El raro caso de un periodismo a contramano, aquí a la vuelta

 El periodismo, que hizo historia con José Hernández, enciende un fogón austero, ardiente y sin humos, fuera de todo patrón, en una pequeña localidad campesina de Entre Ríos.

 

El periodismo de La Picada es una llama, un tanto opacada por los fuegos de artificio que obnubilan al mundo, pero llama al fin. Extraño y actual, este periodismo de excepción no aparece en los registros porque tampoco calza en los casilleros del sistema.

No nos sorprende, si en Entre Ríos contamos con precedentes que dejaron la vara muy alta, en el periodismo argentino, desde hace más de siglo y medio. Pero el periodismo de La Picada está aquí a la vuelta, para quienes no clausuran la historia. Es decir: aquellos que ejercemos el periodismo y además pensamos en la complejidad de este oficio solemos cristalizar los géneros y las maneras, y cerrarnos a posibilidades que no fueron dictadas por los manuales. Por eso repetimos: nadie podrá abrirse a lo diferente si ha clausurado la historia, o si espera que una “autoridad” le dé la venia.

Y bien: el periodismo de La Picada es más apropiado a la meditación que a la discusión, más a la lectura serena que al zapping y los SMS (textos cortos, saludables a veces pero no siempre). Y rema contra la corriente tecnológica de moda, sin otro sostén que el trabajo y la conciencia comunitaria de mujeres y hombres que aún no reconocen en el periodismo una mercancía, y por eso fogonean espacios no colonizados.

 

Un paisaje

 

Este periodismo, practicado en la pequeña localidad de La Picada, a metros del parque natural San Martín en el departamento Paraná, no llama por la especialidad ni por el nombre del autor ni por el poder mediático ni por el respaldo político o académico. Llama por la trama, es decir: la confluencia de una fina literatura, una mirada profunda y no cientificista, un punto de vista inesperado para lo que se acostumbra, un abordaje completamente desatado de los poderes políticos, económicos, académicos. Pero a la vez se baña en saberes milenarios y vigentes que el sistema menosprecia, tergiversa, ningunea u oculta.

Más que con la flor, la hoja, el trino, el periodismo de La Picada se compara con el paisaje, el conjunto. Sería un error considerarlo mejor o peor que otros ejercicios, si cada uno cumple una función distinta en la comunicación. Pero diremos que, a diferencia de otras líneas, no basta la buena voluntad para encarar este periodismo. Es como la resultante de toda una vida.

El punto de vista y los criterios de abordaje son distintos; también los criterios de selección porque el periodismo de La Picada no prejuzga sobre los intereses de la lectora o el lector, ni busca impactar, si no reconoce en el oficio ninguna “biblia” que baje línea. Esos criterios que decimos tampoco son personales, porque están atribuidos a saberes, doctrinas, principios cuyo origen se pierde en el fondo de los tiempos, y que comparten culturas de diferentes continentes y épocas.

Hay otros asuntos que distinguen a este tipo de periodismo inclasificable. Por ejemplo, el estar abierto a otras vías del conocimiento, como el advertimiento, menospreciadas por un occidente preso de la razón y sus silogismos. O el acudir a las fuentes de la lógica del “tercero incluido”, en donde las premisas no necesariamente se descartan unas a otras. Allí, los que parecen sólo opuestos pueden ser también complementarios. Esto no es anecdótico: la amplitud de miras incide de modo directo en la interpretación de hechos y declaraciones del día. ¿No es cierto que una comunidad ancestral invertirá las horas buscando el consenso mientras una moderna gastará sus ahorros empecinada en que una parcialidad triunfe sobre la otra?

Si el de La Picada no encaja en los géneros conocidos del periodismo, habrá que decir que tal vez esté en su ADN el no encajar en definiciones propias de un sistema que vive de rotular, reducir, competir, ganar, descalificar.

