de los espacios jamás
debiera darse con criterios pasados de saqueo, tala rasa, erosión, monocultivo.
Nuestras experiencias no pueden caer en saco roto. En estos días conocemos denuncias sobre una reducción
drástica de la biodiversidad en el mundo, y en especial en el Abya yala
(América) del sur. Saqueo, pérdida de hábitat, uso de sustancias químicas
herbicidas e insecticidas, erosión, contaminación, residuos, represamientos;
pero también distancia del ser humano y su entorno, apropiación inescrupulosa,
inmobiliarismo... Estamos ante un proceso de extinción a escala producido por
el ser humano, con efecto dominó, y donde una de las fichas es sin dudas la
especie humana.
Volver debe
interpretarse como un retorno físico, emocional, metafísico, y también un
volver la mirada a lo integral, al conjunto, a la cosmovisión del buen vivir.
El “vuelvismo” no es una reproducción de las condiciones, los modos, la
historia; es un darse cuenta, un darnos cuenta, un frenarnos para enfrentar el
apuro y recuperar la sencillez, la austeridad, la serenidad, el silencio; el
vuelvismo es una sanación de la fragmentación moderna, un reencuentro. En estos
tiempos, cuando arrecian los debates en torno de los transgénicos, las patentes
sobre las semillas, las sustancias químicas usadas, la economía de alta escala,
la presencia de factores distorsionantes de la economía, la política
exportadora de materias primas, la presencia de máquinas que sustituyen el
trabajo humano, etc.; en estos tiempos también recordamos que por décadas,
antes del fenómeno sojero o de agronegocios, nuestra región ya desterraba a sus
hijos, talaba los montes y erosionaba el suelo de un modo insostenible. Un
diagnóstico sincero permitiría, sin dudas, aventar la repetición de errores.
Somos un alimento más
El jubileo, la
vuelta al pago, la vuelta a “lah casah”, incluirá en su momento un estudio
sobre los alimentos, si consideramos al ser humano integral, como un miembro
del paisaje y no su dueño; si vemos en la cultura la participación humana
enriquecedora dentro de la biodiversidad y no enfrente y menos arriba. Y en eso
intervendrá un diagnóstico sobre energías renovables, sostenibilidad en medios
urbanos, servicios básicos, comunicaciones, y también sobre principios
sostenidos por mucho tiempo en organizaciones un tanto marginadas, como la soberanía
particular de los pueblos que enarboló hace 200 años la revolución federal
artiguista, y que consiste en el respeto de las condiciones zonales por sobre
el atropello de sectores políticos, económicos, mediáticos, estatales,
corporativos, etc.
Algunos ámbitos
intelectuales han pretendido encarar la complejidad de la vida humana desde
perspectivas reduccionistas, mirando el suelo con un microscopio, como aislado,
lo que no estaría errado si no fuera sólo con un microscopio. Ha habido un
desprecio a la mirada holística, de cuenca. Incluso quienes aceptan ampliar esa
mirada por ahí relegan aspectos de la cultura dentro de la biodiversidad, como
la inclinación ante la Pachamama, las melodías, los ritmos, los saberes, la
adaptación de las comunidades a los ciclos incluso en la alimentación. Desde
esta perspectiva, el humano ni siquiera está enfrente de los alimentos sino
que, en relación con la Pachamama (la madre tierra en equilibrio), el ser
humano es un alimento más y como tal puede cultivar el sentido de la
reciprocidad, de cuidarse y cuidar. Así es que corresponde escuchar con mayor
atención las advertencias pacíficas, no invasivas, y el testimonio de vecinas y
vecinos que no consumen sino frutas, semillas, hojas, raíces, tallos; a veces
huevos, miel, leche pero no carnes o sangre. Es un debate complejo, de orden
civilizatorio, y más que debate, un llamado a la meditación profunda. Porque
quizá el mayor obstáculo para comprender estos testimonios y promover un cambio
esté en el interés sectorial y la naturalización, la costumbre acrítica.
Vías complementarias
Al romperse las
comunidades y la relación de pares complementarios se ha roto el ámbito
geográfico y cultural de la reciprocidad, que ha dado vida y sentido a nuestras
comunidades. Se ha roto un modo de conocer, una condición.
Las comunidades se
sirven a sí mismas y guardan relaciones recíprocas. La alta presencia de las
corporaciones y el Estado mismo no sólo han desnaturalizado estos vínculos sino
que los debilitan a veces, porque los poderosos se sienten en la necesidad de
sustituir las relaciones comunitarias para convertirse en mediadores, cuando no
“salvadores”. Así es que prospera la relación vertical de todos con el
poderoso, que diluye los vínculos horizontales, sin los cuales la comunidad no
puede ejercer el jopói. Ergo: no habrá comunidad sino siervos. En ese sentido
hasta el semáforo distorsiona, porque impide que alguien ceda el paso y a la
vez agradezca cuando le ceden el paso.
“La reciprocidad
generalizada no se limita al sentido del intercambio sino a los vínculos
sociales comunitarios que la constituyen. Es por esto que Melià explicita este
término para referirse al modo de organización de los guaraní-chiriguanos
mediante la asamblea comunal”, dice Castiñeira.
