Segunda libertad de vientres
Desde la perspectiva del vivir bien / buen convivir (sumak kawsay) y los principios de complementariedad y reciprocidad (yanantin, masintin), observamos que grandes masas de entrerrianos padecen un grado de hacinamiento en su provincia o fuera del territorio por distintas razones, entre ellas la imposibilidad de contacto fluido con la naturaleza. El fenómeno se torna obsceno si consideramos las inmensas superficies productivas y despobladas alrededor.
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REVISTA ACADÉMICA
TIEMPO DE GESTIÓN - N° 21 - AÑO 2016
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA GESTIÓN
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE ENTRE RÍOS
U A D E R
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Segunda libertad de
vientres
Hermanos míos, no puedo estar en esta fiesta amable
porque sé de qué está hecha.
Juan L. Ortiz
Fecha de finalización del artículo: junio de 2016
Por Daniel Tirso
Fiorotto
Resumen
Desde la perspectiva del vivir bien / buen convivir
(sumak kawsay) y los principios de complementariedad y reciprocidad (yanantin,
masintin), observamos que grandes masas de entrerrianos padecen un grado de
hacinamiento en su provincia o fuera del territorio por distintas razones,
entre ellas la imposibilidad de contacto fluido con la naturaleza. El fenómeno
se torna obsceno si consideramos las inmensas superficies productivas y
despobladas alrededor. Aquí enumeramos males del hacinamiento y derechos
invisibilizados; señalamos el ecocidio generado por la tala rasa en forma
simultánea con desarraigo y éxodo rural, y pivotamos en dos interrogantes: ¿es
el hacinamiento una manifestación de colonialidad y una marca de racismo? ¿Urge
una segunda libertad de vientres para superar este flagelo social?
Abstract
From the point of view of good living (sumak kawsay)
and the principles of complementarity and reciprocity (yanantin and masintin),
we can observe that, due to many reasons, great masses of the people from Entre
Ríos suffer from overcrowding in their province or out of it. One of the reasons
is the impossibility to maintain fluid contact with nature. This phenomenon
becomes obscene when we consider that Entre Ríos has vast fertile lands that
remain unpopulated. Here we enumerate the ills of overcrowding and the rights
made invisible; we point out the ecocide produced by deforestation
simultaneously with uprooting and rural exodus; and we pivot on two questions:
is overcrowding a manifestation of coloniality and a sign of racism? Does it
urge a second freedom of wombs in order to overcome this social scourge?
Palabras clave: sumak kawsay, hacinamiento, libertad de vientres
Key
words: sumak kawsay,
overcrowding, freedom of wombs
Un viaje
Vamos en colectivo. Subimos en la terminal de Paraná
hará media hora, nos preparamos unos mates y en este momento nos sorprende
gratamente un clan de pirinchos al sol.[1]
Si en verdad somos el paisaje, aquí marchamos en una
cápsula de chapas, vidrios, plásticos, pero el mate nos recupera.
Los diez o doce pájaros que se derraman en racimo por
el lateral de un algarrobo[2]
dicen lo que no es el hacinamiento. En ese punto de confluencia de la comunidad
en el paisaje damos inicio a estas reflexiones sobre el hacinamiento en el
litoral, con foco en este maravilloso territorio de los panzaverdes, para apuntar hacia una segunda libertad de vientres.
La serenidad
Ahora un puñadito de garzas blancas[3]
con su habitual parsimonia. Pico amarillo, patas negras metidas en un charco.
Nos viene a la memoria un viaje por esta ruta con
Miguel Ángel Martínez, el Zurdo.
Junto a los conocidos hornos de carbón con forma de iglú avistamos aquella
mañana una bellísima garza con las inmaculadas alas extendidas en el fondo
plomizo. Colgaba del cuello, en un cable de alta tensión. Qué pesadumbre.
Probablemente la velocidad adueñada de la ruta la había espantado.
Sentimos el adiós de un pañuelo que contara Claudio
Martínez Paiva[4]
como un estremecimiento, porque la modernidad le había truncado el vuelo a la
“garza viajera” de Aníbal Sampayo.
Nuestra civilización está enferma de velocidad, dice
Edgar Morin.[5] El
país está enfermo de latifundios, agrega Gastón Gori. La relación no es
caprichosa. Desarraigo, hacinamiento, apuro, van de la mano.
Queremos creer que este paisaje guarda fibras de
resiliencia, que el hombre acelera, rompe, cuelga la garza del cogote, y la
naturaleza hace su duelo pero cura sus heridas y retorna. Queremos creer.
Alcide d’ Orbigny visitó nuestra región en 1827 y
avistó a las abuelas de estas aves. “El croar ronco de las garzas me anunciaba
con intermitencia su presencia al borde del agua donde solas, en actitud
estúpida, aguardaban la aproximación de los peces para atraparlos al paso y
retomar luego su impasibilidad acostumbrada”, escribió el francés, y en seguida
este tremendo vaticinio: “¡Pobres pájaros! Cuando la civilización haya invadido
esta ribera salvaje ya no habréis de recorrer con paso tan leve los meandros de
vuestras charcas! Vueltos más ariscos, ya no tendréis tranquilidad. Con
demasiada razón sospecharéis trampas y peligros por todas partes, y vuestros
hábitos tan confiados cambiarán en razón del avance de vuestros nuevos dueños
por esta tierra donde aún imperáis”.[6]
Hemos conocido aves y peces que comparten un lugar,
comen distintos alimentos a distintas horas y de distintas maneras. Así conviven.
Es común la agrupación de ejemplares de una especie.
Días antes pudimos ver una bandada de espátulas[7]
en un camino parecido, todo un manchón rosa a corta distancia, qué regalo; y
así varias de morajúes[8]
y cardenales[9]
en un revuelo anarquista, y hervideros de patos coscoroba[10]…
Aquí están, ante nuestros ojos, el ñandubay[11],
el chañar[12],
los ceibos[13],
las totoras[14].
Entonces: ñandubaysal, totoral, chañaral, ceibal, sin excluir a las especies
hermanas.
El aire, el agua, el pasto, los murmullos, nada es
ajeno. La comunidad se despliega a sus anchas. Pero ¿cómo calzamos los humanos?
Desde el Abya yala
Muchos hombres y mujeres fueron extirpados de este
paraíso y viven hacinados en nuestro territorio, o afuera. Todo un contraste.
Hace un par de siglos, la manumisión desde el vientre
fue una forma solapada de continuar la esclavitud y cumplir a medias, a la vez,
con una demanda. Pero alivió a los esclavizados el saber que los hijos se
salvarían de las cadenas, y la comunidad de mandones fue comprendiendo límites.
Oscar Montaño ofrece en su Historia Afrouruguaya
diversos testimonios que muestran en nuestra región los tremendos esfuerzos de
esclavizados por comprar su libertad, o la de sus hijos, hermanos, nietos.
Comenta las denuncias por abusos de los amos sobre las hijas de las
esclavizadas, y las promesas de libertad a cambio de sexo. Es decir: la
libertad de los niños era particularmente anhelada entre los negros
secuestrados en África, mientras negociaban la propia, formando a veces
cooperativas de esclavizados y libertos para el rescate.[15]
Además esa promesa de libertad de vientres era una muy
buena noticia porque cabía suponer que la esclavitud se sostendría varias
décadas después, como se sostuvo[16],
aún en medio de la violencia. Estas historias se repiten. Entre Ríos tuvo
esclavos en las estancias, hoy sus descendientes se esparcen en todo el territorio.
Ahora: el racismo en la esclavización de los negros de
ayer ¿tiene equivalencias con el hacinamiento de los desterrados de hoy? Ese
alivio de los padres frente a la libertad de vientres prometida ¿no nos
estimula a la hora de pensar recetas contra el hacinamiento?
Aquí nos proponemos analizar el destierro y el
amontonamiento de nuestros pueblos del litoral desde saberes antiguos y
vigentes del Abya yala (América); principios como el vivir bien y bello / buen
convivir, sumak kawsay en quichua, suma qamaña en aymara, tekó porá en guaraní,
küme mongen en mapuche, que no son sinónimos exactos pero sí nociones
emparentadas que conciben al humano en la naturaleza, en diálogo, en armonía,
como fibra de una trama. En adelante resumiremos esa cosmovisión en la
expresión sumak kawsay.
También miraremos desde el comunitarismo, en sintonía
con el ayllu del noroeste y el tekohá del litoral, es decir, ese espacio de
convivencia en el paisaje, en las casas, el pago de uno, donde practicar el
sumak kawsay. Y desde el principio de complementariedad o de opuestos
complementarios que en quechua decimos yanantin, y el principio de solidaridad
y reciprocidad que llamamos masintin. Sin descuidar nuestras tradiciones de
resistencia, sea en la lucha del charrúa y las montoneras o el no actuar del
altiplano.
Por eso viene bien que digamos Abya yala, voz de los
pueblos kuna de Panamá y Colombia traducida como tierra en plena madurez,
tierra de sangre vital. Y es que no encontramos razones para aislar a Entre
Ríos de los saberes del altiplano, la selva, la pampa, es decir, entendemos
nuestra región integrada en un continente, fuera de chovinismos.
Nos preguntaremos si hay en el hacinamiento una marca
de racismo, para el individuo y para la comunidad acorralada.
El abolicionismo contra la actual segregación (que
inspira nuestro aporte) apela a la conciencia, de donde derivarán quizá luchas
y leyes; y la reflexión va dirigida especialmente al pueblo desterrado,
hacinado, desnaturalizado.
Planteamos una reforma agraria y no (sólo) para
devolver tierras al humano sino para devolver el humano a la tierra, lo cual
haría sustentable el proceso y sobre principios hondos, no utilitaristas. Un
cambio que reformaría la estructura de la propiedad y del uso de la tierra, y
atacaría una enfermedad que nos consume en la acumulación, el consumismo, el
individualismo, el antropocentrismo, la mala alimentación, el hambre.
Ninguna originalidad
No venimos a descubrir el problema del hacinamiento.
Ya en 1951 en su obra “Tierra y libertad” (en homenaje al lema de Emiliano
Zapata), dijo Luis R. Mac’Kay: “Se ha producido un verdadero éxodo de liberados
que huyen del campo… que no luce para la economía de la nación, pero luce
esplendente para ellos en el ‘Gran Buenos Aires’, como se ha dado en llamar para
escarnio del federalismo argentino a la capital federal y poblaciones
circunvecinas, verdadero monstruo que sustrae, absorbe y abarrota la juventud
campesina, naturalmente dotada para el esfuerzo y fecunda iniciativa que
demandan los surcos, malogrando su vocación natural y nobles aptitudes y
deformando así su espíritu y su vida. No ha emigrado solamente el campesino
proletario, sugestionado por mejores posibilidades, sino también el hijo del
chacarero, defraudado y sin perspectivas en la actividad rural… con sus cartas
rudas, pero preñadas de seducción, atrajo a sus hermanos, parientes y amigos
que siguieron el espejismo, así vivieran hacinados en una habitación o en
miserables tugurios improvisados en los baldíos cercanos”.[17]
Rafael Barret lo vio entre los guaraníes. En “El dolor
paraguayo y lo que son los yerbales”[18]
arenga para no tolerar “que la tierra, en cuya faz venerable hemos esculpido
nuestra estupenda historia, sea de quien no la merece. Luchemos por conseguir
que cada hombre, al nacer, encuentre su parte de herencia natural, la parte de
tierra a que tiene derecho”.
