De arar con las mulas a vivir sobre los aviones como mecánico
El destino de un niño campesino nacido en Paraná, y sus anécdotas imperdibles. Pablo Oscar Burgos narró curiosas historias de San Benito y Colonia Avellaneda, entre huertas, piedras, faenas impensadas y talleres de alta tecnología.
El paranaense Pablo Oscar Burgos fue ingeniero de vuelo, mecánico de vuelo y paracaidista de
salvamento y rescate en la Armada Argentina. Integró el Servicio de Aero
Rescate -SAR-, con operaciones en todo el Atlántico Sur, hasta la Antártida.
Estuvo 15 años a bordo de esos aviones. Luego le dieron el pase al Portaaviones
25 de Mayo, donde se desempeñó como Director 3 de Cubierta de Vuelo, hasta su
retiro.
El año pasado
estuvimos con él en su casa natal, en el barrio Los Zorzales, de Colonia
Avellaneda, junto a su hermana Norma Susana Burgos. El diálogo recorrió su vida
en el aire, pero más nos detuvimos en su infancia en Colonia Avellaneda, sus
conocimientos de oficios gauchos, y su acercamiento a la aviación por la
vecindad con una empresa dedica a la reparación de aviones junto al arroyo Las
Tunas, hacia los años 57, o 58.
Entonces Pablo Oscar
nos contó sobre sus trabajos con mulas, la empresa de sus abuelos que extraía
piedras del arroyo Las Tunas, las faenas en tiempos de creciente, las
costumbres antiguas de la gente de a caballo. La charla se dio al lado de un
pozo de agua de casi 150 años, que preserva la familia, una de las
construcciones más antiguas de la zona, junto a la calle Bertoldi del barrio
Los Zorzales. Pocos meses después falleció en Santa Fe, pero nos dejó este
recuerdo.
Losas de Paraná
Pablo Oscar era hijo
de Pablo Burgos y Marcolfa Fosca Picotti. “Nací el 4 del 4 del 43 en Paraná y me crie
en esta zona de Colonia Avellaneda. Porque acá estaban mis abuelos maternos Santiago
Picotti y Saula Mena. Ellos son papás de doce tíos míos. El abuelo con los
tíos, cuando fueron un poco más grandes, eran los únicos que sacaban pedregullo
del arroyo Las Tunas, a la altura de donde está el puente ahora. Y con un carro
que tenía ruedas enormes tirado con catorce caballos lo llevaban para hacer las
losas. Era la única piedra que había. Las losas de muchos lugares de Paraná se
hacían con el pedregullo del arroyo las Tunas. Supongo que sería el trabajo que
hacía el agua en la broza”.
—Así que conoce estos campos de chiquito.
—De andar gateando. Mi papá trabajaba en el ferrocarril y tenía servicio
ambulante, lo trasladaban a una estación, estaba un mes, dos o tres, entonces
nosotros veníamos una o dos veces al mes a pasar a la casa de los abuelos. Se
venía con los chanchos adobados adentro de un cajón, ahí había horno de barro y se hacía ahí. Acá enfrente,
este campo de Aguer era hermoso. Estaba cuidado, se sembraba cebada y alfalfa.
Tenía la mejor hacienda de los rodeos para sacar leche. Hacían las cruzas para
tener la mejor raza. Holando argentino. Yo trabajé para Aguer.
—¿Qué hacía usted?
—Manejaba el arado
con seis mulas. Arado de dos rejas. Todo eso que está ahí era de él. Yo tendría
12 años.
—A esta zona cómo le
llamaban?
—Estaba todo
mezclado. Colonia Nueva, San Benito. No teníamos metido en el mate que esto ya
pertenecía a Colonia Avellaneda… Acá había trigales de Francisco Bertoldi, el
hombre que se ahogó en el arroyo las Tunas.
—¿Ese francisco será
hermano de don Tito?
—Sí, hermanos.
—¿Cómo se ahogó?
—Tenía unos animales
en una pañoleta que tenía el arroyo, una isleta seca donde el arroyo daba
vuelta. Ese día parece que se cortó con la gran creciente... En esa época venía
gran cantidad de hacienda medio ahogada. Mis tíos, que tenían 20 o 30 años,
enlazaban los animales cuando pasaban el puente. Y acá teníamos carne para
hacer charque, un montón. Chorizo, todo. Venía la vaca, el chancho, los
caballos. Venían 50, 60 animales. Ahí elegían, lo metían arriba del carro.
