Consideraciones sobre la novela Si dijeras Gondwana, de Tirso Fiorotto

Dice Fortunato Calderón Correa: Si dijeras Gondwana es un libro excepcional, que lleva el análisis y las conclusiones sobre la realidad mucho más lejos que lo que es habitual en la literatura entrerriana. Los diálogos son tensos, vivos,  respetuosos del habla popular, con frecuentes elisiones que exigen mucho de la  atención del lector, que debe suplir lo que está tácito. Pero no es una obra hermética. Por el contrario, las descripciones de la naturaleza, crudas y a veces ásperas, están llenas de cariño y consideración hacia los seres más desvalidos, animales o plantas, y asombra a veces el conocimiento de primera mano y la capacidad de penetración del autor en los detalles.
El libro trata de cerca  y sin ceremonias los problemas políticos y sociales, la situación de los negros que desaparecieron de nuestra provincia, como creen algunos,  sin explicación suficiente; los golpes militares y sus secuelas, el periodismo y la venalidad, la política mesiánica y clientelar que todavía nos mantiene alineados incondicionalmente con Buenos Aires. Muestra un caudillo político que se propone como falso mesías y usa y genera la credulidad popular; pero el libro también sienta la tesis de que el poder, las oligarquías sudamericanas, que se han permitido todo entre nosotros, han  erradicado el uso de algunas palabras porque su significado, demasiado evidente, podría ayudar a sus víctimas a reflexionar sobre su situación y rebelarse.  Rescata finalmente símbolos ancestrales, que están siendo dificultosamente recuperados por la arqueología, y que desde el fondo de la tierra pueden alumbrar el porvenir. La espiral que está en los caracoles que dieron nombre al río Uruguay pero también  en el ADN y en las galaxias, es uno de ellos. El esfuerzo por encontrar en el simbolismo una salida es quizá el principal legado de la obra, que llega a proponer una nueva trinidad no muy diferente de las que considera la sabiduría intemporal que a pesar de todo perdura en el fondo de cada uno.
 
 
 
Jorge Riani comenta: Si dijeras Gondwana es un tejido multicolor, complejo y nutrido. Tras leer la prueba en galera del libro, sentí la necesidad de comprar ‘El entenado’ para regalárselo a Tirso con un mensaje implícito: disfruté con Si dijeras Gondwana del mismo modo que disfruté, en su momento, con ‘El entenado’.
En ambos libros, por caso, hay un manejo extraordinario de las subordinadas (arma de doble filo, si las hay, en la redacción). Y ambos libros recrean un mundo propio –con sus lógicas y sus leyes– que surge, como una argamasa definitiva, de combinar la pintura de un paisaje localista y universal al mismo tiempo.
Si se me permite el juicio: ese es el mayor mérito del libro de Fiorotto. Contar un mundo muy concreto y, a la vez, ofrecer elementos de una ciencia que el autor crea para todos nosotros en su literatura.
La empresa literaria encarada por Tirso lo lleva a reinventar o inventar palabras y cargarlas de contenido. Como la definición de “tierro” para celebrar la antítesis del destierro.
Por momentos, el autor es exigente con sus lectores al requerirle una actitud proactiva. Dice en la página 28: “Aquello era historia también. La vida con Madela en el campo, los vecinos de El Después, Jeniffer misma y sus labios; la mudanza apremiante atravesando el tempe...”.  Acá el autor, por caso, recurre al intertexto y denomina tempe a los caminos entrelazados de ríos, del mismo modo en que Marco Sastre llamó “tempe argentino” al Delta entrerriano.
En ese mundo complejo, los avatares y las coincidencias encerradas en torno al nombre Antonio edifican una delicia argumentativa y un entramado que sabrán disfrutar quienes van en busca de historias inquietantes y atractivas.
Tirso logra desplegar una historia con tonos multicolores que permite la adecuada superpoblación de personajes, del mismo modo magistral con que Vargas Llosa lo hace en “La guerra del fin del siglo”.
No creo exagerar si digo también que Si dijeras Gondwana puede hablar muy intensamente de nuestros paisajes sin colisionar al momento de aludir a la hermandad inexplorada con África, de igual modo en que el británico Somerset Maughan puede pintar tan exactamente las tierras exóticas de la Asia bajo la sombra del Imperio.
Quizás inconscientemente –él dirá– Fiorotto lleva al extremo de la literatura su desvelo militante de andar borrando fronteras ficticias. Permitiéndose mostrar el entorno sin pánicos al momento de mirar la profundidad y el más allá.
 
