7 de Junio: tierra y alimentos sanos en el Día del periodista
La sugestiva coincidencia de dos conmemoraciones permite reflexionar sobre las causas hondas de la decadencia y los temas clausurados como si fueran tabúes. Otra mirada a la estrecha relación de los frutos de la redacción, la mesa y la historia.
Cada 7 de Junio, como
este miércoles, celebramos el Día del
periodista y el Día de los alimentos
sanos. La coincidencia, por demás sugestiva en nuestro territorio, compromete
a las mujeres y los hombres que ejercemos el periodismo y producimos alimentos
intangibles no siempre inocuos, al tiempo que velamos por los temas principales
de nuestra región: el difícil acceso a los alimentos de la mesa, por ejemplo.
O la pérdida del celo
por la palabra, que ha sido por siglos una identidad en esta región.
El 7 de Junio es
bravo sin dudas, no hay modo de esquivarlo. Si el periodismo toma conciencia
del servicio que puede cumplir con recuperar
la veneración por la palabra y comprender el mundo de los alimentos saludables,
el oficio se convierte en vital, y entramos en un círculo virtuoso.
Y es que por la
comunicación y el plato reverdecen nuestra empatía con la vecindad y nuestra
relación milenaria con la madre tierra, la Pachamama. La pérdida de esos
vínculos ancestrales es un tema prioritario que el poder oculta y el periodismo
puede revelar porque nos desnaturaliza.
El periodismo se
desenvuelve entre límites estrechos y presiones diversas. Esa situación real, a
veces grave porque expulsa a muchos y mantiene a otros bajo amenaza, puede ser
usada también como pretexto para haraganear, digámoslo.
En este país de
alimentos caros, distantes, viejos, envasados, cuando no contaminados y
gradualmente reducidos en su variedad, el 7 de Junio nos llama a cultivar alimentos baratos, cercanos,
frescos, nutritivos y múltiples. Ocurre con los alimentos del plato, el
vaso y la taza, y ocurre con los alimentos de la pantalla, la radio y el papel.
¿Podemos nosotros, los trabajadores, mejorar el menú?
Asombra la cantidad
de niños que mueren en el mundo por la falta de atención en la calidad de los
alimentos, la variedad de enfermedades generadas en el consumo de alimentos en
mal estado o engañosos. Si reunimos los perjuicios de la mala alimentación con
los perjuicios del amontonamiento de la gente veremos que el acceso a espacios
adecuados cobra una importancia superlativa. ¿Es cierto que hay niños que nacen
con un millón de hectáreas, y niños que, al lado, nacen con nada y endeudados?
Sí, es cierto. ¿Y por qué se nos hace tan difícil explicar la decadencia
argentina?
En el mundo de las
palabras entendidas como alimentos no estamos mejor, y a veces parecemos
fuertes pero padecemos de sobrepeso por la comida chatarra a los apuros, si se
nos permite el préstamo.
Periodismo panzaverde
El abecé del
periodismo entrerriano radica en saber que hace 240 años el nicaragüense que le
puso nombre a nuestra provincia, Tomás de Rocamora, ya advirtió al poder
central que debíamos disputar la tierra a los terratenientes, foráneos en su
mayoría, para que encontrara acomodo la familia humilde. Y saber que, contra
ese mandato, hoy existen decenas de miles de familias ya desterradas, o
subsistiendo en el amontonamiento, mientras unos pocos medran con propiedades
inmensas, con el guiño de sus socios de la política que administran el estado.
Es decir: si los periodistas ayudamos a escuchar a Rocamora, ya estamos
prestando un gran servicio.
Antes que Rocamora,
charrúas, guaraníes, chanás, dieron su tiempo, su salud, su vida, por
sostenerse en territorios comunitarios, contra la intención del conquistador
que los quería reducidos: sin tierra, sin selva, sin lengua, sin cultura
alimentaria propia. Para encajarles sus creencias, su idioma, sus costumbres,
convertirlos en siervos, violarlos y acaparar todas las tierras, patentadas al
fin por un puñado de invasores, a quienes el nuevo sistema rinde homenaje, por
ejemplo (y en el extremo del oprobio), con el nombre de Los Conquistadores a
una ciudad.
