PEDIMOS PERMISO A LOLA PARA DAR UN PASEO ENTRE “MONSTRUOS”
Introducción a la antropología ambiental: lugar al lugar (Parte 1, de tres). Puntas de una madeja interminable que nos permitirá abrir el aula y la redacción a aromas, melodías, luchas, sabores, saberes, amores y amigos que nos asustaban.
¡Salud, lola! Mirá
en qué nos convertimos los seres humanos, desde que algunos de tus hermanos se
animaron a salir del agua y probar suerte. Vos seguís en tus trece, y nosotros
(los herederos) ya no te saludamos siquiera, o te calificamos de monstruo como
ocurrió hace poco en un arrozal, porque parece que olvidamos nuestras deudas.
¡Salud, lola, y permiso!
Con esta
inclinación ante Lepidosiren paradoxa, la abuela de todos que habita nuestra
cuenca, vive a metros de todos nosotros, le manifestamos nuestro asombro, y le
pedimos perdón por la ignorancia que nos ha hecho miedosos predadores. Con este
celo nos sentimos abrazados por la Pachamama, la madre tierra en equilibrio, y
con una venia para iniciar un paseo por el paisaje.
En algunos ámbitos
llamamos antropología ambiental al estudio de las relaciones del ser humano con
su entorno, aunque sea obvio que no podemos conocer al ser humano extirpado de
su entorno. Y bien, daremos el primer paso de este viaje en caracol,
interminable, con Lepidosiren paradoxa, y elegiremos medio al azar un lugar: el
delta del Paraná-Uruguay.
A los taxónomos
les resultó increíble un pez de escamas parecido a un anfibio, rareza hasta el
día de hoy por su respiración pulmonar, su dentadura, sus aletas como manitos
(lobuladas), en fin. Desde que lo clasificaron pasó mucha agua bajo el puente.
Hoy, más de un científico mira estas serpientes de agua, que habitan las
cuencas del Paraná y el Amazonas, y ve allí el antepasado del ser humano, pero lo ve vivo,
preservando rasgos que en sus primos se hicieron patas, manos, hasta llegar a
distintas especies, incluida esta belleza que llamamos Homo sapiens, especie
inteligente dada a matar sin lástima a sus ancestros.
Lola, pirá cururú (pez sapo), piramboia (pez serpiente),
Lepidosiren paradoxa nos precede en millones de años por estos parajes y anda
como pez en el agua en nuestra región, con primos en África y Australia,
testimonio de la vieja Gondwana. Para estas salamandras de agua, nosotros somos
huéspedes recién llegados al litoral, pero convertidos en la medida de todo y
por eso dispuestos a arrasar con lo distinto. Qué pena para todos. En febrero
de 2019 encontraron un ejemplar en una arrocera de San Javier. Los medios
titularon. “Parecía un monstruo pero era un extraño animal”, “Extraña
criatura”, “Conmoción”, “Susto en Santa Fe”, y pensar que lleva aquí millones
de años.
Un millón en peligro
Organismos internacionales están confirmando en estas
horas en las Naciones Unidas que, de seguir como vamos, en pocas décadas
completaremos el exterminio de un millón de especies animales y vegetales en el
planeta, de los 8 millones existentes. Hoy mismo estamos en plena faena
destructiva a pesar del alerta. ¿Es que perdimos la capacidad de respuesta? ¿En
verdad nos sentimos al margen de la hecatombe? Esta indiferencia no confirma
que seamos muy avispados, ¿no?
“Sin darse cuenta, la humanidad está intentando asfixiar
al planeta vivo y el futuro de la humanidad", manifestó el biólogo Thomas
Lovejoy, al difundir el informe de la ONU. Y nosotros preguntamos, ¿la
humanidad? ¿O un sistema pensado para pocos?
