Magma, esa irreverencia musical con medio siglo de verdades vivas
Legendarios y vigentes, los Magma vuelven a hacer de las suyas: casar géneros, cultivar comunidad, desafiarnos con sonidos impensados. Sea en una butaca del teatro, sea sentados con unos auriculares o compartiendo unos mates, escuchar a Magma nos ayuda a encontrarnos por la vía musical, a emocionarnos en asamblea. El arte, y también la buena onda del grupo, nos seducen al toque.
Magma: nunca mejor elegido un nombre. Lo que parecía
ya tabicado y para siempre se rinde al calor. Hace pocos días volvieron como
quinteto con actuaciones en Paraná y Santa Fe, tributo a sus cunas, y con
vistas a los 50 años de presencia artística.
Como “El hermanador” de la zamba, los Magma
celebran “libertades distintas”, van por las confluencias, preguntan cómo
“hermanar distancias”, llevan en ellos todo lo que son, en suma: son nuestros
hermanadores. Y porque conocen su función, liman aportes para crear un espacio
de excelencia. ¿Qué es Magma? Un mundo vivo que gira y se alimenta de una
médula llamada música, y música sin compartimentos estancos.
En un sistema plagado de atajos, los Magma alumbran
un camino propio. En un sistema fragmentario que venera al individuo, los Magma
van juntos, dan lugar a la vecindad, y cruzan los tapiales, las normas
absurdas, con una naturalidad que les viene en el ADN.
Tercero incluido
Decimos “los Magma” como decimos “los Les
Luthiers”, forzamos un cachito el lenguaje porque en estas obras de culto la
cosa viene en plural. Y podemos, claro, reconocer nombres propios, pero es un
plato con ingredientes mezclados con la delicadeza de una abuela, cada cual a
su tiempo. Al decir del gran cocinero de Paraná, Ángel Sánchez, un locro “con
lo que hay”, y lo que había acá al momento de la concepción de Magma era toda
una gama del folklore y era todo un abanico del rock.
El encuentro, en vez de chispas generó una
síntesis, no necesariamente al modo de la dialéctica en que la síntesis supera
a la puja entre tesis y antítesis, sino al modo del “tercero incluido” de
nuestros saberes ancestrales. En Magma
hay fusión y hay también convivencia de géneros: lo uno, lo otro y lo tercero,
sin excluirse. Por ahí crisol, por ahí diálogo; de ahí que
escuchemos una y otra vez ese canto con fundamento de Magma, donde el artista
apuntala el canto, y no al revés, siguiendo el consejo de Atahualpa Yupanqui.
En Magma se exploran sonidos y ensambles, se
ennovian cuerdas, aires, cajchas, parches, cortinas, voces, silbidos, verdades.
Ahí el sonido clásico del piano de Alfredo Ibarrola con los timbres
electrónicos indescifrables y la melancolía de una quena como anticipo de la
voz de Alberto Felici, ese instrumento que enhebra en registros muy de Felici
toda la historia de Magma desde su origen en 1974.
¿Hay un estilo Magma? Un experto en comunicación se
preguntará cuánto encontramos allí de redundancia (un idioma conocido,
compartido) y cuánto de entropía, y no en el sentido de disolución sino de
novedad, por la contestación a las pautas rígidas. Magma junta pétalos y
entrega una flor sin nombre, es decir, se hace cargo del “desorden” y crea algo
nuevo.
Sin diques entre géneros musicales, sin amoldarse a
los espacios establecidos, abriendo lugares alternativos, gestionando
actuaciones y grabaciones por mano propia, grupal. De
ahí la Alternativa Musical Argentina, un trozo de historia artística ineludible
donde manda la reciprocidad. Y es que Magma no
se entiende sin los otros, las otras: ahí el asunto, ahí la trascendencia de
una agrupación artística que nos muestra ese otro mundo, un mundo no sólo
posible sino palpable, a la vista, o mejor: al oído.
Las patas en el suelo
Desde este Magma del litoral la fusión no es
confusión sino claridad de propósitos, como puede apreciarse en las actuaciones
en vivo del grupo y en los discos grabados, con temas que no pierden vigencia.
