Consideraciones sobre la novela Si dijeras Gondwana, de Tirso Fiorotto
Dice Fortunato Calderón Correa: Si dijeras Gondwana es un libro
excepcional, que lleva el análisis y las conclusiones sobre la realidad mucho
más lejos que lo que es habitual en la literatura entrerriana. Los diálogos son
tensos, vivos, respetuosos del habla popular, con frecuentes elisiones
que exigen mucho de la atención del lector, que debe suplir lo que está
tácito. Pero no es una obra hermética. Por el contrario, las descripciones de
la naturaleza, crudas y a veces ásperas, están llenas de cariño y
consideración hacia los seres más desvalidos, animales o plantas, y
asombra a veces el conocimiento de primera mano y la capacidad de penetración
del autor en los detalles.
Jorge Riani comenta: Si dijeras Gondwana es un tejido multicolor, complejo y nutrido. Tras
leer la prueba en galera del libro, sentí la necesidad de comprar ‘El entenado’
para regalárselo a Tirso con un mensaje implícito: disfruté con Si
dijeras Gondwana del mismo modo que disfruté, en su momento, con ‘El
entenado’.
Si se me permite el juicio: ese es
el mayor mérito del libro de Fiorotto. Contar un mundo muy concreto y, a la
vez, ofrecer elementos de una ciencia que el autor crea para todos nosotros en
su literatura.
La empresa literaria encarada por
Tirso lo lleva a reinventar o inventar palabras y cargarlas de contenido. Como
la definición de “tierro” para celebrar la antítesis del destierro.
Por momentos, el autor es exigente
con sus lectores al requerirle una actitud proactiva. Dice en la página 28:
“Aquello era historia también. La vida con Madela en el campo, los vecinos de
El Después, Jeniffer misma y sus labios; la mudanza apremiante atravesando el
tempe...”. Acá el autor, por caso, recurre al intertexto y denomina tempe
a los caminos entrelazados de ríos, del mismo modo en que Marco Sastre llamó
“tempe argentino” al Delta entrerriano.
En ese mundo complejo, los avatares
y las coincidencias encerradas en torno al nombre Antonio edifican una delicia
argumentativa y un entramado que sabrán disfrutar quienes van en busca de
historias inquietantes y atractivas.
Tirso logra desplegar una historia
con tonos multicolores que permite la adecuada superpoblación de personajes,
del mismo modo magistral con que Vargas Llosa lo hace en “La guerra del fin del
siglo”.
No creo exagerar si digo también que Si
dijeras Gondwana puede hablar muy intensamente de nuestros paisajes sin
colisionar al momento de aludir a la hermandad inexplorada con África, de igual
modo en que el británico Somerset Maughan puede pintar tan exactamente las
tierras exóticas de la Asia bajo la sombra del Imperio.
Quizás inconscientemente –él dirá– Fiorotto
lleva al extremo de la literatura su desvelo militante de andar borrando
fronteras ficticias. Permitiéndose mostrar el entorno sin pánicos al momento de
mirar la profundidad y el más allá.
Dice Haydeé Díaz: Cuando me entregaron el libro tan rojo, ya lo
sentí caliente. Fue un tesoro, un cofre, lo que pusieron en mis manos. Quería
llegar a mi casa para ver con lo que me encontraba y sinceramente… fue una caja
de sorpresa lo que abrí.
Y me dije algo que
no puedo dejar de compartir con ustedes. ¡Qué loquito el escritor de mi pueblo!
¡Todo lo que llegó a escribir!
Pone en la voz de
los personajes tantas cosas que se dicen por lo bajo: tantas verdades calladas,
tantas complicidades. ¡Y cómo trabaja la ironía! ¡Y cuánta cuota de humor!
Escucharán músicas
de distintos instrumentos, matices de diferentes lenguas, árboles, animales,
costumbres, creencias que nos son tan familiares. Peregrinarán desde la
conquista hasta nuestros días en este verdadero rompecabezas que dio origen a
lo que somos.
Delata mucha
lectura, hay un trabajo detrás de todo esto que no es de un improvisado. Lo que
les quiero decir es que se preparen para leerlo, es un narrador exigente para
sus lectores. Lo que considero es un honor para nosotros.
El héroe que
transita estas páginas oye un llamado tan fuerte de sus antepasados, y hace su
iniciación al camino de la vida acompañado por nombres concretos de la
historia, autores de textos literarios significativos y personajes ficticios…
que no son tan ficticios.
Corre las rocas y
desciende a los infiernos, cabalga y vuela en la macrauquenia picaza, no le
falta la presencia de la mujer que le tira el ovillo para ayudarlo a encontrar
la salida. Y como todo héroe vuelve enriquecido a la tierra donde nació,
fortalecido, y se convierte en leyenda.
