Federalismo vivo en la poesía, los testimonios y los símbolos
De Manduré y Ansina a las declamaciones del siglo XXI. Borrador de la charla sobre el federalismo en el litoral que brindamos esta semana en Concepción del Uruguay en las Jornadas de filosofía del río Uruguay.
Los ceibales en flor y las bandadas de
cardenales nos inspiraron en el camino para abordar, en la Escuela Normal de
Concepción del Uruguay, el federalismo en el litoral, desde un ángulo
literario.
Para muchos
habitantes de nuestro territorio, el federalismo se abona menos con silogismos
y libros que con canciones y ruedas de mate. Si bien entra en sintonía con
prédicas anarquistas como las de Pierre Proudhon, su raíz es anterior y honda
en esta tierra, se alimenta de la vida comunitaria ancestral. El federalismo se
siente más cómodo en los fogones.
Es cierto que en
España hubo experiencias notables de vida comunitaria y también de autonomía.
Por eso no sabemos qué porción aportó cada cultura, pero está claro que aquí
encontró barbecho.
También en los
círculos de poder se pronuncia un “federalismo” a repetición en el litoral y
otras regiones porque paga bien. Las promesas de políticas federales (siempre
incumplidas) y la distorsión del concepto de federalismo, que es moneda corriente,
son una demostración cabal de que el federalismo sigue latente en vastos
sectores a pesar del velo moderno colonial racista del poder concentrado. Por
eso cualquier candidato tiene que enarbolar una banderita si quiere despertar
algún entusiasmo. En los pueblos hay que ver cómo algunos grupos, incluso
por vía digital, promueven el conocimiento de fechas y nombres en relación con
luchas federales antiguas y más cercanas. Lo que nos lleva a pensar que el federalismo, como decía Bartomeu Meliá del sistema guaraní, es la
“memoria del futuro”.
Cosa distinta de la declamación es sostener los ideales y las acciones
federales, porque hoy, como ayer, el federalismo continúa inscripto en la vereda de la “barbarie”,
frente a la vereda “progresista” de la “civilización”. Ni federalismo, ni
autonomías, ni licencia social siquiera, para consultar aunque sea los proyecto
del poder concentrado. Nada de eso es aceptado en un país federal en la ley,
colonial en los hechos. Menos aún la confederación, que ha sido en verdad el
objetivo de la revolución federal y que demanda mayor autonomía de los
territorios.
Volver al lugar
Los medios masivos concentrados y la globalización
atentan contra el federalismo. La Argentina no logra salir del vicio colonial que lleva a
las metrópolis a menospreciar el lugar, y a bajar recetas uniformadoras como si
fueran salvadoras. Clericales y anticlericales cayeron en los mismos prejuicios
y siguen afirmándolos. Siempre se encuentra alguna excusa para pisar a los
pueblos y marcar la cancha desde el centro colonial, arbitrario por naturaleza.
Un lugar puede ser armonioso o despótico, abierto o represor. Nada
garantiza que un lugar sea bueno, y nada lo condena a ser malo. Lo interesante
de la existencia del lugar es que tiene la oportunidad de desplegar sus modos,
sus saberes, y modificar actitudes en la interacción con los demás. Muy por el
contrario, la organización vertical que menosprecia, ignora o mata al lugar, es
siempre nociva y arbitraria. El “unitarismo” impuesto a sangre y fuego, que
impera en la Argentina, es eso, un modelo destructor de lugares, un régimen
autoritario bañado de progreso y civilización.
Tras muchos años de observar cómo el “lugar” era tratado con
indiferencia, y advertir que el entorno quedaba afuera del estado y de los
medios de comunicación y de las aulas, el estudioso Arturo Escobar señaló la
variedad y profundidad de modos subalternos de pensar y las modalidades locales
y regionales de configurar el mundo que nos estábamos perdiendo con ese vicio
colonial.
