Integrados: intimidad de un modelo entrerriano que crece y cruje

Testimonios a campo, sobre un eje de la economía regional, el arraigo, la soberanía alimentaria, en busca de una reglamentación.

 

 

Las mujeres y los hombres de la avicultura, motor de la economía provincial, despliegan su oficio al ritmo del trabajo y la naturaleza, que conocen como nadie, pero en estos días enfrentan desafíos de una tecnología de costos inalcanzables para los pioneros que empujaron el negocio por décadas, en el repecho. Defensores y críticos de los Integrados se preguntan si estamos ante un recambio natural, o una distorsión calculada.

Levantarse en cada madrugada con incertidumbre, trabajar y trabajar con los pollitos pero con el disgusto en el pecho, de saber que toda carrera es poca, porque el sistema les corre el arco. Los números fríos exigen una inversión que las familias de carne y hueso no pueden afrontar: esa es la situación de micropymes campesinas fundadoras de uno de los motores centrales de la economía entrerriana: la avicultura. Laburo a destajo: controlar el sol, el viento, la humedad, la temperatura, el agua, el balanceado, noche y día, pero con una tecnología que amenaza a la familia como una espada de Damocles, bajo la presión de los estados nacional, provincial y municipal, que se empecinan en recaudar en la pobreza de los últimos campesinos, y en el plato de las familias pobres.

 

Los profilácticos

 

Sencillas familias campesinas acostumbradas a trabajar de sol a sol le construyeron a nuestro territorio, con décadas de sacrificio, un motor fundamental para abastecer el plato en nuestras mesas, y garantizar trabajo diseminado en diferentes zonas, es decir: fueron un bastión de resistencia contra el proceso de destierro y hacinamiento que sufrieron y sufren centenares de miles de provincianos.

Muchos emprendieron este desafío y no todos lograron superar las dificultades de un sistema hecho para pocos.

Ahora que la estructura ya está consolidada, cuando las mujeres y hombre de este suelo que le dieron al trabajo sus años jóvenes y por eso no supieron de vacaciones ni de gastos superfluos; cuando ha llegado la hora de cosechar los frutos, se topan en el camino con tremenda montaña llamada “tecnología para pocos” y los más chicos sienten que sus días están contados.

Los que arriesgaron, han cumplido su ciclo. ¿Así les paga, el sistema que ellos crearon? Cuando el barbecho está, cuando todo parece abonado; cuando, como resultado de tanto trabajo, el mundo sabe de la calidad de los productos, del cumplimiento de los compromisos de esta paisanada; cuando nuestra marca vale, ahora le toca el turno al capital que llega de cualquier lado y compite con ventajas. Ayer mandaba el sudor, ¿hoy mandan los dólares?

Los que empujaron contra viento y marea, los que aprendieron a los golpes, los que saben de noches enteras sin dormir en las tormentas, y pueden calibrar temperatura, humedad, viento, agua, comida, porque tienen todos los sentidos puestos en el galpón; los clásicos polleros, mujeres y hombres, pueden experimentar hoy, en la bajada, la economía del use y tire, pero no todo está dicho. ANÁLISIS dialogó con productores que conocen el sistema y no se resignan.

 

De paseo a la Luna

 

No es una sociedad anónima ni una sociedad estatal; tampoco una cooperativa, ni depende de una multinacional. El sistema de integrados, que predomina en la avicultura, logró superar con éxito los momentos de mayor crisis, con empresas entrerrianas a la vanguardia. Sin embargo, la falta de reglas claras y comprensión del fenómeno amenaza concentrar la actividad en pocas manos, y en capitales que provienen de afuera del rubro, porque a la familia pollera clásica se le hace casi imposible la innovación tecnológica explosiva que la hora requiere. Los campesinos juntan moneda a moneda, cuando un galpón nuevo pide dólares y de a miles.

Escuchemos esta síntesis del avicultor entrerriano Walter Racigh: “somos una generación que va por treinta años de servicio, arrancamos con un galponcito con ayuda de nuestros viejos... Hoy me estoy dando cuenta que la avicultura, en tecnología, está superando lo que nosotros podemos hacer. Para ir a la par de la tecnología que se está buscando, no nos da el bolsillo”.

Hay distintas realidades, claro está. “No es lo mismo una granja chica, una granja promedio, una grande. Aquel que tiene un galpón totalmente automatizado maneja otros números, tanto en ganancia como en costos. Hay un montón de factores, cada granja es un mundo distinto… Hemos tenido distintos planes económicos; por ahí nos han favorecido. En el uno a uno no era tan complicado poner un comedero automático, y hoy en día, a los precios que estamos, como se maneja todo dolarizado, y nosotros cobrando centavos prácticamente, en pesos, ir a la par de la tecnología ya es imposible”.