Juega con los
números, juega con las palabras, terrar, tierro (que la computadora me subraya
en rojo, como me subrayó la macrauquenia), colonia, colonialismo, juega con los
personajes usando apellidos y nombres y sobrenombres concretos. Y juega con
nosotros. Nos sacude como fichas, de un tiempo a otro, de un personaje a otro,
de un sentimiento a otro.
Yo salí llena de
Largojos, de loros, de vaquitas de San Antonio, de orejas de negro, de
Garibaldi, de Artigas, de negros y blancos de todas las ‘marcas’, de los
Cayos y de los Antonios; de periodistas, curas, políticos, jueces, y de tantos
otros que todavía me sacudo, y no puedo desprenderme de ellos. Es un gran
libro. Cuando llegué al final ya no quería que se terminara.
SI DIJERAS
GONDWANA, sinceramente, no está para que se los cuenten, está para que lo lean.
Dice Carlos Marín: A 112 años de la primera edición de la novela de
Fray Mocho, Tirso Fiorotto —periodista, escritor, apasionado por su provincia y
con una posición política muy clara, como Álvarez— da a conocer Si
dijeras Gondwana. A lo largo de 319 páginas descorre el telón para
presentar un mundo habitualmente desconocido, ignorado, pero real y muy
próximo. En un extremo del mismo está la gente de las islas, el ámbito del
contrabandista de fronteras, el de los marginales borders y revolucionarios; en
otro el de los todopoderosos que cortan la torta.
“Da rienda suelta a la ficción
nutrida por su propia experiencia vital, que reconoce en el estudio, pero
también —y sobre todo— en el ejercicio del periodismo, la fuente de mucho del material
que vuelca en las 319 páginas”.
“En ese viaje hacia el pasado y al
futuro transcurre el presente de esta novela, una producción notable, un
esfuerzo de largo aliento comparable —si vale— a títulos como El Péndulo de
Foucault o La isla del día de antes (de Umberto Eco) en las cuales los autores
coquetean con un territorio límite entre realidad y fantasía y donde lo
ficcionado corre el riesgo —no por ingenuidad, ciertamente— de abonar aquello
de ‘cualquier vinculación con lo real es mera coincidencia’.
Dice la obra “A la luz de la tradición
eterna” (p. 163) “El
poeta, como Senghor o Aimé Cesaire, no es solamente el hombre sensible y dotado
que denuncia, expresa, inquiere o representa. Es quien invoca cada cosa
tomándola del orden universal, quien ejerce una facultad que tiene por ser
inteligente, aquella que la escuela y el mero aprendizaje no pueden dar según los propios africanos. Es el que, como
en la notable novela de Daniel Tirso Fiorotto, es capaz de decir ‘Gondwana’ de
tal modo que de veras tambalee la tierra”.
Contratapa de la obra editada por el centro
de estudios Junta Americana por los Pueblos Libres – JAPL-.
Por los ojos negros de Sara, por la piel
morena de Juan Bautista, fluye esta historia de amores intensos que encuentran
lugar sólo en los intersticios y se expresan en el siku, en el ney, cuando
pueden.
En esta Sudamérica sin fronteras los
poderosos se han animado a todo, incluso a extirpar palabras que imaginaron
peligrosas para el estado de cosas donde siembran y cosechan sus privilegios.
Un joven huérfano viaja a saciar sus deseos
adolescentes y despierta en una soledad que le torcerá el futuro. Será entre el
desterrado, el desaparecido, el “desapareciendo”. Un pueblo que tropieza en
exigir mesías (con escenas del grotesco), y una hermandad inexplorada con
África enmarcan estas vivencias plenas de sentido.
Si dijeras Gondwana se pasea por los mil colores de la aldea,
duerme con el pueblo sin nombre en los panteones, tensa cada fibra de la
urdimbre social, el amor, la corrupción. Pone la mira en el periodismo, en la
servidumbre de hoy, en la naturaleza virgen que deslumbra, y el pincel resbala
a insondables secretos.
El indio, el afroamericano, el europeo, sus
lazos, sus memorias: en ese caldo abrevan dos protagonistas que repiensan la
América, a escondidas, y la celebran remozada al final. ¿Cómo se ensamblan allí
Tiberio y Cayo Graco, Vespucio, Artigas, Facón Grande, en ese universo de
aislamiento cándido, con ecos de conflictos que afuera están al estallar?
El lector se preguntará por las aventuras de
ese pretendido Garibaldi y por las extrañas casualidades reveladoras ceñidas al
nombre Antonio, se preguntará por los diálogos de ultratumba y por la risa
inocente del Principito, y volverá al espejo para reconocer esa mueca, fruto de
un nuevo clima. El antiguo símbolo de una trinidad distinta estaba allí, en las
espirales de cada verja, y con él la arroba (@) alcanzará otra dimensión.
Los tejidos vivos de la lengua amputada en el
quirófano del poder la devuelven airosa. Como si clonara un animal extinguido,
(y los paseos de Juan Bautista en la macrauquenia picaza dicen que es posible),
el pueblo vuelve a dar vida al prohibido y enterrado verbo terrar.