Volver los ojos a la comunidad
con vistas a la confederación en el sur del Abya yala (América) no es una tarea
difícil, porque los
ejemplos están vivos a pesar de todo, pero sí es difícil superar la tendencia
de los colonizados a golpearles la espalda a los disidentes con el clásico “muy
bueno lo suyo” para continuar a paso seguido con la indiferencia sin que se les
mueva un pelo.
El federalismo no es fruto de
la indignación, es fruto de la vida comunitaria en relación con la naturaleza, y se convierte
en indignación cuando los atropellos coloniales, principalmente del poder
porteño, quedan a la vista y hay con qué contrastarlos y enfrentarlos.
En la Argentina existen sectores políticos que se aprovechan de cierto
plano inclinado para jugar a federales y congraciarse con las masas hasta que
el poder, de tanto en tanto, da un golpe de realismo unitario, y aquellos
sectores vuelven a ser favorecidos en su juego, abriendo válvulas de nuevo para
aliviar tensiones paulatinamente durante algún tiempo. El engaño es cíclico.
Los invasores
No es la moda de una época; el federalismo entronca en antiguas
tradiciones comunitarias que también están contenidas pero vivas, con maneras
diversas. Como el torrente del río Paraná, se abre paso. Sin dudas el puente entre los saberes ancestrales
comunitarios de los guaraníes, por caso, y la modernidad ha sido José Artigas
desde sus experiencias en Batoví y en Mandisoví. En las costas del río
Uruguay está la cuna del sistema anhelado.
En momentos revolucionarios clave, el federalismo ha sido un principio
de defensa, de resistencia. Así en El Espinillo ante la invasión de Holmberg,
en Arroyo Cevallos y Santa Bárbara ante la invasión de Montes de Oca, en el
Saucecito ante la invasión de Marcos Balcarce, y también en las batallas
decisivas del jordanismo medio siglo después.
Ya en el primer choque importante de la resistencia, la llamada
“barbarie” le perdonó la vida a los enviados de la llamada “civilización” que
venían a matar a los líderes federales. Y sesenta años después López Jordán rechazó
armas que consideró muy destructivas. El atropello colonial es la norma, y
continúa hasta en los ámbitos más insólitos, como quedó a la vista en la
determinación de imponer al país el Día del músico en homenaje a un gran músico
de Buenos Aires, indiscutido, cuando existen tantos grandes músicos en todo el
territorio pero nadie osó en el resto del país atropellar. Ni siquiera en eso
el colonialismo esperó un rato para el obvio consenso. Consultar, ¿para qué?
Si aceptamos la definición de los pueblos del oriente de Colombia sobre
biodiversidad: “naturaleza más cultura”, entonces la humanidad es un afluente
importante de una cuenca; una cuenca que incluye un conjunto de elementos
incluso más poderosos y antiguos. El ser humano no se entiende solo, lavado. Y
bien: lo mismo ocurre con el federalismo, un concepto moderno que expresa modos
antiquísimos, de ahí la simpatía de los pueblos ancestrales por la síntesis de
la revolución federal liderada por José Artigas acuñada en la frase “soberanía
particular de los pueblos”.
La vía poética ayuda sin dudas a tomarle el pulso a las disputas, por
eso aquí acudimos a los versos para conocer el federalismo.
Antigua litoralera
“De Entre Ríos a Misiones/ no almitimos unitarios;/ por desliales y
arbitrarios/ los echamos a empujones”, dice la Antigua Litoralera,
una recopilación de Claudio Martínez Payva, hace un siglo. Ricardo Maldonado la
convirtió en un bello cielito. No sabemos cuántos años tienen estos versos, ni
cuánto de su talento le imprimió el compilador. Pero sirve para señalar la
simbiosis del litoral con el federalismo.
La estrofa final del poema le da un aire actual: “Federales, federalas,/ no doblemos las rodillas/ ansí rieguen la
cuchillas/ con un chaparrón de balas”.