Miguel Ángel Martínez, el Zurdo, dice que el artista camina con las patas en el
suelo. En los Magma está clara esa mirada honda y serena del territorio, para
dar en el clavo; eso se nota por caso cuando este enlace artístico señala el
desarraigo, el destierro, nos alerta, nos enseña ese flagelo que en la
Argentina ahoga por igual, principalmente, a mujeres y hombres de Entre Ríos y
Santa Fe, desde hace un siglo. Es decir, ahoga a los pagos de Magma. Y cuántas
connotaciones, claro, desde allí, sobre el estado de la humanidad en este medio
siglo.
Los ritmos de Magma van y vienen, se presentan,
saltan muros, se confunden con otros; los instrumentos parecen salir de otros instrumentos;
de cuerdas afloran aires, hay parches que cambian el paso como se decía de los
caballos para darles otro aliento; y hay variaciones sobrias, despejadas, en el
teclado de Ibarrola, siempre piano y tantas veces con sonidos de comparación
difícil que nos trasladan a otra dimensión. Es
que Magma no lo dice, pero es también un bastión contra los apuros, de ahí que
introducciones, puentes, solos, interludios, con distintos instrumentos, cobren
un lugar no solo para prepararnos, sino apreciables en sí mismos.
Alberto Felici juega con su voz firme y elástica,
la canción está en su garganta envidiable (aunque nos atendió engripado esta
semana) y en su cuerpo; disfruta detenerse por ahí, explorar agudos, con un
fraseo delicado para que la poesía se escuche, se comprenda, y con la misma
versatilidad se escapa de los casilleros autoimpuestos, tan comunes; si es con
rimas, rimas, si es en versos libres, libres. Magma es magma, va donde quiere,
sopla donde quiere como el viento de San Juan, y allá en los fondos se
presienten un río, un monte, una canoa, un mundo costero siempre al borde,
siempre en la resistencia contra los vientos del desarraigo.
Defensor de los instrumentales, Alberto Felici nos
hace una aclaración: “No me gusta en el rock argentino -admite- la manera de
ocultar la voz debajo de los instrumentos. Porque una cosa es dar espacio
instrumental y otra es tratar de ocultar la voz, las imperfecciones de la voz
debajo de los instrumentos; ese manejo que se hizo del rock acá en nuestro
país: no comulgo con eso”.
La “Canción para el momento de partir” resume desde
hace tres largas década una aún más larga inquietud del litoral por el
destierro y anticipa la repetición de la historia en el presentes siglo XXI. Su
letra, su melodía, la conciliación de instrumentos, piano y quena, y la voz de
Felici, toda esa conjugación se escucha al modo de una melancolía que eriza la
piel. Un tomo entero sobre el desarraigo dice menos que esta zamba canción
estremecedora, esta intersección de melodía y denuncia y lamento y compromiso.
Pero Magma es esto y es aquello, por eso responde con una rendijita abierta en
el chamamé “Mirando la casa de uno” (Mario Corradini): “Mirando un poco la casa de uno, dejando hablar a la identidad,
nadie querrá llorar su pasado en una pensión de la capital”. Si
estos artistas se han propuesto pintar su aldea, lo están logrando sobremanera
porque aciertan, a corazón abierto en el escenario, en una despedida de Linares
(“Desprendimiento”), o con todo el desparpajo del pueblo que ya no llora al ver
a la dirigencia, sino que da un paso superador y se burla. Eso ocurre en “El
hotel rosado” (Felici, Aguilar): “Estos son los nuevos dueños del
albergue transitorio que todos conocemos”. ¿Qué es lo primero que
hacen estos propietarios del albergue? Bueno, escuchemos a Magma…
De gurisitos
Alfredo Ibarrola tenía cinco o seis años y asistía
a las clases de piano, por sugerencia de sus padres. “Eran los conservatorios,
te tenían ocho o nueve años enseñando, con exámenes al final de cada año;
Eloísa de la Rosa de Montiel fue mi primera profesora, vivía en calle Andrés
Pazos, casi Misiones. Después tuve perfeccionamiento, algo en armonía,
composición, contrapunto; mi instrumento es el piano, después accedí a otro
tipo de teclados, pero a partir de la técnica pianística”, nos explica el
artista, uno de los puntales de Magma.
