Hallazgos científicos descifran complejas historias en el Delta


Argentinos y orientales determinaron que es el sitio más austral habitado por las culturas de los montículos, y también en el cultivo del maíz. Sorprende su arquitectura y no descartan que se trate de comunidades arawak.

 

Las vastas llanuras del Delta del Paraná, convertidas de tanto en tanto en un mar, ocultan vestigios de antiquísimas culturas radicadas en las tierras bajas, con los peces y las nutrias (coipos) y las cucharas del agua al alcance de las manos para la alimentación.

Paisaje de ensueño, por ahí cubierto de cielo con la floración azul lila de distintos camalotes, por ahí tapizado en totoras, canutillos, catay, ese mismo Delta que es madre en las interacciones del agua y las lomadas y las mil expresiones de vida, está ofreciendo evidencias de una interacción humana de la que teníamos apenas atisbos.

Vínculos con vegetales y animales, vínculos con comunidades muy distantes, vínculos a través de los siglos. Mujeres y hombres absorbidos por la biodiversidad, con mínima intervención, a través de elevaciones en las que hicieron su hogar una generación y otra y otra, por dos milenios.

Su arquitectura era de las más sencillas y a la vez útiles: levantar un terreno para ponerlo a salvo de las crecientes, y a la vez quedar a un paso de las riquezas de ríos, arroyos, lagunas y bañados.

Lo más notable es que, pese al paso del tiempo, esos montículos son los que sirven hoy a veces para guarecer la hacienda vacuna en las crecientes o darle sombra; construir las casas de los puesteros, dar rancho a los pescadores artesanales, o instalar colmenas de abejas melíferas.

Las lomitas están por lo general revestidas de montes costeros. Allí los árboles resisten porque sólo las crecidas extraordinarias afectan un montículo de esos.

 

 

Sociedades de rango

 

Pero, ¿qué hay debajo? ¿Qué señales de vida y de muerte dejaron nuestros ancestros en esas elevaciones tan prácticas?

Sólo en el Delta superior del lado entrerriano registraron 80 montículos o cerritos de pueblos indígenas establecidos en la región hace unos 2.000 años. Esa arquitectura ha llamado la atención de los investigadores y las últimas interpretaciones de la vida en islas y orillas del litoral cambian la mirada que teníamos. Todo ese mundo allí encuentra precedentes en distintos rincones del continente, y ha tenido aquí desarrollos y lazos muy propios, que el arribo de los europeos truncó.

Los más recientes estudios interdisciplinarios con excavaciones de cerritos o montículos y comparaciones de los datos de la arqueología con los de la historia permitieron enfocar mejor las características de las diversas etnias que habitaron el Delta. Alimentación compleja, con recursos silvestres y vegetales domesticados, existencia de perros, diversos elementos en cerámica, intercambios con las sierras de Córdoba y la cordillera andina, y una organización comunitaria comparable a la de otros pueblos de tierras bajas en Uruguay y Brasil. “Sociedades de rango”, les llaman, ni muy igualitarias ni tan marcadas por las jerarquías.

Llamas de las sierras aquí, en el litoral; cabezas de cóndores en la alfarería fluvial; placas de metal en los enterratorios de este país de arcillas: son algunos de los raros testimonios de un probable tejido de comunidades capaces de intercambios a gran distancia, entre el Atlántico y la cordillera. De todo ello dan cuenta las nuevas incursiones de la ciencia en el Delta, y también de la probable ascendencia arawak de nuestros pueblos. ¿Pero arawak? La ciencia está aquí en plena ebullición.

 

Trabajo comunitario

 

Una de las fuentes de la revisión es el ensayo titulado “Montículos, jerarquía social y horticultura en las sociedades indígenas del Delta del río Paraná, Argentina” de los autores Mariano Bonomo, Gustavo Politis, y Camila Gianotti.

Gianotti se desempeñaba en la Universidad de la República (Uruguay) y actualmente en el Instituto de Ciencias del Patrimonio en Santiago de Compostela (España).