Las actuales provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos tienen en
sus bases históricas una presencia descollante de las comunidades y los jefes
de origen guaraní, con influencias y vínculos que siguen vigentes pero que en
las últimas décadas se han ido deteriorando gracias a la consolidación omnímoda
de Buenos Aires provincia y ciudad en las corporaciones, la política, los
medios masivos, etc. Los nombres de Domingo Manduré, Perú Cutí, Javier Sity,
Andrés Guacurarí, Nicolás Aripí, Caraipí, Cabañas, Ramoncito, dan fe de las
comunidades que se debatieron entre la resistencia y la dispersión tras la
derrota del artiguismo.
El estado-nación racista y uniformador implantado por Buenos Aires logró
mostrar la vida comunitaria y las autonomías como expresiones primitivas, sino
reaccionarias. Expertos en la distorsión, el ninguneo y las intrigas, y en la
política de hechos consumados, los colonialistas cierran filas con sus recetas
de apariencia “universal” e imponen los temas del debate, hasta hoy. De ahí que
tantas veces quedemos en peleas playitas para no llegar a la médula. Y es que,
si el federalismo es comunitario y la comunidad es anterior al estado-nación
simplificador y despótico, entonces revitalizar esa conciencia exige terminar
con terribles privilegios y engaños actuales y consultar a los pueblos. Si el
comunitarismo y el federalismo siguen vivos conviene desviarlos como notas de
color, como obsesiones folklóricas.
Manduré y Ansina
La condición comunitaria arraiga hondo y no se vuela al primer viento.
Quizá logremos ingresar a ese mundo velado y vedado desde puntos clave que nos
ayudan a mirar el conjunto, como si fueran mangrullos que nos faciliten la
mirada hacia adelante (la historia conocida) y hacia atrás (el futuro
desconocido). Uno de esos mangrullos está en el nordeste de Entre Ríos y
podríamos resumirlo en la figura de la familia Manduré Irayrú, que reconoció en
la prédica de José Artigas todo un legado ancestral y se volcó a la causa con
alma y vida.
Domingo Manduré es en sí mismo una intersección del litoral: nacido en
Yapeyú (hoy Corrientes), desplegó sus saberes y sus luchas en las Misiones,
pero principalmente desde Mandisoví y Salto Chico (hoy Entre Ríos, Federación y
Concordia), y concluyó su vida al oriente del Uruguay en cercanías de Salto
(hoy Uruguay).
Manduré levantó la región
contra el colonialismo, inspirado en el principal objetivo de la revolución
federal: la soberanía particular de los pueblos, que ensambla a la perfección
con ideales de resistencia charrúa y con el teko porá guaraní, un bello modo de
vida basado en la reciprocidad y en relación armoniosa con el ambiente.
Los contactos de la familia Manduré Irayrú con José Artigas se hicieron
firmes y leales desde el Éxodo oriental en el Ayuí. Recordemos que en respuesta
al armisticio por el cual Buenos Aires le entregaba a España toda la Banda
Oriental y la mitad de Entre Ríos, las familias orientales se marcharon de su
territorio hacia un lugar que no fuera dominado por la corona, y se instalaron
en cercanías de la hoy Concordia.
Tal fue la ebullición autonomista en aquel territorio (hoy Entre Ríos),
que en Mandisoví se recuerda el primer enfrentamiento interno en 1813 debido a
las miradas diferentes: Manduré por la confederación bien expresada en las
Instrucciones de ese año, Pablo Areguatí por el poder concentrado en Buenos
Aires. Medio año después, los entrerrianos y los orientales resistieron juntos
la invasión directa de Buenos Aires mandada a matar a Artigas en el arroyo
Espinillo, cerca de Paraná. Febrero de 1814.
En esos tiempos se inspiró Joaquín Lencina (el Negro Ansina) cuando
escribió, al lado de Artigas, aquellos versos lúcidos como pocos, sobre el
proyecto federal. El descendiente de africanos, presente en el Ayuí, le habla
en endecasílabos a Andrés Guacurarí (guaraní), sobre el sueño del patriarca
(criollo, Artigas): de una nación con la fuerza de los quechua aymaras y los
mapuche. Cinco vertientes de una sola cuenca: “Lo que soñó el patriarca te
diré/, el genio de una raza de volcán,/ mezcla de Tupac Amaru el rebelde/ y del
invencible Caupolicán”.