Alberto Felici tenía cinco o seis años y cantaba,
se acuerda bien. “Tengo memoria de cantarle, de muy chiquito, a una maestra
vecina de mi casa, tapial de por medio, unas versiones de Puente Pexoa.
Entonces ella me premiaba con unas frutitas de mora, para mí era un premio
máximo. Así que me recuerdo cantando a los cinco o seis años, y después ya en
la escuela secundaria siempre en algún grupo para zafar de las materias bravas
(risas), con permiso para ensayar porque había un
acto importante. Cuando encaramos Magma en el ‘74 ahí me sentí como un
cantante, un cantante responsable, de un laburo más profesional. Ese fue un
momento bisagra de nuestra adolescencia para pasar a ser unos muchachos con
ganas de hacer música de verdad ”, nos comenta.
Hoy el grupo es un quinteto, pero son decenas los
músicos, mujeres y hombres, que contribuyen a Magma, y vienen de distintas
vertientes. Eso resume un poco Ibarrola cuando le señalamos que hemos escuchado
en el repertorio del grupo rock y pop, así como rasguido doble, chamamé,
gualambao, chacarera, zamba, loncomeo. “Hay unas rítmicas, unas notables, otras
no tanto, mixturadas con otras influencias, en cuanto a la armonía, el trabajo
rítmico, la instrumentación. Yo vengo más del folklore, Alberto viene más del
rock, además de toda la influencia de cada integrante que ha pasado por Magma,
que ha dejado sus semillas; y de ahí surge una música propia, composiciones,
letras propias, que mixturan estas influencias”.
Si nos concentramos en aquellos integrantes que han
grabado discos en Magma podemos mencionar (y seguro se nos escapará alguien) a
los nombrados Alberto Felici y Alfredo Ibarrola, como a Ernesto Mockert, Jorge
Mockert, Sergio Petrich, Luis Rocco, Rubén Villarroel, Mario Caligaris, Moli
Verón, Oscar Sosa, Luis Barbiero, Osvaldo Aguilar, Nardo González, Pancho
Torres, Elina Goldsack, Martín Aguilar, Cacho Bernal, Roy Valenzuela…
A la reflexión de Ibarrola sobre las influencias,
agrega Felici: “Creo que el tema de romper diques aparece con el despertar de
una identidad, ¿no? En la medida que fuimos despertando, de sentirnos parte de
esta sociedad, uno tiene ganas de pintar la aldea. Pintar el tiempo presente.
Entonces va rompiendo esquemas de repetición. Hay mucho ‘copismo’ cultural; en
Paraná te diría, no quiero equivocarme, pero hasta la aparición de Magma
prácticamente lo que existía aquí (en las bandas) era el cover musical, la
imitación, tratar de sacar tal cual músicas que eran hit de tipos nacionales o
mundiales. Nosotros en cierta medida nos preocupamos por una música que nos representara.
Y eso medio que fue el pasaporte para poder salir de aquí y conocer otros
lugares, comunicarse con otros lugares, y al mismo tiempo ir haciendo las
autocríticas y los cambios para que la música generara una comunicación con el
público. Porque de eso tampoco hay que olvidarse. Si no, es como que uno hace
un laboratorio de experimentación, y a nosotros eso nunca nos interesó. O sea,
siempre hay un lazo comunicante con la emoción de la gente, y al mismo tiempo
esa emoción de la gente nos vuelve a nosotros en emoción, o sea, se termina
formando un circuito virtuoso”.
Toda una vida
Después de escuchar un relato de Alfredo Ibarrola
sobre el día que lo fueron a buscar Alberto Felici y el Tata Mockert para tomar
la posta de Jorge Mockert en el teclado, le preguntamos:
—¿Qué sentís cuando mirás esta trayectoria de casi
medio siglo, y eso de seguir en el escenario?