 

Actual y no moderno

 

¿Por qué decimos periodismo a contramano? Porque los especialistas señalan la influencia determinante de la tecnología en las nuevas narrativas del siglo XXI, y para el periodismo de La Picada, en cambio, la tecnología es un ingrediente aleatorio. Porque además se ha naturalizado una tendencia a la brevedad no por sintética sino por apurada, y aquí se cultiva la serenidad. Porque ese apuro que exige el oficio es reemplazado por la profundidad. Porque el periodismo rápido y atomizado entrega obras frías, a diferencia del periodismo de La Picada que entra en combustión e irradia calor.

Pero a contramano, más que nada, porque el periodismo clásico parece estructurado en base a categorías occidentales modernas, como quien aceptara un rígido edificio y se limitara a opinar de colores, cortinas, decorados, mientras que el periodismo de La Picada recupera otros cimientos, como el arqueólogo que bajo la iglesia de dos siglos desempolva con un pincelito símbolos y templos de cinco mil años.

 

¿Cómo es?

 

Es más fácil decir cómo “no es” este periodismo de La Picada. Una definición lo encerrará. Si no entra en los cánones, ¿con qué altanería vendríamos nosotros a cuadrarlo a la fuerza?

Su especialidad no es la noticia del día, y tampoco la nota editorial que baja línea o da consejos. Entonces sus aportes pueden entrar en el género de interpretación. Sin embargo, el periodismo de La Picada se remonta un poco más atrás, y es que necesita recuperar otro mundo de saberes que permitan al lector o la lectora comprender en esa otra dimensión.

El periodismo clásico da por sobreentendido el código de comunicación. El periodismo de La Picada señala que esos códigos, ese lenguaje, esas categorías insertas en el lenguaje, son coloniales y no hay por qué absorberlas como naturales o únicas posibles.

Entonces, en principio, ese periodismo que pone en jaque las bases parece dificultar la comprensión, pero a poco veremos que lo que dificulta la comprensión es la suma de noticias aisladas y de comentarios previsibles, dentro del sistema impuesto. Lo que impide pensar es el ruido.

El periodismo de La Picada advirtió que la modernidad dinamitó los puentes con otras doctrinas, con otros modos de pensar no europeos, con otras vías para el conocimiento. Entonces, desde esta perspectiva, al periodista le cabe desmontar la farsa de raíz, y recuperar un lenguaje desatado.

Pasar la semana con datos sobre robos violentos sin analizar el fondo del sistema violento; denunciando la corrupción del director, el gerente, el ministro, el gobernador, como una suma de excepciones, sin mirar el sistema permeable a la corrupción que involucra la biodiversidad, el arte, el capital financiero, las doctrinas del mundo… Así funciona un periodismo ya naturalizado, ligero, deleznable por efímero, con un salpicón de noticias desconectadas, como si la suma de datos y ejemplos nos permitiera acceder al corazón del problema. Un engaño. El periodismo de La Picada, en cambio, planta una nota como se planta un árbol, con raíces, hojas, frutos, sombra, aves, música, y lo hace con detenimiento; allí podemos visualizar, pues, una resistencia a la desintegración. Es la cualidad que se rebela al reino de la cantidad.

 

Testimonios

 

La lectora o el lector que se interese por esta singularidad del periodismo argentino, cultivada a minutos de Paraná, podría empezar repasando hitos en la historia de este oficio para observar que el barbecho es largo y hondo. Y es de esperar que nadie quiera encontrarle la médula a martillazos, claro está, es decir: no podremos ver ese otro periodismo si nos aproximamos cargados de prejuicios y apuros.

Entre las revelaciones periodísticas con resplandor propio, por rápidas, lúcidas y valientes, que inauguraron el periodismo de investigación en la Argentina, debemos contar una publicación de José Hernández en el periódico El Argentino, de Paraná, con motivo del crimen de Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho. Fue una denuncia en sucesivas notas vibrantes y bien fundadas en 1863. Al periodista no le tembló el pulso para acusar del asesinato al partido gobernante, el mismo que sentó los cimientos del Estado colonial racista que sufrimos hoy. Y qué vamos a decir del rol del periodismo entrerriano en la denuncia contra la Guerra al Paraguay, por el que los rigurosos columnistas fueron (des)calificados de paraguayistas yerbócratas desde el poder colonial porteño.