Esa intersección de culturas está en la base del proyecto de
confederación, que respeta las lenguas, los saberes, los modos de organización,
de cada región.
La sorpresa
Lo comunitario es aquí tradicional. Esa línea histórica que se pierde en
el fondo de los tiempos nos empapa en este siglo XXI en los intersticios. Y la
noción de litoral ayuda a ubicar esa línea por encima del provincianismo.
Leíamos la obra de Bartomeu Meliá en la que señala una identidad bien
marcada en los pueblos de raigambre guaraní: la economía basada en el don y la
reciprocidad, el trabajo en comunidad, la relación estrecha con el resto de la
naturaleza. Meliá adquirió esos saberes conviviendo por años con pueblos
diversos, metido de lleno en sus culturas, viviendo con ellos, como ellos. De
pronto lo advertimos: un siglo antes que Meliá, el oriental Marcos Sastre
describía condiciones parecidas en los isleños de nuestro delta, y en las
familias de los campos altos de Entre Ríos. Y también antes, aunque ya en el
siglo XX, Martiniano Leguizamón ahondaba con detalles en el trabajo colectivo y
festivo en el territorio entrerriano, no sin cierta angustia porque, a su
criterio, esa identidad se iba diluyendo. Al mismo tiempo, diversas obras
literarias de las dos costas del Uruguay valoraban el asombro de las personas
ante pequeñas expresiones de vida como puede ser una comadreja, un espinillo,
un tala, los pastos mismos.
Hospitalidad, minga, armonía
de la familia humana en la biodiversidad, mate: expresiones de una vida
comunitaria que sirve de sustrato a las aspiraciones federales: nada de eso ha
muerto.
Los símbolos
Largo sería narrar la variedad de ejemplos que tenemos a mano, de
personas y familias bien dispuestas para la vida en común, una garantía para
que las prevenciones en torno de la verticalidad colonial no deriven en
utopías, o en caminos sin salida. Y largo también señalar las expresiones
federales de personas, organizaciones, e incluso de políticos que saben cómo
cae de bien en las familias un empaque autonomista.
No pocos habitantes de este territorio eligieron hace poco al cardenal
común, de copete rojo, el ave representativa. Cuando nuestra flor nacional es
ya el ceibo. Con la bandera de la banda roja, reconocida hace pocas décadas
también como emblema antiguo del territorio, queda claro que el federalismo
está en lo alto del árbol, en lo alto del cielo, y nadie desconoce la
profundidad de los símbolos para sostener a las comunidades por encima de las
diferencias del día.
Una característica de estas comunidades con disposición para la
autonomía es la alegría del trabajo, la buena onda incluso en momentos crudos.
Los pueblos derrotados no entregan su alegría.
A principios del siglo XX el talentoso poeta porteño Enrique Santos
Discépolo explicaba la “porquería” que era el mundo, y peor aún en su tiempo. “Un despliegue de maldad insolente”. En el mismo momento
el notable poeta y dramaturgo entrerriano Claudio Martínez Payva describía en
versos dos aspectos del estilo, uno triste, el otro alegre, con estos versos
que resaltan la voz de la madre tierra a través del pájaro. “Y en ese vacío de todo y de nada/ cuando frente a frente con Dios
y la vida/ oró por los suyos a boca cerrada/ y lloró sin llanto su raza
vencida/ ¡un trino!/ la gloria de un trino le abrió otro camino:/ un trino fue
rumbo, consuelo y destino./ Desde la arboleda/ un zorzal le dijo con su voz de
seda:/ no es criollo el lamento;/ el sol se recuesta pero empolla auroras;/
cuando gime el viento/ su dolor, es música entre las totoras”.
Martínez Payva no se encierra, no se resigna; en la mayor desazón celebra la aparición de la voz de la madre tierra
hecha pájaro, dando un rumbo feliz.