La tierra en el
centro
La inquietud por el acceso del humano a un espacio es
antigua. En nuestra región, con tantas familias de tradición judeocristiana,
suponemos que aún resuenan los ayes sobre los malvados del Libro de Isaías, con
amenazas de juicio divino a la voracidad: “¡Ay de los que juntan casa a casa y
añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros solos en
medio de la tierra?”.
Para algunos historiadores como César Pérez Colman la
precoz matanza de pueblos originarios “colocó a Entre Ríos en una situación de
privilegio”, y fue “una fortuna” la eliminación de ese “problema social” que se
oponía a la “obra civilizadora del conquistador”.[19]
El racismo en la historiografía regional daría para otro estudio.
La tierra está en el centro de las luchas por la
libertad. Elsa Vignola dedica varias páginas al independentista entrerriano
Bartolomé Zapata, y antes a la situación social de este territorio. Dice de Gualeguaychú:
“El progreso de esta Villa se vio entorpecido por los conflictos surgidos con
los grandes terratenientes”, y cita a Leoncio Gianello para apuntar “la
incertidumbre en que vivían gran parte de los pobladores con respecto a la
tierra que estaban trabajando y cuya propiedad alegaban poderosos
terratenientes vinculados a las autoridades virreinales que amenazaban
desalojarlos”.[20]
Luego copia a César Blas Pérez Colman: “Ningún factor gravitó tanto en la
opinión pública, como el que engendró la lucha librada por los pobladores a fin
de no ser desplazados de sus posesiones. Por ello la aspiración por el logro de
la autonomía gubernativa asumió los caracteres de una pasión popular”. Y
termina entonces Vignola: “Como vemos, nuestros paisanos identificaron la
patria con la tierra, de ahí su ardiente defensa aún a costa de sus vidas”.[21]
(No es difícil ver cómo entronca con el principio de soberanía particular de
los pueblos que enarbolaría José Artigas).
Mencionaremos más adelante ciertas respuestas de Tomás
de Rocamora y José Artigas, sin menoscabo de la resistencia anterior de los
pueblos a la invasión privatizadora. Manuel Belgrano se ocupó también del
asunto en el norte de la Mesopotamia en su expedición al Paraguay.
Más cerca en el tiempo Alejo Peyret buscó abrir una
brecha, principalmente con la idea puesta en los inmigrantes. En la obra Peyret
y Goliat, el estudioso Américo Schvartzman resalta su concepción de la
democracia agraria, “y su planteo de que entre ‘la estancia’ y ‘la colonia’
había una contradicción insoluble y de cuya resolución dependía el futuro de la
república. ‘Ha llegado el momento de decidir cuál de estas dos señoras ha de
sacrificarse’, le escribe a Urquiza… Peyret vincula la idea de la subdivisión
de la propiedad rural a la cooperación, y a la ‘democratización de la propiedad
aristocrática’”.[22]
Eso en torno del acceso al suelo para el trabajo, pero
en estas últimas décadas predominó en cambio la concentración de la propiedad y
la tenencia. Es notoria la merma de explotaciones y de población rural en Entre
Ríos y eso influye en el conjunto. Hay departamentos como Nogoyá y Tala que en
medio siglo disminuyeron su densidad demográfica.
Por otro lado, la naturaleza está recuperando un lugar
en la conciencia. Entre Ríos recuerda en 2016 las dos décadas de la histórica
lucha popular que enfrentó al imperialismo contra el represamiento del Paraná
Medio, por caso, y culminó con una ley anti represas. Este aniversario
encuentra a los panzaverdes unidos
contra la explotación de los hidrocarburos por métodos no convencionales. La
fuerza participativa de las asambleas en estos 20 años es toda una novedad,
empezando por los colectivos a favor de la salud del agua y contra los
agrotóxicos y transgénicos.
La Constitución de Entre Ríos de 2008 refleja en
alguna medida esa inclinación: Artículo 22, ambiente sano y equilibrado,
desarrollo sustentable, preservación; Artículo 83, principios de
sustentabilidad, precaución, equidad intergeneracional, prevención, utilización
racional, progresividad y responsabilidad, preservación de ecosistemas,
corredores biológicos, conservación de la diversidad biológica, medidas
preventivas y precautorias del daño ambiental.
Más se nota la relación estrecha naturaleza/cultura en
la Constitución de Bolivia cuyo preámbulo anuncia: “Principios de soberanía,
dignidad, complementariedad, solidaridad, armonía y equidad en la distribución
y redistribución del producto social, donde predomine la búsqueda del vivir
bien”. Y la de Ecuador, que celebra la Pachamama y reconoce el sumak kawsay y
los derechos de la naturaleza más allá del humano.
La Pachamama está en el
centro de la cosmovisión ecológica de nuestra región amplia y sin
compartimentos estancos. Desde allí miramos nuestro estado de cosas. Es una
antigua tradición que da respuesta a los problemas del futuro.
Eugenio Zaffaroni apunta precisamente al inmenso campo
que abre esta concepción andina llevada al derecho. “El constitucionalismo
andino dio el gran salto del ambientalismo a la ecología profunda… La invocación
de la Pachamama va acompañada de la exigencia de su respeto, que se traduce en
la regla básica ética del sumak kawsay… La ecología profunda, basada en el
reconocimiento de la personería jurídica de la naturaleza, no deja de producir
cierta molestia y abierta desconfianza en el campo de la teoría política”,
admite Zaffaroni.[23]
El apuro
Seguimos en un vehículo llamado colectivo, pero
bastante enfrascados, cada uno en lo suyo. Individuos sumados nomás. Cortinas
corridas, aire acondicionado. Días antes habíamos conversado en Paraná con
estudiantes de tres establecimientos, y nos fue imposible lograr alguna
referencia a la cigüeña que nos trae al mundo, el tuyango[24].
Pues aquí avistamos varios ejemplares ya.
Menos comentarios recibimos sobre el simpático aguará
popé[25],
de hábitos nocturnos. Los alumnos conocían algo del mapache del norte, nada de
su primo que lava sus alimentos con las manitos aquí, en la orilla. La
distancia del humano y su entorno es palpable en nuestra región. La muerte de
humanos en ruta da para un análisis desde distintos ángulos. Veinte personas
por día en la Argentina, muchos de ellos chicos, con la velocidad como
principal causa. No solo ignoramos el entorno o lo menospreciamos, subidos a la
soberbia del que se tiene por superior: también nos matamos. Y lo mismo se ha
naturalizado la masacre de otras especies: el destino de la comadreja (mbicuré)[26]
es emblemático. Pero esa guillotina en que convertimos las rutas no se llama
catástrofe, se llama apuro.
En la chamarrita titulada “No sé si un día” que
cantaba Juan Carlos Angelino, los también entrerrianos Juan Carlos Alsina y
Carlos Santa María añoran “volver al tiempo del sin apuro,/ charla y amargo y
algunos vasos,/ que a los amigos, como los tragos,/ no hay que tomarlos jamás
al paso”.
Y en el “Regreso pitanguero” con música de Alcibíades
Larrosa y letra de Walter Ocampo, una de las canciones bellas del mundo:
“Mándeme al monte, madre, para ese tiempo/ en que el almíbar cuelga como un
rubí,/ que en esas siestas largas de gestos lerdos/ quiero encontrarme a solas
con mi gurí”.
No nos asombra la actitud hacia una siesta lerda y la
necesidad de reencontrarse con la autenticidad del niño subido comiendo frutas
de ñangapirí[27],
como tampoco nos asombra la vida comunitaria si está allí, abierta en los
hornitos a la vista, por caso. En “Décimas con trinos” dice Héctor Deut del
casero[28]:
“No le interesa la moda/ ni gorjeos solitarios/ no pretende campanarios/ ni
burgueses privilegios/ su pico no tiene arpegios/ el hornero es proletario”.
Desde el colectivo se presienten hormigas, vaquitas de
San Antonio, mariposas; la biodiversidad se despliega, el humano choca y se
choca.
Vivir bien / buen
convivir
No partimos aquí del hombre sino de la biodiversidad
que lo incluye. Arturo Escobar recuerda que los activistas negros del bosque
tropical del Pacífico, en Colombia, definen biodiversidad como “territorio más
cultura”.[29]
El lema “nadie es más que nadie” ha prendido bien en
esta región y puede interpretarse en un sentido individual, colectivo, o entre
especies: el hombre no es más y tampoco es menos.
El desarraigo y el hacinamiento muestran efectos
dañinos por varios flancos: el amontonamiento de las personas en lugares
inadecuados, las enfermedades, la distancia geográfica y cultural entre las
personas y el resto de la naturaleza, la erradicación de la naturaleza en los
(no) lugares humanos: también el reemplazo de humanos por máquinas, la
ignorancia del humano sobre sus alimentos, la desocupación, la pérdida de
soberanía alimentaria y la exposición a los monopolios, el sistema utilitarista
que toma al suelo como mercancía; y así el ecocidio y la erosión de los suelos,
las pruebas con sustancias químicas que ponen en riesgo o enferman la vida
misma desde el embrión y la variedad de especies, la destrucción de una red de
antiguos y vigentes conocimientos y oficios, la zozobra de vastos sectores
sociales, la pérdida del equilibrio de la complementariedad urbano-rural; la
invisibilización de derechos a pensar con identidad propia, a comer sano, a
relacionarse, a la soberanía particular de los pueblos, a la vida y el trabajo
comunitarios, en definitiva: la aniquilación del principio de armonía llamado
vivir bien / buen convivir.
Dicha para nadie
En apenas algunas leguas pasamos del país de los
hacinados al país despoblado. Intuimos el río más allá, y no hay caminos que
nos conduzcan a la orilla, todo ha sido privatizado. El río mismo, de facto.
No vemos personas cultivando la tierra, caminando en
el monte; no vemos personas podando frutales, ni frutales. No hay personas
ordeñando las vacas, no hay un horno para el pan, tampoco una fábrica; no hay
personas jugando, cantando, no hay canastos de alimentos a la vera de la ruta,
ni gallineros. Un paisano a caballo es ya una excepción.