Entre los ataques arteros al periodismo en la Argentina debemos anotar la suerte aciaga del carrero Julio Modesto Gaillard, degollado en 1907 por cargar una imprenta. El poder político quería demoler el compromiso periodístico de Antonio Ciapuscio en Villaguay, pero le salió el tiro por la culata porque el crimen dio lugar a una de las defensas más encomiables del periodismo, cuando el pueblito hizo una vaca para devolverle la imprenta al censurado. Son testimonios que generan expectativas en el periodismo regional.

 

Su especialidad

 

Los géneros periodísticos clásicos, y los agregados en esta década por la tecnología, se rinden hoy ante la imposibilidad de catalogar este tipo de periodismo ejercido contra viento y marea desde La Picada, y canalizado por una pequeña y vigorosa Agencia de Informaciones Mercosur -AIM digital-, de cuyo celo periodístico damos fe.

Desde el anonimato, este raro periodismo nos contesta con su propia existencia a los estudiosos de la comunicación que por ahora no lo tenemos en nuestro horizonte. Eso está lejos de extrañarnos, si en la organización colonial de la enseñanza que mamamos dependemos de las puertas que decidan abrir o cerrar las metrópolis para abordar o descartar temas. ¿No somos acaso hijos de la colonia?

Los nuevos géneros, todos dependientes de la tecnología (cuando no del dinero de poderosas empresas, poderosos políticos u organizaciones del sistema), son insuficientes para registrar este periodismo que no califica, como ocurría con los tangos de Piazzolla en el mundo tanguero.

¿Cómo es? ¿Por qué se diferencia? ¿Qué nombres lo sostienen? ¿Cuál es su innovación? ¿Qué alcances tiene? ¿En qué temas se especializa?

Empecemos por responder la última pregunta: su especialidad radica en evitar especializaciones. Y eso, como resultado de saberes que sobrevuelan los compartimentos estancos propios de la ciencia moderna.

 

Una trama

 

¿Cómo reconocer entonces este periodismo? Por la urdimbre. Y es que en estas piezas confluyen una fina literatura, un puente aceitado a saberes tradicionales de distintas civilizaciones, una sensibilidad especial por los temas así sean la biodiversidad, la poesía, el tango, la física, las comunidades, el boxeo, la astronomía, la biología, la historia; o las culturas del mundo ocultadas por la presencia excluyente del racismo europeo en todas nuestras instituciones, incluidos los medios masivos, las corporaciones, las iglesias, las aulas. (Los que ejercemos o hemos ejercido el periodismo y la docencia estamos en este barro, claro está).

En esa trama caracterizada por la mirada integral, y no por la mera suma de disciplinas, nos encontraremos con fibras que desnudan ese racismo enquistado en autores y corrientes de alto prestigio académico. O desnudan el despotismo de grupos de poder financiero multinacional que marcan rumbos en la modernidad, copan luchas para desviarlas hacia sus objetivos, y hasta parasitan (bajo maquillajes filantrópicos) medios masivos y escuelas, con el visto bueno de gobiernos y sindicatos.

Estamos pues ante un periodismo zafado. Zafado de los poderes y de los paradigmas impuestos. Que no se ciñe a estructura alguna, y por eso con margen escaso, casi nulo. Pero un periodismo que no se queda en la intención: existe, está a nuestro alcance. Claro que, como todo buen vino, no se bebe de un solo trago.

 

Los géneros

 

Cuando todo hace pensar que los géneros periodísticos estáticos se van licuando por la incidencia de la tecnología, he aquí un periodismo que no entra en la vieja clasificación, y menos en la nueva, es decir: no se doblega a los mandatos.