Dice Haydeé Díaz: Cuando me entregaron el libro tan rojo, ya lo sentí caliente. Fue un tesoro, un cofre, lo que pusieron en mis manos. Quería llegar a mi casa para ver con lo que me encontraba y sinceramente… fue una caja de sorpresa lo que abrí.
En las primeras líneas apareció una madre que llamaba a su hijo y que también me llamó a mí. ¡Mané! ¡Mané! Y una madre negra me gustó… mi tez me delata. Así empecé a caminar siguiendo a Mané, luego con Antonio Cayo Muga, con Juan Bautista Píriz… Humildemente les digo: tengo que seguir hurgando en el tesoro que encontré. Nunca me imaginé un libro así.
Y me dije algo que no puedo dejar de compartir con ustedes. ¡Qué loquito el escritor de mi pueblo! ¡Todo lo que llegó a escribir!
Pone en la voz de los personajes tantas cosas que se dicen por lo bajo: tantas verdades calladas, tantas complicidades. ¡Y cómo trabaja la ironía! ¡Y cuánta cuota de humor!
Escucharán músicas de distintos instrumentos, matices de diferentes lenguas, árboles, animales, costumbres, creencias que nos son tan familiares. Peregrinarán desde la conquista hasta nuestros días en este verdadero rompecabezas que dio origen a lo que somos.
Delata mucha lectura, hay un trabajo detrás de todo esto que no es de un improvisado. Lo que les quiero decir es que se preparen para leerlo, es un narrador exigente para sus lectores. Lo que considero es un honor para nosotros.
El héroe que transita estas páginas oye un llamado tan fuerte de sus antepasados, y hace su iniciación al camino de la vida acompañado por nombres concretos de la historia, autores de textos literarios significativos y personajes ficticios… que no son tan ficticios.
Corre las rocas y desciende a los infiernos, cabalga y vuela en la macrauquenia picaza, no le falta la presencia de la mujer que le tira el ovillo para ayudarlo a encontrar la salida. Y como todo héroe vuelve enriquecido a la tierra donde nació, fortalecido, y se convierte en leyenda.
Juega con los números, juega con las palabras, terrar, tierro (que la computadora me subraya en rojo, como me subrayó la macrauquenia), colonia, colonialismo, juega con los personajes usando apellidos y nombres y sobrenombres concretos. Y juega con nosotros. Nos sacude como fichas, de un tiempo a otro, de un personaje a otro, de un sentimiento a otro.
Yo salí llena de Largojos, de loros, de vaquitas de San Antonio, de orejas de negro, de Garibaldi, de Artigas, de negros y blancos de todas las ‘marcas’,  de los Cayos y de los Antonios; de periodistas, curas, políticos, jueces, y de tantos otros que todavía me sacudo, y no puedo desprenderme de ellos. Es un gran libro. Cuando llegué al final ya no quería que se terminara.
SI DIJERAS GONDWANA, sinceramente, no está para que se los cuenten, está para que lo lean.
 
Dice Carlos Marín: A 112 años de la primera edición de la novela de Fray Mocho, Tirso Fiorotto —periodista, escritor, apasionado por su provincia y con una posición política muy clara, como Álvarez— da a conocer Si dijeras Gondwana. A lo largo de 319 páginas descorre el telón para presentar un mundo habitualmente desconocido, ignorado, pero real y muy próximo. En un extremo del mismo está la gente de las islas, el ámbito del contrabandista de fronteras, el de los marginales borders y revolucionarios; en otro el de los todopoderosos que cortan la torta.
A su modo, Fiorotto retoma la senda de aquella otra gran obra de la literatura entrerriana. El larroquense se sitúa en un eslabón que suma, al nombre de Álvarez, otros como Carlos Guido y Spano, José Hernández, Olegario Víctor Andrade, Juan José Manauta”.
“Da rienda suelta a la ficción nutrida por su propia experiencia vital, que reconoce en el estudio, pero también —y sobre todo— en el ejercicio del periodismo, la fuente de mucho del material que vuelca en las 319 páginas”.
“En ese viaje hacia el pasado y al futuro transcurre el presente de esta novela, una producción notable, un esfuerzo de largo aliento comparable —si vale— a títulos como El Péndulo de Foucault o La isla del día de antes (de Umberto Eco) en las cuales los autores coquetean con un territorio límite entre realidad y fantasía y donde lo ficcionado corre el riesgo —no por ingenuidad, ciertamente— de abonar aquello de ‘cualquier vinculación con lo real es mera coincidencia’.
 
