SI LA PATRIA SE HIZO A CABALLO, ¿HAREMOS LUZ A LOMO DE VACA?

Introducción a la antropología ambiental: lugar al lugar (Parte final, de tres). Cercanía con vegetales y animales en la toponimia, la tracción a sangre, las paredes de estiércol y arcilla, los alimentos, y los ensayos con eructos bovinos.

 

Cada 5 de junio recordamos el Día Mundial del Ambiente. La fecha que se cumplirá este miércoles nos estimula a volver la mirada a nuestro entorno y hacerlo con agradecimiento y a la vez espíritu crítico, si el sistema promete extinciones masivas de vegetales y animales en estas décadas, uniformidad de alimentos, contaminación del agua y el aire, erosión del suelo y riesgos varios para la salud.

El tema del año 2018 para abordar en el mundo el 5 de junio fue la contaminación por plástico. El Conicet hacía estudios en nuestros ríos, entonces, y detectaba que en las playas del Thompson en Paraná y en la isla de enfrente, llamada Curupí, todos los sábalos investigados tenían restos de plástico en sus intestinos. El doctor en ciencias biológicas Martín Bletter y su equipo hallaron 35.000 partículas de microplásticos por metro cuadrado en esas playas, todo curuvica de artefactos de uso doméstico. Eso es lo que está a la vista. Y hemos sido testigos de avalanchas de basura en los arroyos de Paraná, islas de botellas, caños, cubiertas, latas. Esa es la norma. A ello se agregan residuos de diversas sustancias usadas en la industria y el agro.

¿Es muy distinto en otros lares? No. Al río Gualeguaychú, por caso, lo estamos tapizando de hierro y aluminio. Los científicos de la Comisión Administradora del Río Uruguay –CARU- ya no saben cómo gritar esta contaminación. Cuando el valor límite de la norma para el aluminio es de 200 microgramos por litro, el valor hallado anda en los 6.000 microgramos por litro, y los estudiosos marcan en sus cuadros este registro en colores para alertarnos. El máximo tolerable está multiplicado por treinta. Algo parecido ocurre con el hierro. El valor límite de la norma es de 300 microgramos por litro. Valor observado: 4.800 microgramos por litro. Quince veces más que el máximo tolerable. En los residuos acumulados en el lecho y la potabilización del agua están las principales fuentes de contaminación.

 

Ciencia y poesía

 

Lo comprueba la ciencia y lo intuye el poeta. En la obra Tintas del Gualeyán, un aire de chamamé con letra y música de Ricardo Maldonado, escuchamos (lo transcribimos del disco): “Pedazos de colectivos/ y canoas enterradas,/ todo al óxido rendido,/ y el Gualeyán en la cara./ Donde soportan los niños/ lunas de mala palabra,/ la quemazón y el olvido/ de los que en la ruta pasan”. El Gualeguaychú y sus afluentes son botones de muestra.

En este año 2019, el lema del Día Mundial del Ambiente es “lucha contra la contaminación del aire”, y ocurre cuando Entre Ríos experimenta una guerra por el uso de sustancias químicas en el agro, con efectos sobre las familias campesinas y los estudiantes y docentes de las escuelas rurales.

“Se fueron yendo los lirismos del cantar,/ ya no hay estilos, ni guitarras con payé”, lamenta Guille Lugrín en un chamamé que pinta dos caras de la misma moneda, la fumigación y el éxodo.

Si bien las causas de contaminación del aire son múltiples, recordamos estos datos: el plástico y tantos químicos en el agua, los insecticidas y herbicidas en el aire, además del escape de los autos en las ciudades, la chimenea de las industrias, la quemazón de basurales y otras causas. Son muestras de cómo el Día Mundial del Ambiente nos interpela a nosotros, aquí y ahora. El sistema tiene contra las cuerdas a un millón de especies en el mundo. Y el mundo somos nosotros.

