Biomímesis, una pista que señala Américo para salir del laberinto

Ante la inquietud creciente por el deterioro ambiental, el escritor uruguayense Américo Schvartzman enumera cambios urgentes y desafía prejuicios de la ciencia. ¿Por qué destruir la naturaleza, o intentar superarla? ¿Por qué ponerla bajo las botas del que manda? Su modelo precede a la sociedad humana en millones de años y podríamos, mejor, conocerla e imitar su eficacia, para considerarnos incorporados de una buena vez.

 

El ser humano se pasea por su casa como elefante en un bazar. Suerte que desde hace algunas décadas nos estamos dando cuenta. Para no presumir de fundadores admitimos que las culturas ancestrales de diversos continentes, y en especial el nuestro, cultivan el principio de armonía del ser humano en su ambiente desde el fondo de los tiempos. Vida y trabajo comunitarios en relación directa con la tierra, con los alimentos, ¿será que podemos regresar?

Un logro del ensayo que acabamos de conocer, del escritor uruguayense Américo Schvartzman, consiste en un darse cuenta: como dice la chacarera, “estaba donde nací lo que buscaba por ahí”. Y en exponer líneas madres de la relación del ser humano con el resto de la naturaleza sin despreciar ningún aporte, es decir: curado en salud de los complejos coloniales de inferioridad que suelen acompañar a la ciencia moderna, por los cuales los conocimientos del entorno quedan opacados ante el brillo de las metrópolis. Y curado también de chovinismos que, en vez de sembrar saberes del pago, los encapsulan.

Allanarse a diversos modos del conocer, inclinarse ante culturas que crean ámbitos distintos y no por eso mejores ni peores, inspirarse en el monte, el río: he ahí la novedad, cuando la filosofía ha sido usada en los claustros tantas veces para clausurar puertas, ningunear aportes, arrodillarse ante el sistema, lustrar bronces, cuando no entronizar la razón excluyente y sus métodos.

El ensayo de Américo titulado “Ética para una cultura de acción ambiental”, fue premiado por los ministerios de Ambiente y Cultura de la nación en un concurso ambiental. Inspirado en el amor por el ambiente sano y la participación de la vecindad en su destino, es también una respuesta al epistemicidio que sufrimos (en palabras del estudioso Boaventura de Sousa Santos); epistemicidio: aniquilamiento de modos diversos del saber para establecer como válido uno solo, el del conquistador. Américo recuerda, además, que suelen llamar injusticia epistémica al descrédito del otro, común en los pretendidos oráculos.

 

Actitud de aprendiz

 

Américo Schvartzman desarrolla en 30 páginas el estado de la ciencia y del protagonismo vecinal, y se enfoca muy particularmente en la biomímesis, es decir: la copia de la naturaleza para que la vida humana sea compatible con el entorno. El adecuarnos a sus ritmos, ciclos, rincones, curvas, con la actitud del aprendiz. A un doctorando en filosofía, escritor, periodista, humorista, poeta, docente, fogonero de encuentros culturales, no le es tan difícil romper compartimentos; y tampoco tan sencillo cuando nuestra educación eurocentradanos llena la cabeza de casilleros y falsas jerarquías.

"Lograr una reconstrucción ecológica de la economía, tratando de imitar en ella el funcionamiento de los ecosistemas, a partir de cinco grandes premisas: 1-vivir del sol como fuente energética; 2-cerrar los ciclos de los materiales; 3-no transportar demasiado lejos los materiales; 4-evitar los xenobióticos; 5-respetar la diversidad. Estos principios serían el nudo de una economía sustentable, con ciclos cerrados de materiales, sin contaminación y sin toxicidad, movidos por energía solar y adaptada a la diversidad local”. Eso indica el autor en un capítulo llamado “Escenarios de sustentabilidad”, en el que reivindica el decrecimiento, en estos términos: “implica desaprender un modo de vida equivocado, incompatible con el planeta, buscando nuevas formas de organización social y económica, con el abandono del insensato objetivo de crecer por crecer cuyo motor no es otro que la búsqueda desenfrenada de ganancias para los poseedores del capital”.

