El cancionero y sus cultores dan un clima para el conocimiento
Con la recuperación de la importancia del territorio para entender el mundo, vemos en la música y la poesía del litoral un ámbito propicio a los saberes y la meditación. Un paseo por los aportes de Linares Cardozo, Juan Carlos Alsina, Zurdo Martínez, Diana Zapata, otros artistas y grupos, en relación con la filosofía desde una mirada decolonial.
Los biólogos estudian ciertas especies como indicadores ecológicos. Así pueden decir: si está el cardenal amarillo hay monte, hay biodiversidad; si no está el cardenal, seguro faltan también árboles, hierbas, otras aves, insectos, frutos, arroyos, aromas, colores, silencios.
Los géneros del
cancionero pueden analizarse de ese modo: son indicadores culturales, dentro de
la biodiversidad. Para ello conviene escuchar a los pueblos que entienden a la
biodiversidad como la sinergia del territorio y la cultura.
Si en un rincón del
litoral faltan el chamamé, la milonga, el estilo, el rasguido doble, la
chamarrita, ¿qué más falta? Es probable que ante semejante ausencia no estén
los poetas, los instrumentos, los compositores, las voces, los cultores, los
saberes, los modos, los símbolos, los encuentros, los grupos artísticos, los
asuntos que estimulan el cancionero, los intercambios, los amores; y que no
estén los puentes de la comunidad con los árboles, con las historias, las
luchas, las aves, las alegrías, las fechas clave, los “yeites” del pago, las
denuncias, las riquezas para intercambiar con el resto del mundo, el tono
propio, las ruedas para celebrar los talentos, los diálogos
intergeneracionales, como falten los maestros, los estudiantes, las danzas, las
flores.
¿No crea, el
cancionero, un clima para el conocimiento? ¿No calzan el cancionero y sus
aledaños en las diversas ramas de la filosofía, como calza el mate, para
investigar por vías no oficiales las formas del conocimiento, el acceso a los
saberes, el ámbito para el darse cuenta, para el advertimiento?
Panzaverdes y tojolabales
Carlos Lenkersdorf
observó que en Chiapas “el ‘nosotros’ desempeña la función de un principio
organizativo. “La presencia casi ubicua del concepto caracteriza no solamente
el filosofar en clave tojolabal, sino una filosofía bien pensada, bien reflexionada
y muy consciente por parte de los tojolabales. Pero no se ha cristalizado en
tratados elaborados. Por ello hablamos del filosofar en clave tojolabal”, dice
el investigador, recibido en los pueblos ancestrales como un miembro más.
Si a las comunidades
de Chiapas les quitamos el “nosotros” las desnaturalizamos, las matamos. El
nosotros está en su lengua como en su vida. En el nosotros, su cosmovisión.
Y bien, ¿podríamos
quizá analizar una clave en nuestra región litoral, que desempeñe un rol
superior en la comunidad y que esté allí, a la vista pero sin estatus? Digamos,
por caso, el mate, la rueda de mate. Prohibir el mate en una facultad, ¿no
equivale a extirpar el nosotros en una lengua? ¿En verdad lo prohibimos antes
de estudiarlo?
La colonialidad en
que nos desenvolvemos (subordinación de la Argentina a los poderes del mundo, y
de Entre Ríos a la presión de la ciudad y la provincia de Buenos Aires), ataca
principalmente desde las estructuras corporativas y los organismos del estado uniformador,
edificado sobre las víctimas del racismo. La educación no es ajena. El entorno
padece la condición de atopía en las aulas, se siente incómodo. Valga este
ejemplo: el zorzal es un símbolo, nuestras comunidades lo consideran la voz de
la Pachamama, el dulce mensaje de la madre tierra, pero ¿en qué disciplina oficial
se sienten a gusto el zorzal, el mate, el chamamé?
Nuestros pueblos de
la región han tenido (y preservan por ahí) condiciones muy propias que en algún
caso comparten con otras culturas del mundo. Comunidad, trabajo colectivo,
solidaridad, tranquilidad, valoración de la palabra, complementariedad, armonía
con el resto de la naturaleza, capacidad de resistencia a las invasiones, equidad,
participación, actitud para el consenso, por caso.
Los grupos reunidos
en torno del cancionero abordan estos asuntos con naturalidad, sin forzar nada.
Por ahí en una rueda de mate, en un programa radial o televisivo de difusión,
en colectivos a distancia formados alrededor del arte, en los ensayos de los
intérpretes, en los coros. O en reuniones motivadas por una bandera, un
aniversario, una lucha. Recordamos, por dar un par de ejemplos, a los artistas
y cultores reunidos en torno del programa “Panzaverde bien tagüé”, o en el
movimiento De Costa a Costa, o en el grupo llamado “Pequeñas historias”.
