Vilar y el séptimo de sus libros que denuncian tres genocidios
Racismo letal y los fraudes de los "próceres", como las resistencias populares, son hilos conductores en la saga del historiador de Paraná. Obras necesarias para comprender la hegemonía de Buenos Aires y la independencia inconclusa.
Qué dolor de cabeza para los
autores más difundidos, tantas veces racistas y coloniales: el historiador
entrerriano Juan Antonio Vilar, profesor en colegios y universidades del
Litoral, comentó a UNO que concluyó seis libros de una saga de historia
argentina y en estos días está trazando el séptimo. Qué dolor de cabeza.
Y es que la obra del maestro
paranaense sostiene una perspectiva crítica sin atenuantes ante el altar de
próceres de las historias blancas, eurocéntricas, porteñocéntricas; crítica
ante las diversas manifestaciones de la corrupción de ayer y hoy, ante los
relatos que ocultan o relativizan el racismo fundante de la Argentina moderna
(en los Rosas como en los Roca, en los Sarmiento como en los Mitre y
Avellaneda); y crítica ante la presencia asfixiante del capital internacional
en la economía argentina como, por ejemplo, mediante el endeudamiento del
Estado.
Qué dolor de cabeza. Los
poderes que imaginan un relato propio ya establecido y naturalizado, sin vuelta
atrás, ven tambalear sus estructuras, ante un rebelde que mira sin amos. Un
rebelde que no busca volcar la balanza ni acumular poder ni servir a otra cosa
que no sea la historia.
La saga de Vilar tiene el
gusto de lo auténtico, de la decencia en la interpretación de los hechos y las
declaraciones, sin pelos en la lengua. Y no oculta cierta inclinación, hay que
decirlo, ante las culturas milenarias de este suelo y los pueblos esclavizados
de África, que el Estado-Nación (una uniformidad inventada por los siervos de
Europa) persiguió hasta el exterminio. El profesor entrerriano ha logrado
adelantarse, con su juventud, a la demorada rebelión antirracista que
esperamos, no por indignación espasmódica sino por conciencia. Y la esperamos
como se espera la maduración de un fruto.
Gran desafío
“Estoy estudiando y
escribiendo borradores sobre la presidencia de Roque Sáenz Peña”, nos dijo esta
semana el profesor, nacido hace 80 largos años en la capital entrerriana y
presidente del centro de estudios Junta Abya yala por los Pueblos Libres, de
clara afinidad con los saberes ancestrales, el comunitarismo y la revolución
federal artiguista.
Explicó que a las cuatro obras
ya impresas por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Eduner),
se suma una en edición sobre los años dominados por Julio Argentino Roca, y
además “está pendiente de publicarse la época colonial española, demorada mucho
por la pandemia”.
Se trata de uno de los mayores
desafíos editoriales de esta década en el país, encarado por una universidad
pública –UNER–, por ahora a pasos lentos y con difusión limitada y regional
porque denuncia la continuidad, en la Argentina, del centralismo despótico que
los partidos y el Estado cultivan y los medios porteños de mayor difusión sostienen
en pleno siglo XXI.
Largo genocidio
Lejos de la imagen de un
profesor encerrado entre libros, Juan Antonio Vilar participa de actividades
físicas en el club y de manifestaciones populares; no falta a una sola reunión
de las asambleas y centros de estudio que lo tienen de protagonista (ni llega
un minuto tarde), y en los encuentros es de los que prefieren callar y
escuchar.
Son conocidas su defensa del
nombre Alameda de la Federación, para una avenida de Paraná, su presencia
permanente en el arroyo Espinillo para recuperar el sentido de la batalla que
fundó el federalismo en el país, y su participación en organizaciones sobre la
deuda externa, el No al Alca, el Sí a la biodiversidad.
Ya jubilado, decidió completar
sus famosas fichas de estudio de la facultad, y está entregando una serie
imperdible para quienes quieran conocer las fuentes de las virtudes de un
pueblo como el argentino, y algunas causas de la distancia y la decadencia de
sus instituciones.
Las cuatro obras editadas con
la firma de Juan Antonio Vilar son: Revolución y lucha por la organización
(primera y segunda décadas de la revolución 1810-1829); La Confederación
Argentina (Época de Rosas – 1829-1852); Hacia la derrota Federal (La
Confederación Argentina – 1852-1862); y El Estado Nacional Argentino
(1862-1880). Falta imprimir uno anterior (en cronología) a esos cuatro libros,
de los siglos previos a la Revolución de Mayo; y también el último, que abarca
los tiempos duros de Roca.
