Luz, silencio y soledad en Fortunato Calderón Correa

En tiempos de disputas y promesas políticas, una voz que nos previene de las apariencias. “El desarrollo tecnológico ha entrampado a la humanidad”, dice el escritor de La Picada, tan abierto a la naturaleza como lejos de las academias.

 

Hoy valoramos la tecnología porque nos permite leer un libro, navegar por internet, conversar a distancia, disfrutar del confort, viajar. Al mismo tiempo, nos queda la impresión de que la tecnología sustituye capacidades propias del ser humano, no nos ayuda mucho en lo más hondo de nuestra condición (la amistad, el amor, la conciencia, la solidaridad); nos disputa puestos de trabajo, y adquiere un ritmo propio, no espera los tiempos, los ciclos, del ser humano o de otras especies.  En estos días, los actores y guionistas de Hollywood están de huelga enfrentando a la inteligencia artificial, por caso.

El auto que mata comadrejas y seres humanos por igual en la ruta es  otro ejemplo; o el cajero automático y la respuesta automática en el teléfono, cuando al lado hay miles de desocupados marchando por un mendrugo. Aquí se abren diversos interrogantes: por un lado, en teoría, podríamos pensar en retornar a otros modos antiguos, sin domesticar siquiera las plantas o los animales. Por otro, podríamos pensar que la tecnología es una capacidad de una especie, la humana, y tomarla como algo natural. E imaginar un modo de hallar una armonía, un equilibrio.

Exponemos estas opciones ante el escritor paranaense, hoy radicado en La Picada, Fortunato Calderón Correa, que presentamos de entrada alejado de las academias, aunque es hincha histórico de la Academia (Racing), un detalle que a él no se le pasaría. Entonces escuchamos esta reflexión: “Lo natural es lo que expresa sin mediación lo que es propio de cada uno, su ‘dharma’, el ser propio que cada uno debe descubrir y seguir fielmente para ser él mismo. La frase ‘el temperamento es el destino’ se refiere a eso, porque el temperamento, a diferencia del carácter, permanece esencialmente invariable. El hombre es capaz de potenciar sus facultades mediante la tecnología -añade nuestro entrevistado-, hasta convertirse en un superhombre, como parece hoy cualquiera que use un teléfono celular. Pero así como las visiones que se obtienen mediante drogas desaparecen cuando se acaba el efecto y encadenan a dosis crecientes, sin la tecnología a que se acostumbró el hombre se siente desnudo e impotente, abandonado y frágil. Entonces sospechamos que el hombre del paleolítico, del que nos han dicho que se medía con las fieras casi con solo las manos, era capaz de hazañas fuera de nuestro alcance”.

Luego agrega: “el desarrollo tecnológico ha entrampado a la humanidad, ha hecho frágil a la sociedad humana, que ahora depende de un botón rojo, de un fallo global de internet, de un apagón súbito, para desaparecer. Sin embargo, la maravilla está a la puerta. El conde Arnaldos, en el famoso romance español, supo de pronto que hay cosas que no se explican por la caza, el amor, la música, la ciencia ni nada que podamos aprender. En la playa, escuchó de un barco una canción que no era música; sintió el poder prodigioso que emanaba de ella y quiso saber; la respuesta que recibió fue: ‘yo no digo mi canción sino a quien conmigo va’. El que dio la respuesta era un marinero que iba solo en el barco con velas de seda y tablas de coral, maravilloso como la canción, capaz de dejar en el olvido y en el sin sentido las leyes naturales y las costumbres habituales de todas las cosas. Solo que para asimilar el canto prodigioso era preciso abandonar todo, y ante todo la propia individualidad, para volverse capaz de reconocer en sí la presencia de una potencia sin par, hasta ese momento desconocida. ‘El que conmigo va’ se debe convertir en mí mismo, ya no debe ser deportista ni amante ni nada en particular. Así resulta de la recomendación taoísta ‘descubre el infinito y piérdete en él’”.

El romance del conde Arnaldos y el marinero alude al desapego. Al traerlo a colación en el actual mundo del consumismo y de los brillos tecnológicos, Calderón Correa nos mueve la estantería.

 

¿Maravillados o angustiados?

 

—Me levanto, preparo un mate, y veo en el jardín unas flores variopintas, escucho los trinos y medito sobre estos privilegios. Entonces me pregunto: si alcanzo a apreciar ese paisaje, ¿qué otras maravillas, de otra dimensión, tendrá el ser humano que es capaz de maravillarse y de agradecer? ¿Y cómo aproximarnos a ellas?