 

De liebres y vacas

 

En dos notas anteriores paseamos por el territorio del litoral para festejar nuestros vínculos con peces, mamíferos, árboles, alimentos, y en esas relaciones del ser humano dentro de la biodiversidad, con cultura, lengua, artes y oficios, nos referimos también a símbolos que expresan esa simbiosis. Siguiendo con ese viaje en caracol, vemos cómo hay árboles, hierbas, mamíferos, minerales, en la toponimia que heredamos desde mucho antes que nuestros pueblos montaran aquí a caballo u ordeñaran una vaca. Luego esa vida fue tema en nuestra literatura regional. Todo eso es antiguo y actual.

Los estudios de Rubén Bourlot registran más de 40 nombres de lugares vinculados a vegetales en Entre Ríos, algunos de ellos repetidos en distintas zonas 14 veces (Tala), y hasta 39 veces (Sauce). Muy lógico, si Celtis tala está en el centro de las especies del Espinal, y Salix humboldtiana (sauce colorado o criollo) en el centro de la flora costera.

También los topónimos en relación con animales son casi 40 y algunos repetidos seis y siete veces (Mulas, Tigre).

Chajarí es el arroyo del chajá, allí está el ave y está el curso de agua. Tatutí es un montón de tatúes, además de un distrito. Yuquerí se refiere a un árbol con espinas. Y así podríamos mencionar decenas de topónimos de nuestra provincia, el litoral, Uruguay. Decimos Ibicuí, arena; Pehuajó, estero. Investigaciones de Bourlot y Josefa Luisa Buffa, entre otras, ayudan a comprender esta trabazón.

Los vínculos del ser humano con el monte, las cuencas y sus habitantes quedan anclados en las voces, como referencias. En nombres posteriores, venidos de lenguas lejanas, también están los animales: Hasenkamp, campo de liebres, aunque esa voz llegó hacia 1860 en el apellido de inmigrantes alemanes, casi tres décadas antes de que la liebre europea pisara estos suelos.

Bovril es un nombre referido al bos, el vacuno, y a una energía superior de una raza de ficción, un mito llamado Vril, en una novela de Edwar Bulwer Lytton. De modo que nuestra ciudad tiene algo de toro, algo de ficción, algo de subterráneo, algo de producción de alimentos, entre otras connotaciones menos edificantes.

 

¿Gorriones o cachilos?

 

En el departamento Diamante dicen que Spatzenkutter habría significado en esa época, fines del siglo 19, “fiesta o jolgorio de gorriones” en el idioma de los alemanes del Volga (con variantes del alemán), y no necesariamente “caza” de gorriones, otra acepción posible.

Algunos afirman que los gorriones llegaron en la década de 1870 al país, que los trajo el industrial Bieckert, el de la cerveza, y que Sarmiento sugirió que los soltaran para combatir el bicho canasto, aunque luego se comprobó que el gorrión no lo quiere y el que sí lo consume es el benteveo autóctono o pitanguá. Otros afirman que el gorrión llegó un poquito antes. Como sea, resulta muy extraño y diríamos imposible que en nuestra zona hubiera bandadas de gorriones, y menos aún que “cubrieran el cielo de negro”, como dicen algunos autores, cuando llegaron los inmigrantes ruso alemanes a Entre Ríos. (Aunque a su aldea primero le llamaron Marienfeld -Campo María- y luego Spatzenkutter). Por eso nos hemos preguntado si estos viajeros no se habrán referido a los cachilos o chingolos (Zonotrichia capensis), que se confunden fácil con un gorrión (Passer domesticus) aunque para la ciencia pertenezcan a familias distintas.

Quizá los inmigrantes tuvieron la visión de resaltar la presencia de una de las aves más características del Abya yala (América) y particularmente de nuestros campos, muy distribuida aquí, y la vieron tan parecida al gorrión que les gustó por su paquetería, con bufanda y capucha; un pajarito que en verdad resulta una fiesta para los oídos cuando escuchamos su trino. “titiie chiriririrí”. “Chingolito fiel, de aquí para allá”, dice la canción de Linares Cardozo en referencia al peoncito.

Uno de los pocos artistas que introdujo nombres de aldeas en nuestro cancionero fue Ricardo Zandomeni: “Y la Regina, que me esperaba en Spatzenkutter, una pollera toda floreada…”

 

La vaca y el caballo

 

Son incontables los poemas y las referencias al caballo en nuestra literatura y nuestra historia. No es para menos si estuvo presente y fue protagonista de nuestras faenas rurales, tiró de los carros, nos llevó de fiesta, soportó nuestras diversiones y deportes, padeció nuestras batallas, y usamos su carne, su cuero, en fin; hasta su bosta para hacer la mayoría de las casas que habitamos hoy. Algunos de estos servicios siguen vigentes, claro.