En la Argentina, el
combo de colonialismo, racismo, supremacismo, capitalismo, uniformidad y
violencia, se manifiesta con claridad en la relación de las familias con la
tierra. O mejor, en el distanciamiento del ser humano y la Pachamama. Y para
sostenerlo se requiere de una anestesia que aplica el sistema sobre
las personas: la ignorancia. ¿Por qué vías? Las aulas, los templos, las
pantallas.
Saberes ancestrales
Las luchas de siglos
florecieron a principios de 1800 con la revolución federal, por la soberanía
particular de los pueblos, pero el poder colonial volvió a acallar las voces.
Cuidar la
biodiversidad, cuidar la reproducción de los animales domésticos, cuidar el
territorio que brinda sombra, espacio, agua, alimentos, paz; construir aguadas
cercanas, conocer los árboles, las aves, facilitar el acceso a la tierra a los
marginados, en fin: hay testimonios registrados por siglos, que demuestran la
conciencia social en torno de los alimentos y de la vida saludable en la
naturaleza, y contra los hábitos nocivos enfrente de la naturaleza que
experimentamos hoy.
Desoyendo la historia
y, más aún, desoyendo los saberes ancestrales, existen decenas de miles de
familia sin un metro cuadrado donde cultivar una huerta, donde plantar un
naranjo, donde escuchar los trinos y celebrar la armonía. Esas familias suelen
comprar alimentos que en vez de ser producidos en la vecindad vienen de miles
de kilómetros, gastando combustibles, cubiertas, tiempo, envases, con una
intermediación que encarece el acceso a esos bienes, como lo encarece la suma
de impuestos, es decir: el estado conspirando contra la alimentación.
Tenemos en Entre Ríos un promedio de 200 metros de costas
de ríos y arroyos por familia. ¿Quién se quedó con la suya? Agua, tierra, clima benigno, paisaje
inigualable, ¿en manos de quiénes?
Así hemos llegado a
una distancia extrema entre la producción de los alimentos y la mesa familiar.
Ese abismo entre la Pachamama y la persona humana tampoco es inocuo: lo
aprovechan los sectores de poder para la economía extractiva. El
desconocimiento facilita el saqueo, al punto que el sistema ha logrado que la
juventud ni siquiera reclame un pedazo de tierra, una fuente de agua. ¿Cuánto
falta para que también le alambren el aire?
Reaccionarios
Si las 100 mil
familias entrerrianas más pobres, en el grado indigente, recibieran 10
hectáreas cada una, con 1 millón de hectáreas provocaríamos una revolución.
Como la superficie
productiva de Entre Ríos es de 5 millones, quedarían 4 millones de hectáreas
para seguir con una variedad de modelos conocidos o posibles. Aparte, 2,8
millones de hectáreas para los humedales y los montes preservados, si
consideramos que la superficie total de la provincia es de 7,8 millones de
hectáreas.
Claro, se dirá, cómo
lograr semejante cambio, de dónde saldrían los fondos. Muy sencillo: estamos
hablando de 3 mil millones de dólares para comprar 1 millón de hectáreas, y ese
monto equivale a sólo un tercio de lo que el estado nacional ha invertido en
Aerolíneas Argentinas en una década y pico (9 mil millones de dólares). Como se
ve, todo depende de las prioridades de los políticos, es decir: si subsidian a los que viajan en avión o
les devuelven tierras, libertad y dignidad a los humildes. Lo que equivale a
decir: si son reaccionarios o revolucionarios.
Se dirá entonces que
con 10 ha una familia no vive. ¿Y por qué, entonces, si una familia no puede
vivir con 100 mil metros cuadrados, pretenden que viva sin siquiera un metro
cuadrado?
El sistema actual,
grotesco y perverso, sólo se sostiene mediante la confusión. Para que muchos no
alcancen a ver el monstruo se necesita un mecanismo de confusión perfectamente
orquestado.
Si decimos que Entre
Ríos tiene 7,8 millones de hectáreas mentimos un poco, porque tiene 7,878, es
decir: nos quedaban afuera 78 mil hectáreas. Y bien: si las 100 mil familias
más humildes recibieran cada una un terreno de 50 metros por 50 metros (un
cuarto de hectárea), bastaría con 25.000 hectáreas para librarlas del
hacinamiento actual. Un cambio fenomenal, y con solo media estancia de las
decenas de estancias que hieren los ojos en manos de capitales foráneos que
padecemos por aquí. Quiere decir que con la superficie que no contábamos (por
redondear), con esas 78 mil hectáreas, pueden recibir un terreno de 50 x 50
unas 300 mil familias entrerrianas (80 % del total).