—Esta reflexión conduce de lleno a l a transcendencia, a lo que podemos hacer con lo que han hecho de nosotros, según la fórmula de Sartre. Lo que podemos hacer con nosotros está en nosotros. En lugar de ‘hacer’ -que suele deslizarse a ‘construir’- podríamos decir ‘descubrir’, quitar lo que cubre y oscurece para que aparezca y resplandezca lo que es. Las bellezas naturales son la presencia en nosotros del absoluto, la manera de representarlo, de vivirlo, a nuestro alcance. Son ‘la puerta de toda maravilla’; y el estar maravillado debería ser nuestro estado natural, que con tanta frecuencia es en cambio el de aburrido, angustiado o abrumado. La maravilla es la amplitud que todo lo abarca, la angustia es la estrechez que todo lo ensombrece. La maravilla puede estar contenida en la serenidad del cielo nocturno, que es grandiosa pero no solemne, en una gota de agua vista al microscopio, en un macachín o en ojos enamorados. 

 

Nueva esclavitud

 

A partir de los aportes de Calderón Correa nos surgen otros interrogantes. El mundo occidental tiende a inclinarse ante las tecnologías como a creer en el progreso. Las doctrinas no occidentales valoran un momento luminoso de la humanidad y señalan que estamos en tiempos de decadencia, cumpliendo un ciclo. Echamos mano entonces a reflexiones del escritor Roberto Campitelli (autor de “De Babel a la asamblea”, investigador del comportamiento humano), quien sostenía que nuestra especie no está usando facultades del cerebro, en los prefrontales, que nos hacen abiertos, generosos, humildes, y en cambio se ha quedado en una etapa de yacaré, digamos, oportunista. ¿Podríamos pensar que hay culturas ancestrales que, al contrario de la historia oficial que las califica de primitivas de modo peyorativo, alcanzan a usar condiciones superiores del cerebro? ¿No sería este un punto de encuentro entre el evolucionismo y la tradición?

Eso le planteamos a nuestro entrevistado de La Picada, conocido por sus incursiones en relación con tradiciones de culturas de distintos continentes y saberes ancestrales, y nos responde lo que sigue: “Campitelli trataba de desentrañar mediante la neurociencia cognitiva algunos puntos de la realidad que lo intrigaban. Suponía que allí encontraría alguna respuesta, pero me parece que no la alcanzó. El esquema cerebro reptiliano, límbico y neocórtex ha sido útil pero ya parece insuficiente. La aplicación de la tecnología al cerebro límbico está derivando en una nueva esclavitud, desde que se ha reconocido el peso que tiene lo emocional en la conducta. Justamente se trata, para los que tienen la tecnología en sus manos, de evitar que el hombre use armoniosamente todas sus facultades, que exceden mucho a las cerebrales. El hombre primitivo, en el sentido actual, es una idea surgida con la Ilustración europea. Cuando Pascal dijo ‘los verdaderos antiguos somos nosotros’, se refería a la anquilosis del pensamiento, que había hecho de Aristóteles el modelo insuperable de toda ciencia. El evolucionismo es una doctrina pseudocientífica, ideológica, que ha invadido y colonizado todo el conocimiento coincidiendo sospechosamente con las necesidades del status quo. El pensamiento tradicional deriva de una intuición directa de la realidad, resultado de estados de conciencia que para el hombre moderno parecen imposibles, como parece imposible la capacidad visual del rastreador que Sarmiento menciona en el Facundo”. Hasta allí la contestación de Calderón Correa, que dialogó largamente con Campitelli sobre el estado de la humanidad.

 

Mirar el interior

 

Señalamos entonces cómo se ha instalado la idea de que la ciudad es la civilización, pero al mismo tiempo, en una milonga de Osiris Rodríguez Castillo que canta José Larralde escuchamos que allí ‘todos estamos solos, juntos, y aparte de los demás’. Además, hay acuerdo en que un niño corriendo por la pradera en flor con los brazos abiertos es la imagen de la libertad, del que ‘descubre el infinito y se pierde en él’, como ocurre con el globo que se escapa de las manos y se confunde con el cielo, en un poema del entrevistado. Le preguntamos: ¿Estamos en un tiempo en que conviven expresiones de distintas civilizaciones? ¿Es probable que hayan nacido ya nuevas civilizaciones, por ejemplo en las miradas simpáticas con la biodiversidad y conscientes de los daños de la congestión, aunque no se traduzcan aún en la práctica?