Uno pregunta por el
significado de una palabra, otro apunta una fecha histórica, aquí un topónimo,
allá una mudanza en las danzas. Un poema, una cantante, una lucha por la salud
del monte, por la salud del río. Esa letra en la que Diana Zapata canta a
Carlos Santa María: “No me cabe en la cabeza/ cómo una tierra tan rica/ no
puede dar a sus hijos/ lo poco que necesitan./ Y ahí se cumple la sentencia/
que José Hernández escribiera:/ irán los hijos de Fierro/ con la cola entre las
piernas”… Esa sola chamarrita genera en ámbitos del cancionero largas
deliberaciones sobre el desarraigo y el destierro. Y es nomás un ejemplo de
muchos. Se prenden en el diálogo guitarristas, cantoras, acordeonistas, periodistas,
amantes de la música, poetas, amistades…
Ciertos programas de
difusión por medios masivos son aulas a cielo abierto, museos vivos, sin
compartimentos estancos, con conductores muchas veces de reconocida vocación y
vastos conocimientos, y en tantas ocasiones mendigando un espacio para trabajar
gratis. Por amor al arte.
Los “fundadores”
Las sociedades
tienden a creer, no sin altanería, que son fundadoras de una lucha, sin atender
a las madres y abuelas que mucho antes, a veces siglos antes, dieron las mismas
luchas en condiciones muy adversas. Lo supo ver hace un siglo casi Raúl
Fernández, de Concepción del Uruguay, y lo dejó claro en su “Payada de un
Federal”. “El que entra de corazón/ en las luchas proletarias,/ supremo
esfuerzo de parias/ por hallar liberación, /deberá saber muy bien/ que otros
proletarios rudos,/ semisalvajes, desnudos/ probaron suerte también”.
En varias estrofas
explica Fernández la continuidad de la conciencia y las luchas.
Muchas décadas antes
de que nos conmoviéramos con las luchas ecologistas, Claudio Martínez Payva
escribía: “Tuito es desmonte, surco y caserío,/ nace un quebracho y el tirón lo
arranca;/ de miedo a que lo atajen con tapiales/ corre con jurias de asustao el
río/ por el borde pelao de la barranca./ ¡Humo se hicieron ceibos y sauzales!/
De vez en cuando, cruza por el cielo/ silenciosa, lejana, como juida,/ el ala
de aire de una garza blanca,/ y vos te imaginás qu’ es un pañuelo/ que te dice
un adiós de despedida”.
No pocos gurises
aprenden con suerte en la escuela las bondades del árbol porque nos da el
oxígeno, la sombra, la fruta, el nido; Osiris Rodríguez Castillos escribía,
hace muchísimo, esa milonga titulada “Como yo lo siento”: “Debajo de este
arbolito suelo amarguear en silencio,/ si habré lavao cebaduras pa’ intimar y
conocerlo./ No da leña ni pa un frío, no
da flor ni pa’ remedio,/ y es un pañuelo de luto la sombra en que me guarezco./
No tiene un pájaro amigo, pero pa’ mi es compañero”.
Pensadores en versos
Una generosa veta
filosófica se abre en los pagos del cancionero y la poesía. “Por libros que
tenga un léido la isla tiene un libro más”, escuchamos en una chamarrita de El
Canoero. Y es muy común pintar una cultura, una aldea, sin bajar línea, sin dar
consejos, o hablar en primera persona pero señalando a todo un pueblo.
“Entrerriano, pa’ lo que guste, paisano, en un apretón de manos se va toda mi
amistad”. El chamamé de Linares Cardozo enciende una velita para el que quiera
ver. Allí está el espíritu de servicio, la complementariedad entre el ñandubay
y el corazón tierno y la fibra fuerte de la palma caranday, el valor de la
palabra, la autonomía.
“Por siempre llevo un
zorzal apuntalando mi cantar”, cantamos. Antes que Linares, Martínez Payva
explicó ese ritmo muy nuestro, antiguo, con raíces indígenas, que llamamos
“estilo”. Mientras otros han cantado “que el mundo fue y será una porquería”,
este poeta logra meterse en el cancionero para mostrar un panorama cultural,
una idiosincrasia. “Eso fue el estilo: dolor y sonrisa/ corazón que aguanta,
carne que padece,/ ilusión que nace, tronco que florece,/ chiflidos de arrieros
que arrastra la brisa”.
El entrerriano
escucha la voz del ave como el susurro de una madre. “Y en ese vacío de todo y
de nada,/ cuando frente a frente con Dios y la vida/ oró por los suyos a boca
cerrada/ y lloró sin llanto su raza vencida/ ¡un trino!/ la gloria de un trino
le abrió otro camino;/ un trino fue rumbo, consuelo y destino./ Desde la
arboleda/ un zorzal le dijo con su voz de seda:/ no es criollo el lamento;/ el
sol se recuesta pero empolla auroras;/
cuando gime el
viento/ su dolor, es música entre las totoras”.
