El ministro abrió su bolsillo para saldar deudas públicas

A los sucesivos gobiernos con denuncias cruzadas de corrupción los anteceden ejemplos opuestos, de empobrecidos como el ministro Vicente del Castillo, y de mártires. Modelos para imitar, que muestran actitudes sobresalientes frente a problemas comunes.

Primer caso: la Confederación argentina con capital en la bellísima Paraná no podía hacer frente a sus crecientes deudas. ¿qué hizo un ministro? Simple: las pagó de su bolsillo. Ese fue Vicente del Castillo.

Segundo caso: los revolucionarios luchaban en desventaja contra los realistas en el noroeste. Un terrateniente primo de Güemes, que pertenecía a la nobleza, decidió tomar distancia de sus privilegios y volcarse en cuerpo y alma por la revolución, para luego pagar la “traición” a los españoles con prisión, tortura y muerte. Ese fue el Marqués de Yavi.

Hay un abismo entre estos testimonios y una serie de vicios, hoy naturalizados, para servirse del Estado en vez de servir al pueblo.

Veamos la actitud de Vicente del Castillo Carriego, nacido en Misiones en 1807, ministro de Hacienda en la presidencia de Santiago Derqui (que terminó Esteban Pedernera) cuando expiraba la Confederación.

La capital del país estaba en Paraná. En ejercicio del Ministerio de Hacienda, del Castillo pagó con dinero propio algunas deudas del Estado. Nunca le devolvieron la plata. En sus historias sobre San Benito, Aníbal González Comas recuerda que antes del desembarco de la colonización friulana en esa localidad cercana a Paraná, algunas tierras del distrito Sauce pertenecieron a Vicente del Castillo “Tesorero de los gobiernos del General Urquiza y de la Confederación Argentina hasta noviembre de 1861”.

 

Sin déficit

 

Beatriz Bosch subraya la notable gestión de del Castillo como ministro de Justo José Urquiza en la provincia, antes de la Constitución. “Gracias a la severidad observada en los gastos públicos desaparece el déficit del presupuesto. El ministro tesorero Vicente del Castillo informa al gobernador el 26 de mayo de 1847: ‘el Estado cuenta hoy en todas las cajas de la Provincia con una existencia efectiva de ciento treinta mil pesos, después de pagados todos los gastos de la Provincia y este es solamente el resultado de los ingresos de poco más de un año. Hace dieciocho años que administro las rentas generales del Estado y veinticinco hace que soy funcionario del Estado en el mismo ramo y le aseguro que en ninguno de ellos he visto el admirable progreso de las rentas como en este tiempo en que Vuestra Excelencia se ha contraído al arreglo de ellas”.

“Este probo funcionario -agrega Bosch- recibe austero homenaje. Un decreto del 15 de enero de 1847 considera que ha merecido ‘Bien de la Patria’, honor sólo acordado en otras ocasiones al ejército victorioso”.

Juan Antonio Vilar dedica varias páginas de su obra “Hacia la derrota federal” al endeudamiento de la Confederación en tiempos de Derqui, y la diferencia abismal del presupuesto de la Confederación en relación con los fondos que usaba Buenos Aires, entonces separada del resto de las provincias.

 

La familia

 

Celedonio José del Castillo Gómez (nacido en Yapeyú, Corrientes, en 1766 y muerto en Paraná, Entre Ríos, en 1841), fue ministro tesorero de la provincia durante el gobierno de Mansilla. Se casó con María del Tránsito Carriego Godoy, nacida en 1778 en Paraná.

Estos del Castillo Carriego tuvieron 9 hijos, nacidos en su mayoría en Paraná, pero el primero de ellos, nuestro biografiado Vicente del Castillo Carriego, nació en 1807 en Misiones. Pacho O’Donell se hace eco del gesto de del Castillo en el ministerio. “Lo que siguió a Pavón fue un dramático intento del presidente de la Confederación, Santiago Derqui, para restablecer la autoridad nacional. Pero ya era tarde. No tuvo otro remedio que retirarse, sin presentar formalmente la renuncia al advertir que nadie le obedecía, y partió al exilio. Lo reemplazaría su vice, Juan Esteban Pedernera. El ministro de Hacienda del nuevo gabinete era un rico terrateniente, el doctor Vicente del Castillo. El acoso de los acreedores nacionales y extranjeros era mayúsculo y don Vicente pagó de su bolsillo algunas deudas”.