Dos latifundios
Con vistas al Día del
periodista aquí ejercemos uno de los géneros del periodismo: la interpretación.
Veamos entonces cómo el sistema nos aleja de los alimentos inocuos que este 7
de Junio pretende recuperar y celebrar. Los entrerrianos padecemos dos tipos de
latifundio: la gran extensión de 30 mil hectáreas o más, con producción
extensiva, pocos obreros y propietarios foráneos en la mayoría absoluta de los
casos, hoy como ayer; y los cientos de
hectáreas acumulados por la patria contratista y el inmobiliarismo dentro de los
ejidos urbanos, con fines especulativos, es decir: empresas socias del
poder político, que se adueñan de superficies compradas como campo, baratas,
para luego negociar con ventajas con el estado (servicios, loteos, obras
públicas), y en esa negociación espuria sacar pingües diferencias y dejar como
retribución algunos fondos para las campañas partidarias.
Algunos de los
sectores que prometen soluciones habitacionales son en verdad los que mezquinan
esas soluciones. Por eso, en el Gran Paraná abundan los predios enormes sin
gallinas, sin vacas, sin caballos, sin cerdos, sin casas, sin niños, sin
huertas, sin árboles, sin nada de nada, y así por años. Algunos municipios
cobran altas tasas al común de las familias, por los baldíos, pero esas normas no tocan a los parásitos del
estado, terratenientes urbanos, que en cambio arreglan con la provincia y
no pagan en las comunas… Sí, aunque parezca mentira.
Ahí donde los
humildes podrían cultivar unos zapallos, criar algunas aves, plantar unos
frutales, establecer un tallercito, reina el desierto, la especulación a cielo
abierto, hasta que una licitación amañada o alguna compra directa forzando las
normas pague por esa tierra lo que no vale. De los organismos estatales que
manejan las licitaciones (las de un solo oferente dan risa de tan obscenas)
suelen salir candidatos principales en las listas electorales, como es sabido.
Cuando por alguna
casualidad o por el coraje de algún periodista las trapisondas llegan a los
tribunales, los empresarios aceptan sus canalladas, pagan el uno por ciento de
lo que se llevaron, y vuelven al ruedo, bajo el amparo del poder socio de la
política.
Ahí el sistema que
impide a las familias pisar un terreno donde vivir, donde obtener sus alimentos
inocuos. El sistema que priva a la juventud de alternativas y la embreta en la
violencia y las drogas.
Es un problema de
salud. Pero el colonialismo ha logrado encerrarnos en sus compartimentos
estancos, entonces llama salud al yeso en el brazo, pero no llama salud al
acceso a los alimentos sanos y cercanos. Por disparatado que suene.
Tender la ropa
El latifundio urbano
es tan nocivo como el latifundio clásico, y daña de manera directa a las chicas
y los muchachos que intentan formar parejas, a esas familias privadas de un
lotecito donde edificar una habitación y un baño, cultivar sus alimentos,
emanciparse de los punteros. Los gobernantes pueden ceder en mil asuntos
y llamarles "derechos humanos" en tanto eso no signifique tocar
siquiera la tierra y los bancos, es decir, molestar a sus socios.
Los dos latifundios
dañan a la niñez, alejándola de los frutos de la tierra y de los oficios
vinculados a la Pachamama. Enferman porque el desarraigo y el hacinamiento
enferman.
Hay casos un poco más
benignos, en la misma matriz: la entrega de viviendas a familias marginadas en
espacios de 8 metros por 20, con suerte, con un patio que apenas alcanza para
tender la ropa, cuando alrededor sobran centenares de hectáreas vacías,
vaciadas, en manos de especuladores. Es obvio que los más humildes son los que
más necesitan un espacio amplio para vivir y alimentarse, y para librarse de
las dádivas de la burguesía en el poder, que se siente satisfecha en la
mediación, repartiendo aquí lo que quita allá.