—A esta altura de mi vida me conmueve, me emociona
ver para atrás la historia, la cantidad de cosas que se han hecho, y que
seguimos planificando. Porque tampoco estamos apegados a los recuerdos sino que
seguimos activos, mirando para adelante. Eso siento, y orgullo por lo que se ha
hecho. Magma no se comprende despegado de la
Alternativa Musical Argentina, que nos marcó a nosotros y a muchos músicos,
marcó un pedazo de historia en la música popular del país, fundamentalmente
hablando de autogestión, independencia, una idea todavía vigente en el sentido
de que toda esa problemática sigue pendiente de resolverse, e incluso algunos
problemas se han agravado, pero bueno: fue una idea que nació allá por los 80 y
que la generamos desde Magma.
—¿Qué significa Magma para vos, Alberto, cuando van
ya para medio siglo de encuentros? —preguntamos a Felici.
—Es increíble que estemos cerca del medio siglo
(risas). Yo no concibo otra manera de encarar el arte si no es en conjunto con
otras personas. Uno puede tener su aporte personal pero la posibilidad de que
el acto creativo se comparta con otras personas, cuando uno está armando una
canción, debe ser uno de los momentos más placenteros. Junto con, obviamente,
interpretar la canción y que a la gente le guste. Vos te das cuenta, sos la
persona que está directamente relacionada con la gente. Esas cosas son
fascinantes. Para mí, Magma es la posibilidad de hacer arte de manera grupal,
nunca se me ocurrió hacer un camino solista. Y fui compartiendo escenario con
músicos de primera, siempre, generalmente formando amistades con esas personas,
y conviviendo. Cuando los tiempos no fueron felices desde el punto de vista de
hacer música nos dedicamos a algo muy cercano a la música que es la producción,
y de hecho sobrevivimos en el terreno de la música trabajando de eso durante
dos décadas prácticamente. El tema de la producción está in situ en nuestra
manera, creo que el rock de los 70 tiene mucho de eso, de autogestión, de cómo
abrirse camino. Tener la visión de lo que después fueron los productores
artísticos. Nosotros lamentablemente nunca tuvimos la ayuda de un director
artístico. Esa función siempre nos correspondió a nosotros. Hablo como grupo de
música que se desarrolló en el interior del país. Entonces el producto no deja
de ser una cosa que a uno le da orgullo, de lo que se hizo, desde acá, y ni
hablar de cuando la cosa se abrió hacia la Alternativa Musical Argentina, hacia
el encuentro con los pares de otros lugares del país. En ese sentido son más
los placeres que los sufrimientos; en estas cosas del arte generalmente hay
situaciones ingratas y dolorosas que a uno lo afectan en lo emocional. Cuando
uno ve determinadas mezquindades o gente, como en todos los ámbitos, que está
más interesada en sobresalir como un personaje que en conmover a un espectador... Hoy prevalece el
disfrute de la creación y de poder cantar canciones que tienen más de treinta
años y con vigencia en la letra y en la música; que
la gente se conmueva por eso es fantástico. Magma me acompañó toda la vida, no sé,
es como una gran familia para mí. Con todo lo que conlleva una familia, ¿no?
Algunos clásicos
El grupo ha sido cruzado por artistas entrerrianos
y santafesinos, principalmente, y es eso: una comunidad, una trama, como el
sueño ancestral de vida colectiva sin mandones. No estamos ante un nombre
personal que facilite la identificación, como se acostumbra. Y en eso, hay que
decirlo, Magma nos recuerda a los debates en torno del destino de Paraná, en
los que tantas veces la vecindad llegó a la conclusión de que los visitantes no
vinieran a la capital entrerriana por una sola razón sino por todo: las
barrancas, el río, las guitarras, las calles, sus jacarandás y lapachos
florecidos, sus platos, su arquitectura, su gente, en fin.
Los discos de Magma desatan las canciones; es así
en las versiones propias de los temas más difundidos, o en las propuestas
brotadas allí, en ese barbecho; o en fusiones que, por caso, llevan una
chacarera por caminos impensados como ocurre con “La sachapera” de Carlos
Carabajal y Oscar Valles.