En un decreto, Pedernera y sus ministros establecieron que no era justo que los desinteresados servicios del funcionario fueran desatendidos por el Gobierno, ni que debiera responder él, con su peculio, las obligaciones contraídas en el nombre de la República. Por ello constituyeron ‘en formal hipoteca el palacio de gobierno, con todos sus enseres, al pago de la cantidad de 36.969 pesos con 78 centavos’ a favor del doctor Vicente del Castillo. “A pesar de que la deuda quedó impaga, don Vicente nunca hizo uso de su derecho”.

 

Noble y prócer

 

Cuatro décadas antes, ocurría esto en el norte del país. “Es algo excepcional lo sucedido con el más grande propietario de este subcontinente que fue el Marqués de Yavi (marquesado del Tojo). A través de distintas encomiendas, el marqués de Yavi fue señor de toda la Puna argentina y boliviana”, recordó Juan Antonio Vilar en una conferencia sobre los terratenientes argentinos. “No deja de ser curioso también que el cuarto ‘Marqués de Yavi’ adhirió a la Revolución de 1810 y después de luchar al lado de Güemes, sobre todo, fue tomado prisionero y murió en cautiverio”.

El cuarto Marqués era Juan José Alejo Feliciano Fernández Campero Pérez de Uriondo Martiarena. El caso es que se convirtió en jefe principal de la Guerra Gaucha que encabezó Martín Miguel de Güemes, para sostener la revolución en el norte. Creó y sostuvo con sus fondos el Primer Regimiento Peruano, en Jujuy. Tras actuaciones encomiables, en las que se ganó el reconocimiento de los demás revolucionarios, en la llamada “Sorpresa de Yavi” fue apresado por los realistas el 15 de noviembre de 1816. Algunos de sus seguidores fueron degollados, o fusilados, como el patriota Diego Cala, y él quedó preso y sufrió maltratos en Tupiza y Potosí. A pesar de las gestiones para su liberación, mediante el intercambio de prisioneros, España no perdonó la “traición” de un noble, y cuando viajaba embarcado para que lo juzgaran en Europa, murió en Jamaica el 22 de octubre de 1820. En 2010 fueron repatriados de manera simbólica sus restos, que descansan en Jujuy.

 

Descendientes

 

Ya muerto el Marqués de Yavi, un quinto heredero recuperó las tierras. “Y en ese gran latifundio por muchísimo tiempo, mucho más allá de mayo de 1810, de la Asamblea del año XIII con sus reformas, los indios que habitaban esas tierras siguieron pagando tributo, derechos, al señor de Yavi”, precisó Juan Vilar. “Hacia la década de 1870 los pueblos indígenas y algunos criollos que habitaban esas encomiendas se revelaron y se produjo un enfrentamiento mezclado con la lucha de mitristas y federales. El asunto fue a recalar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que finalmente resolvió que los fundos de Cochinoca y Casabindo eran de la provincia. Pero resulta que los otros fundos de los marqueses de Yavi o sus descendientes continuaron siendo de su propiedad y los habitantes siguieron pagando tributo ¡hasta entrado el siglo XX!”.

Estos negocios no opacan, claro, los méritos de Fernández Campero en la Guerra Gaucha y en la independencia, y tampoco la lucha de los mártires de Yavi.

 

Periodistas, médicos, poetas

 

Consultamos estudios genealógicos de Juan Carlos Salleras Fernández, Diego M. Zigiotto, Juan Isidro Quesada, Juan José Agrelo, Eduardo A. Sadous, Carlos Calvo, Ernesto Andrés Zapata Icart, Aníbal González Comas, entre otros, para mostrar a la familia de Vicente del Castillo, hijo de Celedonio José del Castillo y María del Tránsito Carriego. Cuando Manuel Belgrano fue enviado a la campaña de Paraguay, dice González Comas, Celedonio del Castillo era cabildante de San José (hoy Posadas) y mantuvo una fluida comunicación epistolar que todavía se conserva en el Archivo General de la Nación. Años más tarde se radicó en Paraná. Su vivienda familiar estaba donde se encuentra en la actualidad la Secretaría Electoral, en calle Urquiza de Paraná. Fue muchos años Tesorero General de la Provincial, cargo que luego pasó a manos de su hijo Vicente del Castillo, hasta la disolución de la Confederación Argentina en 1861. “En parte de los campos de Vicente del Castillo, que habían sido rematados y pasados a poder del Estado Provincial, se instaló desde abril de1879 la Colonia 3 de Febrero, hoy San Benito”, apunta González Comas.