Dentro de los cánones aceptados como casi únicos, hablamos por años de dos géneros: informativos y de opinión, a los que se incorporó un tercero, el interpretativo, hace varias décadas. Los géneros informativos, más pegados a la noticia. Los de opinión e interpretativos, expresados mejor en la nota. Los primeros más rígidos, estructurados, los segundos más libres, y permeables a la literatura.

Ya hilando un poquito más fino podíamos distinguir además de noticias y notas: crónica, biografía, entrevista, reportaje gráfico, necrológica, científica, informe, crítica, en fin, con la incorporación de gráficos e imágenes diversas.

En lo referido a las diferentes líneas de periodismo según el tipo de información y el modo de buscarla y presentarla, encontramos una veintena de oficios más o menos emparentados: periodismo social, periodismo científico, periodismo interpretativo, periodismo de investigación, periodismo deportivo, periodismo político, periodismo ambiental, periodismo agropecuario, y toda una gama de híbridos. Una suerte de especializaciones muy cruzadas.

Además, dentro de los géneros considerados más claros y estructurados, como la noticia, hubo cambios en pocos años. Por ejemplo, pasar del copete que responde a preguntas principales, al copete (párrafo inicial) con un gancho de impacto social, sensible, que rompe con la frialdad de aquella llamada pirámide invertida.

Ahora bien: algunos estudiosos de la comunicación ven en la actualidad una tendencia a poner en cuestión esos casilleros, en parte porque los géneros siempre se dan mezclados, y en parte por la presencia casi determinante de la tecnología en los modos más novedosos de comunicar. Los diarios de papel ya no marcan tendencia, dirán, y por lo tanto sus esqueletos van relegando influencias en ese periodismo y en el resto.

 

Nuevas narrativas

 

Al mismo tiempo, ese periodismo caro y ejercido por pocos (algunos diarios, algunas radios, algunos canales), que para sostenerse acude tantas veces a grupos de poder económico o político/estatal, está cediendo paso a una masa de ciudadanos que ejercen el oficio por vías accesibles, y que muchas veces no viven de eso. La sociedad entendió, de pronto, que para comunicarse no hay que pedir permiso ni rendir cuentas, y lo bien que hizo. Todo un cambio que puede mejorar el oficio, o no.

Así las cosas, existe una tendencia a visualizar nuevas narrativas dependientes de las novedades tecnológicas. Si contamos con un celular, una computadora portátil, un dron; si podemos auto-grabarnos, si hay programas que nos facilitan la acumulación de datos y la presentación de estadísticas seductoras, entonces usaremos cada una de estas herramientas y cada uno de estos canales para comunicarnos. Y todo será cruzado por la interacción con los lectores, oyentes, televidentes, en fin, mujeres y hombres que colaboran en el sentido de la pieza periodística. Una condición tantas veces aprovechada por la propaganda para lustrar acciones o personajes, o desteñirlos. O malversada también por adictos que, habituados a intervenir sin tener la menor idea, sirven de avanzada reaccionaria ante cualquier novedad que salga fuera de sus rígidas categorías.

Ahora bien: las especialidades, las técnicas, los canales más deslumbrantes, pueden servir a un tipo de periodismo moderno occidental, es decir: mantener intacto el contenido de fondo amoldado al sistema imperante. Más alternativas, más velocidad, ¿más barullo? Con esto decimos: nuevo no equivale a mejor, tecnología no equivale a hondura.

 

Algunas pistas

 

El periodismo de La Picada que señalamos es practicado habitualmente en esa agencia de la capital entrerriana con seguidores que podríamos llamar de culto. ¿Es para pocos? No sabemos, porque en verdad un periodismo desatado puede encontrar una amplia gama de lectores, pero no una amplia gama de sostenedores. Entonces, ¿cómo saber si interesa a muchos, cuando tantos potenciales receptores no tienen acceso?

Si buscamos esas piezas por autor, no las encontraremos reunidas con facilidad. Si buscamos temas de una especialidad, menos aún porque el autor no se circunscribe a determinadas disciplinas. Tendremos pues que ingeniarnos el modo.