¿Qué encontraremos en la obra
sobre Roca? “Las bases de la Argentina Moderna, cuya estructura política,
social, económica y cultural, aún se mantiene pese a haber algunos cambios”,
resumió Vilar ante la consulta de UNO. Por supuesto que esas bases del tándem
Mitre-Roca se expresan en “el predominio del círculo gobernante porteño, de la
‘generación del 11 de setiembre (el motín de unitarios y rosistas, hacendados,
comerciantes e intelectuales), por la positivista ‘generación del 80’”.
Tanto en el asalto a las
riquezas, la tenencia y el uso de la tierra, como en el predominio del capital
extranjero, el sistema agroexportador, la corrupción y el fraude de las castas
que se alternan en el poder, Vilar no ve sino continuidad en una historia de
dos siglos, hasta hoy. Sin menospreciar matices.
Biodiversidad
Respecto de las matanzas de
pueblos originarios que señala en sus obras, en gestiones de diversos
gobernantes incluso enfrentados entre sí, le preguntamos si ese desprecio marca
la fundación del estado. “Digo –sin haber descubierto nada– que el Estado Nacional
Argentino se fundó sobre un triple genocidio: del indio, de los paisanos
federales y de Paraguay (pueblo guaraní). El genocidio no terminó con Roca: en
1924 se produjo la masacre de Napalpí (Chaco), en 1947 otra en territorio
Pilagá, Formosa, y hoy continúa de otra forma: deforestando la selva donde
muchos viven, etc.”
El interés por la simbiosis de
los pueblos y el resto de la naturaleza es otro rasgo de esta saga, de un
investigador que puede reconocer fuentes en el antropocentrismo occidental pero
busca alejarse de esos vicios. Y bien: entre matar a las comunidades y
practicar tala rasa en sus territorios, Vilar no encuentra gran distancia.
¿A quién considera distinto,
en ese sentido, entre los próceres de la historia más difundida? “Es difícil
encontrar ‘próceres’ que hayan sido diferentes”, admitió. Pocos se salvan del
triple genocidio, entre los próceres, sea como autores intelectuales,
ejecutores o colaboradores. ¿Y acaso los Artigas, Sayhueque, Guacurarí están en
el panteón de los próceres argentinos anotados por la historia oficial?
Una revolución
En su obra más reciente,
impresa en plena pandemia, cuestiona el racismo de Domingo Faustino Sarmiento.
Por eso le consultamos sobre la continuidad de este político en las aulas y la
celebración del Día del Maestro en una fecha que le rinde homenaje. “Tengo un
sentimiento muy encontrado porque soy maestro”, admitió.
Ya que en sus libros no alude
a los hechos del pasado como desconectados sino que hace permanentes
referencias al presente, lo interrogamos sobre una de sus preocupaciones
históricas: el endeudamiento del Estado. ¿Tiene una idea sobre cómo se sale de
esta espiral?, fue nuestra pregunta. “No se sale si no hay una revolución”,
respondió sin más.
En la página 81 de la obra El
Estado Nacional Argentino, Vilar apunta cómo Domingo Sarmiento consideraba que
determinadas personas debían ser eliminadas sin trámite, en una interpretación
del derecho de gentes que bien podría justificar el terrorismo de Estado.
“Cuando a ciertos hombres no se les concede los derechos de la guerra, entran
en el género de los vándalos, de los piratas, de los que no tienen comisión ni
derechos para hacer la guerra, y la hacen contra los usos de todas las naciones
y es por la propia seguridad de éstas, que es permitido quitarles la vida donde
se les encuentre”. Palabras de Sarmiento. Y Vilar, que en la dictadura de
Videla sufrió cárcel sin trámite, sin denuncia siquiera, agrega su
interpretación: “es decir, estos derechos rigen para nosotros (los civilizados)
y no para ellos (los bárbaros)”, tras lo cual transcribe los llamados de
Sarmiento a exterminar también a los indígenas “sin ni siquiera perdonar al
pequeño”.
Son abundantes las referencias
de Sarmiento a la superioridad del blanco por sobre los indígenas a quienes
atribuía estas cualidades: “perezoso, sucio, ladrón, ebrio, cruel”… Todo esto,
cuando habían pasado ya 400 años de colonización europea en el Abya yala
(América), y otros tantos de genocidio y esclavización racista contra
habitantes de este continente e hijos de África.