Cobrar en pesos y pagar en dólares algunos insumos les complica la ecuación. “Nos quedamos a mitad de camino. Las empresas, lo que están viendo hoy, es que para mejorar la eficiencia se necesita mejorar los galpones, pero bueno: cómo hacemos hoy cobrando apenas de 20 pesos para abajo (un pollo vivo), cuando un galpón te cuesta 200 mil dólares, o sea: es como decir ‘voy a pasear a la Luna’. Uno se pregunta cómo vamos a hacer, es totalmente irracional la disparidad que hay entre lo que ganamos y lo que se necesita hoy en inversión para ser competitivos, como ellos dicen”.

 

Arraigo y trabajo

 

La avicultura entrerriana es obra de muchos, y su evolución merece ser conocida. Allí se aprende de nuestros platos y nuestra economía. La provincia está en la avanzada de la producción, industrialización y exportación del país, con tecnología que sorprende, equipamientos de punta, sistemas de bioseguridad con reconocimiento internacional, construcciones complejas sea en los departamentos de la costa del Uruguay principalmente y también en Paraná, Nogoyá o en el norte, donde las empresas suelen buscar zona alejadas, entre montes, para garantizar la sanidad de los caros reproductores.

Está entre las actividades que más arraigan, tema central en una provincia expulsora de habitantes. Sólo en Entre Ríos se calculan 20 mil puestos de trabajo directo en aves y los rubros vinculados, incluso la metalúrgica de Entre Ríos, Santa Fe y otras provincias. Aquí se han plantado la mitad de todos los galpones de pollo de la Argentina. El combinado de mercado interno y exportaciones ha sido para el rubro un seguro permanente. De esta manera, sin ignorar los defectos y vicios del sistema, cuando de trabajo, producción, alimentos, tecnología e inversión local se trata, el sistema de integrados está sin dudas en el centro y todos admiten, productores, industriales y obreros, que tiene mucho para dar y no poco para mejorar, si miramos la necesidad de sanidad, alimentos cercanos y accesibles, y arraigo.

 

Dicho en números

 

Los alimentos básicos, y la carne de aves entre ellos, debieran llegar sin trabas a las mesas. Los gobernantes están de acuerdo. Pero a campo, la realidad desmiente los discursos. El Estado es una máquina de recaudar y encarecer los alimentos. El Estado nacional, el Estado provincial y el Estado municipal le agregan a los avicultores exigencias que les dificulta el día a día y encarecen sobremanera el plato, y eso se suma a la situación de dependencia que algunos padecen, de los frigoríficos integradores.

Los estados aplican impuestos y tasas sobre la energía, el combustible, el balanceado, el predio, las transacciones, la actividad en sí misma, y obligan a desembolsos a través de numerosas normas burocráticas.

¿Por qué el Estado no le cobra al productor y la industria la energía eléctrica al costo? Le cobra al productor de alimentos lo mismo que a cualquiera, como si un rubro de cosas superfluas se comparara a la comida. Y además le agrega el 27 % de IVA sobre la energía (un escándalo, pero naturalizado). Luego llega el municipio y le agrega el 8 %, por servicios que en general no presta: “cuando necesitamos una máquina para el camino, nos cobran el combustible”, dice un avicultor. Combustible que, a su vez, tiene impuestos que lo encarecen.

Allí no termina: a los productores les retienen IVA en las compras y, con suerte y con el auxilio del Contador, podrán usarlo para anticipo de Ganancias. Ah, porque también está Ganancias, que en algunos casos llega al 35 %, y el 3 % de Ingresos Brutos sobre el bruto de la crianza. ¿Ya está? No: porque las empresas pagan impuesto inmobiliario por el predio donde plantan el gallinero, y los productores cobran cheques, y allí el banco retiene, para el Estado, el impuesto al cheque. Sin contar otras exigencias, nunca gratuitas, como el certificado de aptitud que hay que renovar cada dos años, o lo que le cuesta a la micropyme el estudio contable, para entender en todo este embrollo; ni qué decir cuando la familia cuenta con uno o dos trabajadores a cargo… Es decir: los gobernantes encarecen el alimento.

“En el período junio 2020 a junio 2021, el pollo vivo aumentó un 198%, mientras que el productor de Entre Ríos tuvo un incremento de un 35%”, denunció hace pocas semanas Confederaciones Rurales Argentinas -CRA-. “Para dar una explicación de por qué no se invierte en la renovación o ampliación de las instalaciones de cría, se lo debe atribuir directamente a que el productor constantemente es descapitalizado con el pago que se le otorga por la crianza de los pollos, que en ciertas épocas del año (invierno) no alcanza para cubrir los costos de producción”, sostuvo la entidad.