Nosotros hablamos con Bonomo, investigador del Conicet y de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. También hablamos con Politis, del Conicet y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires. Estos dos científicos se volcaron al Delta hace más de 15 años, con distintos grupos, y en verdad que sus estudios alumbran un mundo bien arraigado en una zona que por ahí se diría inhóspita

Los investigadores hallaron un vínculo cultural en la arquitectura en tierra de decenas de sitios indígenas del Delta del Paraná (particularmente en Entre Ríos), con montículos parecidos en todo el continente. Y determinaron que estos pueblos no eran sólo cazadores, pescadores, recolectores sino además horticultores; que de ninguna manera estaban aislados de otras culturas, y que emprendían desafíos propios del trabajo comunitario.

 

Historia y territorio

 

En otro artículo publicado en la revista del Museo de la Plata, los científicos Mariano Bonomo y Gustavo Politis, junto a sus pares Violeta Di Prado, Carolina Silva, Clara Scabuzzo, María Agustina Ramos van Raap, Carola Castiñeira y María de los Milagros Colobig, resumieron el estado actual del conocimiento en torno de la arqueología del río Paraná con especial énfasis en el sudoeste de la provincia de Entre Ríos.

“Se registraron más de 80 sitios arqueológicos, de los cuales se excavaron ocho. A través de la conformación de un grupo interdisciplinario, se aportó información relevante en temas tales como la cronología de las ocupaciones humanas, el uso de los recursos faunísticos y botánicos, las prácticas de producción y uso de la alfarería y la caracterización de las prácticas mortuorias. A partir de la información geoarqueológica y arqueobotánica se confirmó la génesis antrópica (humana) de las construcciones monticulares o cerritos y la presencia de horticultura de maíz, porotos y zapallo”, dicen los investigadores.

Por décadas se ha discutido el origen de los montículos. Aquí los autores, ya con las manos embarradas, llegan a una conclusión. No los depositó el río, no los trajo el viento, no son fruto sólo de erosiones y acumulaciones naturales: son el resultado de comunidades humanas organizadas, consustanciadas con el paisaje, con un ritmo de vida que incluía entre las faenas cotidianas la relación con la muerte en ese espacio, generando memoria y generando conciencia de territorio ancestral.

 

Derivación de los arawak

 

“También se evaluó la existencia de un bajo nivel de jerarquización social (ya mencionado en las primeras crónicas del siglo XVI) en las poblaciones asociadas con la entidad arqueológica Goya-Malabrigo, la que podría ser una derivación de la expansión meridional de los arawak”, afirman los investigadores. El dato es otro aporte sustancial, si consideramos que por décadas se ha deliberado en torno del origen de estas poblaciones y aquí están diciendo que podrían haber llegado de las selvas amazónicas, con ancestros en el centro del continente.

“Finalmente, se abordó el estudio de la dispersión de los guaraníes y los modos de interacción con las poblaciones locales. En suma, los avances en las investigaciones de la última década muestran un panorama más complejo que integra la historia indígena local a procesos adaptativos generales ocurridos a lo largo de las Tierras Bajas sudamericanas”, sostienen los autores. De hecho, concentran la atención en dos grandes grupos, los llamados chaná-timbú en línea con la cultura arqueológica Goya-Malabrigo, y los guaraníes, de presencia más reciente.

El extremo sur de la difusión de los arawak estaba hasta hace poco en los chané en el norte argentino, pero aquí los autores (siguiendo los trabajos de Antonio Serrano y otros investigadores) sugieren que llegaron hasta el Delta entrerriano. Se trata de las etnias que primero sufrieron la presencia europea hace cinco siglos en el centro del continente Abya yala (América), por las persecuciones y las enfermedades para las que no estaban inmunizadas. El propio Cristóbal Colón habló de los arawak, con elogios.

“En la región -agregan los científicos- se dio una intensa dinámica cultural en la que participaron, además de los grupos locales, los guaraníes y posiblemente los arawak, ambos descendientes de poblaciones que probablemente tuvieron su origen en la Amazonia pero que migraron y se expandieron más allá de los límites de esta cuenca”. Hacia el sur, los guaraníes alcanzaron el Delta del Paraná hace unos 700 años, “mientras que grupos de filiación arawak, probablemente vinculados con la génesis de la entidad arqueológica Goya-Malabrigo, podrían haber llegado previamente al Paraná Medio e Inferior”.