En la misma línea, Bartolomé
Mitre anunciaba su política en relación a los pueblos originarios, como
presidente del país. “Lanzando a las vastas soledades de la Pampa, fuertes
divisiones que, buscando a los salvajes en sus mismas guaridas, les han hecho
sentir el poder de nuestras armas, diezmándolos y llevando el terror y la
muerte donde más seguros se creían”. Llevándoles el terror y la muerte desde el
Estado, se entiende.
En la página 172 del libro más
reciente transcribe un obsequio del gobernador de Santa Fe al presidente Mitre:
“Remito a Vuecencia un chinito llamado Martín, hijo del célebre cacique Javier,
y una chinita, Saturnina. Ambos creo que le gustarán a V.E., pues son los
mejores que han traído”, en la invasión blanca al Chaco.
Una generación violenta que
fundó la Argentina moderna. “La manía destructiva de Sarmiento –dice Vilar–
explotó en otra nota dirigida a Mitre donde decía: ‘¡Qué golpe de teatro
embarcarse e ir a Paraná! Quién pudiera sugerirle la idea de quemar
ordenadamente, los establecimientos públicos, esos templos polutos”. Luego de
revisar la historia de los próceres, los “padres del aula”, ¿vale preguntarse
el por qué de la discriminación, la intolerancia, el racismo, sea en las
escuelas como en las canchas, en las corporaciones como en el mismo Estado
argentino?
Carnicerías de Mitre
El libro de Vilar da espacio a
la influencia británica en la vida nacional, a la Guerra al Paraguay y a la
invasión porteña a Entre Ríos en clara violación de la Constitución, con la
consiguiente derrota jordanista y la persecución de los federales.
El destino aciago de pueblos
originarios, paraguayos y federales, bajo el despotismo porteño, es una línea
que atraviesa las décadas como las páginas de esta serie.
Igual que en los tres libros
anteriores, guarda un capítulo para un seguimiento de la época, provincia por
provincia, y país por país en el Abya yala del sur.
Ya Vilar había dicho, en el
tomo 3 de la saga, sobre Mitre: “la pacificación del país después de Pavón para
‘uniformar su política con la de Buenos Aires’ se hizo mediante la fuerza
militar más violenta, con la destitución de los gobernadores legales, con
batallas sangrientas, asesinatos y ejecuciones de prisioneros en nombre de la
civilización. Fue una conquista militar y no, como mentía Mitre, fruto de actos
libres de las provincias”.
“El término ‘pacificación’
había sido impuesto por el rey Felipe II de España para ocultar el genocidio
que fue la conquista del Abya yala. Ahora lo repite el liberalismo mitrista,
queriendo ocultar sus ‘carnicerías’”, afirma el autor. “Era el final de una
lucha de medio siglo: el triunfo de la ‘civilización’ sobre la ‘barbarie’”.
La matanza de pueblos
originarios en los gobiernos de Rosas, Mitre, Avellaneda, Roca, y el llamado al
exterminio, desde la pluma de intelectuales influyentes como Sarmiento; lo
mismo que las persecuciones y matanzas de comunidades que no sintonizaban con
el poder colonial porteño, y la guerra al Paraguay, son pilares sobre los que
se edificó el Estado nacional moderno, “cuya estructura política, social,
económica y cultural, aún se mantiene”.
El problema del cristiano
En su obra sobre las dos
revoluciones, la de Buenos Aires y la federal comandada por José Artigas, Vilar
había fijado posición en torno de la conquista en un capítulo titulado El
problema del cristiano, en estos términos: “La historiografía porteña, tanto
liberal como revisionista, plantea los conflictos entre blancos e indios como
‘el problema del indio’. Creo, por el contrario, que quienes constituían un
problema eran los cristianos, descendientes de los conquistadores usurpadores,
explotadores y genocidas, que despojaban a los indios de sus tierras desde
hacía más de tres siglos”.