Algunos medio vivos. Ponían el carro, las varas para arriba, se sacrificaba, y se
sangraba ahí. Acá estaban las abuelas, las tías, se hacía la gran carnicería,
nadie reclamaba nada porque eran ya animales muertos. Ahí había gallos, patos,
de todo. Se hacía charque en grandes cajones. Se salaba…
—¿Qué superficie
tenían acá los abuelos?
—Esto nomás, dos
hectáreas.
Antiguo pozo
—¿Y qué hacían acá?
—Tenían el depósito
de la piedra. Otra cosa característica: ese pozo está hecho 1879. Tiene 24
metros de profundidad. Es para sacar a balde. El agua era riquísima. Era
nuestra agua. Con un caballo se tiraba en dirección a esa tuna. Se vaciaba ahí.
Era para alimentar a los animales. Por esa calle pasaban las haciendas que iban
para el frigorífico. Grandes cantidades, tropas completas. Todo a pata. Este paso
en Las Tunas era transitable, vos podías pasar con el sulky, con el carro. No
había puente. Había un badén. Entonces esa hacienda dormía entre el arroyo y
esta esquina. Ahí los gauchos pernoctaban de este lado, pero hacían el asado por
acá. La comida nocturna era acá. Tenían agua fresca. Y el agua que era para los
animales. Y las vacas tenían cría acá. Entonces, los terneritos para nosotros.
Los criábamos con mamadera. La abuela tenía vacas. Después, ya terneros
mamones, 100 y pico de kilos, había una carnicería, donde está Aguer. Y los
sacrificios los hacían acá. Donde está esa casita amarilla estaba el matadero. Era
hacienda baguala que traían del monte, qué se yo. Había muy buenos alambrados. Pero
con el olor a sangre se piraban, entonces ¿qué hacían los gauchos? Corrían al que ya tenía sentencia, y con el machete le cortaban los garrones, los desgarretaban. Los colgaban de las patas y ahí se
sacrificaba el animal.
—¿Usted lo vio?
—En vivo y en
directo.
—Cuénteme de los
vecinos.
—Francisco Bertoldi, Pedro
Bertoldi con doña Luisa Bovier, eran friulanos. Hablaban el friulano. Yo
también hablaba bastante. Porque estaban los pibes, intercambiábamos todo el
día, bolita, pelota. Ahí en la quinta de ellos contra el arroyo había sandía,
melón, maíz, así que nosotros nos hacíamos la panzada. También estaban la Negra
y la Lula y el Cholo, también Bertoldi, y estaba Ángel Bertoldi que era el
hijo, después fue oficial de policía, y el Tito Bertoldi. Criollos había pocos.
Estaba don Justo Pralón, el pocero. Hacía pozos de 60 metros. A pala y balde...
A la esposa le decíamos Justa, curaba del empacho. Doña Mercedes era la
curandera, de tirar el cuerito, te curaba del mal de ojos. Más allá de la
tapara de Bertoldi viejo, el ahogado, estaba la familia Londero. Una familia
grande. Tenían hacienda, tambo.
—¿En esa época pasaba
el tren?
—Sí, sí. En la
escuela nos daban un pan, y con un palo se lo pasábamos a los maquinistas,
entonces nos tiraba leña buena y carbón, para la fragua, que le traíamos a don
Francisco. Trueque. Éramos todos gurisitos cabezudos.
—Me decía que cazaban
perdices por acá.
—Claro, en el campo
de enfrente, todo cuidadito, estaba limpio. El arroyo siempre corrió ahí
(actual Los Zorzales). No tenía nombre. Aguas abajo se hacían unas lagunas hermosas,
agua cristalina, permanente. En verano íbamos a bañar los animales, los
caballos. Pero todo el tiempo lo usábamos para refrescarnos a la siesta. El
arroyo Las Tunas tenía agua limpia, de vertiente, hasta que vino aguas arriba
el parque Industrial, se pudrió. Hoy no encontrás ni un grillo. En esa época
era todo cristalino, en cualquier lugar nos zambullíamos y había pescados
riquísimos, tarariras, ranas, había vida.
—Después fue mayorcito,
hizo la primaria.
—De chiquito, tenía
mis tías, cada una tenía uno de los críos, entonces era la maestra jardinera.
