Andrés Dimitriu: superar distracciones y simulacros del sistema

El ecologista Andrés Dimitriu mostró en Gualeguaychú modos de control social y engaños de la modernidad, con datos sorprendentes sobre tecnologías invasivas.//

Sala llena en el ex Frigorífico Gualeguaychú. Esperamos expectantes la palabra de Andrés Dimitriu. Muchos lo conocen a distancia, y aquí el clima es propicio porque desde la comuna entrerriana han decidido reunir saberes y perspectivas diversas para consolidar, contra viento y marea, un muy localizado intento de cambio radical en la producción y el consumo de alimentos: la agroecología.

Fiel a su temperamento, el investigador llegado del extremo sur del Abya yala (América), porque reside en la isla de Chiloé, comienza con múltiples agradecimientos y nos bastan dos párrafos para entender que viene dispuesto a hacernos revisar y afilar cuidadosamente las palabras y… las palas. Y que su buen ánimo para valorar las buenas intenciones panzaverdes no incluye el aplauso fácil.

Dimitriu aborda diversos asuntos dispersos sólo en apariencia, porque se hilvanan solos. Para ello usa palabras clave, como se recomienda en ciertos géneros del periodismo que él conoce bien porque investigó y dio clases de comunicación y ecología política en la Universidad Nacional del Comahue, entre otras. Para el orador, lo que por rutina llamamos “crecimiento”, a juzgar por sus múltiples consecuencias y ramificaciones intergeneracionales, es en realidad una gran metástasis. Así, como se lee. Y eso se entiende desde una mirada crítica del predominio economicista en los más diversos ámbitos. Las corporaciones no “producen” oro, litio, petróleo, etc., sino que los extraen. Y esas materias primas no son recursos porque no “re-curren”, no vuelven a ocurrir. Trucos, para nada ingenuos, del lenguaje especulativo, dice.

Ante cientos de personas acostumbradas a ser llamadas ambientalistas sugiere no usar “ambiente” y “ambientalismo”, pues remiten a un espacio exterior, alejado y manipulable, que “está ahí” con el único fin de ser explotado, del que –para facilitar la maniobra- no formaríamos parte. “ El ambientalismo es una forma de domesticar y trivializar la oposición al modelo dominante. Pero el presente y las evidencias exigen, sin dilaciones ni excusas, re-integrarnos a la naturaleza”.

Su análisis nos hace tambalear la estantería. En presencia de varios periodistas, que minutos después debatiremos el conmovedor dilema “comunicación o extinción”, considera la saturación informativa como un sub-producto que impide pensar y actuar con serenidad. Invita a practicar e intercalar “ayuno mediático” para, en cambio, dedicar más tiempo a jugar con los niños, encontrarse con amigos, hacer huertas, generar circuitos creativos. “Es así como se construyen comunidades de interpretación compleja, comprometidas y profundas”.

El auditorio lo escucha en silencio, tras el inicio de la ceremonia con el llamado del ambientalista (perdón, ecologista) Quique Pesoa que, con buen humor, alza su voz privilegiada para tronar ¡silencio!

Familiar, distendido, amable, el encuentro llamado Plan de Alimentación Sana, Segura y Soberana -PASSS- exige concentración para enfrentar y mostrar alternativas frente al voraz sistema extractivista, y de allí se agarra Andrés Dimitriu para dar arranque. “No hay extractivismo sin ‘distractivismo’”, resume.

 

Regalías, multas y éxodo

 

El sistema distrae, adormece, dispersa, fragmenta, distancia. El sistema absorbe a los contrarios, esconde sus consecuencias, satura con informaciones superficiales, confunde, se permite disensos acotados para disimular, pero a la hora de las tortas subsidia a las corporaciones. Eso nos advierte Dimitriu, da ejemplos y recupera voces que llaman a prestar atención, a no dejarse enredar, y a estimular, o mejor, complementar la conciencia descolonizadora con la práctica. De ahí su insistencia: afilemos las palas.

Como una muestra de “distractivismo”, explica que las empresas ávidas de materias primas –en realidad dinero y poder, apunta- arrancan todo lo que pueden y cuando encuentran un obstáculo (la resistencia social, alguna que otra ley local) proponen, santo remedio, pagar regalías o aumentarlas un poquito. “Qué palabra espantosa, tan asociada a regalo. Me llevo materia prima y dejo algo de plata, después la población local lucha para repartir esas regalías, y ese reparto se llama socialismo. No, así vamos mal”, reflexiona. Pero distractivismo, como consigna necesariamente superficial y provisoria, aclara, “incluye una amplia gama de espejismos, espectáculos y especulación, no pocas veces con relación a espacios políticos recortados y gobiernos subordinados”.