“La naturaleza no ha creado pedazo de tierra más
privilegiado”, dice Sarmiento en Argirópolis sobre Entre Ríos.[30]
Suelo feraz, clima benigno, cielo claro, sol a raudales, flores a los cuatro
vientos, arroyos, acuíferos, alas y trinos... Y muy pocos humanos.
Las familias que no fueron desterradas están
hacinadas, aunque las estadísticas digan que Entre Ríos conserva población
rural (ya veremos los censos), y seamos conscientes de que algunos resisten en
chacras de citrus, el trabajo con las aves y un par de rubros, no muchos más,
porque hasta los tambos fueron raleados.
Nada tiene de novedad esta situación. Podemos
comprobarlo en estos versos de Juan L. Ortiz, de 1947. “El agua, diosa también
etérea de estos campos./ El agua, que daría la dicha a los hijos de estos
campos,/ errantes por los caminos,/ o incorporándose de debajo de los carros
con criaturas de pecho en el escalofrío del amanecer...”
“El campanilleo de la perdiz flota en la brisa
morada./ Hermanos míos, no puedo estar en esta fiesta amable porque sé de qué
está hecha./ Para que esta fiesta se hiciera para nadie/ fue necesario que os
arrojaran a los caminos/ o a vivir bajo un cielo que no tiene ciertamente
sonrisas”. El álamo y el viento. 1947.
En otros versos: “Cuánta dicha que se da para nadie,
ay, para nadie./ La madreselva ha florecido y cubre casi el rancho abandonado”.
El artista de Puerto Ruiz se desgarró ante el
destierro y el sistema no ha hecho más que consolidar esa estructura expulsora.
Antes lo había comentado Arturo Capdevila. Tras una
gira por el país, contó lo que vio en la capital entrerriana: “Sólo sabemos que
esta ciudad de Paraná, enferma del mismo mal que todo Entre Ríos, no saber
retener a sus hijos. Los entrerrianos emigran… Entre Ríos es una de las
provincias en que más ha gravitado la rémora del latifundio… ¡Lo que sería
Entre Ríos con los hombres que perdió! Más en donde la tierra yace en la
esclavitud estas nupcias con el trabajo son imposibles; la tierra espléndida se
queda triste y el novio magnífico se va”.[31]
Los viajes del “narrador de ciudades” son de la década
del 30. ¿Pasará un siglo para que escuchemos el mensaje?
Hacemos un descanso para señalar un cambio en nuestra
mirada. Hasta ayer muchos decíamos “la tierra para el que la trabaja”, pero una
visión así llevó a algunos pensadores europeos a justificar la invasión al Abya
yala, con el pretexto de que el humano de este continente en algunas regiones
no cultivaba el suelo. La idea se entiende mejor si decimos con nuestros
pueblos que el hombre es de la tierra y allí vive, cultiva, conversa, recoge
frutos, reza, ama, dialoga con sus antepasados. Allí practica los principios
del vivir bien / buen convivir que ha enumerado Fernando Huanacuni Mamani
(2010).
Este estudioso difundió trece principios que
constituyen el vivir bien del altiplano, lo que equivale a no alterar el
entorno, si vemos todo interconectado. Esos principios se sintetizan así: saber
comer (en aymara suma manq aña - no en referencia al estómago), saber beber
(suma umaña - lo mismo, en referencia al fluir del corazón), saber bailar (suma
thokoña o thukkuña – Huanacuni dice “saber danzar, entrar en relación y
conexión cosmotelúrica, toda actividad debe realizarse con dimensión
espiritual”).
Luego: saber dormir, saber trabajar, saber pensar o
meditar (“el silencio equilibra y armoniza”), saber reflexionar desde el
corazón, saber amar y ser amado (chachawarmi, complementariedad), saber
escuchar (no sólo con los oídos – recordemos que también para el charrúa las
piedras hablan); saber hablar (para lo cual hay que sentir y pensar bien),
saber soñar (proyectar), saber caminar (con la Pachamama), y saber dar y
recibir.[32]
Volvemos a preguntarnos, ¿cuántos obstáculos pone el
hacinamiento para recuperar ese mundo?
Bernardino Horne[33] denunciaba el latifundio argentino en la primera
mitad del siglo XX. Decía que nuestro país era de los que tenían entonces más
concentrada la propiedad rural, que la tierra era objeto de especulación sobre
su valor social. Y qué decir de las
advertencias de Gastón Gori en La Forestal: “En la mesopotamia criolla,
latifundios increíbles acaparados por unos pocos”.[34]
Marcelino Román supo del desarraigo. “Derrumbados afanes fundadores:
taperas./ Montoncitos de historia, rastros de vida rota./ ¡Adiós querencia,
hogar, enseres, sementeras!/ ¡Tanta gente sin tierra por la tierra rebota!”.
Eso dice en su obra Taperas, y luego en Un Rancho: “En el rancho que aprende a
ser tapera/ un fuego de biznaga apenas arde”.[35]
Amontonados en el
desierto
Amontonar personas en un mismo lugar no preparado para
la vida decente con comodidades, higiene, seguridad, espacios de recreación y
oficios: eso es hacinarlas.
En la región litoral se constata y no debe atribuirse
a la superpoblación. Entre Ríos cuenta con 16 habitantes por kilómetro cuadrado
y tiene vastas extensiones con menos de uno, por el éxodo rural y semiurbano
hacia la creciente concentración de almas en el gran Paraná y otras pocas
ciudades. Cuba o Costa Rica rondan los 100 habitantes por km2. En un territorio un poco mayor que el de
Entre Ríos, Corea del Sur tiene 50 millones de habitantes, casi 500 por km2.
Nosotros apenas superamos el millón y siempre parece que sobramos, cuando
sabemos que si cada entrerriano tuviera acceso a una hectárea (una familia de
diez miembros, 10 ha), todos los habitantes de la provincia ocuparíamos sólo un
cuarto de la superficie productiva. Entre Ríos podría contar con corredores
protegidos de biodiversidad en las costas de sus ríos y arroyos en millones de
hectáreas, sin afectar la vida de los humanos, y apenas protege hoy unos pocos
miles de hectáreas en zonas no sostenibles, por el aislamiento de las especies.
El hacinamiento se da con un fenómeno paralelo que es
la expulsión. De hecho, Entre Ríos pasó del 5 % de la población de la Argentina
en 1947 al 3 % en 2010. Es notoria la presencia de entrerrianos fuera de su
territorio. También Santa Fe achicó su participación. En 1947 Entre Ríos era la
quinta región más poblada del país. Hoy, la octava. Tucumán, Mendoza y Salta
nos superaron.
El hacinamiento afecta a muchas ciudades. Se siente
más en los barrios por la falta de espacio para el vivir bien, y de válvulas de
escape. La cantidad de personas por habitación, la falta de servicios
adecuados, la desocupación, la imposibilidad de cultivar una huerta o criar
animales de granja, dan indicios de hacinamiento. Pero aquí miramos desde otro
ángulo: el distanciamiento de las personas de ámbitos que les permitan una vida
decente en contacto con la naturaleza y con posibilidades, además, de producir
alimentos variados, sanos, cercanos. Distanciamiento obsceno, si tenemos a la
vista vastas superficies deshabitadas en el mismo territorio.
Como los colombianos, consideramos dentro de la
biodiversidad a la naturaleza y la cultura. De manera que el hacinamiento de
humanos sin lugar para otras expresiones de la vida entraña un desequilibrio, y
peor por la existencia, al lado, insistimos, de amplias zonas sin humanos.
Los pueblos antiguos de la región no ven que el humano
pueda desplegar sus alas extirpado del resto de la naturaleza. Atahualpa
Yupanqui recitaba un poema del oriental Romildo Risso que dice “si hay leña
cáida en el monte/ yo no v’y a cortar un árbol:/ Po’el aire no puedo dir,/ de
no, ni pisaba el pasto”. Hoy esa actitud para la mínima invasión no se constata
en el hacinamiento de las grandes urbes y los barrios apretados, y tampoco en
el sistema de agronegocios a escala con sustancias químicas, transgénicos y
enormes máquinas. El hacinamiento enferma. Los agronegocios también. Hemos
escuchado conferencias y leído informes de científicos como Andrés Carrasco y
Rafael Lajmanovich[36],
que apuntan los riesgos de malformaciones en embriones, además de los efectos
que provocan en la salud de la comunidad el desarraigo y el destierro.
Quatro ambiciosos
El nicaragüense “fundador de pueblos” Tomás de
Rocamora, que en sus intercambios con el virrey Vértiz terminó consolidando en
1782 el nombre “Entre Ríos” usado cien años antes, escribió unas cartas sin desperdicios. “Contener y reducir a lo
que justamente necesiten a quatro ambiciosos, que quieren abarcar lo mejor de
todos estos Partidos, y así impiden su Población”, decía el organizador de
Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú.[37]
Pasaron 230 años, y los “quatro ambiciosos” mandan.
Hoy se llaman, claro, banqueros, terratenientes, proveedores de insumos,
exportadores.
Rocamora informaba al virrey que los capitalistas de
Buenos Aires cometían tropelías contra los entrerrianos pobres, los expulsaban
de las tierras que esas familias ya habitaban, y lo hacían con papeles en la
mano.
“Sólo uno de estos (capitalistas de afuera) tenía, y
pienso que aún conserva, avocados sesenta mil postes de la otra parte del
Gualeguay, para amojonar por el Arrecife desde aquel Río hasta el Clé, que es
decir toda la población más útil de este Partido”.[38]
Un terrateniente iba a cercar todo el territorio
habitado.
Rocamora era parte de un movimiento de invasión que
había expulsado y masacrado familias enteras; los charrúas y demás pueblos lo
sufrieron al extremo, pero ya gobernante advertía algunos de los despropósitos,
defendía a los trabajadores, cuestionaba a los acaparadores.
No sólo promovía chacras mixtas a salvo de
incendios, sino que, además, llamaba a cuidar el monte. Lo dice Juan José
Antonio Segura: “Por ser de los requisitos más esenciales para la subsistencia
de los pueblos la conservación de los montes, destruidos en las costas por el
desorden de los faeneros extraños que talaron sin discreción, debía
prohibírseles absolutamente el corte de leña y de madera entre los ríos, que
quedaría a beneficio de sus vecindarios, pero limitando los cortes al número de
hachas y parajes que se les señalaran. A ese fin debía comisionarse en cada
partido un juez o comisionado de Montes, dependiente del Comandante principal
para que celara y cuidara la observancia de este encargo”.[39]
Segura aclara: “A pesar del tinte sombrío que
Rocamora daba a las cosas, no parece que se hubieran adoptado las solicitadas
medidas de protección”.[40]
Después de 230 años de esas disposiciones, los
diarios entrerrianos anunciaban en 2015 la siguiente noticia: “La Cámara Alta
dio media sanción al proyecto que crea Fiscalías para que actúen en delitos
contra el ambiente”. En el mismo momento, conocíamos la aplicación del nuevo
Código Civil y Comercial de la Nación, en vigencia desde agosto de 2015, que
reduce el antiguo camino de sirga de 35 metros a 15. Una nueva privatización de
las costas, con influencias notables en una provincia con 7.700 ríos y arroyos
y más de 41.000 kilómetros de cursos de agua, cuyas costas debieran ser
protegidas.
