Sorprendentes fósiles del mar visten el anfiteatro de Paraná
Verdaderas perlas, las ostras que dan vida al coliseo del Parque remozado para una reveladora simbiosis de la naturaleza y la cultura.
Revestir las
escaleras y los sanitarios con el corazón marino de las barrancas es un acierto
de artistas y obreros de estos años, que siguieron una línea lejana, plasmada
cuando el arquitecto paisajista Carlos Thays diseñó el parque Urquiza en una
lúcida comunión de la cultura y el paisaje.
“Qué lindo que es”,
resume Hugo “Simón” Pereyra, el cuidador de los sanitarios en el turno de la
tarde. “Este es un lugar hermoso”, agrega José Cevallos, que atiende las obras
del Anfiteatro Héctor Santángelo en distintos horarios. “A
esas piedras las sacaron de las barrancas, ahí donde está el ombú”, señala el
obrero. Y es que el material surgió de la reparación del talud para evitar
erosiones y desmoronamientos.
Vale la pena visitar
la ciudad de Paraná con el propósito exclusivo de sentarnos un rato en estas
gradas y tomarnos unos mates mientras apreciamos el nácar fosilizado que
recubre gran parte de su arquitectura y fue desempolvado ahí nomás, porque es
constitutivo de los sedimentos del mar Entrerriense o mar Paranense en gran
parte del cono sur del continente. Es decir: son fósiles de animales que
habitaban el Atlántico cuando el océano entraba en estos pagos hace cinco, diez
o quince millones de años, en sus distintos ingresos.
Cuánta vida antigua y
variada, que distinción, para dar a la música de hoy el lugar que merece en la
hondonada que conocemos como Boca del Tigre, entre la calle Acuerdo de San
Nicolás, Costanera Media, y la bajada hacia el río.
Cucharas enormes
Nuestro coliseo a
cielo abierto es un maravilloso puente entre las alturas y el sugestivo Paraná,
pariente del mar también por eso de las ostras. Aunque puede albergar a
más de dos mil personas se nos presenta chiquito, familiar.
Miramos la obra y
pensamos que allí no hay nada que mejorar, todo ha sido puesto del modo en que
el ser humano se acomoda en la naturaleza para el encuentro. Entre las gradas y
el escenario hay una fosa con camalotes y allí nomás el ombú, renuevo de un
ejemplar muy viejo. Y están los espinillos, los chañares, el ceibo florecido en
estos días, para dar marco a esa joya y dejar una ventanita hacia el norte
donde asoman el río y las islas.
Hemos estado horas
encantados con esos muritos, y al tiempo que advertimos que en un sector la
arcilla ha sido comida por las lluvias y faltan obritas complementarias, nos
deleitamos con los moluscos apilados por millones, durante millones de años, y
exhibidos allí para que no olvidemos nuestra presencia reciente y por eso
necesariamente delicada, respetuosa, en estos paisajes.
Hay cucharas más
grandes que un plato, impresionan a la vista, con sus lisuras de antiguo nácar
que alguna vez guardaron músculo y corazón. Y hay ostritas pequeñas
aflorando aquí y allá, muchas de ellas enteras, como prueba de que corresponden
a habitantes de este suelo, hoy extinguidos como especies. También hay muestras
de mar revuelto, con todo hecho curuvica. Compartimos el mundo, el agua, el
aire, con estos seres pero respiramos en distintas eras.
Para las gallinas
Paraná está edificada
sobre un mar de fósiles. La formación Paraná pertenece al período Mioceno más
cercano, tiene entre cinco y quince millones de años, datos que se revisan cada
tanto. Se trata de una capa geológica constituida por la sedimentación de
restos del mar Entrerriense o Paranense que ocupó con varias crecidas y
bajantes gran parte del litoral argentino, abarcó hasta Paraguay y Bolivia, y
en el sur se extendió hacia la Patagonia (aún se debate si fueron ingresiones
marinas distintas). En algunas zonas esos fósiles se encuentran decenas de
metros bajo el suelo, pero en la capital entrerriana y otras localidades
vecinas se hallan a flor de piel, o quedan a la vista en los acantilados apenas
baja un poco el río. Sobre la formación Paraná se encuentra la formación
Ituzaingó. Los hallazgos de vida marina, fluvial y terrestre en la intersección
de las dos capas son deslumbrantes.
Recordemos
que en Victoria, por caso, se han estado aprovechando las canteras de
conchas marinas por mucho tiempo, luego de destapar cuatro o cinco metros de
suelo y subsuelo hasta llegar a esos sedimentos, extraerlos, y molerlos para
obtener la conchilla. Esa conchilla un poco gruesa ha sido mezclada en el
pavimento de centenares de kilómetros de rutas entrerrianas, y más fina se da
en el alimento de las gallinas con el objetivo de fortalecer la cáscara del
huevo, entre otros usos.
Alguna vez el geólogo
entrerriano Florencio Aceñolaza nos confesó que lamentaba ese aprovechamiento
de los fósiles, es decir: romper y moler de esa manera nuestras riquezas.
Naturaleza y cultura
En la entrada al
teatro, una placa recuerda una frase atribuida a Héctor
Santángelo: “Levanté escenarios para dialogar con la gente y recibí
respuestas que jamás olvidaré”. En verdad resume las convicciones de este
artista notable, motor de encuentros populares.
No pocas casas de la
alta barranca lucen revestimientos de la formación Paraná, incluida la mansión
del obispado. Apreciar esas fachadas con guías en ese balcón al Paraná es un
singular paseo. También algunas de las escalinatas serpenteadas del parque
Urquiza están decoradas con esas piedras de vida, o construidas con ellas
directamente; y toneladas de conchas marinas yacen en el cordón cuneta de
numerosas calles, mezcladas con cemento hecho con más sedimento extraído en
Bajada Grande y arenas del Paraná.