Minga Ayala
Es en el mundo del
cancionero que conocemos a las Minga Ayala, porque Linares Cardozo y otros
autores supieron de sus atributos isleros, la retrataron y le cantaron a su
familia.
Antes que nosotros
conociéramos a esta gente costera, Marcos Sastre explicaba en El Tempe
Argentino las cualidades de las comunidades del delta, empezando por la
hospitalidad, y Martiniano Leguizamón hablaba de la “minga” en el territorio
litoral, es decir, el trabajo colectivo y festivo.
Juan Carlos Alsina,
apodado el Gallina, pudo narrar a un pueblo con sencillez. “Donde la gente le
abre grande el corazón, y cuando la palabra empeña, es documento… Donde la
propia camisa le dan en un apurón”.
Y en una chamarrita sueña
con lo que sueñan tantos emigrados: “Dejar lo grande por lo querido,/ darme
descanso de lo imponente,/ dejar del mundo su lau de afuera,/ volver al centro
de nuestra gente… Volver al tiempo del
sin apuro,/ charla y amargo y algunos vasos”.
La relación con el
resto de la naturaleza y la generosidad, que en ocasiones llamamos gauchada,
han sido estudiadas entre los guaraní, por caso, como el centro de su economía.
Jopói, llaman, a la actitud de las “manos abiertas mutuamente”.
Un poema de Jorge
Rosales dice: “tengo un amigo costero/ que sabe de la gauchada,/ y si caza
algún capincho/ siempre me trae una manta”. Los artistas encuentran en su
vecindad lo que los estudiosos investigaron en el mundo ancestral.
Igualdad y autonomía
“Donde naide a naide
es más, esa es mi ley de la igualdad”, cantamos en el Soy entrerriano. Los
versos dejan mucha tela para cortar, y en verdad son temas conversados en las rondas
del cancionero.
“Igualito y parejito
como el yuyo de mi tierra”, recita Atahualpa Yupanqui, con letra de Romildo
Risso. De ese autor oriental suelen escucharse versos que exhiben como pocos el
temperamento criollo, heredado de antiguas tradiciones. “Po’ el aire no puedo
dir, de no, ni pisaba el pasto”. ¿Qué más podemos agregar, sobre el anhelo de
ser etéreo, respetando, reverenciando, al punto de no tocar siquiera la
naturaleza para no opacarla ni distorsionarla?
El cancionero se mete
en otro gran tema que en las universidades llaman filosofía política, y que
aborda las lógicas de la organización social. Mucho antes que señaláramos los
privilegios del AMBA, apuntaba Martínez Payva: “pa vestirse ella, desviste/
Güeno Saire a los dimás,/ su gobierno lenguaraz/ nada ofrece y tuito pide/ y al
pobre que se descuide/ le hund’ el fierro por atrás”.
En esa recopilación
titulada Antigua Litoralera, a la que le puso música con ritmo de cielito
Ricardo Maldonado, escuchamos: “De Entre Ríos a Misiones/ no almitimos unitarios,/
por desliales y arbitrarios/ los echamos a empujones… Federales, federalas,/ no
doblemos las rodillas/ ansí rieguen la cuchillas/ con un chaparrón de balas”.
Uno de los payadores más antiguos, un pensador ladero de José Artigas,
supo pintar en cuatro versos todo un proyecto revolucionario. Joaquín Lenzina,
como expresión criolla con ascendencia africana, le hablaba al guaraní
Guacurarí sobre el criollo Artigas y exponía los anhelos de conjugar el quechua-aymara
con el mapuche. “Lo que soñó el patriarca te diré:/ el genio de una raza de
volcán,/ mezcla de Tupacamaru el rebelde/ y el invencible Caupolicán”. Treinta
años después llegaron pretendidos padres del aula a sugerir que se matara a
todos esos pueblos que consideraban inferiores y dañinos, sin perdonar siquiera
a los niños. Todavía hoy el sistema considera pensadores a los racistas, e ignora
puntillosamente a pensadores como el “Negro” Ansina. ¿Es necesario explicar por
qué?