Casa, comunidad,
espacio, alimentos, despotismo con maquillaje filantrópico, todos temas que nos
presenta este 7 de Junio.
Las rendijas
Contar hazañas de
jefes guerreros o anunciar que zarpa un barco: el periodismo tuvo un origen
militar y comercial hace dos mil años. Dependía en su momento de poderosos de
la política y la economía. ¿Y ahora?
Cuántos presidentes y
gobernadores se mueren por contar sus "gestas" al modo de un Trajano,
de un Julio César, por dejar susnombrecitos en cada ladrillo, y para ello
quieren poner a los periodistas de lustrabotas.
La palabra, según
nuestras tradiciones, está en el origen de la vida, pero los poderosos creen
que la palabra está a su servicio.
Con el paso de los
siglos la sociedad se ha generado expectativas con las noticias y las
interpretaciones, y cree hallar en el periodismo cierta capacidad de
distanciamiento, de objetivación, una mirada sin intereses personales ni
sectoriales, en condiciones de cantar la justa. Lo cual tiene algún asidero, y
es también una creencia.
¿De qué vive el
periodista, sino del sistema? Gobiernos, corporaciones, banqueros,
industriales, exportadores, poderosos de toda laya. Las instituciones que
convalidan o legitiman el sistema son las que reparten espacios y prestigios
también dentro del periodismo. ¿Es entonces una utopía reclamar esa
independencia? De ninguna manera: los periodistas cultivamos una especial
capacidad para hallar rendijas, para cuidar el oficio y a la vez ejercerlo.
No vamos a enumerar aquí los esfuerzos de unos y otros; las tensiones, las
zozobras, los riesgos, que exige el periodismo.
¿De qué depende esa
capacidad? Es distinta en cada cual, pero requiere de amor, apertura al
conocimiento, serenidad para escuchar, velocidad para actuar, fundamento,
desapego, coraje. Para ello, el periodista echa espalda propia y busca lugares
que lo sostengan, o se los hace.
También requiere
afinar la relación auténtica en la vecindad, cultivar la confianza aunque ello
significa asumir riesgos. Al contrario de lo que pueda pensarse, el periodista
no es desconfiado. ¿Por qué? Porque el
centro es el tejido comunitario, el periodista es persona en comunidad, y nadie
participa realmente de la comunidad en la desconfianza.
Eso no equivale a
usar la confianza para obtener datos, al modo de un espía. El periodista sabe
perderse notas, perderse títulos, perderse primicias, si el dato le llegó por
una relación de confianza.
Conciencia y verdad
El periodismo está atado
a la conciencia y a la verdad, no a los caprichos, a los intereses, a las
modas, y tampoco a las mayorías. Es decir: el periodismo no está atado.
Y a no alarmarse:
tampoco la justicia está atada a las mayorías. Por eso hablamos de jueces de la
república. No se trata de cantidad sino de verdad. Un ejemplo: el periodista
puede cuestionar a un gobernante así sea votado por las mayorías. Puede hacer
talón en la verosimilitud y señalar la corrupción sin esperar un fallo, porque
el periodista no depende del juez, aunque comprenda los alcances de ese
sistema. Su ámbito es la comunidad, anterior a cualquier organización feudal,
estatal o corporativa.
Tampoco está atado a
los usos de la economía. Y aquí otro ejemplo: el sistema permite negocios con
la tierra como si se tratara de un bien transable cualquiera, y el periodista
no se atiene a esa regla inventada por los dueños de las superficies, todo lo
contrario: si conoce la realidad, combate esa costumbre. Y es que el periodismo
pierde razón de ser cuando se alinea al sistema de modo acrítico.
La tierra no es una
mercancía ni es un derecho. La tierra es el lugar de la vida y es la vida; como
decimos en nuestros pueblos milenarios: la tierra no es del hombre, el hombre
es de la tierra.
En la estructura
económica actual se comprenden las parcelas usadas por familias para desplegar
la vida y producir sus alimentos, y mejor si es con trabajo colectivo y
festivo, aunque las políticas, por décadas, atentan contra la familia y el
trabajo comunitario y las parcelas pequeñas. Pero una cosa es una unidad
económica (que varía según la zona, el clima, el rubro), y otra muy distinta es
el uso de la tierra para acumular riquezas, anclar ganancias obtenidas en
distintas actividades, apropiarse del planeta desde un inaceptable criterio de
propiedad absoluta.
