JUAN DE ENTRE RÍOS, JUAN DE DIOS

Es un privilegio estar aquí. Muñoz describe, valora, exalta; se horroriza del maltrato a las plantas.

Huele las hojas, se asombra de la belleza de los pétalos, de esas pequeñas frutitas o de aquella especie inhallable, y todos alrededor terminamos admirados, encantados por lo que hasta cinco minutos antes no parecía más que un vulgar pastito silvestre, cuyo nombre y cuya vida ignorábamos de tan común, de tan popular.
¿Y qué es esto, con estas frutitas?, pregunta alguien. “Ah, miren lo que hay aquí. Granadillo, Castella Tweedii; alcanza Entre Ríos como la última escala”, apunta Juan de Dios Muñoz y ya cuenta una anécdota de los tiempos de Urquiza sobre una infusión con sus hojas y su tallo.

En el recuerdo

La desaparición física, el lunes pasado, y antes de cumplir los 60 años, de este investigador y maestro nato que fue Juan de Dios Muñoz, motivó esta transcripción textual del relato (publicado por UNO el 23 de octubre de 2005) de la visita que realizamos a la estancia El Quebracho, de Santa Elena, con pastajeros, bioquímicos, abogados, economistas, estudiantes, gremialistas del campo, rodeando el carisma y la sabiduría de Juan de Dios Muñoz.
Es que el encuentro pinta en cuerpo y alma a este defensor militante de la naturaleza en eso de mostrar una hoja, un color, un aroma, y con todos agradeciendo el momento especial que humanizaba, que cambiaba el eje, el ángulo de mira.
Con qué cariño, con cuánto amor, con qué respeto escuchábamos la palabra de Juan de Dios Muñoz. Si se detenía en una pequeña flor, en el más “insignificante” yuyito, todos nos deteníamos a la vez como en asamblea, en comunión, esperando una referencia, una explicación, una ubicación de esa flor, de esa hierba en el universo de la biodiversidad y en la cultura regional. Y luego lo seguíamos para pegar la nariz a los pétalos y disfrutar, como él disfrutaba de los regalos de la naturaleza.
Esperábamos también el adjetivo o el simple ademán del especialista maravillado, que nos transfundiera esa capacidad de asombro propia del poeta, y su inquebrantable rechazo a la resignación. Por dañado que estuviera un monte, siempre cultivar la esperanza de recuperarlo, jamás darse por vencido.
¿Cómo se llama esta margarita?, aprovechó otro. “Claro, margarita punzó. Grandularia peruviana”, señaló Muñoz y se maravilló por la belleza de esa hierba rastrera tan sudamericana, con florcitas en racimos de color rojo intenso, de la familia Verbenáceas, que se deja ver en abundancia en las banquinas.
“Juan de Dios, ¿tiene valor este monte?”, le preguntó el bioquímico Sergio Daniel Verzeñassi. “Yo no conozco monte sin valor, todo tiene valor. Y no vamos a pensar en monte sin degradar porque todo en Entre Ríos está degradado, pero se puede recuperar”, respondió.

-¿Qué especies de árboles estamos viendo?
-Es lo normal de un monte de esta zona. Guayabo, algarrobo, ñandubay, espinillo; chañar, coronillo, molle, molle enano, blanquillo, ubajay, sombra de toro, curupí, quebracho blanco, y un montón de arbustos y hierbas, todos medicinales.

-Un típico monte del espinal.
-Sí. Por supuesto; maltratado como todos los montes acá, pero puede recuperarse. Usted recuerde que en 1997 había casi 2.000.000 de hectáreas y en 2003 contamos 1.360.000. Mire lo que bajó en esos poquitos años. Y la tala ha seguido.


¿Loquito o visionario?