¿Alguna pista sobre los temas? Veamos: 1- El miedo de la clase media como preámbulo a un estado neofascista. 2- Alce Negro vive, en homenaje a la pervivencia de símbolos de los pueblos originarios del Abya yala (América) derrotados, en contraste con la mirada racista de ideólogos como John Locke. 3- La actualidad de (Baruch) Spinoza, una recuperación de pensamientos que cuestionan el racionalismo, advierten sobre la imposibilidad del control total, y señalan que el poder busca entristecernos y despotenciarnos. 4- ¿Está viva la Tierra?, con relación a la hipótesis Gaia y sus choques con la evolución darwiniana.

Así encontraremos columnas sobre los pueblos sometidos, sus filosofías menospreciadas, las fuentes de saberes de antaño que responden a problemas de hoy, los símbolos milenarios estampados en símbolos actuales como indicadores de una idiosincrasia ocultada…

Otro ejemplo: La era ficticia, un análisis de la voracidad del capital financiero con números para el asombro, y de las secuelas de esa dictadura en hambre y ecocidio. “Todos los que estorben como sea el libre curso de la especulación financiera serán perseguidos, difamados, intervenidos militarmente y si es necesario, asesinados”, afirma el autor de La Picada y concluye: “La sabiduría antigua que no compite con la naturaleza sino la comprende y se comprende como parte de ella, la idea universal de que el hombre es de la tierra y no la tierra del hombre, está relegada. Los argumentos que escucha la modernidad no son esos, sino otros que hacen más ruido, venden más, prometen mucho, se llevan todo y no dejan nada”.

Así, decenas de títulos con predominio de saberes de las mil culturas del África y el Abya yala, de India y China, con predilección por aquellas tradiciones compartidas por distintas civilizaciones a través del tiempo. Al no partir de preconceptos eurocentrados, este periodismo de La Picada se escurre como una anguila entre las categorías y los valores más o menos aceptados, en una profesión (el periodismo) harto dependiente de patrones (y bien dicho) coloniales.

 

Anonimato

 

¿Quién es el autor de estas piezas periodísticas? Para el periodismo de La Picada la respuesta a esa pregunta tiene poco sentido. ¿Quién es el autor de las artes en arquitectura, alfarería, pinturas, de miles de años de antigüedad que hallamos en nuestro territorio? ¿Es necesario el nombre particular, individual, cuando de saberes se trata? ¿O en verdad hemos naturalizado en el nombre propio un vicio moderno que, incorporado, parasita el combate a la modernidad racista? Si todos somos manifestaciones de la unidad, ¿qué hay en nosotros que no esté afuera y qué hay afuera que no esté en nosotros?, se preguntará el periodismo de La Picada, desde la fuente de distintas civilizaciones que no distinguen, en el acto de conocer, sujeto y objeto. (Lo cual pone en discusión las bases mismas del periodismo común).

Si en las entregas diarias a las que nos referimos en esta columna, el periodismo de La Picada y la agencia AIM prefieren el anonimato, ¿con qué potestad vendríamos nosotros a otorgar patente? Algo sabemos, claro, de la participación del autor en un conocido centro de estudios, una comunidad de saberes; de su simpatía por el ayur veda, de su lectura de obras literarias en los idiomas originales, de sus elucubraciones sobre el asombro de Borges ante Angelus Silesius; y así de sus largas tenidas con Juan L. Ortiz, de su admiración por el fútbol y los futbolistas, o de su afición por el wu wei (no acción) y el desapego, como de su exaltación de la amistad.

Hay una saga de libros con la recopilación de algunas de estas piezas: “Luz”, “A la Luz de la tradición eterna”, “Consciencia de especie – mente y no mente”, y otros que vienen, no aptos para apurados, y no “modernos” pero sí de este siglo XXI, claro.

El periodismo de La Picada va alumbrando caminos al andar, sin detenerse en qué rótulos europeos le aplicaremos para encajarlo en nuestros “lógicos” formatos.

 

Daniel Tirso Fiorotto


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