Dice la obra “A la luz de la tradición eterna” (p. 163) “El poeta, como Senghor o Aimé Cesaire, no es solamente el hombre sensible y dotado que denuncia, expresa, inquiere o representa. Es quien invoca cada cosa tomándola del orden universal, quien ejerce una facultad que tiene por ser inteligente, aquella que la escuela y el mero aprendizaje no pueden dar  según los propios africanos. Es el que, como en la notable novela de Daniel Tirso Fiorotto, es capaz de decir ‘Gondwana’ de tal modo que de veras tambalee la tierra”.
 
Contratapa de la obra editada por el centro de estudios Junta Americana por los Pueblos Libres – JAPL-.
Por los ojos negros de Sara, por la piel morena de Juan Bautista, fluye esta historia de amores intensos que encuentran lugar sólo en los intersticios y se expresan en el siku, en el ney, cuando pueden.
En esta Sudamérica sin fronteras los poderosos se han animado a todo, incluso a extirpar palabras que imaginaron peligrosas para el estado de cosas donde siembran y cosechan sus privilegios.
Un joven huérfano viaja a saciar sus deseos adolescentes y despierta en una soledad que le torcerá el futuro. Será entre el desterrado, el desaparecido, el “desapareciendo”. Un pueblo que tropieza en exigir mesías (con escenas del grotesco), y una hermandad inexplorada con África enmarcan estas vivencias plenas de sentido.
Si dijeras Gondwana se pasea por los mil colores de la aldea, duerme con el pueblo sin nombre en los panteones, tensa cada fibra de la urdimbre social, el amor, la corrupción. Pone la mira en el periodismo, en la servidumbre de hoy, en la naturaleza virgen que deslumbra, y el pincel resbala a insondables secretos.
El plan de una madre crecida entre los temores de su raza y el candomblé supera las respuestas conocidas ante la discriminación y la desaparición. Hay mujeres y hombres de hoy que evocan las obras más sublimes de la identidad sudamericana, jóvenes que encuentran un Himno en la entrañable vaca Mariposa. Hay presencias queribles, un Nicolino, un Garrincha, un Nicomedes, otros que el lector sabrá descubrir, paradojas como la maternidad en jaula de Guyunusa y la lucha feminista de Flora Tristán, en simultáneo; y hay bellas que toman la posta en la lucha que ¿frenará? al autócrata.
El indio, el afroamericano, el europeo, sus lazos, sus memorias: en ese caldo abrevan dos protagonistas que repiensan la América, a escondidas, y la celebran remozada al final. ¿Cómo se ensamblan allí Tiberio y Cayo Graco, Vespucio, Artigas, Facón Grande, en ese universo de aislamiento cándido, con ecos de conflictos que afuera están al estallar?
El lector se preguntará por las aventuras de ese pretendido Garibaldi y por las extrañas casualidades reveladoras ceñidas al nombre Antonio, se preguntará por los diálogos de ultratumba y por la risa inocente del Principito, y volverá al espejo para reconocer esa mueca, fruto de un nuevo clima. El antiguo símbolo de una trinidad distinta estaba allí, en las espirales de cada verja, y con él la arroba (@) alcanzará otra dimensión.
Los tejidos vivos de la lengua amputada en el quirófano del poder la devuelven airosa. Como si clonara un animal extinguido, (y los paseos de Juan Bautista en la macrauquenia picaza dicen que es posible), el pueblo vuelve a dar vida al prohibido y enterrado verbo terrar.
 

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