Los ejemplos de distorsión son inagotables: “A principios de los años 60, en un puerto en Ohio, Estados Unidos, alguien que estaba fumando tiró el fósforo. Era tal la capa de petróleo sobre el agua que se incendió el puerto completo. A partir de ahí surgió un argumento que suena bien, pero está mal: el que poluciona, paga. Ahora, paga ¿qué cosa? Dinero, ¿y quién haría qué cosa con ese dinero, a quién se lo pagan? ¿Se impide así la repetición del daño, allí o en cualquier otra parte del mundo? La traducción del daño en dinero es una de las perversiones e ilusiones más grandes que tenemos”, insiste. “Es y sigue siendo una falsa opción en los debates mundiales sobre cambio climático, como en la reciente COP27 en Egipto con la enfermiza consigna de ‘daños y pérdidas’”.

“Otro problema hondo, también relacionado, es vivir alejados –alienados- de la realidad productiva: en las ciudades es difícil reconocer el origen de las cosas. El agua sale de la canilla, la electricidad del enchufe, el trabajo parece ser inmaterial (porque sólo hago click y gano plata), la cadena de condiciones que hacen posible el consumo se ha hecho anónima. Las únicas que tienen la posibilidad de reconocer y denunciar son las víctimas en ese largo trayecto: mujeres, trabajadores y específicamente las comunidades locales, porque todavía tienen vínculo directo con el suelo, los cursos de agua, las montañas, los glaciares, las semillas, la flora, la fauna. En la ciudad predomina el símbolo, el sacralizado simulacro, y la naturaleza es un personaje ajeno, tal vez sólo sea una app o un programa de TV”.

Para Dimitriu, el éxodo rural está en la base de ese distanciamiento y el objetivo y también la consecuencia (como en los cercamientos después del Medioevo europeo), es el control de personas y territorios. Y eso tanto en la expulsión de habitantes, luego mano de obra barata en las ciudades, como “en la permanente tendencia del capitalismo a la huida de los conflictos que provoca y a la fragmentación como estrategia de sobrevivencia del lucro”.

Hace cien años “la Argentina tenía casi el 90 % de la población viviendo, por decirlo de alguna manera, tierra adentro. Había oficios, la gente podía arreglar la rueda de un carro, construir sus casas, tenía huertas… La concentración de la economía y la aceleración de procesos extractivos multiplicó el problema. El éxodo rural derivó en una larga lista de consecuencias, características de la concentración urbana, y difíciles de resolver: las migraciones se asocian a creciente individualismo, marginalidad, conflictos sociales, delincuencia, falta de solidaridad, de empatía y, casi inevitablemente, clientelismo, estatal o privado”.

 

El capitalismo huye

 

“El sistema acumula contradicciones y problemas a gran velocidad. Por eso no es apropiado hablar –en realidad nunca lo fue– de crecimiento y de futuros brillantes y promisorios, porque el capitalismo no avanza, sino que huye. Huye de los conflictos, la competencia cada día más feroz, las contradicciones y las inconmensurables montañas de externalidades que acumula y trata de ocultar. El capitalismo no puede estar tranquilo porque está atravesado por miedos, en cualquier escala y lugar del mundo donde haya anidado, incluyendo los BRICS", sostiene Dimitriu en referencia a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los "emergentes"). Y añade: "está en permanente movimiento. Fui testigo cuando la Fiat, en Turín, de pronto tenía 50 mil obreros en la calle, obreros de overol azul, con las manos con grasa, que sabían manejar las máquinas, que tenían reivindicaciones, gremios organizados… ¿Qué hace la dirección de la empresa? Recurre a la robotización, desarticula los talleres donde los trabajadores se conocen, aprenden y ganan control. Para escapar de ese aprendizaje, o pérdida de hegemonía empresarial sobre el trabajo, fragmenta la fábrica y una va al sur de Italia, otra a México o donde sea, otra más allá, otra a Córdoba, etc.”.