“Si seres como Juan de Dios Muñoz hubiesen sido comprendidos en el nacimiento de la década del 90, provincias como la de Entre Ríos tendrían otro modelo productivo o un claro camino de transición hacia la sustentabilidad económica, ecológica y por lo tanto social y política. Juan es de los seres que pueden mirar décadas hacia el futuro, por eso es único y de una excelencia y rigor pleno de sabiduría”, comentó el profesional Jorge Daneri, de la fundación M´Biguá.
“Cuando Juan en los primeros años del 90 denunciaba el proceso de cambio climático y sus impactos en los ecosistemas y la producción, era un loquito. Resulta que fue un visionario y los loquitos fueron los que han llevado las cosas al estado casi límite e irreversible en el que hoy se encuentran nuestras cuencas y sus territorios casi en una situación escandalosa, donde el Mercado y Monsanto son los que gobiernan”.
“Es el ejemplo del científico-académico que alguna vez en este país la Reforma Universitaria quiso plasmar y finalmente fracasó. Algunos tuvieron el coraje, la convicción y el compromiso de creer en sus valores. Juan es de aquellos hombres, casi desconocidos por las mayorías, que puede descansar en la paz de los humildes hombres que han honrado a su Nación y las aguas y tierras amadas y defendidas más allá de las fronteras”, concluyó Daneri.

Sin pelos en la lengua

“Acabo de ver suelos que ya no son suelo sino talco. En Entre Ríos tenemos la erosión más tremenda del país y suelos muy difíciles de manejar; si les sacamos el monte los destruimos… Hace unos años íbamos de Paraná a La Paz y era puro monte, ahora ya está la provincia pelada”. Son expresiones de un investigador que no callaba.
“Cómo es posible que en un país con tanta extensión y tan pocos habitantes haya gente hambrienta. Y en este momento se está produciendo bajo un modelo exportador, para darle de comer a otros países”, denunciaba.
“¿Por qué no a la corta? Porque el algarrobo, aparte de ser un prócer desde el punto de vista histórico y tradicional, cumple una función ecológica de primer orden. La naturaleza lo puso aquí para expresar una madurez necesaria. El árbol debe estar para proteger este tipo de hábitat por la gran cantidad de nitrógeno que aportan las hojas que caen... La protección del suelo del lavado de las lluvias y la gran cantidad de biodiversidad que albergan estas especies típicas de aquí, del Espinal... Si corto estos árboles voy a modificar el régimen de las aguas superficiales y subterráneas; se modifica la cantidad y la calidad de las aguas y el régimen hídrico de los ríos y arroyos”.
“Si esto sigue así, en 25 años en la Argentina no queda un árbol. La Argentina es un país extraordinariamente talado. Desde la primera guerra mundial hasta ahora se han talado 70 millones de hectáreas. En la escuela nos enseñan que la Argentina es un vergel, y es todo lo contrario: es semidesértica o desértica en un 75 por ciento de su superficie. La partes verdes y húmedas quedarían en el litoral, un poco en el noroeste, la selva tucumano oranense, y los bosques andino patagónicos que sabemos que son una pequeña franjita... la gente no tiene conciencia plena probablemente del vergel que es Entre Ríos, este lugar que yo quiero tanto”. Eso nos decía en un paseo por el monte.
En una reciente entrevista publicada por la fundación M’ Biguá, el estudioso manifestó su opinión sobre Entre Ríos: “Más que de contaminación tendríamos que hablar de depredación. Esto sí es una cosa atroz. Está muy bien lo que hace en este momento la gente luchando contra la contaminación que van a producir las pasteras, pero no es el único problema. Uno infinitamente peor es la extinción de los recursos naturales que antes se llamaban renovables y que en este momento dejan de serlo porque se extinguen diariamente plantas y animales. Y algo que se extinguió ya no se recupera más. Aquí en Entre Ríos de la flora nativa, respecto a bosques, va quedando muy poco. Se habla ya de un cinco por ciento de Montiel, un diez por ciento los más optimistas. No sólo de la parte arbórea, sino también de la parte de praderas naturales que son grandes captadores de carbono y una fuente impresionante de riqueza, tanto para la ganadería como para mantener la biodiversidad”.
Preguntado por las especies locales, sintetizó: “Entre Ríos tiene unas dos mil especies nativas o naturalizadas en esta provincia, de las cuales 76 son endémicas de la Argentina. Endémicas significa que sólo viven en la Argentina. Y de esas, 26 son endémicas exclusivamente de Entre Ríos, que sólo viven en nuestra provincia”.
En esa entrevista lamentó la pérdida de especies y expresó un anhelo que quizá las autoridades universitarias y políticas puedan tener en cuenta: “yo quería hacer un banco de germoplasma en el Jardín Botánico nuestro. Ojalá podamos hacerlo”.

 

Daniel Tirso Fiorotto. Nota publicada en UNO en 2007, con motivo del fallecimiento del biólogo.

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