En el decálogo presentado ante las mismas Naciones Unidas
hace pocos años, dijo Evo Morales: “los cambios climáticos no son producto de
los seres humanos en general, sino del sistema capitalista vigente, basado en
un desarrollo industrial ilimitado. Hay que acabar con la explotación de los
seres humanos y con el saqueo de los recursos naturales. El norte debe pagar la
deuda ecológica en vez de que los países del sur le paguen la deuda externa”.
En ese mismo decálogo, Morales manifestó, como expresión
indigenista, que también el resto de la humanidad debe aceptar un consumo austero, sin
lujos, de bienes locales. Sabias palabras.
Un modo de combatir la
decadencia depende de la conciencia. Sin embargo, nosotros conocemos a los hermanos más antiguos de la vida bajo el
repetido título de los diarios: “Hallan monstruoso pez con dientes humanos”, y
tonterías por el estilo. Ellos ya eran tales cuando nosotros éramos como ellos,
y con qué altanería los destratamos hoy.
No muy distinto a lo que hacemos con los mamíferos que
tienen origen en el tiempo de ñaupa, sin mayores cambios, a quienes conocemos
aplastados en las banquinas, como ocurre con el mbicuré, también llamado
zarigüeya, comadreja. (En este punto volvemos a inclinarnos, porque hemos
nombrado a otra abuela muy muy antigua). Su modo es tranquilo, su trote es natural,
¿es natural un fierro lanzado a 120 kilómetros por hora, como una guillotina,
en nuestras rutas?
Fósiles vivientes, llamamos a las lolas y a las
comadrejas, porque han cruzado las eras. Y cuánto perdemos los humanos por ese
vicio de mirarnos el ombligo, por colocarnos en la cima y observar al resto por
sobre el hombro, ahora como nunca, entretenidos en nuestros inventos, cuando no
patentando genes milenarios, adueñados.
¿Acaso no queremos ver en esas como anguilas con pulmones
y esos como canguritos a nuestros ancestros? ¿Nos cuesta reconocer nuestro
origen en el agua, en la orilla, en los árboles?
Cuánto mejor sería, claro, bajar del cielo, envueltos en
un pañuelo, en el pico de una cigüeña, pero probamos en la vecindad y fue
desconcertante porque hemos perdido la relación también con el tuyango, nuestra
cigüeña.
Ni lolas ni ratas
ni musarañas ni comadrejitas ni monos ni tuyangos: envalentonados, nos
preferimos a imagen y semejanza de Dios, de allí nuestras confusiones.
Niñarupá
y fogón
La pantalla ofrece
refucilos, gritos, manotazos, cambios repentinos, curvas y juegos como dulce;
no sé qué anzuelos capaces de pescar a muchos, y arte a veces, cómo no, también
arte.
A la naturaleza le
sobran hechizos para hacer del aula una celebración, un convite, sea por vía de
los trinos, el deporte, la música, los oficios, las texturas, las danzas.
¿Compite el aula en desventaja con la tecnología? Puede ser, pero sólo si
entramos en una absurda competencia y con las reglas de la pantalla.
Arrimemos el
niñarupá al aula, o el aula al niñarupá, y entonces hablemos de aromas. Tema
del día: niñarupá en el aula, en sus dos variantes (hojas anchas, hojas
angostas). Y jazmín, y rosa, y clavel casero, del jardín de la abuela.
¿Podremos distinguir cada flor por la nariz, con los ojos cerrados?
Ha florecido el
paraíso, tema del día: color y aroma del Himalaya en las barrancas. Qué
tremenda belleza exótica, invasora, a la vuelta de la esquina. Ha florecido el
espinillo, tema del día: flores nativas que pintan con calidez el invierno.
¿Estamos acaso
preocupados por la falta de orden en el aula? ¿Y por qué no adecuarnos a los
ciclos naturales? Si sembramos el maíz y lo vemos brotar, crecer, florecer,
granar, madurar, y acompañamos su historia, su vida y compartimos sus frutos
como lo hemos hecho por milenios en comunidad, ¿no nos estará facilitando el
maíz una disciplina que buscábamos mediante procedimientos coercitivos?