Para Dimitriu hay quienes se han dado cuenta de que la dispersión, la aceleración, la fragmentación de los conocimientos, la multiplicación de especialidades que después no interactúan entre sí (“el antropólogo no habla con el sociólogo, el físico o el economista no habla con el filósofo, los profesionales sectorizados, las especialidades… cada una separada”) es un proceso con largas raíces históricas. Sostener la visión de conjunto, de eso se trata”.

Entonces vuelve con una reflexión sobre Gualeguaychú: “La gran pregunta es cómo hacemos para evitar que esta experiencia fundamental que estamos viendo, que me maravilla (el PASSS), no caiga dentro de los moldes admitidos o incluso planificados por aquellos que se resisten a comprender la riqueza de la propuesta. Dicho otra manera: si la agroecología es cooptable, porque intentos no faltan. Esa es la pregunta central. Porque si logran ponerle un sello verde con tal de ir en la misma dirección (la de los agronegocios) no se van a oponer. Incluso van a terminar apoyando”, advierte. Y como una manera de hacer carne la conciencia, llama a “afilar palas y adoptar plantas, también la clase media,… Venga, escribano, contador, médico, comerciante: adopte diez plantas, pero atiéndalas usted mismo, no delegue ese trabajo a los hijos, a la mujer, al jardinero, la jardinera”.

“Si te vas a una reunión de accionistas de Monsanto y le preguntás: ¿están ustedes a favor de la naturaleza? ¡Por supuesto!, van a levantar la mano. Le preguntás a Hitler, ¿estás a favor de la naturaleza? ¡Por supuesto, hay especies superiores y especies inferiores! Eso diría. O sea, naturaliza los delirios de grandeza, racismo, genocidio y, en definitiva, mucho más contaminación y guerra... Hay un libro excelente, escrito por autores alemanes e ingleses, titulado ‘Cuán verdes eran los nazis’ (How Green Were the Nazis), que documenta esto. Y si, la dominación disfrazada de folklorismo con defensa de privilegios y dominación. En este momento en Alemania proliferan las experiencias de huertas comunitarias, pero también las de quienes, como la derecha, insisten –sin reconocerlo- en la matriz colonial del saqueo y la comodidad en la que viven, que prefiere olvidar de dónde vino y viene la riqueza material que acumularon por siglos. Por otra parte, parece inútil preguntar si alguien en el mundo se opone a consumir comida sana y saludable…. El comedor de la Monsanto en Saint Louis tenía comida orgánica”, sorprende Dimitriu.

“Tenemos que estar muy atentos a qué es lo que está pasando en el mundo y cuál es el origen. Si prestamos atención, las primeras advertencias sobre las catástrofes ecológicas, sociales y sus causas -porque las tenemos escritas, de la India antigua, la filosofía budista, el cristianismo, las diferentes críticas a la modernidad y la razón instrumental, también de las cosmovisiones de los pueblos originarios con tradición oral pero buena memoria, etc.-, todas advirtieron el daño que puede provocar la ira, el egoísmo, la arrogancia, la envidia, la competencia, la codicia, el aumento incontrolable de expectativas e ilusiones, en definitiva la separación del ser humano de sí mismo y de la naturaleza. Y así estamos: el griterío a bordo del Titanic que se está hundiendo tapa todo, o se gastan fortunas para, literalmente, morirse de risa en Disney. Depende adónde nos ponemos frente a ese problema y cómo lo resolvemos, este es el grandísimo desafío”, afirma.

 

¿Crecimiento o metástasis?

 

Dimitriu desbroza el lenguaje “economicista” que dificulta, dice, la comprensión de los problemas estructurales de la Argentina y el mundo. Su discurso hilvana una serie de problemas vinculados al pensamiento, a las trampas que sostiene el sistema mientras promueve nuestra distracción. “ Nos ocupamos de las pérfidas consecuencias con tal de no ocuparnos de las complejas causas, y ahí es donde empezamos a patinar fulero”, grafica. Por eso llama a “entender los ciclos más largos”, como cuando uno aprecia las Líneas de Nazca desde un cerro.

Pone énfasis en ciertas tretas vinculadas con los números, aprovechando que algunas progresiones son difíciles de alcanzar para el común.