La tala rasa lleva 500 años en nuestro territorio,
pero es en los últimos 100 en que la destrucción alcanzó ribetes de ecocidio.
La llamada “modernidad” coincide aquí con la expulsión de los habitantes
(charrúas, chanás, yaros, guaraníes y otros), el apropiamiento de grandes
estancias por “quatro ambiciosos”, y la destrucción del monte. Con matices,
hasta nuestros días.
Los deseos desmedidos
Le dijo Rocamora al virrey: “Conténganse Excelentísimo
Señor los desmedidos deseos de algunos pocos. Redúzcanse a lo que necesiten mas
que sea con abundancia; pero cercéneseles o no se les permita que adquieran lo
muy superfluo, para que encuentre acomodo el pobre vecino, que con el producto
de la tierra que les sobra a ellos, puede mantener una familia numerosa y útil
al estado”.
“Asegúrese en quietud a estos vecindarios (es decir,
quitémosle las zozobras); repártanse graciosamente los realengos... Habrá tres
o cuatro que en el último caso pleiteen contra este arreglo económico. Pero
fuera pleitos, valga la razón y asegúrese Vuestra Excelencia que ejecutado como planteo, antes de
muchos años será la de Entre Ríos, de que trato, lo que dije, la mejor
Provincia de esta América”.[41]
La expresión “ejecutado como planteo” es clave. Para
que Entre Ríos fuera una bella provincia había que asegurar espacios a los
vecinos, a sus chacras, y contener los desmedidos deseos de algunos pocos. A
230 años podemos reclamar exactamente lo mismo.
Algunos pensadores europeos tuvieron influencia
sobre gobernantes de nuestro territorio. Gaspar de Jovellanos, Pedro Rodríguez
de Campomanes, Pablo de Olavide, Benito Jerónimo Feijoo, son señalados, entre
otros, por el entrerriano Juan L. Ortiz y el oriental Eduardo Galeano, como
fuentes de los cambios propuestos en el régimen de la tierra. Y sabemos que el
mismo Rocamora había aprendido la distribución en la Sierra Morena de España.
Juan Antonio Vilar recuerda en su obra Revolución
que José Artigas tuvo “una experiencia interesante como ayudante de Félix de
Azara con la distribución de tierras en Batoví”[42]
Tres décadas después de Rocamora, Artigas dispuso en
la región un reparto que no encuentra comparación. “El 10 de setiembre de 1815
–en el corto lapso de paz que la Banda Oriental pudo disfrutar libre de
españoles, porteños y portugueses- sancionó el Reglamento provisorio de la
Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus
hacendados”, recuerda Vilar[43],
y enumera los beneficios para negros, zambos, indios, criollos pobres, viudas,
bajo la consigna “que los más infelices sean los más privilegiados”.
Admite que Artigas “fracasó en su objetivo de
organizar un estado republicano federal”, y “lo que más revela la profundidad
de su derrota es su política de distribución de tierras. Artigas es venerado en
el Uruguay como el máximo héroe nacional. Sin embargo han borrado todo lo que
fuera su lucha”, afirma el historiador de Paraná y apunta: “Una vez que los
ingleses crearon la República Oriental del Uruguay, jurídicamente fueron
reconocidas como legítimas las concesiones de tierras hechas por los españoles
durante la colonia, por los portugueses, los brasileros durante su ocupación,
los revolucionarios de 1825 y los gobiernos desde 1830, con exclusión de las
hechas por el Reglamento de 1815”.[44]
El fracaso de la revolución artigueña equivale al
triunfo de los “deseos desmedidos de algunos pocos” que denunciaba Rocamora.
(En una conferencia sobre la tierra, que se encuentra en Internet, el profesor
Juan Vilar demostró que la concentración de la propiedad en la Argentina sigue
políticas de la metrópolis, en las antípodas del pensamiento de Artigas).[45]
El estudioso Curapil Curruhuinca explicó la sanguinaria ambición de la
oligarquía argentina (ya no europea solamente) por la propiedad del suelo,
extendida a fines del siglo 19 a la Patagonia. “La anexión de las franjas
neuquinas sirvió, ante todo, para hacer negocios mayúsculos de venta, reventa y
subdivisión, y favorecieron, en primer término, a los capitalistas de la
Campaña. Que los hubo. Hubo, sí, quienes
jugaron a la campaña. Al feliz desenlace. A la ganancia abundante”.[46]
Vale recordar aquí que aquellas luchas por el
arraigo, el trabajo, el acceso al suelo, se dieron en el mismo año 1815 en que
se izaba en el litoral la bandera de la banda roja. Sostener la bandera
entrerriana (federal, artiguista) equivale a reavivar, cada mañana, la disputa
por la tierra, aunque los sectores de poder traten de ocultar esa raíz. Disputa
que, desde los pueblos antiguos, no debe hacerse por asuntos de propiedad y
ganancia sino de buen vivir, buen comer, buen beber, con criterio sustentable,
como dice Huanacuni.
En el Uruguay, y más cerca en el tiempo, llama Daniel Viglietti “¡A desalambrar, a desalambrar!”. Y pregunta Aníbal Sampayo: “Por qué me quitaron/
la tierra y después/ crecieron los campos/ de un mister inglés”.
En Entre Ríos canta Miguel Ángel Martínez, el Zurdo, este cielito con letra de José María Díaz: “Si usted sale a
caminar/ ve sin fin el campo flor,/ y en tierra de mala muerte/ la ranchada de
algún peón./ Cielito, miren qué cielo/ el cielo de los sauzales,/ por qué
cambiarnos la tierra/ por un baúl de caudales”…
Ecocidio
Culturas del Abya yala coinciden en el altiplano, la
selva, el sur, sobre la armonía del humano-en-la-naturaleza. Es un tema que
está presente en las obras del profesor Juan José Rossi, radicado en Chajarí.
“La tierra no es del hombre, sino el hombre de la tierra formando una unidad
con el resto del universo. Filosofía ésta prácticamente opuesta a la proveniente
del mundo occidental-cristiano que sostiene una supuesta superioridad del
hombre”.[47]
En las Jornadas de la indianidad realizadas en abril
de 1984 en Buenos Aires (en coincidencia con la apertura democrática), el
primer punto de la mesa de trabajo sobre Derechos territoriales dice: “Los
indios reclaman la tierra por cuanto su existencia separada de ella no tiene
sentido”.[48]
Y luego: “Por sus derechos inmemoriales sobre ella (la tierra). Y por ser
indispensable para su subsistencia y su integridad como Nación su relación con
ella responde a la cosmovisión propia de los pueblos indios que consideran a la
comunidad humana como parte integrante de la naturaleza y no su propietaria
administradora”.
La mesa 4 de política y organización de aquellas
Jornadas apunta a los saberes del Abya yala: “Se resume su filosofía en una
dialéctica de opuestos, no antagónicos sino complementarios, guiados por una
visión unificadora del ser humano con la naturaleza toda y el cosmos… La unidad
cósmica y existencial es ley de la naturaleza y motor de la historia… toda
opción realista de la participación política debería ser iniciada por la
tenencia real de la tierra en forma comunitaria”.[49]
Podríamos abundar en ejemplos similares. En esa visión
del humano confluyen nuestros pueblos, y no es difícil hallar similitudes con
culturas de otros continentes.
Sin embargo, en una gira por el litoral y en especial
por la geografía de Entre Ríos constatamos con nuestros ojos los vestigios del
éxodo, sea en las taperas como en los llamados pueblos fantasmas. La ausencia
del humano es palpable en zonas ayer pobladas.
Los censos denuncian el éxodo durante todo el último
siglo; lo repiten economistas, historiadores, poetas, trovadores, vecinos.
El proceso de desarraigo y expulsión de las familias y
las comunidades tuvo otro fenómeno paralelo: la tala rasa. La destrucción del
monte nativo es una marca de todo el siglo XX y principios del XXI. Aunque no
hallamos coincidencias en los informes, se calcula que no menos de 10.000
hectáreas fueron taladas cada año.
Para dar un ejemplo zonal, los expertos Juan de Dios
Muñoz, Armando Brizuela, Betina Zucchino y Hernán Povedano informaron que solo
en la cuenca del Feliciano “al menos 18.500 hectáreas que en 1990 estaban
ocupadas por bosque nativo fueron taladas entre 1990 y 2005 dentro de los
límites de la cuenca y localizadas próximas al cauce principal del arroyo.
Representa una tasa de 1.250 ha por año y un 2, 2% de la superficie de la
cuenca”.[50]
Y estamos hablando en años recientes, ya con
restricciones legales al desmonte. Hay informes de 2013 referidos al aumento de
actas labradas por desmonte, adjudicadas al corrimiento de la frontera
agrícola. Las multas se pagan a veces, y el juego no se frena. ¿Cuántos
ejemplares masacrados? ¿Y nidos destruidos? ¿Cuántas especies?
Las consecuencias negativas de la tala en la erosión
de los suelos fértiles está comprobada también, sobre todo en Entre Ríos, cuyas
arcillas se desgastan con facilidad a razón de 4 a 8 toneladas (y hasta 20 tn)
por hectárea, perdidas cada año si no hay cuidados con terrazas en la
agricultura (según informes de los ingenieros Egidio Scotta y Carlos Weber).
La devastación de los montes es un ecocidio. Y no
matamos para vivir nosotros, porque Entre Ríos es un territorio que expulsa. Es
la provincia argentina con menor crecimiento demográfico en los últimos 70
años, sólo comparable en eso con Santa Fe.
Números del destierro
Veamos lo que decía una geografía de Felquer de 1962, textual:
“Comparando el censo de 1947 con el de 1960, comprobamos que Entre Ríos es de
las provincias que menos población aumentó en dicho lapso… El país, en 1960, en
relación a 1947, acusa un aumento de 25,9%, mientras que Entre Ríos solamente
representa el 0,8%; Misiones, 34,9%; Buenos Aires, 34,4%; Formosa, 34, y
Chubut, 32,6%”.[51]
Los últimos censos confirmaron la tendencia. Entre
1947 y 2010 la Argentina creció
un 152%, contra el 57% de Entre Ríos. Si esta comparación es sintomática, la
disparidad con la provincia de Buenos Aires apabulla.
