Asambleas y foros: tábanos que nos despiertan del letargo

La respuesta ágil de las asambleas contrasta con el adormecimiento de instituciones reducidas a sus compartimentos estancos. Dar vida a la comunidad, resistir a los atropellos, desnudar la debilidad de la representación, son algunos de los logros de asambleas y foros vecinales. Fogones de la conciencia por la vida en armonía con el entorno; fogones para el estudio, el conocimiento, el intercambio, la redacción de documentos y a veces la acción: las asambleas dan vida a la relación comunitaria que el sistema político y educativo menosprecia.

 

Por ahora, estas entidades, estas ruedas de mate sin recetas, muestran los reflejos de un Dibu Martínez, están mejor preparadas para atajar embestidas del poder, para decir “no”, pero mientras tanto cultivan modos ancestrales que pueden generar otros intercambios y hacer un gol de vez en cuando. ¿Será ese gol el afianzamiento de relaciones comunitarias, horizontales, como respuesta a la verticalidad del sistema? ¿O algunas seguirán confiando en el Estado como si el Estado fuera público? No hay respuesta posible, porque las asambleas no constituyen un bloque, hay de todo como en botica.

El sistema y las instituciones, sean las del Estado como sus satélites, muestran una organización vertical y por especialidades, que dificulta la mirada integral. En sintonía con la compartimentación del conocimiento, tan propia del occidente moderno. La tendencia asamblearia, en cambio, busca la mirada de cuenca, como suelen repetir las y los ambientalistas, sin descuidar historias, factores distintos, interacciones.

En la Argentina sumamos miles de partidos políticos, sindicatos, colegios de profesionales, clubes, y organismos del Estado Nacional y los estados provinciales y municipales en sus tres poderes, más los defensores y mediadores y paremos de contar. Son miles. Sin embargo, surge un conflicto con el agua, con el bosque, con los residuos, o con los modos de la minería o la producción, y la vecindad no se reúne alrededor de sus instituciones conocidas sino en asambleas.

Nuestra región litoral es pródiga en asambleas, foros, centros de estudio, que hicieron historia desde aquella defensa del río Paraná en su curso medio contra el represamiento que proponían empresarios y gobernantes aliados con sus pares (o amos) estadounidenses. 1996 y 1997, dos años de estudio, conciencia, debate, marchas, luchas asamblearias, y como resultado: la ley por la libertad de los ríos. Se cumplen en 2022 los 25 años de aquella epopeya popular que le dobló el brazo el poder internacional, nacional, provincial, político y empresario. ¿Cuánto le deben las asambleas de hoy a aquella conciencia primera, y a aquella victoria?

 

El mapa y el tejido

 

Silvia Rivera Cusicanqui distingue una suerte de cosmovisión masculina que llama “mapa”, de un complemento femenino que llama “tejido”. La política, la división, la guerra, dependen de una organización vertical y en la Argentina, particularmente, eso se impuso por la fuerza al modo colonial, crímenes mediante. Esa organización patriarcal nos abruma con sus próceres masculinos y le abre una rendija a nombres de mujeres como consuelo.

El tejido, en cambio, involucra la vida diaria, la comunidad, los alimentos, la indumentaria, los saberes, la relación de amistad, de amor, de trabajo en el barrio; el sentido de pertenencia en relación con la naturaleza y la cultura, los árboles, los aromas, los trinos, las canciones, las danzas. Ese tejido no está compartimentado, ahí todo funciona en diálogo permanente, a la manera de un bosque.

Pues bien: el Estado en sus diversas dimensiones, los partidos, los sindicatos, los colegios de profesionales, las universidades mismas, parecen responder al primer criterio, el mapa; cada cual en lo suyo. Y las asambleas, en cambio, son fruto del segundo modo, el tejido; no se circunscriben, no se encierran, buscan (y no siempre logran) una mirada abarcadora, holística, que no descuide una tradición ni un futuro, una ecuación económica, una melodía, un oficio, una intervención creativa por fuera de las estructuras establecidas del sistema. De ahí que cada asamblea aporta modos propios y no resulta fácil comprender a veces los secretos de cada trama.