Los dos o tres primeros años fui a San Benito. Y de San Benito nos pasamos a la
escuela Montórfano. Terminé la escuela yendo con la bicicleta que me compraron
cuando había cumplido 11 años. Después me dediqué a arar con los burros (las
mulas). Como un año. Y se armó ahí en Las Tunas (San Benito) la pista de
aterrizaje. Año 57 tal vez… Yo me fui en el 59 y tenía 15 años. Como le digo… Estaba
de este lado del arroyo y del otro lado de la ruta. No había cable, nada.
El aprendiz
—Un aeródromo.
—Aeródromo. Venían
aviones chicos de todo el país, y dormían ahí. Había unos hangares
prefabricados. Los aviones se guardaban ahí. Tenían abundante combustible,
hacíamos combustible con mi hermano. De estar con las mulas me iba a charlar
con los muchachos, me llamaba la atención. Viene el dueño un día, ‘¿usted qué
hace acá?’ ‘Estoy tratando que me termine de guastar esto, las llaves, las
tuercas…’ ‘¿Y no quiere venir a trabajar acá?’ Era lo máximo que me podía
pasar. Estaba el viejo Calderón, caldera. ‘El señor va a trabajar con vos,
enseñale el oficio’. Y se fueron. Entonces me crucé acá, me debían como 15
días, ‘señor, mucho gusto, me voy a trabajar con los aviones’. ‘No, no puede
ser’, qué se yo, qué se cuánto. ‘Sí, le digo, a partir de mañana…’. Entonces el
viejo se corre y le dice al señor Orlando Tate que era el dueño, un oficial de
Fuerza Aérea, dice ‘mire que este negrito es de mala calaña’. ‘Bueno,
despreocúpese que yo lo voy a formar’.
—¿Qué hacían?
—Entelaban los
aviones de tela en el 8808 de Almafuerte, había un taller, todavía está el
edificio. Se entelaba, se armaba y se recorrían los motores. Allá. De allá
venían desarmados y se rodada acá toda la noche. En marcha, trrrrr, se tomaba
temperatura, presión, acelerar, desacelerar, lo paraban, lo ponían en marcha.
Así toda la noche. Éramos tres vagos.
—Así que aprendió
mecánica.
—Ahí, sabe qué,
estaba así (filoso). Entonces me lleva el papá de Orlando Tate, un viejo
maldito, dice ‘yo me voy a llevar al Negro para trabajar conmigo’. ‘Bueno’,
dice Orlando. Me pregunta, ‘¿usted quiere ir a trabajar…?’ ‘Yo puedo trabajar
en cualquier parte’ ‘Mirá que te va a venir bien porque el tipo te quiere’.
‘Pero si ese no quiere ni a la madre’. ‘No, no, parece que no sé por qué…’
Entonces me iba en bicicleta a Almafuerte 8088. Habré ido cuatro días, y el
viejo me compra una moto. Una Puma. Nafta tenía de sobra. Entonces fui a
trabajar con él para armar los motores. En el corazón del avión. Algunas reglas
eran insalvables. ‘Usted no puede entrar acá con las patas que llega de la
calle, entra descalzo o en media. Hay elementos que no pueden entrar en
contacto con el polvo’. ‘Sí señor’. Así que me llevé mis alpargatas. Para
entrar, nuevas sin uso. Un día viene él con los tamangos llenos de barro. ‘Shh,
señor, acá no, usted a esos zapatos los deja afueras, si quiere le puedo
prestar mis alpargatas’. Abrió los ojos así. No, no, yo me voy a cambiar…
(risas). Después el viejo me adoraba.
—¿Siguió con esa
actividad?
—Seguí. Ese era mi
oficio. Mecánico de aviones. No me tocaban el culo ni con una caña de pescar.
Había mucho trabajo. Pero Orlando Tate necesitaba terminar los entelados de las
alas, y demás. Dice ‘mirá’ (le pedía permiso al papá para usarme a mí), ‘¿puedo
usar al Negro para pasar dope (un endurecedor de la tela). ‘No, llévelo’. Ahí
estaba todo el día, comía en el comedor de enfrente cruzando la calle, haciendo
el entelado. Duraba cuatro días. El fuselaje, todos los planos de sustentación.
Nueva etapa
—Era la reparación.
—Claro, la reparación
general de aviones. Después los traían a volar acá. ¿Quién volaba ahí, de
copiloto? Papá (él mismo). Después se cambió el taller al Aeroclub. Y se
suspendió la actividad aérea acá. ¿Y adónde va a parar el gaucho hilachento? ¡Allá!