Tierra, pelota y perros
¿No es el estado el
que permite que una sola persona acumule en la Argentina 1 millón de hectáreas,
mientras hay millones de personas que no tienen dónde caerse muertas?
¿Por qué aquellos que
más conocen la tierra y los alimentos no tienen tierra?
¿Quiénes compran
tierras en Entre Ríos, en zonas rurales y urbanas? Veamos: multinacionales,
sociedades anónimas, empresarios de la construcción, contratistas del estado,
banqueros, ricos de Europa, futbolistas, sindicalistas, políticos,
industriales, militares, ministros, abogados, actores de cine, cantantes; ¿no
es el estado el que impide que las familias campesinas y las familias del
barrio accedan al terreno que necesitan para alimentarse?
¿No es el estado racista el que quitó tierras a los
pueblos originarios a sangre y fuego para repartirlas entre los poderosos? ¿No sabíamos eso? ¿Y por qué habríamos de
saberlo, si el mismo estado que facilita la concentración de la tierra en pocas
manos es el que baja línea en las escuelas y los medios masivos y los templos
con la firme determinación de ocultar los verdaderos problemas del país? ¿No es
el estado el que nos hace naturalizar el despropósito de colocar la tierra al
mejor postor y alejarla puntillosamente de aquellos que más la necesitan? ¿No
es la connivencia de sectores de poder, entonces, la que aleja al ser humano de
sus alimentos sanos, cercanos, baratos, sabrosos, variados, y separa a las
comunidades de su propio entorno? ¿No es esa connivencia la que ha destruido
las comunidades campesinas, y destruye la sociedad urbana mediante el
amontonamiento, y la asistencia de familias "sobrantes" como se
atiende a los perros de la calle en una perrera de las de antes? ¿Y no son esos
mismos sectores los que ponen al periodismo entre la espada y la pared, para
que se incline?
Prioridades cabeza abajo
Los entrerrianos tienen
problemas para circular en la mayoría absoluta de sus caminos cuando llueve.
Por eso las familias no se establecen en zonas sin caminos seguros, dado que no
tienen garantizada la educación ni la salud ni la producción en rubros
familiares como los pollos, las gallinas, el tambo. Y como hemos visto, también
tienen problemas de vivienda y espacio, y el subsidio a las personas que viajan
en avión nos privó de adquirir 3 millones de hectáreas feraces para iniciar una
revolución agraria sin precedentes. Hace falta conocer la sucesión de
opresiones que derivó en la inviable situación actual.
Vale señalarlo porque
las cantidades de dinero y las superficies grandes suelen confundirnos. La
palabra al servicio del poder es un flagelo.
Y para advertir que
sectores políticos ubicados de un lado o del otro lado de la pretendida grieta
coinciden en sostener políticas reaccionarias, de un estado vertical colonial
despótico, lejos de las necesidades de la biodiversidad y sus poblaciones,
incluida la especie humana.
Con el déficit de
Aerolíneas compramos 3 millones de hectáreas aquí, pero en la Patagonia, y en
tierras aceptables, 6 millones. ¿Dónde está el problema con el pueblo mapuche
que reclama un espacio, sino en un estado que, como sus sucesivos gobernantes,
tiene las prioridades cabeza abajo?
Día del periodista y
Día de los alimentos inocuos: si este 7 de Junio no nos alumbra, podemos
entonces perder las esperanzas.
Daniel Tirso Fiorotto. UNO. 4 de junio 2023
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*Tenemos en Entre
Ríos un promedio de 200 metros de costas de ríos y arroyos por familia. ¿Quién
se quedó con la suya?
*Parecemos fuertes
pero padecemos de sobrepeso por la comida chatarra a los apuros.
*El conquistador los
quería reducidos: sin tierra, sin cultura alimentaria propia.
*Llaman salud al yeso
en el brazo, no llaman salud al acceso a los alimentos sanos.
*La palabra está en
el origen de la vida, los poderosos creen que está a su servicio.
*Políticos de un lado
de la grieta y del otro coinciden en políticas reaccionarias.