 

La nueva generación

 

Le preguntamos al avicultor e historiador Jorge Villanova por el sistema de integrados. “Mi viejo era criador independiente, compraba el pollito, compraba el alimento, en un momento llegó a hacerlo, tenía su propia granja. Cuando terminaba la crianza buscaba un comprador, un frigorífico o un intermediario que los cargaba y los llevaba a un frigorífico, entonces todo el circuito, y todo el riesgo, corrían por cuenta de mi viejo”.

“Esto hace que te vaya muy bien o te vaya muy mal. Si te entraba una peste no te quedaba un solo pollo y te fundías. Mi viejo no ponía toda la guita en el pollo, entonces si le iba mal la otra mitad le quedaba para seguir. Estamos hablando de cantidades muy muy inferiores”.

Los galpones primeros daban lugar a mil o dos mil pollos, recuerdan los avicultores, mientras que las granjas de hoy no sólo son más grandes sino que también, por la tecnología, permiten mayor densidad, es decir, con capacidad para 30 o 40 mil ejemplares por galpón. “Los gringos dicen que cambiaban la camioneta con cada crianza, con cinco mil pollos podían irse a un modelo mejor”, graficó Villanova.

Apuntó que la hiperinflación de 1989 fundió a algunos polleros y dejaron de criar solos. “Empezamos a integrar con frigoríficos”.

¿Cómo definiría el sistema?, preguntamos: “la empresa o frigorífico te entrega la cáscara (la cama), el pollo, trae el alimento y se hace cargo de la sanidad. El dueño de la granja pone la granja, las instalaciones, la energía eléctrica, el trabajo, y en algunos casos pone el gas. Entre los 45 y los 50 días la empresa retira el pollo, y después se hace un cálculo: conversión, sanidad, mortandad, quilo, y en base a eso paga. ¿Cuáles son los parámetros que toman? Nadie lo sabe. Los criadores no lo sabemos. Es totalmente arbitrario, como es arbitrario el tema del pago que puede ser a los 30 días, a los 40, a los 60, a los 80, a los 90 días, no hay un plazo. Como también es arbitrario el tema de la bajada de pollos. A uno le sirve que le bajen rápido, manteniendo las normas sanitarias, pero ahora estamos en un mes, cuando hemos estado en 15 días, entonces tenés 15 días de pérdida de tiempo, que en un año, cuatro o cinco crianzas, son dos meses menos de trabajo”.

“Lo positivo del sistema de integración es que vos no arriesgás tanto, no tenés que comprar el pollo ni el alimento, no tenés el problema de la comercialización. El lado negativo es que dependés de la arbitrariedad de la empresa, además no hay contrato”.

 

El día a día

 

¿En qué consiste la crianza? “Vos preparás el galpón, el ambiente, para recibir el pollito. La empresa te trae la cáscara de arroz o chip de madera; vos lo tendés en el piso y por eso el piso está más calentido. Le ponés alimento y agua en abundancia, y calefaccionás con campanas de gas. Eso en el primer día, tenés que recibir el pollito en 30 grados para que no tenga problemas después. A partir de ahí le vas dando espacio a lo largo del galpón hasta llega a los 20 días, más o me nos, dependerá del clima, en que tenés los pollos distribuidos en todo el galpón”, se explayó Villanova.

“Los primeros días se les da el alimento manual junto con el automático, para que el pollito chico pueda acceder. Después ya es experiencia: en qué momento darle calefacción, quitarle, ventilar, cerrar los galpones, darles más agua por la edad; en qué momento la cama se va deteriorando y la vas renovando, mejorando, eso hasta los 50 días que sale el pollo y se cumple el ciclo. Es muy rápido, es una industria muy rápida en comparación con otras cosas: el novillo, el chancho, la siembra, que son ciclos más largos”.

 

Galpones robots

 

El avicultor Mario Racigh nos explicó la conveniencia de los gallineros nuevos.

“Son galpones, un promedio de 13 metros de ancho por 150 de largo. Todo cerrado, todo oscuro adentro, el pollo no ve el sol en ningún momento. Los galpones dependen muchísimo de la energía eléctrica, todo ventilación controlada, siempre a la misma temperatura, todo el día, adentro está iluminado; el punto a favor es que tenés 15 pollos por metro cuadrado adentro del galpón; al ser hermético, el consumo de gas para la calefacción es mucho menor, y ahí es donde empiezan a cambiar los números, porque siempre hay que bajar los costos. En vez de hacer dos galpones se hace uno, se le echa más pollo, y la ventilación controlada te permite criar más cantidad con menos materiales para construir un galpón. Caben 30 mil pollos, depende del ancho. Le echan 40, 45. Y ahí se reduce mucho el costo; la ventilación que requiere el pollo hace que se muera menos, y después, sí: tenés en contra que si se llega a cortar la luz, y no te arranca el grupo electrógeno, se muere todo”.