Hay algunas creadas con fines específicos, por ejemplo las que florecieron para estudiar y advertir sobre el modelo de la fractura hidráulica para la explotación petrolera. Una vez lograda una norma que prohibió ese mecanismo, los vecinos volvieron a sus quehaceres. Otras asambleas continúan sus reuniones por años, como ámbitos abiertos al estudio del modo de vida y desarrollo de las comunidades, para bregar por la salud comunitaria, y así se convierten en fuentes de resistencia a propuestas del poder político y económico acostumbrado a los hechos consumados. En la capital de Entre Ríos tenemos dos casos emblemáticos: la Asamblea Ciudadana Vecinalista de Paraná y el Foro Ecologista, que desde hace años han tomado la voz de alerta, cada cual con su estilo y sus peculiaridades. Pero existen encuentros así en los más diversos asuntos: el cuidado de las islas, el cuestionamiento al endeudamiento externo, el alerta sobre las aguas termales saladas, la lucha contra la producción no sustentable y peligrosa para la salud, la protección de espacios públicos de la apetencia inmobiliaria, la resistencia a industrias contaminantes… Y también por la positiva, como el Movimiento De Costa a Costa que promueve las artes.

 

Victorias y derrotas

 

La historia de las asambleas está jalonada de derrotas y victorias. Un intendente de Paraná mal asesorado empezó a llamarles “ParaNó” a las mujeres y los hombres vecinalistas, cuando proponían que el predio de más de 20 hectáreas del Hipódromo, que tenía deudas con el Estado, fuera convertido en espacio público mientras que el poder político se encaprichaba en negociar con inversores. Los resultados demostraron que las asambleas tenían razón en el cien por ciento. Hoy ese lugar no es ni chicha ni limonada, se desaprovechó una oportunidad extraordinaria. Y lo mismo ocurrió cuando el poder político aceptó la expansión de Walmart con la apertura de Changomás: el vecinalismo bregaba para no dar ventajas a las multinacionales, y el poder político ¿qué respondió? “Son los ParaNó”. Un modo de desacreditar a los vecinos desde la altanería del sistema vertical, en vez de gestionar el diálogo para lograr la licencia social. El sistema de representatividad está en crisis y sus protagonistas no toman debida nota.

Podríamos enumerar decenas de derrotas y victorias, pero nos queremos detener en el reconocimiento a las asambleas y los foros que concretó un centro de estudios que lleva quince años en el litoral, la Junta Abya yala por los Pueblos Libres. Aquel documento puso el acento en el modo asambleario, muy común, por lo demás, en organizaciones horizontales de comunidades ancestrales y fogones de pueblos cimarrones que dieron frutos notables en la historia regional. Lo que sigue es textual de la JAPL, es decir, un escrito colectivo.

“Frente al individualismo elegimos el jardín de las asambleas, que es más que la suma de sus flores. El saqueo está instalado, por eso valoramos la rebeldía de estas organizaciones que en la provincia y regiones aledañas permiten visibilizar problemas graves, compartir saberes, y volver la mirada a los principios del vivir bien y bello”.

 

Primero la Pachamama

 

Y sigue el texto: “nos hemos distanciado de la Pachamama. Destruimos en un siglo más que en los 12.000 años anteriores, y eso bajo los nombres de “progreso” y “crecimiento”. La eclosión de asambleas enciende lámparas para generarnos expectativas, frente al entretenimiento banal. Saludamos el compromiso con la humanidad en el paisaje, subrayamos la actitud para el estudio integral, con vocación participativa, y la eficacia en advertir los peligros que corre la vida hoy”.

Todas estas frases son tomadas del documento firmado por medio centenar de estudiosos de la región litoral para dar a las asambleas y los foros de la provincia un reconocimiento llamado “Conciencia Abya yala”, por sus aportes al conocimiento en la protección de la biodiversidad y el sentido de pertenencia a una geografía, una historia, una cultura. Recuperamos ese texto ante el debate (bienvenido) originado esta semana en torno de la función de las asambleas y los foros.