La madre de Vicente del Castillo era hija del español de Valladolid Josef Carriego, y hermana de Evaristo Carriego Godoy nacido en 1791 en Yapeyú, de fuerte presencia política y guerrera en los tiempos de Francisco Ramírez y también de Pascual Echagüe. Ese Evaristo Carriego fue padre del paranaense Evaristo Federico Carriego de la Torre, a quien Ernesto Andrés Zapata Icart dedicó su libro Un periodista en la tormenta. Es claro, entonces, que Vicente del Castillo y el Evaristo Carriego periodista, de alta presencia ambos en tiempos de Urquiza, eran primos hermanos. Y seguramente tuvieron sus mesas de debate, si Carriego no era periodista de arrear, precisamente. Se recuerda el momento en que fundamentó su oposición a un monumento a Urquiza en vida. “Al combatir Carriego ese proyecto, me ha honrado”, habría dicho Urquiza.

El paranaense Nicanor Evaristo Carriego Ramira fue uno de los hijos del Carriego periodista, y uno de sus nietos más famosos fue Evaristo Francisco Estanislao Carriego Giorello nacido en Paraná en 1883, conocido en Buenos Aires como Carrieguito.

El ministro Vicente del Castillo se casó con Juana Felipa Migueles López. Uno de sus hijos se llamó Vicente Lucilo del Castillo Migueles, nacido en Paraná en 1838 (este es el médico famoso que estuvo en la guerra al Paraguay), y fallecido en Buenos Aires en 1914. El médico se casó con Vitalia Arce Udaquiola. Su hijo Alejandro del Castillo Arce, nacido en 1879 en Buenos Aires, se casó con Sara Ana Laborde. Su hijo, Lucilo del Castillo Laborde nació 1908 en Buenos Aires falleció en 1979 en Adrogué. Casado con Dora Montes. Algunos de los descendientes de Vicente del Castillo que conservan el apellido son, pues, del Castillo Montes.

 

Lo imprevisto

 

“El viento sopla donde quiere, y aunque oyes su sonido no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así también sucede con todos los que nacen del Espíritu”. Juan da una pista a todas y a todos, no hay que ser cristiano para atender la sabiduría que emana de esta metáfora de los Evangelios, tomada de un diálogo entre Jesús y Nicodemo.

El conocimiento, la verdad, el bien, la belleza, la solidaridad, la valentía, la prudencia, en fin, pueden revelarse en la persona menos pensada, y de manera inesperada.

La frase nos permite pensar desde estas preguntas. ¿Descartaremos a una persona, un grupo? ¿Descartaremos un momento, un lugar? Y también estas otras: ¿no es nuestra comunidad la que, en las figuras de un Marqués de Yavi o de un Vicente del Castillo, adquiere una dimensión superior? ¿Y no somos nosotros los expresados en las personas de los cebados en el saqueo a los pueblos y al Estado, que pretenden escalar sobre la decadencia?

La corrupción, como la censura, de gravísimos efectos en las naciones, se despliegan de diversos modos siempre creativos, inagotables, y sus protagonistas no están afuera de una comunidad. Es la comunidad la que vive en armonía o en discordancia. Es la comunidad la que se enriquece o se empobrece.

Bajo el riesgo de resultar reiterativos diremos que el modo de hablar de los hermanos Tojolabales nos alumbra. Cuando en los idiomas europeos decimos “uno de nosotros canta bellamente”, los tojolabales dicen “uno de nosotros cantamos bellamente”. Y mientras en el idioma impuesto decimos “uno de nosotros robó”, para los Tojolabales “uno de nosotros robamos”. Nadie afuera. Somos lo peor, y somos lo mejor.

Ahora, ¿es sólo prohibiendo el robo y amenazando, que vamos a evitarlo? Fortunato Calderón Correa subraya el sobreprecio que pagamos por la moral sin tomar en cuenta que allí “todo vacila y cambia al ritmo por ejemplo de las transformaciones sociales”. Y apunta que las doctrinas no occidentales cultivan un continuo, la conciencia, el conocimiento, para no resbalar a terrenos pantanosos que nos llevan a vivir levantando el dedo índice y acusándonos mutuamente, separados, e ignorando que el camino de las denuncias cruzadas y las culpas y las cárceles para todos y todas no es un camino sino un estado permanente de confusión.

En la Argentina, los blancos quieren que los azules se pudran en la cárcel, los azules le desean eso a los blancos, los amarillos a los verdes, los verdes a los amarillos. Si todos tuvieran algo de razón estaríamos todos presos. ¿Y no estamos así? La fragmentación que padecemos y en la que nos solazamos es un síntoma de corrupción. Allí la que está presa y maniatada es la noción misma de comunidad. En la medida que nos procuremos alguna serenidad y abramos el panorama veremos los ejemplos señalados arriba, y nos ocuparemos en conocernos a nosotros mismos para actuar en consecuencia: no por deber, no por temor, no por buenos, sino porque sí, porque superamos el estado de confusión.

 

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Domingo 17 de Abril de 2022

 

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