“Es un poco complicado el tema de la luz, cuando viene un aumento de tarifa se hace muy pesado. Primero llega el aumento de tarifa, y después el aumento del pago por pollo. Nos pagan por pollo, no por kilo. Cobramos monedas por lo que vale el kilo en la góndola”, dijo Mario.

“Hace muchísimos años que ya no importa el resultado en el tamaño del pollo, lo que va cada año es a la cantidad. Mientras más cantidad criás, más vas a cobrar, el tema es cómo superarse cada año en cantidad. Porque no te pagan lo justo y uno no puede plantar otro galpón, y se complica. A eso lo manejan las empresas. Cuando ellos necesitan faenar más pollos largan planes de crédito para que la gente haga galpones”.

Mario Racigh hace hincapié en la tecnología. “En estos galpones cerrados que hicieron, los últimos, todo es de fierro, los costados cerrados con chapas; los galpones convencionales, en cambio, con plastillera. La plastillera dura cuatro años, cinco como mucho, y hay que cambiarla. Cuesta mucha plata.  En los nuevos, al ser cerrados, no hay que estar dependiendo tanto del clima porque es controlado adentro, da muchísimo menos trabajo…  Los convencionales son de madera en su estructura, y con el tiempo se van pudriendo”.

 

Cuatro patas

 

Rubén Racigh reconoce inconvenientes en el integrado, especialmente para los chicos, pero señala también bondades. “El sistema integrado no ha sido malo para la gente del campo. Y para la avicultura en general, ni hablar. Creo que ha sido beneficioso, fue lo que permitió que la Argentina pegue el salto en avicultura y se produzca la cantidad de pollos, porque las granjas pasaron a otro nivel de cantidad. Absorbieron un poco de tecnología, no demasiada, y la industria fue la que más creció, se tecnificó, siempre buscó afuera las nuevas tendencias. Todo este circo necesita cuatro patas: tenés el frigorífico por un lado, la planta de incubación donde se generan los pollitos bebés, la fábrica de alimentos y las granjas que van a criar el pollo. Tres de estas patas las tienen las empresas, y una la tenemos todavía nosotros, y no sé si está en riesgo esa pata. Yo creo que esa parte va a continuar en manos de la gente. Las empresas podrán tener alguna que otra granja pero no creo que lleguen al cien por cien de las granjas, no sólo por el capital enorme que necesitan, sino por el manejo de gente que pasarían a tener”, estimó el productor.

Para Rubén, no vendría mal un reacomodamiento, porque si bien le reconoce méritos también advierte que las empresas grandes “se han ido enviciando con esto. Como en toda mercadería, el que tiene la comercialización tiene la llave. Y el que asume más riesgos también tiene la llave del negocio. Nosotros no tenemos riesgos pero tampoco tenemos injerencia en el negocio. Creo que ha sido positivo. Lo que hace falta es una reglamentación, todas las reglas de juego las establecen ellos; haría falta una ley. El Senasa tendría que tener más incidencia también, en la sanidad. Si bien el Senasa está, es un organismo que las empresas más grandes tienen controlado”.

La cría y la faena de pollos dan trabajo a miles en granjas, frigoríficos, fábricas de alimentos, comercio, y ofrecen un plato vital para las familias. Los productores entienden que hay que incorporar tecnología pero admiten que esta exigencia llega cuando los ingresos son escasos, falta crédito, y la inflación atenta contra los planes incluso a corto plazo. Ahora bien: más pollos en menos espacio y con menos personal: ¿bajará de esa manera el precio o seguirán los Estados recaudando? ¿Y cómo se compatibilizan los galpones robotizados, con la necesidad de arraigo y trabajo en las comunidades pequeñas y los caseríos del campo?

Los avicultores valoran el sacrificio de sus familias, y advierten que, como van las cosas, es probable que en el futuro cercano haya menos sacrificio porque, sencillamente, logren mucha producción con pocos trabajadores. ¿Prevalecerá la ley del más fuerte? ¿Quién planifica lo principal: el alimento y el arraigo? ¿Alguien mira a los pioneros?

 

 

Daniel Tirso Fiorotto

ANÁLISIS, setiembre 2021.

 

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