El Delta sería pues el límite austral del guaraní como el arawak; del maíz como la flor del irupé (Victoria cruziana).

Frente a tantas novedades, surgen preguntas obvias. ¿Cuántos descendientes quedaban cuando Fray Mocho escribió El País de los Matreros, o cuando Marcos Sastre escribió El Tempe Argentino y dijo que la condición esencial de las mujeres y los hombres de las tierras bajas era la hospitalidad? ¿Cuántos, cuando Martiniano Leguizamón describió las mingas en las tierras altas, el trabajo colectivo y festivo? ¿Cuántos herederos de esas etnias quedan hoy, entre pescadores, isleros, puesteros, mujeres y hombres plenos de saberes ancestrales? “Por libros que tenga un léido/ la isla tiene un libro más”, dice El Canoero.

Para ponernos en contexto vale recordar que en la zona de Salto Grande se hallaron vestigios de utensilios usados por personas hace 11.000 años, en el territorio entrerriano, y que muchos departamentos de esta provincia dan cuenta de líticos (bolas de boleadoras, rompecabezas, puntas de proyectiles) en montes y lomadas o a la vera de cursos de agua, que remontan la presencia de comunidades hace seis mil años y más.

El poblamiento de las islas del Delta se presenta más cercano en el tiempo, pero con una serie de elementos en sus cerritos (huesos, piedras, cerámicas, vestigios de fibras vegetales grabados en la alfarería, metales, fogones, entierros), que permiten contrastar ideas sobre su organización social, alimentación, modo de vida, con alto grado de certidumbre.

 

Varias etnias

 

Los investigadores aclaran que el Delta muestra una dinámica poblacional con la confluencia de múltiples etnias. Entre las que estaban al momento del desembarco europeo nombran caracarás, chanás, mbeguás, chana-timbú, chana-mbeguá, timbú, corondás, colastinés, quiloazas, mocoretás. “Podrán corresponder a etnias distintas o, como sostienen Serrano (1930) y Aparicio (1939), a diferentes ‘parcialidades’, segmentos que integraban una misma etnia”. Entonces usan el genérico “chaná-timbú” para englobar este complejo de grupos y subgrupos.

Los investigadores recuperan testimonios de viajeros que hablan del consumo de maíz, principalmente, y también calabazas y porotos. Datos que luego fueron corroborados con estudios sobre restos vegetales en la alfarería de los pueblos del Delta.

Reconocen los aportes del santafesino Carlos Natalio Ceruti en sus estudios sobre el Paraná Medio (recordemos que la base de sus excursiones fue casi siempre el Museo Antonio Serrano, en Paraná). “Propuso un modelo de desarrollo cultural que integró a las entidades culturales propuestas previamente, centrado en los cambios paleoclimáticos, la explotación de recursos, la organización tecnológica, los patrones de asentamiento y las relaciones con poblaciones de las Sierras Centrales, Pampa, Uruguay y Brasil. Entre las entidades caracterizadas se destaca Goya-Malabrigo, redefinida a partir de la Cultura de los Ribereños Plásticos de Serrano”, dicen. “Esta entidad cultural fue atribuida a grupos canoeros ribereños con alta movilidad, cuya economía se basaba en la caza, recolección y pesca, que habitaron las islas y costas bajas del Paraná Medio y parte del Delta del Paraná desde el 2000 antes del presente, hasta la conquista europea”. Y bien, ahora sabemos que además cultivaban maíz, poroto, calabazas, para su propio sustento.

 

Testimonios enterrados

 

¿Dónde se ubicaban los pobladores de las tierras bajas? “La mayoría de los sitios son montículos y ocupaciones sobre albardones naturales”, dicen. Los montículos tienen un diámetro que varía entre 58 metros y 30 metros, y una altura que puede ir de 50 centímetros a más de 2,5 metros. La mayoría son ovales. “En las proximidades de los montículos existen al menos una margen fluvial o lacustre, y probables zonas de extracción de material constructivo detectado, al menos, en nueve de los sitios”.