Y es que la disputa por las
tierras es otro de los ejes de la obra, como los enfrentamientos por el
monopolio aduanero que siempre, cualquiera fuera la vía, concluyeron con
privilegios para Buenos Aires. Esto, desde la primera hora, como lo dice en las
páginas 158 y 159 de su primer libro (Revolución y lucha por la organización):
“Buenos Aires careció de una clase revolucionaria porque no existió una
verdadera burguesía capaz y transformadora. El poder quedó en manos de
conservadores monárquicos e ineptos como lo fueron Saavedra, el deán Funes,
Posadas, Chiclana, Vicente López, José V. Gómez, Martín Rodríguez, los cinco
hermanos Balcarce (todos militares), Álvarez Thomas, Álvarez Jonte, Nicolás
Rodríguez Peña, Ortiz de Ocampo, Quintana, Viamonte o Miguel E. Soler; ubicuos
como J.J. Paso; traidores como Alvear, Pueyrredón o Rondeau; servidores de
Inglaterra como Manuel José García, o de Portugal como Nicolás Herrera;
intrigantes como Sarratea; tenebrosos como Tagle, facciosos autoritarios como
Monteagudo o Vieytes; reformistas delirantes como Rivadavia; comerciantes
aprovechados como Larrea; calumniadores como Cavia o
comerciantes-terratenientes racistas como Anchorena… El representante chileno
en Buenos Aires, Miguel Zañartú, en carta a O’Higgins, decía de la Logia
Lautaro porteña: ‘este gremio se compone de sujetos muy miserables’”.
Naide es más
¿Pero es que hubo otra
revolución? “El artiguismo no fue una mera ‘disidencia’ como pretende –desde su
visión porteñista– Tulio Halperín Donghi, ni un movimiento anárquico de
bandoleros como lo descalificó la clase principal de Buenos Aires y sostuvieron
Mitre, Vicente Fidel López, Sierra y sus repetidores. Fue una masiva expresión
popular de campesinos, criollos pobres, mestizos, gauchos, indios, y hasta
negros, conducidos por el jefe de los Orientales, que lucharon por un país
independiente, republicano, federal e igualitario (con su lema ‘naide es más
que naide’)”. Resaltamos este párrafo para apuntar que la saga de Vilar muestra
convicciones y luchas esclarecidas, en la vida de estos pueblos.
Trabajo de hormiga
Los historiadores que escriben
desde un lugar geográfico que no es Buenos Aires y que lograron zafar de la
historia municipal (que los porteños impusieron al país todo), como es el caso
de Juan Antonio Vilar, tienen por ahora, y mientras dure la colonia,
circunscripta su influencia a regiones. Esos historiadores que piensan desde la
Confederación, desde el Paraguay, desde el País de las Manzanas, desde Paraná,
tienen por ahora el destino de la palmadita lisonjera.
La visión colonial porteña no
es privativa de la oligarquía sino que es compartida también por algunos de sus
críticos, no menos racistas, a los que solemos indultar con la excusa de que
eran otros tiempos; una falacia si consideramos que el racismo argentino cobró
fuerza 400 años después del arribo de Colón al Abya yala, y cuando los seres
humanos que abominaban del racismo se contaban por millones.
El ninguneo de los pueblos del
llamado interior, ninguneo paralelo a las matanzas, viene de los tiempos del
combate de Buenos Aires a la Confederación, y de antes. Nada nuevo. Todas las
razones expuestas en medios masivos del llamado interior tenían repercusión
cero, por la decidida actitud del poder porteño de responder con indiferencia.
Sirva como ejemplo un poema
del cordobés Hilario Ascasubi, el gran poeta mitrista, que resume en versos
gauchos la actitud del porteñaje en una verseada que tituló Retruco a Virotica,
con una indiferencia no callada: “¡Habrase visto animal/ más jediondo y
presumido!/ sin duda se ha persuadido/ que saliéndome a toriar/ yo me voy a
calentar;/ pero, sepa ese aturdido.../ Que a todo bruto Rosín,/ que me hace
coplas iguales/ a las del tapao Barriales/ le contesto a lo mastín;/ que cuando
un cuzco ruin/ con ladridos lo torea,/ el mastín lo desprecea,/ y en vez de
echársele encima,/ ni le gruñe: se le arrima,/ alza la pata y lo mea”.
Una condición de la
colonialidad es el desprecio, la mirada por sobre el hombro, la burla, la
indiferencia. La colonialidad invisibiliza lo que no entra en sus casilleros.
Podremos ignorar estos libros,
o tratar al autor entrerriano como el “mastín” (la altanera “civilización”)
trata al “cuzco ruin” (la paciente “barbarie”). Pero, tarde o temprano, el
paciente trabajo de hormiga del profesor Juan Antonio Vilar nos provocará a
todos algún hormigueo.
Daniel Tirso Fiorotto