Mujeres y hombres
hechos de maíz, como dicen nuestros padres, ¿no recuperaremos un sentido
volviendo a las fuentes?
Amigos
sensibles
Las aves trinan,
anidan, se alimentan, ocupan espacios que en otra hora y en otro clima ocuparán
otras especies, ¿qué tomaremos de esa organización? ¿Por qué obligarnos todos,
uniformarnos con artificial rigidez?
Claro: si nosotros
extirpamos la flor del aula, después no reneguemos porque faltan colores y
perfumes. Si arrancamos el tala no habrá frutitas. Si prohibimos el fogón, el
aula será fría.
Prohibido tomar
mate en el auditorio, para cuidar el tapizado, ¿acaso fueron marcianos los que
eligieron el tapizado? ¿No sabemos que aquí la meditación, el pensamiento, el
encuentro, la amistad, se riegan con mate, camino directo de ida y vuelta entre
nuestros corazones y la Pachamama? Ya nos extirparon del monte, ¿nos
contaminarán también el aire?
Vayamos al zorzal,
a los pirinchos, a las tacuaritas; pidamos prestado un trino y el otro, en el
patio de casa, en la plaza… ¿Jugaremos con la música que nos regala el río?
Sentémonos alrededor de un fogoncito a treinta metros de aquella laguna, en
silencio, para dejar que hablen las ranas y los sapos, que digan sus amores a
coro. Llamemos aula a la laguna, una vez, otra vez. No se trata de conocer cada
especie, cada ejemplar, cada nombre científico: el conocimiento profundo, esa
red, no requiere clasificaciones ni datos amontonados, pide nomás amor,
amistad, actitud para abrirnos a los mensajes de la madre tierra por vías
inesperadas, para tejer nuestra urdimbre. Silencio, y que hable entonces la
Pachamama. El coro lagunero dice más que una rana bajo el bisturí.
Los anfibios son
mensajeros insuperables por su alta sensibilidad, incluso para avisarnos del
camino equivocado, como lo ha demostrado Rafael Lajmanovich. Y la vida misma de
los sapos es un misterio que resume millones de años, un espejo de nuestra
propia composición, si nos preparamos varios meses como renacuajos en ese mar
que es el vientre materno para forzar luego las rodillas y la cintura en
tierra.
Un
viaje
Durante un
encuentro con docentes en Paraná sobre antropología ambiental, convocados por
el Consejo General de Educación, imaginamos una provincia “tendida en sueño
lúcido”, como dice Calos Mastronardi, y nosotros sentados en los palmares del
Este, mirando al Oeste, con el sur a la izquierda, por donde empezamos un
paseo, luego de pedir permiso, como decíamos arriba. E imaginamos la noche en
el sur, una comadreja saliendo del hueco de un árbol con sus cachorros.
Marsupial, fósil viviente, heredero de toda una diversidad de marsupiales
extintos en el sur del Abya yala (América), y hoy víctima de nuestros apuros.
Así encendimos una
charla que duraría siete horas, entre mate y mate. Más de un centenar de
docentes llegados de Federal, Concordia, Maciá, Gualeguay, Cerrito, Bovril,
además de los locales, se dispusieron a la rueda sobre el humano en la
biodiversidad, y en presencia de la profesora Cristina Martínez, que conoce la
relación del humano con los alimentos del monte. Días antes, los mismos
docentes habían participado de un encuentro similar con el maestro Guillermo
Priotto.
Los comentarios
sobre la comadreja pueden ser interminables. El marsupio, la crianza, los
relatos de Marcos Sastre en El Tempe Argentino sobre el cuidado de la prole,
los versos de Claudio Martínez Payva en “Guacho”… Pero había que dar lugar a
otros compañeros, y entonces llegó el aguará popé. Claro, el mbicuré como dueño
de casa junto al peludo y la mulita, y el osito lavador invitado, porque es uno
de los primeros animalitos que viajó del norte al sur saltando de isla en isla,
cuando empezó a asomar Centroamérica. Ya con el istmo de Panamá formado,
vendrían también elefantes, felinos, guanacos, y de aquí viajarían al norte
comadrejas, mulitas, ungulados.