Pero lucen mejor,
como nuevas, recién devueltas al sol con sus tonos en crema y óxido, en el
revestimiento de los sanitarios, las escaleras y los torreones del anfiteatro
Santángelo. Cuando las vimos, nos preguntamos si alguna empresa las estaba
comercializando, pero los obreros nos comentaron que en la misma obra sacaban
las piedras de la “cantera” en la barranca y las acumulaban, para utilizarlas
luego en el revestimiento. De modo que esos fósiles estuvieron guardados
por millones de años y hoy dan escenario a la cultura entrerriana, en un
bellísimo rincón que confirma la concepción de la biodiversidad de nuestros
pueblos: naturaleza y cultura, juntas.
Lo que importa es el
paisaje, la buena onda de los ingenieros, arquitectos, obreros, mujeres y
hombres de Paraná que sin dudas gozan de su obra, como José Cevallos, Hugo
Pereyra, Mauricio Gauna y otros cuidadores, con quienes conversamos largo sobre
esta obra.
Qué nido para el
cine, el teatro; para los primeros pasos de la juventud en la música, para los
consagrados, para el encuentro, en fin. Sea tango, chamamé, cumbia, rock.
Recordamos tantos espectáculos allí, como aquel de la visita de Atahualpa
Yupanqui, cuando la conductora nos hacía repetir junto al trovador los versos
de Antonio Machado, como si rezáramos en asamblea: “moneda que está en la mano,
tal vez se deba guardar. La monedita del alma se pierde si no se da”. Esa
maestra de ceremonias era, nada menos, Marta Gaede, aquella cantante de voz
clara como el agua, que formó un dúo memorable con Amílcar Angelino.
Dice la ciencia
¿Y qué es lo que
vemos, de la formación Paraná? Sobresalen los moluscos fósiles, las valvas
de Ostrea patagónica, Ostrea alvarezii, Pecten paranensis, Flabellipecten
oblongus, Aequipecten paranensis, Anadara bomplandiana, Aequipecten paranensis,
Varicorbula striatulla, Balanus… Así les llama la ciencia, y tienen formas de
cuchara (Ostrea), de abanico (Pecten), de semillas (Balanus) o de cucurucho
(Anadara).
La formación marina
antigua se conoce bien desde 1827. De esos temas de la paleontología se
ocuparon Alcide D’Orbigny (1827), Charles Darwin (1833) y luego Alfred Dy
Gratty, Martín de Moussy, August Bravard, entre otros. Más recientes, Martín
Iriondo, Florencio Aceñolaza, Jorge Noriega, por mencionar algunos cercanos.
Además de moluscos, hallaron en la formación Paraná restos de ballenas y otros
mamíferos, anfibios, rayas, tiburones, etc. No es difícil encontrar dientes
fosilizados de tiburones (Carcharias) extintos, y es lo único que se halla de
ellos, si son de cartílagos. Hay incluso hallazgos de dentelladas de tiburones
sobre costillas de ballenas.
En la barranca de la
esquina de Crespo y Soler, en las del Patito Sirirí y la Vieja Usina, en las
del anfiteatro: por todos lados afloran las ostras.
Los estudios sobre
malacofauna del período Mioceno dan un listado enorme de especies de moluscos
propios de aguas saladas para las barrancas de Paraná. Aquí con aguas saladas,
del Atlántico, y por ahí un poco dulce por el flujo de ríos de montaña y del
Brasil.
Los pectínidos de la
Formación Paraná han sido estudiados muy especialmente por Leonardo Pérez,
Miguel Griffin y Santiago Genta Irurrería, del Museo de La Plata. Ellos
sostienen que el hallazgo de tantos pectínidos (moluscos bivalvos, parientes de
las almejas, con forma de abanico), indica un mar con salinidad normal (ni alta
ni baja). Y hallan relación con especies del caribe, que pudieron migrar al mar
Entrerriense.
Para su estudio tomaron
muestras en Cerrito, Paraná (Vieja Usina), La Juanita, Punta Gorda y el Cerro
de la Matanza, entre otros lugares, y al observar las condiciones de los
fósiles llegaron a la conclusión de que fueron depositados en el lugar donde
vivieron, o muy cerca, es decir: no fueron arrastrados, porque se encuentran
muchas conchas intactas.
Y bien: esos
pectínidos son los que tienen la forma de mano, tan característica. La que dio
origen al logo de la empresa Shell, y que en España llaman concha de Vieira
Gallega, con alta difusión en el Camino de Santiago de Compostela, con el
sentido de que las ranuras confluyen a un punto, símbolo de amor al otro.
Esas cosas de Paraná
Hoy podemos decir que
el anfiteatro Héctor Santángelo se suma a decenas de casas antiguas de Paraná
revestidas con la malacofauna de la formación Paraná, y todo ello constituye un
patrimonio arquitectónico único, admirable. Por eso debiéramos protegerlo, y
estimular el conocimiento.
La ubicación de los
sanitarios fue discutida por el Colegio de Arquitectos y la Comisión de
Preservación del Patrimonio Urbano Arquitectónico, que preferían los baños un
poco más distantes del anfiteatro.
Como sea, Paraná
tiene estas cosas que nos llenan el alma, sea el arte efímero de Esteban
Caridad dibujando peces en el pasto, o la exhibición de nuestra identidad más
honda y duradera en los bellísimos baños del Parque.
Daniel Tirso
Fiorotto, UNO. Domingo 02 de febrero de 2020