Esta es su respuesta: “Los tiempos actuales son babélicos: la confusión, antes rechazada o aceptada con resignación, es ahora una compañera del buscador que no espera encontrar, solo aproximarse; la opinión se viste como la verdad y es tomada como síntoma de la personalidad del opinante; la apariencia reclama la misma consideración que la esencia y el mundo gira en agitación vana, que se toma por libertad”.

Después indica: “El descenso de la calidad a la cantidad, subrayado por prejuicios políticos cuantitativos que dan el tono de la modernidad, lleva a velocidad creciente a la disolución. Osho pensaba hace décadas que con 200 arhats -conocedores del sentido último de la realidad- se podría rescatar al mundo de la pendiente en que se desliza. Luego dijo que ya no era posible el rescate. Los que tienen alguna consciencia del peligro que implica el actual estado de cosas tratan de aplicar algún artefacto político como calmante o corrección. La inmensa mayoría sobrevive manteniéndose en la superficie, tendiendo humildemente la mano los gobernados o arrebatando lo que esté a su alcance los gobernantes. Un gurú decía que el que huye de la soledad no está en buena compañía (no se soporta a sí mismo). Creo que Mujica Láinez dijo que el gaucho, que era un señor, no un peón, era ‘dado a la soledad como a un vino precioso’”.

En este punto, Calderón Correa admite que su obra titulada “Luz” se iba a llamar “luz, silencio y soledad”, porque las tres cosas “para mí eran positivas” y porque “eran buscadas intencionalmente por los iroqueses para sus ‘retiros espirituales’. Pero luego advertí que no todos consideran así al silencio y menos a la soledad. El silencio conduce a escuchar las voces interiores o a admitir que hay allí un vacío que no se quiere reconocer. La soledad obliga a mirarse a sí mismo -imagen ingrata para muchos- y admitir una miseria difícil de reconocer. Sin autoindagación, sin mirar sin ilusiones el interior, no hay liberación”. Allí el escritor apela a unos versos de Rainer María Rilke: “El amor consiste en dos soledades que se protegen, limitan y procuran hacerse mutuamente felices”.

Desde la mirada de Calderón Correa, entonces, no es en el barullo ni en la cantidad, donde uno se encuentra a sí mismo y se pierde en el infinito, lo cual equivale al conocimiento, es decir: sin esa relación sujeto-objeto tan propia de las creencias predominantes.

 

Sabiduría perenne

 

Aquí otro fragmento del extenso diálogo con el escritor de La Picada, con una alusión a la sabiduría perenne, compartida por distintas culturas en distintas épocas, sobre la cual Fortunato Calderón Correa se extiende en algunos de sus libros.

—Vemos a diario la indignación de personas por la inmoralidad de gente con poder. Pero has señalado que en el fondo no hay un problema moral sino de conocimiento.

—Los problemas morales resultan del roce entre personalidades separadas y tienden a dictar normas que rijan la conducta en cada caso. Según un apólogo taoísta, cuando el pantano se seca, los peces tratan de mantenerse húmedos rozándose unos con otros; pero mucho mejor sería para ellos perderse en la amplitud del mar. El poema de Basho: ‘por nubes separados, los patos salvajes se dicen adiós’, suscita la idea de libertad incondicionada en un medio ilimitado, de despedida, de pérdida de algo para encontrar todo. Razonando por analogía, las normas morales quedan sin sentido cuando vivimos el infinito que somos.

—¿Cómo sintetizarías la sabiduría perenne, y adónde hallaríamos vestigios de su presencia en el siglo XXI?

—La sabiduría perenne no tiene formulación en palabras, porque evade toda formulación, es rigurosamente inexpresable. Pero se la puede aludir con la frase “conócete a ti mismo”, que según la tradición griega estaba escrita en la entrada del templo de Apolo en Delfos. No se trata de un conocimiento psicológico sino autológico, que transciende todos los límites. Según algunos de los expositores de la sabiduría perenne, por épocas brilla o se oscurece. Ahora estaríamos en una etapa de oscurecimiento, pero tanto cuando brilla como cuando se oscurece está presente.

 

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. 17 julio 2023.

 

 

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*La maravilla es amplitud que todo lo abarca, la angustia es estrechez que todo lo ensombrece.



*La apariencia reclama la misma consideración que la esencia; el mundo gira en agitación vana.



*El descenso de la calidad a la cantidad lleva a velocidad creciente a la disolución.



*El silencio conduce a escuchar las voces interiores o a admitir que hay allí un vacío.


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