Del amor, en “La
flecha del ángel”, de Bibiana Artazcoz y Alfredo Ibarrola, a la más cruda
historia en “Chau al tiempo” (Felici e Ibarrola), de esas intensas donde la
ficción se funde con la realidad en una ciudad cualquiera pero que es Paraná,
con desenlace conmovedor en un barrio cualquiera pero que es Puerto Sánchez, y uno no sabe si la protagonista es ella o
somos todos nosotros, todas nosotras, en el río.
Si Linares Cardozo quiso dejar sentado su
desapego y su liberación de los asuntos terrenales en la última hora, con aquel manuscrito que le
entregó al Mange Casís, bajo el título “Desprendimiento”, hay que decir que
Magma completó esa emancipación porque a los versos libres les acopló una
melodía libre para darnos una interpretación única. Allí los tres o cuatro
tonos que prefiere Linares para sus composiciones redonditas se convierten en
una acuarela, como también le gusta, y la obra alcanza la dimensión que el
poeta sueña con todos los sonidos y más. “Presiente el ser una música
cósmica, el eterno sonido de la inmensa guitarra de cuerdas estelares”
pronuncia el cantante y las mejores cuerdas se confunden en un diálogo ancho,
universal.
El guiño va de esa
letra última del artista paceño a una de las primeras, “Canción de cuna
costera”, con todo lo que el tema sugiere para la gente de por acá en islas,
pescadores, saucedales, familias orilleras, Minga Ayala, saberes ancestrales, hospitalidad, y en verdad que logran una versión tan
entrañable, tan acunada que uno piensa que Linares compuso esa canción para
Magma y que Magma le hace una devolución.
Decíamos de los ritmos: “Soy Limay”, loncomeo de
Osvaldo Aguilar, un testimonio más de las búsquedas de Magma, en este caso con
reminiscencias mapuche y el contraste de las ganas de correr en libertad con
las represas. “El niño de las bardas” (Felici), un rasguido doble. “El
almanaque me hace bromas” (Francisco Heredia) juega con el ritmo desde el
huayno, y con los tiempos desde que cruza generaciones y siempre quedan
canciones por cantar. En “Las noches” (Felici y Aguilar) se animan al gualambao
de Ramón Ayala, por si a alguien le quedaban dudas.
Las amistades
Largo sería contar los vínculos de Magma y la
Alternativa Musical Argentina con artistas del pago, y con otros consagrados
como el Cuchi (Gustavo) Leguizamón, el Dúo Salteño, León Gieco, Raúl Carnota,
el Chango Farías Gómez, Manolo Juárez, Eduardo Lagos, Lito Vitale, Alberto
Muñoz, Francisco Heredia, Horacio Sosa, Mario y Claudio Corradini, por nombrar
algunos.
Los artistas se presentan ahora en quinteto.
Con Alberto Felici en la voz, Alfredo Ibarrola en los teclados, Nardo González
en las guitarras, Pancho Torres Crespo en el bajo y Moli Verón en percusión.
Temas de antes, temas de ahora, los Magma siguen componiendo y
sorprendiendo. A sus discos “Canto para una consagración”, “La Transformación”,
“Musiqueros del Silencio”, “Chau al tiempo”, “Magma”, “Krónicas 1”, “Crónicas
2”, “El hermanador” y “El Camino” quieren sumar el décimo con la nueva
conformación entre artistas que ya pasaron por el grupo y se reencuentran.
Magma, arte en caliente, pudo dedicarse al arte y
sólo al arte, pero al comprender en su momento que la música regional precisaba
un empujón, se calzó el overol y tomó el rol de organizador, coordinador, para
que decenas de artistas encontraran un lugar, cuando el “no lugar” es una fibra
invisible que cruza su repertorio. No fue un desvío. Uno propone, la Pachamama
dispone, y por años los protagonistas se hicieron puente para otros. Por eso
los retornos al escenario tienen, para ellos y para quienes conocemos estas
tensiones, un sabor redondo.