Como hablábamos de
habitantes de la noche, apareció en la geografía imaginaria Lepidosiren
paradoxa, y en seguida la tararira, pez de las orillas dueño de un temperamento
filoso cuando cuida su nido bajo el agua. La tararira, también con una
condición especial para tomar oxígeno por una aleta dorsal, cuando merma en el
agua.
Sentadita, al
lado, una familia de carpinchos, los roedores mayores que llegaron alguna vez
del África, como llegó la garcita bueyera, tan aquerenciada hoy con la garza
blanca y la garcita blanca, una de pico amarillo y patas negras, la otra de
pico negro y patas amarillas como nos hizo ver a manera de curiosidad cierta
vez Adolfo Beltzer.
Para
todos los gustos
¿Y aquellas
cuevas? Vizcachas, coipos, peludos, mulitas, ¿qué cosa vive allí? Si es una
lechucita nos estará observando, parada en el patio tapizado de sobras, con la
mirada fija.
¿Adónde van los
patos sirirís? ¿O son cuervillos? ¿Porqué la tararira mordió a un vecino en lo
playo? ¿Es cierto eso del reino bajo el agua, que cantaba Jorge Cafrune con
letra de Osiris Rodríguez Castillo?
No sé si pescar,
pero podría ser. Y si sale un Lepidosiren paradoxa no responderemos como es
habitual, dándole palazos en la cabeza y vociferando sobre monstruos. Ese
camino ya está trillado, mejor sería salvar al ejemplar, y agradecer el
encuentro.
Las aulas pueden
ser cajas de resonancia, fuentes de inspiración, si las abrimos al paisaje.
¿Colores? El mburucuyá, el cardenal, las vaquitas de San Antonio. ¿Vida
diminuta? El torito de campo, el marandová, la bandera argentina, los killis.
¿Gigantes? El ñandú, el carpincho, el argyrosaurus, el mastodonte, toda fauna
autóctona de ayer y de hoy. ¿Paraísos? El palmar, el espinal, la selva en
galería, la orilla de un arroyo…
Dráculas
autóconos
Más allá, las
cuevas de la lechucita y con
ella aprovechamos para viajar desde el sur hacia el norte, bordeando el río
Uruguay en nuestro paseo imaginario. Ya en los palmares, de noche, el Desmodus
rotundus, murciélago vampiro, y lo recordamos porque dos por tres una lechucita
da con el Desmodus, lo atrapa y lo traga de una, enterito.
Claro, el pobre tiene mala fama porque transmite la
rabia, y porque, como vampiro que es, fue familiarizado con Drácula. Sin
embargo, he aquí un ejemplo de su práctica: llega la noche, tiene hambre, acude
a un animal de gran tamaño, clava dos dientitos en la pata o en el lomo, y su
saliva anticoagulante le asegura algunas gotitas que él lame con
una pequeña lengüita de gato. Así de sencillo. Ya en su descanso, en algún
hueco, su amiguito de al lado le avisa que no comió, y entonces el Desmodus
acude a su estómago y devuelve un poquito: el chupasangre es el más generoso de
los animales, no dejará a un compañero en la vía.
Cortamos aquí por
hoy. En la siguiente entrega, el suelo, los fósiles, los misterios, el ser
humano, los símbolos, los saberes, las artes, los alimentos, en una espiral que
nos permite conocernos en las barrancas, el monte, los ríos, y explicarnos por
qué el lugar volverá por sus fueros en nuestras aulas y redacciones.
Daniel
Tirso Fiorotto. Diario UNO de Entre Ríos. Domingo 19 de mayo de 2019.