Las comunidades se
desenvuelven en libertad, bajo el lema “nadie es más que nadie”. Pero eso no
reditúa a los poderosos. Incluso algunas medidas del poder distorsionan las
relaciones comunitarias, porque el poder da objetos a un punto que no permite
(al que los recibe) la respuesta recíproca. Como los bancos, el poderoso nos
endeuda.
Modos diversos
Cuando el sistema
requiere el encumbramiento de unos pocos, la vida comunitaria que no está
atenta a esos poderes no rinde. No rinde a los empresarios ni a los sindicalistas
ni a los periodistas ni a los políticos. Por eso no tendrá buena prensa. El
sistema aplaude el poder individual y grupal, y no se detiene en la comunidad,
porque es el poder individual y sectorial el que paga la propaganda. “Gestión
Fulano”, “Gestión Mengano”, se leerá en las obras, como un resumen de la
verticalidad occidental que, ya sabemos, si no entra de un modo querrá entrar
de otro, a troche y moche.
Segunda libertad de vientres,
para alivianar a los niños de las mochilas cargadas por siglos de experimentos
capitalistas. Jubileo del tekohá, para devolvernos
las expectativas, recuperar la unidad extraviada, cultivar los lazos
comunitarios y facilitar la cura de las enfermedades producidas por el
desarraigo y el hacinamiento. Se trata de dos vías complementarias que podemos
conversar y promover en cierta paz, o que serán impuestas quizá de modos
impensados. Es difícil redimir la armonía, pero ya la búsqueda, la búsqueda del
equilibrio, nos dará un alivio y nos cargará de energías. Desde los saberes
primordiales con visión del territorio, los modos prácticos del jubileo del
tekohá serán diversos como diversas sean las comunidades y naciones. Para
recetas está occidente, y ya vemos cómo nos fue con sus recetas.
*Partes de este ensayo fueron publicadas en diario UNO, y
expuestas en las Primeras Jornadas de estudios
socioeconómicos del litoral, Facultad de Ciencias Económicas – Universidad
Nacional de Entre Ríos –UNER-.
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Terminar con la explotación
y los saqueos
Decálogo de Evo Morales ante las Naciones Unidas.
Primero: los cambios climáticos no son producto de los seres humanos en
general, sino del sistema capitalista vigente, basado en un desarrollo
industrial ilimitado. Hay que acabar con la explotación de los seres humanos y con
el saqueo de los recursos naturales. El norte debe pagar la deuda ecológica en
vez de que los países del sur le paguen la deuda externa.
Segundo: la guerra
trae ganancias para los imperios, las transnacionales y un grupo de familias,
pero supone muerte, destrucción y pobreza para los pueblos. Los millones de
dólares destinados a las guerras deberían ser invertidos en la tierra, herida
por el maltrato y la sobreexplotación.
Tercero: alcanzar
relaciones de coexistencia y no de sometimiento entre los países en un mundo
sin imperialismo ni colonialismo. Las relaciones bilaterales y multilaterales
son necesarias porque somos favorables a la cultura del diálogo y de la
convivencia social.
Cuarto: el agua es
un derecho humano y de todos los seres vivientes del planeta. Se puede vivir
sin luz (artificial), pero no sin agua. El agua es la vida. No es posible que
haya políticas que permitan privatizar el agua. Por una convención
internacional del agua para proteger las fuentes como un derecho humano y
evitar su privatización.
Quinto: desarrollo
de energías limpias y amigables con la naturaleza, acabar con el derroche de
energía. En 100 años estamos terminando con la energía fósil creada en millones
de años. Evitar que se promuevan los biocombustibles. No se pueden reservar
tierras para hacer funcionar automóviles de lujo en lugar de para alimentos del
ser humano.
Sexto: ningún
"experto" o especialista puede debatir con los dirigentes indígenas
sobre el respeto a la madre Tierra. El movimiento indígena debe explicar a
otros sectores sociales, urbanos y rurales, que la tierra es nuestra madre.
Séptimo: los
servicios básicos, como agua, luz, educación, salud, comunicación y transportes
deben ser considerados como un derecho humano. No pueden ser un negocio privado
porque son un servicio público.
Octavo: consumir
lo necesario, priorizar lo que producimos y consumir lo local. Acabar con el
consumismo, el derroche y el lujo. No es entendible que algunas personas solo
busquen el lujo a cambio de que millones se vean privados de una vida digna.
Mientras millones de personas mueren cada año por hambre, en otras partes del
mundo se dedican millones de dólares a combatir la obesidad.
Noveno: promover
la diversidad de culturas y economías. El movimiento indígena, que siempre ha
sido excluido, está apostando por la unidad en la diversidad. Un Estado
plurinacional, donde todos están al interior de ese Estado, blancos, morenos,
negros y rubios.
Décimo: no es
ninguna novedad el vivir bien. Solo se trata de recuperar la vivencia de nuestros
antepasados y acabar con el modo de pensar que fomenta el egoísmo
individualista y la sed de lucro. Vivir bien no es vivir mejor a costa del
otro. Debemos construir un socialismo comunitario y en armonía con la Madre
Tierra.