La cuna de una alternativa artística a dos bandas
De Almendra a Piazzola, de Paraná a Santa Fe, y un
consejo del Cuchi Leguizamón en la memoria de un Alberto Felici que se siente
un privilegiado. Una larga charla con protagonistas de Magma como Ibarrola y
Felici no puede agotarse en una nota, aunque el periodista quisiera extenderse
porque, nobleza obliga, ¿cuántas de las maravillosas creaciones de Magma y sus
pares escuchamos en radio, o en televisión por día? ¿Y por año? Todo un asunto
ese del ninguneo, que nos interpela. Aquí, entonces, un fragmento de la
conversación con el cantante paranaense.
—¿Magma es, entre tantas fusiones, una fusión de
santafesinos y entrerrianos?
—En honor a la verdad, Magma fue al principio más
reconocido en Santa Fe que en Paraná. Allí fuimos asistidos por la gente que
había participado de la facultad de Cine (entonces UNL); cuando Fernando Birri
se fue de Santa Fe quedó la gente del Cine Club que en esos momentos era uno de
los cine-club más grandes de Latinoamérica, tengo entendido. Llegaron a tener
varias salas. Y ellos en ese momento estaban haciendo un documental sobre Juan
L. Ortiz. El director se llama Juan José Gorasurreta y vive en Córdoba. Juanjo
empezó a aparecer por los ensayos de Magma, y en cierta medida nos abrieron las
puertas del Cine Arte Chaplin en Santa Fe, y también de otra sala, Núcleo Joven; llegamos al Teatro Municipal de Santa Fe en esa
época, y varias revistas de Buenos Aires como Mordisco o El Expreso Imaginario
nos daban como un grupo revelación en la zona esta, del litoral.
Y luego fuimos entrando en Paraná. Con recitales más chicos. Haber retomado
Santa Fe hace un par de semanas fue fantástico, como volver a un lugar necesario.
Necesario incluso por la actualidad de Paraná, ¿no? Yo veo en Paraná en este
momento una ciudad venida a menos desde el punto de vista no de la actividad
artística que se desarrolla adentro, muchos guetos, todos guardados dentro de
casas, con grupos cerrados de gente. En los 80, cuando armamos la Alternativa
Musical Argentina, era más abierto, se compartía en espacios públicos. Hoy los
espacios públicos fueron como colonizados, y tampoco hay muchos. Para nosotros
es necesario frecuentar Santa Fe porque nos permite sobrevivir con la propuesta
entre las dos ciudades, y de ahí partir hacia el resto del país. Por lo tanto,
sí: participaron varios santafesinos ilustres de Magma como el flautista Luis
Rocco, el mismo Pancho Torres Crespo, Elina Goldsack; ellos nos acompañaron en
los programas de Badía, tocando como integrantes de Magma. Santa Fe fue muy
importante, periodistas como Daniel Caminiti, Enzo Bergesio, muy influyentes,
fueron posicionándonos en un lugar como de referencia, para la zona. Eso se agradece. Así que cuando hicimos Alternativa Musical
Argentina (AMA), empezó un circuito de tres ciudades, Paraná, Santa Fe,
Rosario, y después lo fuimos ampliando.
—¿Cómo fue la etapa de producción artística con
AMA?
—Magma fue un sueño de adolescentes que se volvió
realidad, y que seguimos construyendo durante toda nuestra vida. Y en la medida
que se fue sumando la gente, o que se fue comprometiendo, esas personas fueron
aportando lo suyo. Después tuvimos la fortuna de poder hacer crecer ese
elefantito que fue la Alternativa Musical Argentina; un elefantito, digo, porque en cierta medida
cuando se volvió más grande empezó a rompernos un montón de cosas adentro de
nuestra casa, ¿no? En la medida que se movía el elefante nos rompía algún
sillón del living, alguna heladera. La artística de
Magma sufrió mucho en función de generar ese movimiento, porque empezaron a
vernos como organizadores. Después, cuando vino el menemismo, todo este tipo de
música que se proponía en la primavera democrática tuvo que buscar otras formas
de sobrevivir, algunos pudiendo exiliarse fuera de la Argentina y, los que se
quedaron, sobreviviendo de distintas maneras. Es ahí donde nosotros nos
dedicamos más bien al tema de la producción artística, la producción ejecutiva
de conciertos, siempre dentro del esquema de la Alternativa.