El caballo está presente en campos y ciudades, no siempre bien tratado, nunca libre, con pelajes de ensueño a veces, y es el animal con mayor cantidad de monumentos, sea con San Martín, con Urquiza, Belgrano, el gaucho, con tantos. No faltan Mitre, Roca, como dispone la  historia oficial.

Las estatuas ecuestres son homenajes a jinetes considerados ilustres, montados en el caballo. En nuestra zona hubo caballos por miles de años, inmigrantes del norte en el gran intercambio biótico del Abya yala, y se extinguieron todos ya en presencia del ser humano que los comía hace 8.000 años o más. ¿Cuánto tiempo convivimos? Miles de años. Los paleontólogos estiman que los caballos modernos descienden de animales de México y Estados Unidos, que pasaron a Abya yala del Sur y también a Asia, pero luego siguieron allá y se extinguieron aquí por razones que no conocemos bien. Regresaron, claro, hace 500 años, con la nueva invasión.

La ciencia registra en Entre Ríos Hippidion principale y Equus neogeus (del subgénero Amerhippus), primos de los caballos modernos. El neogeus fue el más grande.

Las vacas no tienen esos monumentos que decíamos, y las referencias literarias son también menores. En Entre Ríos, algunos ladrilleros artesanales cambiaron la bosta de caballo (a raíz de la disminución de las manadas) por la panza de vaca, es decir, restos de estómagos que buscan en los frigoríficos, para amasar con arcilla para los adobes. Nada del animal queda fuera del uso humano. Si la vaca va al matadero, el contenido de su estómago será ladrillo; si es vaca de tambo o de cría, su estiércol irá a un biodigestor.

Alguien dirá que algo se salva: sus eructos. Pues no: como las vacas eructan no menos de 100 litros de metano por día, y algunas 300 litros, están inventando un sistema de cañerías y mochilas de plástico colocadas en el lomo, con doble propósito: bajar en el futuro la emisión de gases efecto invernadero (el metano atrapa más calor que el dióxido de carbono), y a la vez aprovechar el gas de los eructos para la energía. Una sola vaca puede sostener el funcionamiento de una heladera, por caso, dicen especialistas del INTA de Castelar… Ahora la pregunta, ¿no es demasiado, esto?

Por supuesto que los mismos investigadores tienen interrogantes de ese calibre. En otro sector del mismo INTA y del Conicet, un ingeniero agrónomo llegó a la conclusión de que la mala fama de los vacunos por su tremendo aporte al efecto invernadero rumiando pastos es injusta, porque el sistema compensa eso con creces mediante el secuestro de carbono en las raíces de esas hierbas, de manera que en el balance, la ganadería no es perjudicial. Como se verá, todo está en estudio.

 

Ambiente y lugar

 

¿Concierne a la antropología ambiental el trato que le damos al río y al aire, la curiosidad por el origen de los nombres de nuestras ciudades, las novedades en el trabajo, la economía, la tecnología? El estado de cosas en el paisaje involucra la tala rasa y el monte indígena, involucra los animales del bosque y los que fueron reducidos a servidumbre, los frutos del bosque y las frutas de la mesa, los proyectos; y en esa interacción se vislumbra la concepción de la vida que tenemos en un lugar dado.

“Al restarle énfasis a la construcción cultural del lugar… casi toda la teoría social convencional ha hecho invisibles formas subalternas de pensar y modalidades locales y regionales de configurar el mundo”, comenta el estudioso Arturo Escobar. Nuestros pueblos originarios ya advertían que el ser humano aquí despliega su modo de vida, ñanderekó, en el  tekoá, en el lugar apropiado, junto a los árboles, las aves, jamás en el hacinamiento.