 

Tradeunionismo

 

La distinción de los miembros de la Junta Abya yala por los Pueblos Libres, firmada por escritores, músicos, cooperativistas, historiadores, periodistas, estudiantes, militantes sociales, economistas, profesionales diversos, explica que las asambleas, los foros, los centros de estudio, “se niegan a la uniformidad, hacen de sus ruedas de mate verdaderas tribunas populares y recuperan dos principios de nuestro suelo: 1-el sumak kawsay o tekó porá, es decir, la vida plena en armonía con la naturaleza, el vivir bien y bello; y 2-la soberanía particular de los pueblos, que podemos traducir como la autonomía regional tanto en la relación social y económica como en los saberes”. Eso va en línea con la licencia social, que decíamos.

El documento tiene párrafos que muestran la importancia del encuentro asambleario estimulado por diversas inquietudes sociales. Podríamos hablar de ausencia de entidades del sistema, o de holgazanería, pero en verdad muchas de esas entidades están constituidas ya en casilleros, en compartimentos estancos, de  modo que la mirada integral les parece ajena. Tienen un problema genético y por ahora no han sabido tratarlo. La especialización les impide una visión amplia, un contexto. ¿Es coherente, por caso, promover el consumismo y la defensa del ambiente al mismo tiempo?

Por eso es difícil que un sindicato de trabajadores de la construcción, o de la carne, o de los bancos, responda con agilidad a los problemas generados con el agua potable, los precios, el endeudamiento público, los residuos. Con el cuento del tradeunionismo no pocos sindicalistas se crean la idea ficticia de que sus hijos y los hijos de los demás obreros no toman agua ni respiran el aire contaminado. Se encierran en sus estatutos controlados por el Estado. Y eso pasa en colegios, partidos, universidades y organismos del Estado. Al punto que las secretarías de cultura y educación marchan paralelas y a veces ni se comunican entre sí, por dar un ejemplo de lo absurdo en grado extremo. La burocracia estatal lleva en muchos casos a la inacción: uno se encarga de la seguridad pero no de las luces ni del desmalezado; el otro se encarga de la luz en las casas pero no de la pública; el que retira los residuos no interviene en el tratamiento del basural… Resultado: tierra de nadie. Entonces nace una asamblea y mira el conjunto, analiza la interacción entre los distintos asuntos, estudia la complejidad, no se encasilla.

 

Veneración de la naturaleza

 

Veamos los ejemplos que dan estos estudiosos de la JAPL, porque exponen mucho de lo que pensamos hoy. “La defensa del agua en sus diversas manifestaciones resume una lucha que avanza en el conocimiento, el debate y la conciencia sobre el origen común de los ataques: la ganancia. Colocar la ganancia sobre la vida, la propaganda engañosa sobre el diálogo fecundo, la utilidad sobre la biodiversidad, el consumismo sobre el vivir bien y en armonía, son desvíos que las asambleas impugnan. Este estado de conciencia nos ayuda a curarnos de la soberbia del antropocentrismo, y a valorar las vías diversas del conocimiento. Al mismo tiempo, nos alerta de los atropellos del gran capital en complicidad con las corporaciones políticas y empresariales”.

“Sabemos que la tierra -sigue el documento- no debe seguir siendo considerada un capital y por lo tanto amortizable; que la naturaleza y sus manifestaciones no son recursos de la revalorización del capital. Sabemos también desde los pueblos antiguos de este suelo que nos debemos el cuidado, el respeto y la veneración del orden cósmico, y que esos saberes son una lección de vida para el necesario cambio de conducta. El humano pertenece a la tierra y ella no le pertenece, como no le pertenecen el sol, el aire, el agua, ignotas ofrendas a la vida, condiciones necesarias y quizás suficientes para que los seres vivan hoy y vivan siempre”.