Estuve por lo menos dos años. Un día agarro un diario: ‘Incorpórese a la Armada’.
Y todas estas especialidades… Mecánico de aviones. Ahá, acá está lo mío. Le
comenté al viejo, a mi viejo formador, dijo ‘ya, raje’. ‘Perooo’. ‘No, no, vos
tenés que hacer tu vida’.
Entonces voy y rindo
en el Puerto de Paraná, en Prefectura. Salí cómodo, número 10 de como 90 y
pico. Cuando vengo, paso por Almafuerte. ‘Don Orlando (Tate), perdóneme, estoy
incorporado en la Marina de Guerra’. ‘Pero vos sos loco’. ‘Sí, ya rendí, rendí
bien y muy bien’. Se quería morir. Yo tenía 15 años, apenas cumplidos. Dice ‘yo
te tengo el lugar para que vos seas piloto comercial’. ‘No, le agradezco, pero
ya está’. Me dice ‘vos sabés que me jode que te vayas, tenemos todo organizado,
pero está bien. Tenés que hacer tu vida. Vení mañana pero no vayás a trabajar,
vení acá a la oficina’. Vine, me dice ‘vos no has tomado nunca unas vacaciones’.
‘Qué vacaciones, yo estuve entusiasmado con los fierros’. ‘Pero claro que eso
me consta, por eso no te quiero dejar ir’. Me dice ‘cualquier inconveniente que
tengás, presentá esto, es un documento que no se da todos los días’. Una carta,
no sé lo que puso. Mi incorporación fue en la isla Martín García, ahí éramos
3.000, una nube, de todos los colores. Estábamos en divisiones de a 30, 32.
Llaman a elegir las especialidades, puse aviación naval. ‘No, aviación naval,
ya me tienen podrido, todos quieren ir a los aviones, ¿qué se creen, que son
mariposas?’ (risas). ‘Mire, yo he trabajado en aviones, por eso quiero seguir’.
‘¿En aviones, usted, con esa cara de loco?’ Y el tipo abrió el sobre. Un
oficial. ‘A, la mierda’
—Ahí empezó su
carrera en la Aviación naval en la Armada. Habrá andado por todo el país.
-Por cada rinconcito
del país. Y en todos los países vecinos. Después en Toronto, Canadá. Ahora vivo
en Santa Fe. Pero yo volaba. Era ingeniero de vuelo, mecánico de vuelo y
paracaidista de salvamento y rescate. Integrante del SAR, Servicio de Aero
Rescate. Operábamos todo el Atlántico Sur, hasta la Antártida. Operé ahí casi
15 años, a bordo de esos aviones. Y me dieron de pase al Portaaviones 25 de
Mayo. Ahí estuve como Director 3 de Cubierta de Vuelo. Hasta que me fui de baja
de la Armada.
Aquel niño
—Así que todo a
partir de este avioncito de acá.
—De este avioncito.
El cariño que le tengo. Estaba de la ruta para allá, un poquito antes de esos
negocios que están ahora. Eso supongo que era alquilado por Orlando Tate.
—¿Qué aviones había
en aquellos inicios?
—PA 11, PA 12 (los
Piper), Cessna 180, un Luscombe Silvaire que yo había salido a volar. Aquí
volábamos bastante. ‘Mañana vamos a Misiones’, a la selva, llevábamos repuestos
Deutz, y traíamos los viejos. Un día venía del aeroclub Diamante para acá, con
repuestos para tractores Deutz y acá se le cortó un cable de freno, cuando
aterrizó se azotó. Así que tengo una marca acá, iba con Orlando. Habrá sido 58
o 59.
Pablo Burgos podía
estar horas contando anécdotas. Dijo que uno de sus hermanos se incorporó
también a la Armada en la especialidad de mar, Contramaestre. Que tuvo una
infancia feliz en Colonia Avellaneda, con amigos que lo acompañaron en mil y
una aventuras, como las salidas de caza, o la construcción de una canoa con
chapas de fuentones viejos, con la que remaban en el río Paraná.
La zona cuenta hoy con
numerosas familias jóvenes, el arroyo las Tunas está contaminado, algunos de
los predios que Burgos araba con sus mulas son espacios vacíos, pero queda en
el barrio Los Zorzales un antiguo aljibe como testigo
de un clima de
vecindad siempre renovado.
Daniel Tirso
Fiorotto. UNO. Lunes 10 de julio 2023.