Podríamos señalar las 600 especies vegetales medicinales en territorio entrerriano, tratadas por Juan de Dios Muñoz, pero ¿cuántas quedan hoy circunscriptas al libro? Los vínculos cambian de un siglo al otro. Por otra parte, la perspectiva varía por regiones. Una vaca en la India no es lo mismo que una vaca en Villaguay. Una mariposa en el Palmar no es lo mismo que una mariposa en un campo cultivado. Un perro acá de paseo no es lo mismo que un perro al plato en Corea. Las culturas desarrollan vínculos distintos con su entorno; y los de la cultura occidental no son los más amigables.

Lo que llamamos “cultura” no es tampoco un bloque: en nuestra propia comunidad hay personas que comen carne casi en exclusivo, y hay veganas, es decir, no comen carnes ni derivados de animales (huevos, leche, etc), en desacuerdo con su maltrato, con una coherencia irrefutable.

Empezamos esta saga pidiendo (en la primera parte) permiso a lola (Lepidosiren paradoxa) y a la comadreja, para iniciar un paseo, y concluimos hoy en el uso peligroso de los compañeros de vida, simbolizados en esa vaca de mochila, esa vida hecha máquina. ¿En qué brete nos estamos metiendo?

Este paseo es una excusa para curarnos de  lecturas con visión utilitaria, donde conocemos sólo lo que nos vamos a comer. Para devolvernos una conciencia de la que se desprendan otras miradas, otros cuidados. Para abrirnos a los saberes de nuestro territorio, el Abya yala, en un diálogo sereno con el resto de la biodiversidad que nos permita vencer los esquemas instalados, las categorías de pensamiento pre cocidas. Este paseo sin rumbo fijo da lugar al lugar, no menosprecia el entorno, y reprueba los encierros que nos impiden mirar el cielo, oler la tierra, celebrar la vida.

 

Un pañuelo

 

Las ciencias suelen ningunear la mirada integral, dejar al margen a la Pachamama.

“Ay si pudiera escuchar/ sonando y sin un apuro/ a la cordiona emparchada/ que supo pulsar Caturo”, dice Aldo Muñoz, canta Carlos Santamaría. “Montoya pago pa’ guapos/ ande triunfa el que se emperra/ y le pongo de testigo/ a un centenar de taperas”.

Hay en nuestro cancionero una nostalgia, unas ganas de volver al sereno, del que fuimos desterrados.

“Tierra del dicho y la feliz comparación/ sábalo asado a la parrilla y con galleta,/ mate tomado sin apuro y en chancletas”, describe Juan Carlos Alsina, entona el propio Alsina, o el Gringo Lonardi que después cantará “sin apuro voy andando en mi petizo azulejo”.

“Volver al tiempo del sin apuro”, es el sueño cantado de Juan Carlos Alsina. “Charla y amargo y algunos vasos… Dejar lo grande por lo querido/ darme descanso de lo imponente”.

Walter Ocampo ruega: “Mándeme al monte madre, para este tiempo/ cuando el almíbar cuelga como un rubí,/ que en estas siestas largas de gestos lerdos/ quiero encontrarme a solas con mi gurí”.

La reiterada evocación del “sin apuro” en el cancionero, de esos ritmos serenos y decidores, de esos cielitos y estilos, nos está dando el alerta y nos alumbra un mundo que quisiéramos retener, el mundo auténtico del niño que mira sin especular.

Preguntamos: ¿es el “sin apuro” una puerta a los saberes de este suelo que nos han sido ocultados?

“No hay cosa más sin apuro que un pueblo haciendo la historia”, recita Alfredo Zitarrosa y se nos presenta agarrado a un mate amargo bien charrúa, a dos manos.

No son pocas las grietas del arte y los testimonios, por donde se cuelan saberes y modos del buen vivir, de la armonía en el paisaje que llama, aunque el apuro moderno nos sumerja en esta relación tortuosa de hoy.

La enemistad no es nueva; la vio hace 90 años desde Gualeguaychú Claudio Martínez Payva: “Tuito es desmonte, surco y caserío, / nace un quebracho y el tirón lo arranca;/ de vez en cuando cruza por el cielo/ silenciosa, lejana, como juida/ el ala de aire de una garza blanca, / y vos te imaginás qu’es un pañuelo/ que te dice un adiós de despedida”.

 

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