—Vos personalmente tuviste varias
responsabilidades.
—Estuve como uno de los productores de La
Trastienda, después me convoca Emilio del Guercio como director artístico de la
Dirección de Música de Buenos Aires. Estuve a cargo de los anfiteatros, la
Orquesta de Tango, la Banda Sinfónica, pasó mucha vida bajo el puente. Y
siempre nuestra obsesión de poder movilizar la propuesta artística, la
circulación del bien cultural. Siempre buscamos la conciliación del bien cultural
con el bien económico. Eso en nuestro país es muy difícil. Y ni hablar de la
circulación de los bienes culturales. En eso estuvo el tema de sacar el
encuentro de la Alternativa de Paraná, moverlo para no anquilosarlo en un solo
lugar y terminar haciendo otro Cosquín, ese no era nuestro interés. De hecho,
cuando vino el programa Historias de la Argentina Secreta, el video que hizo
ese programa se llamaba “El otro Cosquín”, pero
este era un Cosquín que reconocía a los autores y creadores sin distinción
de géneros, enclavados en la construcción de una identidad musical argentina,
respetando la diversidad de las músicas del país, esa era la fuente de la AMA.
—Nos hablaste de diversas influencias, entre ellas
la del Cuchi Leguizamón.
—Fuimos privilegiados. Entrar en contacto con gente
de distintos niveles musicales pero que todos tiraban para un mismo lado. Y nos
dejamos influenciar por ellos, a tal punto por ejemplo que en AMA la persona
que terminó influyendo fue precisamente el Cuchi cuando nos planteó que lo
mejor que había para un creador de música a los efectos de ir renovando el
staff de los festivales, de los encuentros de la AMA, era que un creador
eligiera a otro. No se iba a mentir, porque un creador de música siempre está
mirando a otro creador de música. En el devenir de los egos artísticos, de la
música en general, eso es algo muy valioso. Reconocerse
en otro. O, por ejemplo, el Cuchi, decir, ‘bueno: si yo no puedo en un
próximo encuentro me gustaría que mi lugar lo ocupe el Chivo (Rolando) Valladares’.
Y ya con eso estaba planteando una cosa notable, llegar a la intimidad de ese
creador.
—¿En tu forma de cantar los temas, hubo “maestros”?
—Creo que un cantante llega a generar hasta su
propia técnica ¿no? Puede haber referencias, hay técnicas que te hacen bien y
otras que te perjudican, forzás el instrumento inútilmente. Y uno va armando
una técnica. Creo que fuimos unos rockeros raros desde el principio porque
siempre nos gustó ir hacia lo mejor. Chicos de clase media, con influencias
obviamente de los productos de la industria musical de esa época, fuimos de a poquito descubriendo la música de raíz nacional,
argentina. Así que nuestras influencias fueron muchas, la más notables
desde el punto de vista musical te diría que fue Almendra, para todo el
comienzo de Magma. Almendra nos marcó a fuego. Esa visión distinta de la
realidad. Ese lirismo en la poesía y en el canto. Pero después fuimos incorporando
más información, obviamente, la aparición de grandes propuestas musicales como
Yes, o Jhetro, o incluso la aparición de Piazzola con la fuerza musical, la
representación de Buenos Aires desde el punto de vista instrumental. Siempre
nos interesó meter grandes cuotas instrumentales a las partes cantadas porque
generalmente en el país lo cantado fue en cierta medida opacando la parte
instrumental. Yo recuerdo una presentación de Piazzola en el teatro de Paraná
en los ‘70, que Piazzola se iba del escenario para dejar que el noneto pudiera
improvisar libremente. Esas grandes porciones de instrumentación son bien de
aquella época; una cosa muy meritoria. Después la canción se fue reduciendo, si
dura más de tres minutos es ya un fracaso, no te lo difunden. Son reglas de la
industria que uno no necesariamente tiene que cumplir. Y si las cumple a veces
es por casualidad en el caso de Magma.
Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Domingo 05 de Junio de 2022.