Apuntemos aquí que cuando Américo dice “nuevas formas” está señalando modelos distintos, quizá desconocidos, pero que bien podrían ser también antiguos, remozados, y por eso nuevos; si en verdad la historia no se puede borrar de un plumazo y por eso nada será igual. (Bartomeu Meliá decía que el sistema guaraní es “la memoria del futuro”).

¿Y cómo decrecer? Lo escribe el autor, con citas de diversas obras: la relocalización de la economía y la producción a escala local, la agricultura agroecológica, la desindustrialización, el fin del modelo de transporte, el replanteo del consumismo y la publicidad, la desurbanización, el salario máximo, la conservación y reutilización, la autoproducción de bienes y servicios, la reducción del tiempo de trabajo, la austeridad, los intercambios no mercantilizados…

Observamos que el autor no puede ni quiere desprenderse de la noción de alimentos como cultura y por eso repite agricultura agroecológica en vez del usual “agroecología”.

 

Democracia ambiental

 

Hay en el estudio de Américo una breve conclusión, a manera de camino posible: ecocentrismo, solidaridad socioambiental, diálogo de saberes, democracia participativa ambiental. Todo eso como base para cultivar la biomímesis y el decrecimiento. Y en sintonía con una antigua tradición de este suelo: el vivir bien y bello y buen convivir, la vida comunal, que incluye diversas manifestaciones de la naturaleza, es decir, contempla al ser humano dentro de su entorno y por eso no podría menospreciar otros entornos. De ahí que las interacciones locales del vivir bien no se aten al árbol de la esquina, al contrario: por ese contacto se valoran las experiencias semejantes y fluyen los intercambios.

La democracia participativa ambiental en la que se explaya el uruguayense se emparenta con el fogón, la rueda de mate, la búsqueda de consensos, la soberanía particular de los pueblos. Temas recurrentes en el centro de estudios Junta Abya yala por los Pueblos Libres, del que Schvartzman es cofundador.

El estudioso añade un punto central: el consumo responsable. “Es necesario abandonar la creencia de que poseer cosas es alcanzar la felicidad, y es urgente cambiar las formas del consumo porque son formas de vida insostenibles. Con esta premisa que toma de Adela Cortina: “No consumas nunca productos cuyo consumo no se puede universalizar sin producir daños a las personas o al ambiente”. Desde aquí llama a construir una “cultura de la sobriedad”, y un “principio de abajamiento” que consiste en renunciar a ciertos disfrutes. Si no todos pueden tener el nivel de consumo de clases medias y altas, estas clases deben “abajarse” en solidaridad.

 

El cambio en cada uno

 

Ahora, ¿quién debe cambiar? El ensayo señala tres órdenes complementarios: el individuo (desde la premisa “si yo cambio, cambia el mundo”), la comunidad, y la política.

Para Américo, una condición necesaria aunque insuficiente es el cambio personal. Es decir, no esperar respuestas de los que mandan.“Bill Mollison, el padre de la permacultura, señaló: ‘la trágica realidad es que muy pocos de los sistemas sostenibles que existen hoy en día son diseñados o implementados por quienes están en el poder, y la razón es obvia y simple: dejar que la gente se organice para producir sus propios alimentos, energía y construir sus casas, es perder el control económico y político que tienen sobre ellos’”. Por eso abogó por buscar soluciones mediante la ayuda mutua.

Con alta desconfianza hacia los poderes y altísima confianza en los saberes de los pueblos, Américo alumbra a cada paso un camino comunitario, horizontal, en relación con el ambiente.

 

Todo oídos

 

En nuestra columna, más que sintetizar el ensayo jugamos a espiar en las rendijas, como propone el autor a modo de introducción, en una temática que sabe complejísima; y para hacer de la lectura misma un principio de diálogo. Hacemos gimnasia, estudiamos con espíritu crítico, pero allanados al paisaje y los saberes que están desde no sabemos cuándo, y nos sucederán. Que la biomímesis exige una actitud de escucha, de inclinación, y de valentía para enfrentar tabúes y lugares “políticamente correctos”.

Uno de los ítems neurálgicos radica en la licencia social, bien apuntada a los temas ambientales pero no restringida a eso. Al enumerar algunas nociones del debate actual para una “racionalidad ambiental”, dice Américo de la licencia social: “propone que cuando un emprendimiento pueda afectar a la salud o al ambiente de las comunidades, éstas sean incluidas en las decisiones que se tomen al respecto”.