 

Ejemplos

 

Sigue el documento: “destacamos la conciencia y la lucha en temas diversos con origen común. Y marcamos algunos ejemplos. El impulso a normas municipales y provinciales con vistas a declarar taxativamente zonas libres de exploración y explotación de hidrocarburos a nuestras regiones, para extender ese cuidado al país entero y más allá, por caso. La organización contra la fractura hidráulica (fracking) es trascendente. También la centrada defensa de los ríos Paraná, Gualeguay y Uruguay, y del acuífero Guaraní y otros más cercanos. La determinación por conocer y difundir las energías alternativas y el necesario cambio de paradigma por una vida sencilla, serena, emancipada de los hidrocarburos fósiles y la depredación, y bien atenta a los peligros de la energía atómica y sus residuos. La conciencia sobre las grandes industrias contaminantes como las pasteras y otras; la defensa de las costas como bienes comunes (camino de sirga); el freno a los megaproyectos de represamiento en ríos de llanura; la voz de alerta en temas como el crimen del asbesto (amianto) o el colosal desgaste del suelo; los estudios y las denuncias en torno del sistema agropecuario basado en transgénicos patentados por multinacionales y un combo de sustancias químicas peligrosas, que han consolidado la expulsión de habitantes y el hacinamiento; la advertencia acerca de los riesgos para la salud de todas las manifestaciones de la vida desde la semilla o el embrión, y para la sanidad de las napas subterráneas”.

“También destacamos el estudio (continúa el texto de homenaje a las asambleas) y la difusión de modelos de agricultura sustentable, chacra mixta; alimentos variados, sanos y en cercanía; soberanía alimentaria; lo mismo que la conciencia sobre la necesidad de corredores de biodiversidad, de áreas protegidas en las costas de ríos y arroyos. Para que la flora y la fauna no queden arrinconadas y para garantizar la interacción y supervivencia de especies”.

“Destacamos en esa línea los aportes referidos a la jerarquía de la biodiversidad, el arbolado urbano, el tratamiento de los residuos; el cuidado de los humedales y el monte nativo contra la tala rasa y los proyectos inmobiliaristas o productivistas; y la advertencia temprana sobre planes de mega obras inconsultas (IIRSA). Ponemos en relieve el reclamo del derecho a una licencia social para los emprendimientos. Nadie ignora ya los males del destierro y el hacinamiento, provocados por un modelo que sirve a grandes intereses pero no a los pueblos”.

Salta a la vista la variedad de temas abordados por estos encuentros vecinales.

 

Andrés Carrasco

 

A esta altura se comprenderá por qué elegimos este documento colectivo a favor de asambleas y foros. Veamos algo más de esa declaración: “Son estas organizaciones las que indagan en el sistema que pone a la vida en segundo plano y que ya ofrece síntomas evidentes de deterioro acelerado del mundo, con el agravante del calentamiento global. Han sido además las que permitieron el conocimiento profundo y la difusión de alarmas como las del biólogo Andrés Carrasco, por los efectos de los venenos en los embriones; y las que denunciaron la continuidad del modelo de minerías a cielo abierto y de monocultivo en gobiernos de distinta extracción en apariencia, cómplices de una economía de escala con prioridad del capital financiero sobre los trabajadores. Entendemos que estas agrupaciones sociales y ambientales, junto a compañeros de otras latitudes, miran desde distintos ángulos las consecuencias de un mismo sistema capitalista y colonial depredador que hace estragos en la naturaleza y, en ella, el humano. Esas agrupaciones son contestatarias de la propaganda que nos reduce a meros consumidores, o nos extirpa del paisaje para generarnos necesidades ficticias con vistas al consumo de trivialidades. Esa propaganda busca uniformarnos según las necesidades de mercado financiero y los demás grupos y Estados imperiales”.

“Las asambleas son expresiones comunitarias novedosas que, enraizadas en antiguas tradiciones de Abya yala (América), asumen un rol decolonial, descolonizador, y le descorren la cortina a las aberraciones del capitalismo”.