En el himno titulado Soy entrerriano, dice Linares Cardozo: “Por siempre llevo un zorzal apuntalando mi cantar”. Es
notable en Linares y otros poetas la vía del pájaro para simbolizar nuestros
más caros valores, empezando por el federalismo. “Soy del Supremo, pluma e’
ñandú, bien federal”; “Soy entrerriano feliz pero
envidio al cardenal, que toda su vida luce vincha federal”. Y en
línea con los versos de M. Payva: “siempre sobra una ilusión que
mata la soledad, hay tacuaritas que anidan en la tapera”.
Así como Marcos Sastre dedica páginas de El Tempe a la comadreja por su
condición de madre, M. Payva apunta en “Guacho” los esfuerzos de un niño por
cuidar a la comadreja que le recuerda los desvelos de su madre… Son inagotables
las muestras de comprensión del ser humano en relación con las demás especies
en nuestra literatura. “Si hay leña cáida en el monte
yo no v’y a voltear un árbol”, dice Romildo Risso. La comunidad que
sostiene el federalismo no es sólo humana, de ahí que el federalismo encaja con
la corriente decolonial y ecologista.
Caminos de soberanía
Como antes en el charrúa, el guaraní, el criollo, y con ellos Artigas,
Manduré, Ramírez, Andresito, el federalismo siguió despertando conciencia en
otros tiempos con Urquiza, con López Jordán. Algo dijo frente al ataque a Paysandú, frente a los gritos de Peñaloza
y Varela, y mucho dijo en los desbandes de Basualdo y Toledo para no pelear
contra los hermanos paraguayos.
Allí las voces de Hernández, Andrade, Guido Spano, Francisco Fernández,
Alejo Peyret, Alberto Larroque, cuyos mensajes reverdecen a través de
estudiosos del siglo XXI. Y ya en el siglo XX, historiadores como Fermín
Chávez, y en el XXI, historiadores como Juan Antonio Vilar y Juanjo Rossi,
todos recuperando colores comunitarios, autonómicos, federales, estimulando estudios,
encuentros, foros, asambleas, señalando las innumerables expresiones del
centralismo colonial que sigue imponiendo privilegios y marcando el ritmo que
le impusieron al país los llamados “próceres” de finales del siglo XIX.
Las asambleas ecologistas, los foros, los artistas, tienden caminos que
vuelven la mirada a la tradición federal. Y por una cercana influencia vecinal,
unos pocos intelectuales del interior provocan una relectura de las corrientes
del conocimiento: un caso muy claro es la recuperación del pensamiento federal,
obrero, agrarista, cooperativo de Alejo Peyret en Entre Ríos, sostenido en
momentos crudos de la guerra, desde la mirada de Américo Schvartzman.
La conciencia federal permanece dormida pero despierta de tanto en tanto
ante nuevos atropellos.
Partidos mayoritarios
El mismo Martínez Payva decía: “pa vestirse ella, desviste/
Güeno Saire a los dimás”. Versos que cobran vigencia cada año cuando
se conversa de empresas públicas, bancos, presupuestos, obras, y el litoral
comprueba que sus prioridades, para variar, no son consultadas. De ahí que
tantas veces los políticos de por acá amaguen con desenvainar (y se vayan,
claro, en amagos).
Los estertores federales por la vía de las armas con el jordanismo
derivaron luego en el radicalismo, y el peronismo ha recibido influencias
federales a través de los Martínez Payva y los Fermín Chávez, por ejemplo. De
modo que los partidos mayoritarios no son ajenos al proceso.
El uruguayense Raúl Fernández y el talense Delio Paniza recuperaron para
la región la importancia de la revolución artiguista. En la Payada de un
Federal, el socialista Fernández, que conocimos mejor por la pluma de Jorge
Villanova, no sólo explica la trascendencia del artiguismo para la Argentina
sino que muestra el encadenamiento de las luchas independentistas, federales y
obreras. Ninguna de ellas ha concluido, y hoy son abonadas con nuevas
conciencias ecológica y feminista, no siempre con la comprensión integral de
las luchas porque la razón vertical colonizadora sigue haciendo de las suyas.
Daniel Tirso
Fiorotto. UNO. Martes 15 de noviembre de 2022