El tema es apropiado para estos días. Por todos lados aparecen grupos que interrogan al poder político y económico sobre sus obras, programas, fábricas, deudas, etc., en una creciente inquietud comunitaria por el ambiente.

Esa licencia social abre puertas a desafíos mayores. Una comunidad es directamente afectada con la construcción de una ruta, un dique, o por la explotación inadecuada de las riquezas, el gasto peligroso de energías o el uso de sustancias peligrosas. Pero ¿cómo explicar que esas intervenciones son consecuencias a veces de otras medidas a distancia, como el ninguneo del federalismo, la entrega del dinero del pueblo a banqueros privados, la corrupción a escala sideral, las arbitrariedades, la introducción de técnicas y maquinarias a una velocidad que la comunidad no está en condiciones de asimilar, o la propaganda del sistema naturalizada, donde los peores enemigos de la vida se presentan con forma de amigable fiesta estudiantil o amorosa relación familiar? La licencia social dará mucho que hablar, como una expresión de la participación. ¿Tienen licencia social los contenidos de la televisión en nuestros hogares?

Américo publicó antes “Deliberación o dependencia”, un libro que aborda los pros y contras de la ampliación de la democracia hacia el espectro social y sugiere una reforma constitucional para sostener claramente que no aceptamos el mandato resumido en “el pueblo no delibera” del artículo 22. ¿El pueblo no delibera? Semejante elitismo atornillado en la Carta Magna ha quedado obsoleto, letra muerta, principalmente por la proliferación de asambleas diversas, foros, centros de estudio, y organizaciones sociales que no sólo deliberan sino que también caminan las calles para que los reclamos queden a la vista y resulten insoslayables a los poderosos. Los argentinos actuamos de manera inconstitucional (más allá de que la propia Carta Magna genera espacios que contradicen el artículo 22), y lo hacemos porque nuestra ley madre no responde y porque ese artículo en especial, más que abrir puertas les echa llave.

 

Bajo el sol

 

La permeabilidad a tradiciones de comunidad, consenso, vida colectiva, es sin dudas un cambio de óptica fundamental. En una sociedad expuesta a la influencia de medios masivos de comunicación concentrados y corporaciones, y limitada en su acción por el corsé de los partidos políticos y otras instituciones del sistema, la modalidad de la asamblea, de la deliberación, puede chocarse con manejos espurios facilitados por un sistema impreparado. De modo que, acudir a modos de pensar y vivir distintos, a miradas ancestrales, nos obliga a detenernos en otras maneras de interrelación y respuesta, que aceitan los engranajes de la participación, sin las cuales esa participación puede convertirse en un simple engaño. Mientras sea el sistema el que reparta estatus, chapas, honores, reputaciones, los ámbitos del estudio y la deliberación verdadera quedarán un escalón debajo de las instituciones a las que el sistema les atribuye esa condición y que, por supuesto, no ponen en jaque al sistema. Que una mano lava la otra.

En fin: este lúcido aporte puede leerse por las redes, antes de su publicación en papel, en este enlace: https://drive.google.com/file/d/1jVyKC67lmdZbM0K7v4-tyXql1_FupjGi/view?usp=sharing

Biomímesis, dice esta entrega de Américo Schvartzman, tras un meduloso desarrollo filosófico sobre lo que los estudiosos llaman ética. Su contribución a la conciencia ambiental y sus probables derivaciones prácticas radica en estimular la reflexión, y en no dar por sentado el esquema actual. La biomímesis puede ser una rebeldía, claro, y puede no serlo. ¿Aprender e imitar para la altanería, o aprender sin más, en la interacción? ¿Tomar de allí lo que nos conviene, o el conjunto? Biomímesis: mirar la naturaleza, sus maneras de conversar, de dar lugar a lo distinto, de cuidar la vida con una adecuada armonía, de no menospreciar ni a la minúscula abejita posada en una flor, ni aceptar más verticalidad que la de los rayos del sol alumbrando y calentando la vida.

 

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Domingo 6 de Marzo de 2022

 

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