Ecocidio y destierro: triste combo, de una Entre Ríos
convertida en zona de sacrificio. En dos décadas se ha multiplicado por tres el
área sembrada pero esa mayor producción se realiza con menos campesinos.
El flagelo del éxodo había sido denunciado por
décadas. Se imponía un diagnóstico para enfocar correctamente la enfermedad e
iniciar un tratamiento adecuado. Sin embargo, frente a las evidencias, los
daños del ecocidio y el destierro simultáneos, desembarcó aquí el sistema de
agronegocios con producción a escala. Hemos preguntado ante especialistas dónde
está el diagnóstico, y cómo se explica el sistema a escala con transgénicos
patentados y herbicidas. La respuesta fue el silencio. Llegamos a la conclusión
de Arturo Jauretche, que en su Manual de Zonceras recuerda una frase de Varela:
“Si el sombrero existe, solo se trata de adecuar la cabeza al sombrero”.[52]
Metáfora de la resignación.
El monte fue talado. En parte aprovechado para
combustible, madera, postes, o quemado. Ese fue el modo de explotar una
riqueza, y quitar a la vez un “obstáculo” del camino. Al humano lo empujaron al
hacinamiento.
Los barrios de Rosario y Buenos Aires, algunos de
ellos de conocidas dificultades para la convivencia, con problemas de
desocupación, violencia, droga; y lo mismo los barrios de Paraná, Concordia y
otras ciudades entrerrianas, son frutos (en parte) del proceso de ecocidio,
desarraigo y destierro, que incluye el epistemicidio, como veremos más
adelante.
Para que este proceso se diera sin mayores
contestaciones o revueltas fue imprescindible mantener a las familias en la
ignorancia sobre su propia condición. La dicotomía cultura/naturaleza, la
distancia entre el humano y su entorno, aceitan el camino del destierro. El
hombre no sabe, no ama, no defiende. Los desterrados que hemos consultado
desconocen las causas de su emigración, las adjudican a problemas personales.
La víctima suele creer que no tuvo condiciones para encajar en el mercado. Para
lograr esa no conciencia el sistema debió invisibilizar o desacreditar por
siglos los saberes del Abya yala, que hoy vuelven por sus fueros, empezando por
el buen convivir.
Atopía
En una serie de columnas en diario UNO en 2015 bajo el
título “De chacra a confederación” pusimos acento en la atopía y el
epistemicidio. Decíamos entonces que la bella complejidad del entorno es la
sangre que le está faltando al sistema circulatorio de los establecimientos
educativos. Un torrente capaz de transportar nutrientes, oxigenar rincones,
atravesar muros creados entre la cultura y la naturaleza, muros entre la
escuela y la región, y a la vez cruzar muros entre las disciplinas, esos
compartimentos estancos.
El tema era pues el lugar, desdeñado por décadas pero
recuperado en los últimos años.
Dice Arturo Escobar: “Al restarle énfasis a la
construcción cultural del lugar… casi toda la teoría social convencional ha
hecho invisibles formas subalternas de pensar y modalidades locales y
regionales de configurar el mudo”.[53]
Para tratar la necesidad de mayor porosidad en las
aulas podemos valernos de la voz atopía y sus acepciones. Por un lado, atopía
como “sin lugar”, difícil de clasificar. Lo que carece de ubicación, o lo que
no ocupa lugar en el medio corporal. Los conocimientos venidos de casa no
tienen lugar (muchas veces) en el aula, no hay cómo ubicarlos en los casilleros
de la escuela. Son como exóticos.
En nuestros colegios podemos afirmar que están
ausentes el monte, los humedales, la cuenca, el mate. El lugar no tiene lugar
en la escuela.
En la segunda acepción, atopía refiere el malestar
frente a lo dado, en estructuras que no nos conforman y en las que nos sabemos
extraños, expulsados. Comparables a la ausencia de acomodo del eremita en la
ciudad, del nómade en el encierro urbano, y de tantos urbanos que celebran
huir, cuando pueden, de sus propias urbes.
Ahí atopía expresa al estudiante dentro de las cuatro
paredes del aula que (tantas veces) no lo contienen, ese “no lugar”, sitio
hostil.
La voz atopía es útil para señalar una condición
propia de la persona en la modernidad, lavada de sabidurías y tradiciones
milenarias, ignorando también experiencias de siglos, y pendiente de la pantalla
del televisor, las violaciones de la propaganda, el entretenimiento, las modas.
Hay otro asunto ligado a la atopía: el litoral expulsa
a sus hijos. Atopía dice aquí la incomodidad de los desterrados habitando
periferias de grandes urbes, donde su compleja red de conocimientos y valores
resulta inútil.
Esa gran urbe alejada de los ritmos naturales, como
dice Ariel Drucaroff, desconectada del ecosistema, lo cual facilita nuestra
actitud predatoria “incompatible con las capacidades de regeneración y recuperación
de la naturaleza”.[54]
Atopía, pues: el conocimiento familiar menospreciado
en el aula, el joven fastidiado entre cuatro paredes, el campesino ajeno en la
ciudad extraña, el hombre bloqueado en la modernidad.
Epistemicidio
Todo lo que expulsa, excluye, menosprecia, incomoda;
lo que divide, lo que intenta meternos a la fuerza en casillas preestablecidas
no es más que el engaño de una modernidad que defiende el sistema capitalista
como único posible y la razón como única vía del saber, lo que algunos autores
llaman epistemicidio. Boaventura de Sousa Santos señala los conocimientos al
margen del monopolio occidental, habla de epistemicidio y propone una ecología
de saberes que no implica un menosprecio de la ciencia sino su uso
contrahegemónico. “Se ha realizado un epistemicidio masivo en los últimos cinco
siglos, por el que una inmensa riqueza de experiencias cognitivas ha sido
perdida”.[55]
En referencia al derecho (clandestino, original) al
conocimiento, dice Sousa: “La supresión de este derecho original fue
responsable del epistemicidio masivo sobre el que la modernidad occidental
construyó su monumental conocimiento imperial. En una época de transición
paradigmática, la reivindicación de este ur-derecho implica la necesidad de un
derecho a conocimientos alternativos”.[56]
Frente a los atropellos de la invasión europea,
algunos de nuestros pueblos perdieron su condición, o el impacto resultó
demasiado grave. Otros parecen aguantar el cimbronazo sin destruirse por
completo. La subsistencia de organizaciones milenarias como el ayllu habla de
una gran capacidad de adaptación y resiliencia. En el plano intelectual, la
recuperación de saberes antiguos en el norte argentino, Bolivia, Perú, Chile,
Ecuador, por caso, es una clave del siglo XXI, y el movimiento Modernidad
Colonialidad (M/D) ya resulta insoslayable para comprendernos.
Otros derechos
Hay autores que no ven en la llamada “modernidad” el
florecimiento de la creatividad, la ciencia, la industria europea: ven el
genocidio, el saqueo del Abya yala y el epistemicidio. Sousa Santos recupera
una serie de derechos que llama ur-derechos, derechos originales, que considera
clausurados por el sistema capitalista. Señala como primero de estos derechos
el derecho al conocimiento, como decíamos. El autor encuentra en la invasión al
Abya yala un “epistemicidio”, como consecuencia de un “fascismo epistemológico”
que desacredita todo lo que no sea provisto por el invasor.
Convocados por estas ideas, veamos nosotros algunas de
las libertades vedadas por la imposición de unas estructuras que jamás lograron
(ni lograrán) armonizar con nuestro paisaje. Aquí una enumeración desordenada,
abierta a los lectores, para el ejercicio de otros modos de acceso al
conocimiento, otras formas de mirarnos, de curarnos del hacinamiento que hemos
naturalizado.
1-derecho a apreciar en casa la salida y la puesta del
sol, gozar el silencio, interactuar en el paisaje con árboles, animales,
arroyos; a ver las estrellas sin interferencia de otras luces y a gozar del
aire puro con las fragancias del paisaje, como fuentes de vida plena en armonía
y requisitos para el vivir bien / buen convivir. 2-derecho a colaborar en la
búsqueda de un espacio adecuado para que un vecino pueda desplegar su vida y la
de los suyos. 3-derecho a impedir que una persona, una familia, una comunidad,
una empresa, acapare superficies y caiga así en arbitrariedades que cargarán,
injustamente, sus descendientes. Y derecho a evitar que los descendientes
carguen con las acumulaciones materiales suntuarias de sus ancestros, es decir,
que carguen con injusticias de las que no son responsables. 4-derecho a
producir los alimentos propios y sanos, como garantía de salud, austeridad y
trabajo comunitario, diversidad productiva y soberanía alimentaria, y para el
ahorro de energía en los traslados. 5-derecho a dar al vecino obsequios de
nuestra cosecha. Derecho a dar (también llamado complementariedad, jopói en
guaraní). 6-derecho a preservar la naturaleza y los conocimientos a las
generaciones futuras.
7-derecho a conocer el paisaje como un todo armónico,
y a protagonizarlo. 8-derecho a reconocer en cada especie un par, a aprender de
sus modos y a evitar costumbres que pongan en riesgo la salud o la vida de
otras especies. A apreciar y dialogar. 9-derecho del humano a alejar de su
vivienda animales que puedan ponerlo en peligro, y derecho de la naturaleza a
no recibir en algunas regiones la presencia del humano por ninguna vía, para
preservar del hombre la semilla, el nido, la interacción. 10-derecho a negarse
a las prácticas invasivas del hombre en el paisaje (el monte, y el suelo, y el
agua), y a resistirse a la cosmovisión antropocéntrica, y sus consecuencias.
11-derecho a aceptar la docta ignorancia y fundar allí la negativa a atropellar
el paisaje (y en el paisaje el ser humano) y a sostener derechos precautorios.
12-derecho a resistir la acción u omisión de aquellos que dañan a la
naturaleza. Derecho de resistencia a los biocidios en sus variantes. 13-derecho
a vivir bien, en armonía, conocer el entorno y decidir libremente sobre la organización
alimentaria y social adecuada, para asegurar la armonía. 14-derecho de
resistencia al apuro que impone la modernidad, a la velocidad, al exceso de
horas de trabajo. 15-derecho a preservar y cultivar las distintas vías del
conocimiento, su interacción, y respetar los lugares, las regiones, advertidos
del epistemicidio de la modernidad; y derecho a la recuperación de saberes
sepultados. 16-derecho a no ser hostigado por la propaganda, y a preservar los
ámbitos del conocimiento, la amistad, el arte, de modo que los intereses
particulares o efímeros no encuentren vías para subordinar al interés común o
poner en riesgo la biodiversidad (naturaleza + cultura). Derecho a luchar
contra la propaganda. 17-derecho a la vida sana en la naturaleza, y a tratar a los
enfermos como tales para su atención y recuperación (víctimas de vicios propios
del hacinamiento, del endiosamiento del dinero, del juego, de la corrupción).