Y bien: hasta aquí la recuperación de un documento firmado, entre otros, por los extintos Mario Alarcón Muñiz y Gustavo Lambruschini, periodista y docente; los historiadores Juan Antonio Vilar y Juan José Rossi; los escritores Abel Schaller, Fortunato Calderón Correa; los cooperativistas Pedro Aguer y Ricardo Bazán; los sindicalistas Lucrecia Brasseur, Martha Bader, Víctor Sartori, Silvina Suárez, César Baudino, Ignacio González Lowy, Oscar Milocco, César Piberus, Claudio Puntel; los catedráticos e investigadores Luis Lafferriere, Américo Schvartzman, Carlos Natalio Ceruti; los periodistas Alberto Dorati, Antonio Tardelli, Mario Escobar, Martín Barral, Mario Daniel Villagra, y decenas de otros estudiosos de la región.

Ellas y ellos sostienen en su escrito que la experiencia de vida en Entre Ríos en los últimos 100 años deja enseñanzas: hemos producido -apuntan- un biocidio para no vivir siquiera en el territorio. Con el humano desterrado y muchas veces hacinado, los suelos degradados por la erosión hídrica y la explotación productivista, los montes talados y las especies exterminadas o reducidas a una mínima expresión, es decir, puestas frente a un abismo, y la complicidad de los poderosos, empezando por el Estado.

Ahora bien: nada garantiza que los argumentos de una agrupación cualquiera sean sólidos e incontrastables siempre. Puede ocurrir sin dudas que los mismos asambleístas, llegados a puestos de poder político, actúen contra los principios que defendían. Tampoco hay que pensar que por ser asambleas estarán desconectadas de intereses, relaciones, simpatías: hay de todo en la viña. Y es cierto que, en un sistema vertical que todo lo seca, las experiencias de horizontalidad húmeda muestran distintos grados de eficiencia, y no siempre hay disposición a escuchar porque en el fragor de ciertas luchas, la intransigencia suele ser confundida con valentía y la apertura con claudicación. Eso ocurre en todos los ámbitos, y también en las asambleas, claro está, porque hay poca gimnasia reciente en esto.

David Choquehuanca suele recordar que entre los pueblos ancestrales, en cambio, el diálogo es parte esencial de la relación, como la búsqueda de consenso. Tenemos que comunicarnos, sí o sí, porque somos hermanos, explica, para definir una palabra larguísima: aruskipasipjañanakasakipunirakispawa.

Conversar exige escuchar, y escuchar todo, incluso el llamado de los ancestros, la palabra del supuesto adversario, como el rumor de los árboles.

 

La vaca atada

 

No son pocos los interrogantes que se plantean en las asambleas para la eficacia. Por ejemplo: un ambientalista le dice no a los transgénicos con hericidas e insecticidas. El otro ambientalista negocia con un legislador una ley que habilita su uso, pero lo restringe. Y puede recibir el reproche del primero que le dirá que con esa negociación está convalidando… También hay luchas que se imponen en el extremo final de todo un proceso, sobre consecuencias, cuando ya se dieron suficientes pasos para la claudicación. Por caso: una sociedad que ha naturalizado la industria del automóvil y la promueve, para generar movimiento económico y empleo, y luego se queja de la saturación de las calles o la necesidad de reformas para agilizar el tránsito… ¿No estaba perdida esa batalla desde el vamos? Son asuntos que hacen a la dinámica permanente de las asambleas porque, a diferencia de otras organizaciones, nada les es ajeno.

Los foros, los centros de estudio, las asambleas, despejan caminos comunitarios que estaban en el abandono. Ahí su mérito. Y está demás decir que sus fogoneros son seres humanos nacidos y crecidos en este sistema, que nos ha escofinado la innata capacidad de diálogo y comprensión. De modo que la lucidez de un análisis o el acierto de una lucha pueden aparecer en cualquier lugar, sea una asamblea, un foro, un gobierno, un sindicato, un medio masivo de comunicación, una cátedra universitaria, una rueda de mate, una mesa familiar o una caminata a solas entre los árboles. Como diría el paisano, nadie tiene la vaca atada. Ahora: la urdimbre elástica de las asambleas, teñida con los colores del suelo, no se deja atar a estatutos, burocracias y prejuicios, a diferencia de otras instituciones tan adaptadas y por eso cristalizadas que apenas cambia el aire no saben responder, como les pasó, según dicen, a los dinosaurios.

 

Daniel Tirso Fiorotto – UNO - domingo 27 de febrero de 2022

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