“Si le hiciéramos caso al informe Brundtland del ’86, donde nació la peculiar terminología de crecimiento sustentable, o si le hiciéramos caso al G20, que prescribe como fórmula ideal un crecimiento del 3% anual, eso significaría que a los 23 años tendríamos el doble de lo que tenemos ahora, en términos de PBI…y de basura. A los 23 años siguientes el doble del doble y así en más”.

“La distorsión por esta vía encuentra -dice- un ejemplo claro en la historia del ajedrez, porque no estamos acostumbrados a las progresiones exponenciales, a las curvas asintóticas. Ejemplo típico es el del inventor del ajedrez. Supuestamente el rey en Persia le quería pagar con joyas, y el inventor dijo, ‘no jefe, haga mejor: de los 64 casilleros me da un granito de trigo por el primero, después el doble: 2, después 4, 8, 16, 32, 64, 128, etc, capisce?’, y el rey le dijo ‘¡claro!’… sin darse cuenta que no alcanzan las cosechas de mil años para cubrir eso… No estamos acostumbrados a las dimensiones asintóticas”, repite, de ahí que mediante distracciones y engaños “la modernidad sonó a la humanidad porque la llenó de ilusiones como esa. Eso no fue un proceso simple y corto sino que abarcó toda la historia. Le rompió la cabeza a mucha gente en Inglaterra, especialmente a los primeros especuladores grandes de las finanzas. Hacia 1850 un economista, de apellido Price, calculó que, si en la época de Cristo le prestabas a alguien una libra esterlina al 5% anual acumulativo, hacia 1850 éste habría acumulado una deuda equivalente a Saturno sólido de oro. ¿Nos entendemos? Ese es un límite sensorial al que el ser humano no está acostumbrado, exige una capacidad de abstracción especial”.

 

Capital sin respaldo

 

Otro fenómeno en el que se detiene Dimitriu: el capital ficticio. “Llama la atención que cuando hubo la gran crisis de 2008, el libro más comprado por los asesores de Merkel, Sarkozy y Brown fue El Capital de Marx. Querían entender cómo explicaba Marx que el mercado financiero podía irse tanto hacia esos lados... No es la fábrica, no es el capital fijo, móvil, sino todo lo que va por encima de ello, que no tiene respaldo concreto y provoca destructivos tsunamis financieros globales. No hay manera de respaldar la gigantesca deuda interna y externa que tiene Estados Unidos, por ejemplo. Para darles una idea, solamente el presupuesto militar de ese país escapa a la imaginación. Si un millón de dólares en billetes de cien tiene, puesto uno sobre otro, un metro de altura, mil millones tiene tres veces la altura de la torre Eiffel y un billón…son mil kilómetros de altura”.

“Sugiero, como ejercicio básico, que cada vez que lean la palabra desarrollo, progreso, etc., la sustituyan por la expresión ‘ir para allá’, ¿para dónde? Y, para allá, boludo, ¿no te das cuenta? (risas). ¿Dónde y cómo es allá? Y justamente como nos olvidamos de que estamos soñando con la curva del crecimiento damos por sentado que sabemos dónde y cómo es un allá, un dibujo, un sitio ilusorio donde se depositan proyecciones y expectativas de consumo. Entonces, en vez de quedarnos quietos agitamos las olas permanentemente y esas olas son las que nos comen la cabeza, el cuerpo, el corazón, la salud, etc. “.

Agitar las olas es otra respuesta poco feliz a los mandatos de la modernidad, y eso ocurre también con las noticias. “Hay una sobrecarga y no sé si terminamos en diarrea o constipación, pero básicamente tenemos un problema de sobrecarga de información. Parafraseando a alguien que no quisiera mencionar, la característica sería ‘satura, satura, que nada queda’. La saturación informativa es un problema. Y yo prefiero quedarme con unos amigos tomando mate debajo de un sauce y no hacer nada”.

 

Economicismo

 

Dimitriu muestra respuestas en nuestro continente y en África, hace hincapié en tradiciones de los pueblos ancestrales y en el protagonismo de feministas en las asambleas, como ejemplos de otros mundos vigentes; y no genera ilusiones respecto del sistema actual.

Para ello recuerda obras recientes que se basan en la premonición del revolucionario Malcolm X, citado por un economista que fue secretario, nada menos, del Club de Roma, Graeme Maxton en un libro que titula: “Es imposible que una gallina ponga un huevo de pato ”, que se refiere al sistema. También entre empresarios hay crisis y contradicciones. Dimitriu señala que el sistema economicista, especialmente el llamado neoliberalismo a partir del Grupo del monte Pelerin, 1947, Suiza, “permeó la mayoría de las universidades del mundo y se convirtió en una nueva religión: el economicismo es el opio de los pueblos ”.