Con exploraciones superficiales, sondeos y excavaciones, los científicos encontraron más de 12.700 fragmentos cerámicos, de los cuales muchos se encuentran aún en análisis; más de 4.000 restos de fauna, 153 materiales líticos (piedra), y testimonios de enterramientos.

La alfarería es lisa en un 95 %. También se encuentran con incisiones, acanalados, punturas (con objetos punzantes), etc. En su masa se hallan tiestos de vasijas anteriores, usados como antiplástico.

Junto a cerámicas que podrían adjudicarse a la etnia tupí guaraní se encuentran apéndices zoomorfos y otros elementos de la cultura Goya-Malabrigo (recordemos, las famosas cabezas de loro, y distintos animales de la fauna autóctona o lejana).

Campanas de alfarería, figuras de aves y mamíferos, restos humanos dispuestos en forma de paquete funerario. Algunos vestigios entran en la idiosincrasia de los llamados alfareros orilleros, otros en los guaraníes, otros en ninguna de esas etnias, y hay evidencias de probables intercambios culturales.

En algunos casos las dataciones radiocarbónicas ubican la población entre los 560 y 860 años antes del presente.

 

¿Cuándo se pobló?

 

“En el Delta del Paraná las evidencias de ocupaciones humanas recién se registran en el Holoceno tardío, luego de la formación del actual ambiente deltaico. Las edades más tempranas son de 2.300 años antes del presente y proceden de un contexto sin alfarería de la isla Las Lechiguanas”, dicen los autores. “Exceptuando estas dataciones, la antigüedad de los sitios del Delta del Paraná es bastante más reciente, a partir de 1.900 antes del presente, y proviene del sitio Los Dos Cerros en el departamento Diamante. La información radiocarbónica presentada en este trabajo para el Delta Superior se encuentra dentro del rango cronológico de la mayoría de las dataciones obtenidas para el Delta Inferior e incluyendo a la isla Martín García”.

“Las dataciones obtenidas para el Delta están mostrando una fuerte señal humana en momentos tardíos, desde 1.200 años antes del presente, hasta el siglo dieciséis. Esto indicaría que las ocupaciones más recientes de los sitios datados estarían relacionadas con las etnias que encontraron los europeos cuando llegaron al Río de la Plata, o sus antecesores inmediatos”.

“Las ocupaciones humanas están mayormente localizadas en terrenos sobreelevados y estables, en zonas no inundables estacionalmente y solo afectadas por crecidas excepcionales”.

 

Qué encuentran

 

En una elevación del terreno llamada montículo o cerrito, se hallan objetos en piedra como raspadores, cuchillos, instrumentos de molienda, probables pulidores, y alguna supuesta bola de boleadora que pudo ser también una suerte de plomada para las redes. También restos de mamíferos, en orden al número y la frecuencia: coipos (nutrias como les han llamado), carpinchos, ciervo de los pantanos, roedores y carnívoros. También bagres y cucharas del agua. Cerámicas de las más diversas, y algunas de ellas permiten investigaciones muy finas. Los estudios de restos de almidones en cerámica determinaron la presencia de tejido epidérmico de algarrobo (Prosopis sp), porotos (Phaseolus sp) y maíz (Zea mays).

Los autores explican que los montículos modificaron la composición de los suelos y la topografía, pero también permitieron la presencia de árboles en medio de pajonales: espinillo, ceibo, sauce criollo, timbó, curupí, por ejemplo.

La aparición de útiles y elementos metálicos que no son propios de la zona, más las evidencias de relaciones de humanos con restos de carnívoros como gato montés, aguará guazú, gato moro o yaguarundí, lobito de río, etc., se interpretan como testimonios de conductas rituales, de cierta jerarquización social, y de vínculos con pueblos de otras latitudes.

El Delta: un mundo de interacciones, dicen los naturalistas. Un mundo de interacciones, confirman los arqueólogos e historiadores. Las pescadoras y los pescadores artesanales y los apicultores y baquianos están en sintonía con ese bello mundo de armonías, sereno reino de las garzas, en el que sí parecen desentonar la ganadería intensiva y la invasiva pesca industrial de exportación.

 

Daniel Tirso Fiorotto – Unoentrerios -

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