18-derecho a deliberar libremente y sin retaceos ni censuras sobre la presencia
del capital que pone en riesgo los demás derechos. 19-derecho de resistencia a
la tecnología que atente contra el trabajo decente, el conocimiento, la
comunidad y la vida. 20-derecho a un espacio donde arraigar y encarar trabajos
comunitarios sanos, sustentables.
Mundo zurdeño
Nuestras culturas no conciben al humano separado de la
naturaleza, extirpado del paisaje.
Nuestros pueblos no sostienen que es “el guaraní” el
impedido, cuando ha sido aislado del árbol y el río; no dicen que “el mapuche”
o “el kolla” no puedan desplegar sus alas en el encierro. Hablan de una
cosmovisión propia, de saberes antiguos de esta región, pero dicen “humano”. Es
decir: somos los humanos, sin distinciones, sin racismos, los expulsados,
empujados al hacinamiento y por eso truncados.
La sinergia entre armonía, complementariedad,
comunitarismo, en la que calzan como anillo dos premisas artiguistas y charrúas
como la lucha por la resistencia contra la colonia y la soberanía particular de
los pueblos; en esa intersección se comprende mejor el daño del sistema
ecocidio-desarraigo-destierro-epistemicidio-hacinamiento. Y no proponemos aquí
un eclecticismo “que habitualmente queda por debajo del menos valioso de sus
componentes”, como dice Fortunato Calderón Correa.[57]
El eje es el sumak kawsay.
“Esos pueblos originarios que habíamos
descartado por atrasados nos dan lecciones de vida comunitaria, de
conservación de la naturaleza y de sabiduría humana. Somos discípulos de
ellos”, dice Enrique Dussel, citado por Calderón Correa, que resalta la
coincidencia de tradiciones del Abya yala y Asia, y en columnas sobre el
ayurveda recuerda: “La organización mundial de la salud ha admitido que el ser
humano es cuerpo y mente en relación con el medio ambiente, y que la salud
depende de la armonía entre estos tres componentes de una unidad, en lo que
vino a coincidir con la ciencia tradicional con algunos milenios de retardo”.[58]
Agrega Calderón Correa sobre la complementariedad:
“Términos que parecen opuestos se resuelven en complementarios, pues donde la
oposición tiene razón de ser en su nivel, no la tiene en otro nivel. La
complementariedad, cuando se alcanza a percibirla, responde siempre a un punto
de vista más profundo y más conforme a la realidad. Dos polos provienen de
un solo principio y producen una resultante. El cielo y la tierra, la esencia y
la sustancia, derivan de un principio único, y generan los seres manifestados.
De modo que cada uno de estos seres es como el reflejo invertido, a través de
los principios formadores, del principio original cuya unidad devuelve en su
nivel. El universo puede aparecer a nuestra percepción como dividido, pero
cuando advertimos la complementariedad de los opuestos, restituye
para nosotros la unidad que parecía no tener”.
Si el equilibrio proviene de la adecuación del humano
a los ciclos naturales, en lo que empalman el ayurveda, las frases que
seleccionamos de las jornadas de indianidad, y los trece principios enumerados
por Huanacuni Mamani, está claro que el extrañamiento del humano de su propio
entorno será desaconsejado, lo mismo que el encierro en los barrios hacinados,
donde ni siquiera están al alcance la aurora o el ocaso.
Tras la muerte en 2011 del músico y cantante solista
paranasero Miguel Ángel Martínez, el
Zurdo, llamamos “mundo zurdeño” a ese universo que conjuga arte y ecología,
lucha obrera y solidaridad, identidad regional e internacionalismo, la serenidad
del mate con la convicción antiimperialista, en fin: esa mirada integral,
contra los compartimentos estancos.
Se trata de una vida coherente con influencias
diversas que muestran al humano ancho de vecindad, gordo de biodiversidad, alto
de símbolos. Desde estas perspectivas resumidas en el sumak kawsay, la
distancia entre el humano y su entorno es una distorsión.
Nos daña el no conocer a nuestros compañeros de viaje
como decíamos del tuyango, aunque esta gran cigüeña está a la vista, es enorme.
Podríamos mencionar ríos, suelos, mariposas, aves, peces; oficios, luchas,
voces, artes, saberes ancestrales que involucran la relación del humano y la
naturaleza. Nos daña la ausencia de diálogo con la naturaleza, la ausencia de
espacio y de paz.
En alguna columna periodística nos preguntamos cuánto
nos afecta como sociedad y como personas el desarraigo, la mudanza, el
destierro, el epistemicidio, el distanciamiento del humano y el resto de la
naturaleza, la pérdida de ciertas bases para el sumak kawsay, el yanantin y el
masintin. Convendría apuntar algo que dice Ariel Drucaroff: “Las grandes
ciudades de hoy hace tiempo que han dejado de ser unidades funcionales. La
megaciudad actual se ha transformado en un lugar de anonimato, que aísla a sus
habitantes entre sí y de su entorno natural; difícilmente se las pueda
identificar como espacios para la convivencia, la cooperación, la
participación, el cuidado mutuo e incluso para la libertad y la expansión de la
paz”.[59]
Habla de estrés, embotellamientos, sedentarismo y comida
chatarra en el microcentro, que deterioran la salud física y mental; y de un
“lastimoso contraste”[60]
en los superpoblados asentamientos precarios periféricos donde las personas
mueren por problemas de salud relacionados con las dificultades en el abastecimiento
y la prestación de servicios básicos o exposición a contaminantes. Luego
enumera diversos riesgos mayores por la aglomeración.
Los empujados
Habíamos sugerido el estudio de algunos puntos en
relación al destierro y posterior hacinamiento en los barrios: desaliento de
madres, padres, abuelos que ven inútiles sus oficios aprendidos en zonas
campesinas o semi rurales y encuentran que su cultura está menospreciada, que
sus conocimientos no se pueden aplicar en ese nuevo contexto. Y desaliento por
la pérdida de un contexto amable y sereno. Confusión y violencia de jóvenes que
no encuentran en qué ocuparse, que ignoran la paz de la vida en relación con la
naturaleza y los oficios y ven a la naturaleza como algo extraño.
Amontonamiento artificial, sin tiempo suficiente ni
ámbitos adecuados para los lógicos lazos de amistad, familiaridad, diálogo,
confianza, etc., y consiguientes masificaciones y rispideces. Accidentes
originados en la aglomeración y el apuro, cuyas consecuencias son más dañinas
cuando sobrevienen a la pérdida de normas culturales convenidas con tiempo y
confianza, dado el estado de agitación y descontento en general de los
desterrados, desplazados, desocupados, discriminados.
Drogadicción a la vuelta de la esquina, gracias al
estado de una juventud cuya familia fue arrancada de su ámbito, donde los
padres deben ocuparse de sus esforzados trabajos y viajan muchos kilómetros al
día, de modo que dejan a su prole en cierta soledad. Y gracias a la
desocupación de tantos que fueron expulsados también por el sistema educativo y
encuentran una (engañosa) salida en el dinero fácil del delito.
Enfermedades de la alimentación, por la imposibilidad
de cultivar hojas, frutas, semillas, hortalizas propias, en cercanía, y porque
las familias se ven obligadas a consumir productos del sistema artificial, con
transgénicos, herbicidas, insecticidas, conservantes. Y enfermedades de la
comida chatarra que los padres consumen en los resquicios de sus tareas y
viajes estresantes.
Muerte en calles y rutas (21 personas por día en la
Argentina, mayoría jóvenes), debido en gran medida a la confluencia de viajes
de placer y transportes de cargas voluminosas en un sinsentido de comercio, por
la ausencia de alimentos en cercanía; y por el crecimiento urbano desorganizado
que pone las calles al servicio de los prepotentes, contra las mayorías de a
pie o ciclistas que no encuentran senderos adecuados. Enfermedades propias de
oficios insanos como el cartoneo, en contacto con los desperdicios, y por la
contaminación de las napas de agua y el aire en el hacinamiento.
Accidentes y enfermedades producto del desarraigo que
padecen las familias, obligadas a abandonar una cultura que no es reemplazada
siquiera por otra, sino copada por organismos estatales destinados más a la
contingencia que al conocimiento de la cultura profunda. Enfermedades no
debidamente identificadas, producto del disconformismo general, que rompe lazos
de amistad, solidaridad, tolerancia, e invita al sálvese quien pueda. Violencia
provocada por las asimetrías crecientes entre sectores repletos de bienes
suntuarios y sectores que, desprovistos de todo, padecen una agresiva
propaganda para adquirir lo que sus ingresos no les permiten. Enfermedades psicológicas originadas en la
ausencia de expectativas y el sentimiento de inutilidad que embarga a familias
desplazadas, desocupadas, trasladadas a ambientes que consideran poco
hospitalarios para sus costumbres; y familias que se ven obligadas a soportar
el sistema de compra de conciencia para sobrevivir.
Enfermedades por la ausencia de servicios cloacales,
agua potable segura, desagües pluviales adecuados, y accidentes e inseguridad
por falta de atención adecuada de la seguridad y los servicios de energía. Las
familias que mueren en invierno por incendio o asfixia debido al mal uso de la
electricidad o los sistemas de calefacción, son un ejemplo.
Riesgos para la salud por la ausencia de caminos y
veredas adecuados, y las dificultades de transporte e incluso para el ingreso
de ambulancias o carros de bomberos en circunstancias extremas.
Los selk’nam
Luis Alberto Borrero se detiene en la experiencia de
los selk’nam (onas) en el extremo sur.[61]
Pueblos nómades obligados al sedentarismo; cazadores recolectores obligados a
otra alimentación; desnudos obligados a vestirse de otros modos; separados en
grupos obligados a juntarse y hacinarse. La violencia interna, las enfermedades
para las que no tenían anticuerpos, la difusión de esas enfermedades por el
hacinamiento, los cambios alimentarios, los cambios de oficios, los problemas
de higiene originados en el cambio abrupto de la forma de vida, además de la
violencia y el saqueo externos, todo se complotó contra la vida y fueron
desintegrados y exterminados.
La presión del destierro es un mal que actúa en sinergia
con otro mal que es el hacinamiento. El destierro destruye conocimientos,
modifica hábitos, erosiona las familias. El cambio hace que una red de saberes
tejida por milenios se convierta en una manta inútil, pesada. Los poderosos
llaman barbarie a las costumbres del otro.
Dice Borrero: “Una sociedad que admite que un esposo
tenga más de una esposa, como era el caso de los selk’nam, se supone que está
bien preparada para soportar un desequilibrio en la proporción de sexos que sea
desfavorable a los hombres adultos. Pero eso es válido bajo condiciones
normales, y no en el ámbito de las misiones, donde la actitud hacia el
matrimonio con más de una esposa era de franca desaprobación”.