Esa es quizá la frase que concentra la disertación de Andrés Dimitriu en Gualeguaychú. Los tentáculos del economicismo que llegan hasta los rincones más insospechados.

“El problema del saqueo colonial es que nosotros, encima, podemos reproducir un saqueo colonial interno, nacional y popular ”, alerta y ofrece una receta: “tenemos que entender y abrevar de las mejores tradiciones de la lucha anticolonial y llevarlas al punto que corresponde.

 

De Vaca Muerta a hidrógeno verde

 

Los modos del saqueo son diversos y Dimitriu se detiene en algunos menos conocidos. Habla por caso de la lucha global por obtener subsidios públicos de las grandes corporaciones que más contaminan. Y los logran. “Cazar subsidios es la consigna. Aunque se disfrazan de verde, son subsidiados en gran escala, reciben regalos en cantidad enorme, por parte de los gobiernos. Los otros días, en The Guardian: el Fondo Monetario Internacional denuncia que el sector de los combustibles fósiles recibe un subsidio de 11 millones de dólares por minuto. Guau. Así que por un lado hablan y hacen reuniones de la COP (Conferencia por el cambio climático), más conocidas como bla bla bla, pero por otro lado al incendiario que está incendiando el planeta le dan 11 millones de dólares por minuto. Bien, sigo leyendo, busco a qué va dirigido: a que otro factor externo sea lo que nos salve. Las soluciones vienen de afuera. Ahora Vaca Muerta, repiten en la Argentina, pero como ya saben que va a entrar en crisis, las mismas empresas petroleras están empezando a entrar por el lado del control corporativo, es decir nuevamente concentrado, de las energías renovables, como sería el hidrógeno verde, eólica, solar, etc”.

El pensador brinda otros ejemplos en los que se usan expresiones como “ecología” o “sustentable” para hacer exactamente lo contrario, bajo control de banqueros, petroleros, mineros, es decir, pone el acento en el secuestro de los sentidos para desviarlos. (“Toxicidad de las palabras”, dice Dimitriu).

Pero ocurre que los programas que sobrevuelan los estados y están a gran distancia de las comunidades son tan enormes que en muchas ocasiones no tenemos conciencia de su magnitud. Y apunta como ejemplo un proyecto para lanzar al espacio no cientos ni miles sino cientos de miles de micro o Pico-satélites, la mayoría de ellos gestionados ante la UIT, para el asombro, desde la Agencia Espacial de Ruanda, debido a diversos beneficios fiscales comparables a los paraísos creados por Inglaterra “para que sus ricos escondan el dinero”.

 

INTA y propaganda

 

Para cerrar esta aproximación a los saberes que comparte, aclara Andrés Dimitriu, con otros pensadores y que expuso en el sur entrerriano, tomamos sus comentarios sobre el INTA. Y es que un plan de alimentación como el que puso en práctica Gualeguaychú de modo incipiente debiera estar impulsado, podríamos suponer, por institutos de tecnología agropecuaria o industrial. Y aquí va la prevención: “el desarrollismo o paradigma de la modernización o ‘revolución verde’ fue un mecanismo de control y manipulación creado por intereses estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial. Consiste en la formación de líderes de opinión que adoptan y luego ayudan a difundir tecnologías convenientes para el modelo. Ese es el sistema -explica Dimitriu- que se aplicó con el difusionismo en toda América Latina, África y en otros lugares: aunque no resultó tan exitoso como pretendían (difícil juntar tantos técnicos sin que algunos tuvieran algo de conciencia nacional); son los INTA, los INTI, etc. Un sistema que proclama ‘ustedes no saben, nosotros sabemos, por eso les transferimos tecnología que ustedes adoptan ’”.

Andrés Dimitriu, ahora jubilado, fue profesor titular e Investigador de la Universidad Nacional del Comahue, Argentina. Miembro de diversas asambleas sociales y ambientales. Y estudioso del origen del INTA desde que fue expulsado de ese organismo en 1976 por la dictadura.

LEER MÁS: lecturas complementarias de Andrés Dimitriu

 

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. Domingo 4 de Diciembre de 2022

 

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