Unos hombres morían enfermos, otros eran cazados por
empresarios y militares, los menos quedaban acompañando a las mujeres, pero
llegaban los sacerdotes y pastores para recomendarles monogamia. Combo
perfecto. La epidemia tenía nombre, se llamaba Occidente.
Gauchadas
Nuestros pueblos antiguos no aceptan rituales en zonas
urbanas, porque no ven allí un verdadero lugar. María Ester Grebe recuerda que
los mapuches no ven con buenos ojos las ceremonias de las machi, de
recuperación de la armonía con el kultrún, en zonas urbanas.[62]
Drucaroff señala la ilusión de independencia del
entorno que generan las perillas y llaves de distintos servicios, de modo que
perdemos la conexión con las fuentes de la energía.[63]
Una distancia similar afecta, dice, la alimentación.
“La búsqueda del sustento, su preparación y el propio acto de alimentarse han
sido también, históricamente, momentos de encuentro y de conexión con el medio.
En las grandes ciudades, el culto a la velocidad ha reducido estos actos a su
mínima expresión. No sabemos qué comemos, de dónde procede, cómo fue producido
o cómo ha sido preparado. Muchas veces cocinar se reduce a abrir una caja y
apretar el botón del microondas”.[64]
Nada más alejado de la soberanía alimentaria, pero
debemos detenernos en esa frase de Drucaroff sobre el momento de encuentro y
conexión que ofrece la comida. En una línea similar, Javier Lajo Lazo comenta
que el individualismo mina las comunidades, como resultado de una modernidad
invasora. “La comunidad fragmentada atacada por todos los frentes, es la
consecuencia de la necesidad económica, de la educación colonialista”.[65]
Entonces encuentra un ejemplo en la confección de
tamales en una zona del Perú, a un costo de producción que excede el precio de
venta. Para el capitalismo no tiene sentido, porque es inviable, pero en esas
comunidades hay otros paradigmas que llevan a una conciencia de comunidad
integrada “haciendo bien sus tamales”.
En nuestra región encontramos casos similares como la
gauchada, y otros expuestos por el ingeniero Claudio Demo y estudiosos
similares de la agricultura orgánica y la chacra familiar mixta, donde las
personas no se comportan como se espera en una economía capitalista. “Son irracionales desde el punto de vista de
la economía clásica. No buscan ganar dinero a cualquier costa… Siempre hay
elementos de relacionamiento que no tienen que ver con beneficios económicos”.[66]
“El campesino le asigna un valor importante al
paisaje; la naturaleza no es un recurso: es su casa. Una vecina comentaba cómo
se asfixiaba en un lugar desmontado”, recordaba Demo en una conferencia dictada
en Paraná, y contra la propaganda aseguraba que amigos suyos de la agronomía demostraron que una huerta familiar
multiplica varias veces el volumen de producción del sojero.
El profesional insistía en que muchos campesinos
tienen una noción distinta de la propiedad, de manera que un espacio no vale
por su cotización en el mercado sino como hogar. Respecto de costumbres no
capitalistas, apuntaba que incluso llegan a desbaratar el concepto de trabajo
en actividades como la yerra, la carneada, las facturas (carneadas), algunas
cosechas, con modos que no encajan en el mercado. “Son trabajos esforzados pero
hay risas, chistes, alegría, hay un contexto cultural que los criterios
clásicos no pueden comprender; allí el trabajo es una fiesta y te enojás si no
te invitan”.
La agricultura familiar, sostenía Demo, es altamente
eficaz por la integración de actividades, contra esa tendencia a la
especialización moderna.
Se complementa esta visión con la de otros estudiosos
como Eduardo Cerdá, por caso, o Jorge Rulli.[67]
No es difícil colocarla en el marco del ayllu milenario. (Vale decir aquí que
la vida comunitaria está lejos de la estatización de la tierra y más lejos la
privatización; en nada de eso cuaja el vivir bien / buen convivir).
Con ello subrayamos la viabilidad de modelos
absolutamente distintos al actual, algunos en las antípodas, defendidos desde
diversas miradas. Otra razón para contraponer al hacinamiento, tan
naturalizado.
Racismo
El estudioso Ramón Grosfoguel[68]
explica las diferentes marcas de racismo, como el tono de la piel por caso, la
religión, y sostiene que reducir el racismo a esos factores clásicos es una
forma de invisivilizarlo. Para Grosfoguel, podemos descubrir diversas marcas en
distintas regiones.
Nuestra hipótesis apunta al hacinamiento como marca de
racismo en el litoral argentino.
El hacinamiento coloca a las personas debajo de la
línea de lo humano. El hacinado ¿es un humano inferior? Aquí el racismo está
emparentado con la clase social, pero el hacinamiento va más allá de un
problema de clase: ha anulado en las familias su propia condición. Les quitó la
memoria, para que no recuerden la relación humano/territorio. Para que no
molesten.
El racismo que padece el “homo hacinado” de hoy le
impide la armonía, le impide la belleza, el dar, la solidaridad, la vida
serena, la rueda de mate en el silencio reparador y alumbrador; le impide el
diálogo con la Pachamama, le impide la comunidad y el trabajo comunitario del
ayllu; lo aleja de los alimentos, le impide mostrar un desenvolvimiento con
conocimientos y oficios ancestrales que sólo pueden aplicarse en un lugar
adecuado. Ese mismo desarraigo le presenta sus conocimientos como inferiores, y
el sistema le dará “una mano” incluyéndolo en la lista de consumidores, para
mover no su vida sino la máquina del consumo.
Estamos así ante un humano amputado. El “homo
hacinado” está desarmado, expuesto a todas las gripes, desamparado. Le han
hecho hilachas las mil fibras de la relación comunitaria. Le cuesta verse en el
paisaje porque el río, el pájaro, la mariposa, los murmullos del monte se
encuentran del otro lado del muro. Y ni siquiera tiene ámbitos donde cobijarse
en sus símbolos.
Estamos ante una sociedad bajo diversos asechos. El
primero de ellos: creer que el ruido y el apuro dan un “lugar”, y creer que
salirse del monte es un “progreso”. La conciencia es la primera víctima.
Ese neorracismo cultural destruye saberes y nos mete
en un modelo que uniforma, o excluye. Además, ataca al ambiente con la economía
de escala, y desintegra el paisaje porque le faltan trinos, savia, olores,
mariposas, humanos.
El problema se presenta mejor en su contexto, cuando
vemos vastas superficies inhabitadas y pequeñas superficies atestadas de almas
arrinconadas. Ahora, si este es el estado de cosas en un territorio
extraordinariamente dotado para la vida con suelos, agua, clima envidiables; si
en verdad en este siglo hemos promovido un desvío hacia la muerte, entonces
corresponde frenar y revertir el proceso.
Desde los gurises
Sumak kawsay, yanantin, masintin, jopói (manos
abiertas mutuamente), ayllu, tekohá son conceptos que devuelven al humano a su
ámbito y a su vida en común.
La ausencia de influencia recíproca entre sociedades
urbana y campesina puede comprenderse mejor desde los principios de
complementariedad y reciprocidad. La devastación de los pares opuestos
complementarios, uno por superpoblación, el otro por vaciamiento, es fuente de
desequilibrios.
Mientras recuperamos la vida sana, y para aceitar esa
recuperación necesaria, ¿no debemos abocarnos a una segunda libertad de
vientres? Afrontar el problema del hacinamiento ¿no es prioridad? ¿Y cómo
garantizaría la comunidad esa liberación, a través de espacios comunitarios,
para que todos los niños nazcan sin estigmas? ¿Cómo ingresarían los gurises en
ese aprendizaje a través de sus familiares, vecinos, para que la comunidad
misma se devuelva a la tierra, a la Pachamama? ¿Qué requisitos deberán cumplirse
en forma paralela para recuperar la biodiversidad y asegurar esa necesaria
interacción del humano en la naturaleza?
Colonialidad
El desgranamiento de la población rural y de los
caseríos y la concentración poblacional en pocas décadas nos llama a estudiar
qué lazos se rompen entre los humanos conminados a sobrevivir sin las demás
especies, sin la energía del paisaje; sin los puentes, y fuera de sintonía con
los ciclos de la naturaleza. Estudiar los estigmas del hacinamiento para la
relación social, el amor, el trabajo.
Si en la concepción del Abya yala la raíz del humano
es en la naturaleza, y el homo hacinado fue arrancado, entonces ¿no está bajo
la línea del humano? ¿Y no es eso el racismo, según la definición de
Grosfoguel?
El proceso más agudo de la concentración ha dado como
resultado la macrocefalia que padece el país. En la comparación de la capital y
el conurbano con las estancias despobladas podemos estimar las consecuencias y
pronosticar lo que nos depara el futuro. Tanto a las víctimas principales como
a las secundarias, porque la alta burguesía no está a salvo si ha debido
encerrarse entre rejas, perros de mandíbulas, alarmas, paredones y alambres de
guetos, lo cual sumerge también a los más acomodados en un tipo de
hacinamiento.
Ahora, si todo eso es inquietante, y quizá no haya
acuerdo sobre efectos nocivos del hacinamiento, grados del daño, modos de
salir; y conscientes de que hemos llegado a un punto sin margen ya para la
indiferencia, ¿no operan aquí los derechos precautorios? ¿No debiéramos evitar
el desembarco de más humanos en el hacinamiento? ¿Y no será, entonces, una de
las vías posibles la segunda libertad de vientre que sostenemos?
Lo interesante de quitar esta herencia a los niños es
que de ese modo se cumple un proceso gradual, porque la recuperación de la
salud comunitaria requiere de un tiempo para la conciencia, los saberes, la
reapertura de caminos clausurados.
Entre Ríos podría ser un ámbito adecuado para revertir
el proceso. Aquí los seguidores de Artigas levantamos la bandera del Reglamento
de tierra, los urquicistas las aldeas de inmigrantes; los jordanistas
cuestionan el contrato Fragueiro (privatización de las rentas) y los
desplazamientos forzados; los radicales honran los repartos de estancias en sus
gobiernos, los peronistas los suyos, la Federación Agraria difunde masivos encuentros sobre arraigo, los
artistas y demás pensadores señalan el problema, la Constitución aborda estos
asuntos, tanto la de 1933 como la de 2008; la Iglesia acaba de dedicar un libro
de casi 200 páginas a este flagelo en parte (la Carta Encíclica Laudato Si’ de
Francisco sobre el cuidado de la casa común). Y las asambleas, y los
sindicatos, y los medios, y las universidades. Todos bastante de acuerdo, pero
el resultado es una provincia expulsora, con alto índice de desocupación, con
grave concentración de la propiedad y el uso de la tierra, con poblaciones
enfrentadas al paisaje, ciudades hacinadas y violentas, y un millón de
entrerrianos viviendo afuera del territorio. ¿Es que hemos sucumbido a la colonialidad
del gran capital y nos entretenemos en ocultar nuestra derrota bajo un
parloteo?
¿Es el hacinamiento una manifestación de la
colonialidad, entendida como continuidad del colonialismo, la dependencia, la
subordinación, por otras vías? ¿No será la segunda libertad de vientres una
rebelión decolonial?
Ahora: una vez en conciencia del flagelo y los
posibles modos de superarlo, las estrategias y tácticas serán distintas, según
las zonas, los rubros, las historias, respetando la creatividad y la soberanía
particular de los pueblos que decía José Artigas. Pero aquí resulta obvio que
el derecho al sumak kawsay con actitud comunitaria no es compatible con la
propiedad concentrada de la tierra y el dinero que predomina hoy.
Si sabemos que la aglomeración y los desplazamientos
obligados son formas (coloniales) de servidumbre y generan riesgos mortales,
nos queda revertir las causas, empezando por alejar a los recién nacidos y
niños de los peligros del hacinamiento. En otras palabras: devolver la vida del
humano al seno de la Pachamama.
Eso pondrá a salvo a las generaciones futuras en la
medida en que el centro sea la biodiversidad y no el hombre, porque de
antropocentrismo está empedrado el camino a la muerte. Al mismo tiempo dará a
los padres, abuelos, vecinos, parientes y amigos de hoy, a toda la comunidad,
un alivio regenerador, un espacio para la reconciliación con la Pachamama. No
estaremos ya bajo presión, entraremos en un cambio de aire.
¿No es un camino prometedor, sanarnos desde los niños?
¿Y no es el conocimiento el fuego de la emancipación?
El capitalismo ha logrado, por ahora, copar las
superficies para negocios de pocos atacando la biodiversidad, empujando a las
personas, haciéndonos creer demasiados. Un engaño. Esa concepción está en las
antípodas de la tradición del Abya yala.
Los caminos prácticos para erradicar dos flagelos, el
destierro y el hacinamiento, serán tantos como nuestra imaginación, auténticos
como nuestras tradiciones, tiernos y esperanzadores como la sonrisa de las niñas
y los niños capaces de mirar desde la cunita un amanecer.
-0-0-0-
“No más dividido, no, con el hermano, ni consigo
mismo, ni con la tierra, el hombre.
Juan L. Ortiz.
-0-0-0-
GLOSARIO
Abya yala: nombre antiguo dado por los pueblos kuna de Panamá y
Colombia al continente llamado luego América. Tierra en plena madurez, tierra
de sangre vital. Nombre aceptado por muchas organizaciones y pueblos para
sustituir la voz América.
Ayllu: milenaria forma de organización familiar extendida
en el altiplano, con vínculos sanguíneos, territoriales, sociales, laborales,
de producción y tradicionales.
Chachawarmi: voz aymara, dualidad complementaria en la relación
hombre-mujer.
Jopói: voz guaraní, manos abiertas mutuamente, solidaridad,
reciprocidad.
Kultrún: instrumento musical de percusión y religioso entre
los mapuche.
Küme mongen: voz mapuche, vivir bien, equilibrio de las fuerzas
del mundo.
Machi: persona consejera y médica entre los mapuche.
Masintin: principio de solidaridad y correspondencia entre parecidos.
Suma qamaña: voz aymara, vivir bien, equilibrio.
Sumak kawsay: voz quechua, vivir bien, en armonía.
Tekó porá: voz guaraní, vivir bien y bello.
Tekohá: voz guaraní, lugar donde se desarrolla la cultura
del humano en relación con la naturaleza.
Yanantin: voz quechua, principio de oposición complementaria y
de intercambios recíprocos.
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Sobre el autor: Daniel Tirso Fiorotto es periodista, Licenciado en
Ciencias de la Información, columnista de diario Uno. Ha sido redactor en
diversos medios masivos, autor y coautor de ensayos, guiones y otras obras
literarias. Es miembro del centro de estudios Junta Abya yala por los Pueblos
Libres (JAPL), el Sindicato Entrerriano de Trabajadores de Prensa y
Comunicación (Setpyc), y de diversas asambleas ecologistas.
Contactos:
[1]
Pirincho. Guira guira.
[2]
Algarrobo. Prosopis nigra.
[3]
Garza blanca. Ardea alba.
[4]
Martínez Paiva (o Payva), Claudio (1954). Lluvia en los Cardos. Tercera
edición. Roggero y Cia, Buenos Aires. Poema: Al pie del estribo.
[5]
Morin, Edgar. Pensador francés. Citas abundantes en la obra Por qué verde, de
Ariel Drucaroff.
[6] D’Orbigny,
Alcide (1998). Viaje por América meridional, Emecé, p. 116 y 117
[7]
Espátula rosada. Platalea ajaja
[8]
Morajú. Molothrus bonariensis.
[9]
Cardenal. Paroaria coronata.
[10]
Coscoroba. Coscoroba coscoroba.
[11]
Ñandubay. Prosopis affinis.
[12]
Chañar. Geoffroea decorticans.
[13]
Ceibo. Erythrina crista-galli.
[14]
Totora. Typha angustifolia.
[15] Montaño, Oscar (2009). Historia
Afrouruguaya. Gobierno de Flores, p. 342 a 349
[16]
Ibídem, p. 356
[17]
Mac’Kay, Luis R. (1951). Tierra
y libertad – Raigal, p. 164
[18]
Barret, Rafael (2010). El dolor paraguayo y lo que son los yerbales. CI Capital
Intelectual. Buenos Aires, p. 89
[19]
Pérez Colman, César B. Entre Ríos 1810-1853 (1943). Museo de Entre Ríos.
Paraná, p. 65 y 66
[20] Vignola de Couchot, Elsa (2010). El
grito de Mayo en Entre Ríos, Paraná, p.
41
[21] Ibídem, p. 41
[22] Schvartzman, Américo (2008). Peyret y
Goliat. Obra En tiempos de
Urquiza. Revista de estudios e investigaciones históricas nro.1, Palacio San
José, Concepción del Uruguay.
[23]
Zaffaroni, Eugenio (2013). La Pachamama
y el humano, Colihue, p. 89.
[24]
Tuyango. Ciconia maguari.
[25]
Aguará popé. Procyon cancrivorus. Mano pelada.
[26]
Comadreja. Didelphis albiventris.
[27]
Ñangapirí o pitanga. Eugenia uniflora. Pitanga.
[28]
Casero. Furnarius rufus. Hornero.
[29]
Lander, Edgardo y otros (2011).
La colonialidad del saber. Clacso, Capítulo de Arturo Escobar, El lugar
de la naturaleza y la naturaleza del lugar, p. 149.
[30]
Sarmiento, Domingo F. Argirópolis. Elaleph.com, www.educ.ar,
p. 71.
[31]
Capdevila, Arturo (1967). Tierra
mía. Colección Austral- décima edición, p. 51 y 52
[32] Huanacuni Mamani, Fernando (2010).
Vivir bien / Buen vivir. Instituto Internacional de Integración. III CAB, p. 46
a 48
[33]
Horne, Bernardino: agrarista argentino. Ministro de Agricultura en la
presidencia de Arturo Frondizi. Autor de la obra Nuestro problema agrario.
[34]
Gori, Gastón (1988). La
Forestal. Hyspamérica, p. 237
[35]
Román, Marcelino (1964). Comarca y Universo. Editorial Nueva Impresora, Paraná,
p. 86 y 87.
[36]
Carrasco, Andrés: médico argentino especializado en embriología molecular.
Referente principal en la argentina en los estudios de efectos dañinos de
sustancias químicas usadas en la agricultura, sobre embriones. Lajmanovich,
Rafael: catedrático de Paraná, investigador independiente del Conicet, experto
en anfibios, Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas - UNL.
[37]
Segura, Juan José Antonio
(1969). Tomas de Rocamora, p. 307 a 309
[38]
Ibídem, p. 71
[39]
Ibídem, p. 106
[40]
Ibídem, p. 289
[41]
Ibídem, p. 72
[42]
Vilar, Juan Antonio (2014).
Revolución y lucha por la organización. Eduner, Paraná/Santa Fe, p. 98
[43]
Ibídem, p. 99
[44]
Ibídem, p. 100
[45]
Fiorotto, D. Terratenientes con pelos y señales. www.juntaamericana.com.ar
[46]
Curruhuinca Roux, Curapil (1993). Las matanzas del Neuquen. Plus Ultra. Buenos
Aires, p. 207.
[47]
Rossi, Juan José (2007). La
máscara de América. Galerna, p. 274.
[48]
Hernández, Isabel (2007). Los
Mapuche. Galerna, p. 99
[49]
Ibídem, p. 106 y 107
[50]
Diario UNO. El monte degradado tiene futuro. Edición 23 octubre 2005.
[51]
Felquer, José Francisco (1962). Geografía de Entre Ríos. Nueva Impresora.
Paraná.
[52]
Jauretche, Arturo (2015). Manual de Zonceras argentinas. Corregidor, Buenos
Aires, p. 22
[53]
Lander, Edgardo y otros (2011).
La colonialidad del saber. Clacso, p. 134
[54]
Drucaroff, Ariel (2012). Por qué
verde. Edición de autor, p. 244
[55]
Sousa Santos, Boaventura de
(2010). Para descolonizar Occidente. Más allá del pensamiento abismal.
Prometeo, Clacso, p. 39
[56]
Ibídem, p. 109
[57]
Calderón Correa, Fortunato: periodista argentino de Paraná, autor de la obra
Luz, estudioso de los saberes tradicionales en los distintos continentes,
crítico de la modernidad y el europeísmo.
[58]
Agencia AIM. Columna periodística. Junio 2015.
[59]
Drucaroff, Ariel (2012). Por qué
verde. Edición de autor, p. 239.
[60]
Ibídem, p. 240.
[61]
Borrero, Luis Alberto (2007).
Los Selk’nam. Galerna, p. 115.
[62]
Grebe, María Ester. El kultrún
mapuche. Un microcosmo simbólico. Revista musical chilena.
[63]
Drucaroff, ob. cit., p. 241.
[64]
Drucaroff, ob. cit., p. 242
[65]
Lajo, ob. cit., p. 43
[66]
Demo, Claudio: ingeniero agrónomo argentino, dedicado al estudio de la
agricultura familiar y economía solidaria.
[67]
Rulli, Jorge: pensador argentino, ecologista, referente principal del Grupo de
Reflexión Rural GRR. Cerdá, Eduardo: ingeniero agrónomo argentino,
conferencista, promotor de la agricultura sustentable.
[68]
Grosfoguel, Ramón. Sociólogo de Puerto Rico, puntal de la corriente de
pensamiento decolonial.