Las islas, la vida isleña, las lomadas, los montes, las creencias, los
saberes, las voces, los trinos, las costumbres, los oficios, las comidas
típicas, están presentes en las ruedas del cancionero, y en cambio son atopías
en las aulas. Es en el cancionero donde un Zandomeni nombra a Spatzenkuter, un
Rondán Grasso nombra a Colonia Celina, un Torresán a Pronunciamiento. ¿Y no
vivimos los entrerrianos en Spatzenkuter, Pronunciamiento, Celina? Apenas
aceptemos la reinvindicación del lugar, volveremos los ojos al cancionero. Es
allí donde Víctor Velázquez escribe y los Hermanos Benítez Ríos cantan a los
obreros empujados a la miseria. “Aquí, en esta tierra, donde
viven, sufren y mueren los hombres monte, los hombres hacha, los hombres
tristes, los hombres soledad, los repodridos de injusticias y jornales pobres;
aquí, en esta tierra donde la esperanza amanece y muere en el mismo día, se
levantan los ranchos humildes de los hacheros”.
Las taperas
Uno de los puntales del cancionero es Marcelino Román. Miguel Martínez, el
Zurdo, acostumbraba fotocopiar páginas de sus libros para repartir en la
vecindad. “En el rancho que aprende a ser tapera un fuego de biznaga apenas
arde”, escuchamos en un poema musicalizado por el Zurdo y que solía cantar
también Zuma Paz. Y en otro poema: “Derrumbados afanes fundadores: taperas,/
montoncitos de historia, rastros de vida rota,/ adiós querencia, hogar,
enseres, sementera,/ tanta gente sin tierra por la tierra rebota”.
Nuestros poetas han reflexionado largo y tendido sobre el desamparo, la
exclusión. “No puedo estar en esta fiesta amable porque sé de qué está hecha”,
dice Juan L. Ortiz. “Para que esta fiesta se hiciera para nadie fue necesario
que os arrojaran a los caminos, o a vivir bajo un cielo que no tiene
ciertamente sonrisas”. (Si fallamos en alguna coma en estos u otros versos es
porque estamos escribiendo con la memoria. Nuestras disculpas). En la misma
línea, el Cielito de la Provincia, de José M. Díaz y Martínez.
Vida, lucha, pesares, anhelos, organización, amores, bellezas, personajes, están
presentes en el cancionero y en los encuentros vinculados a las composiciones y
los artistas. ¿En qué otro sitio se revela la simbiosis del ser humano y la
naturaleza? ¿Y la presencia en nosotros de los pueblos ancestrales?
Si la mujer ha sido y es, como ha dicho Silvia Rivera, la tejedora de
comunidades, en el cancionero y sus cultores también sobresale en los
encuentros, sea con una payada, una canción, una reunión de difusoras del
chamamé, un acordeón, una guitarra, una flauta, un tambor, un contrabajo, un
bandoneón, un piano, unas danzas, o fogoneando un grupo de whatsap en el que se
tratan los temas territoriales, sin fronteras, sin compartimentos.
Modernidad invasora
La modernidad ha logrado por siglos encubrir los daños de una cultura
invasora uniformadora, eurocentrada, dedicada a destruir las comunidades y sus
modos de ser y conocer.
Como contestación, Arturo Escobar recuperó la importancia del territorio,
del lugar, para el pensamiento, para comprender a la comunidad, junto a estos
árboles, estas aves, estas historias, estas melodías. Nosotros agregamos que
las cosmovisiones encuentran terreno fértil en el arte, y en particular en el
cancionero, donde el mate, como el zorzal, como las voces ancestrales, como las
tortas fritas, circulan a la manera de quien camina con otros por el pago. En
el litoral hay artistas que imitan a las aves en los escenarios, con gran
suceso, en una respuesta paisana, inesperada, a los vicios del
antropocentrismo.
Dice Escobar: “A diferencia de las construcciones modernas, con su estricta
separación entre el mundo biofísico, el humano y el supernatural, los modelos
locales, en muchos contextos no occidentales, son concebidos como sustentados
sobre vínculos de continuidad entre las tres esferas. Esta continuidad está
culturalmente arraigada a través de símbolos, rituales y prácticas … los seres
vivos y no vivos, y con frecuencia supernaturales no son vistos como entes que
constituyen dominios distintos y separados, no son vistos como esferas opuestas
de la naturaleza y la cultura, y se considera que las relaciones sociales
abarcan más que a los humanos”. (Biodiversidad: territorio y cultura). Los
entrerrianos no escinden a la solapa de la vida comunitaria, y menos tras escuchar
una chamarrita de Santos Tala. Sintonizamos con Linares en eso de convertirnos
en hierba cuando cantamos “Ay, si fuera como vos, biznaguita, mi cantar, pa’
arrimarle un calorcito a mi pueblo litoral… yo sé bien que hay otras plagas más
plagas que el biznagal”. Y cuando entendemos que sus atributos fueron abonados
con “sangre minuán”. De esos minuanes que, como ha dicho Mario Castaldo, fueron
castigados por resistir en comunidad, sin mandones, por lo cual este estudioso
invita a conocer mejor su organización desde la filosofía política que en
general trata con indiferencia lo no europeo.
Regreso pitanguero
En gustos no hay nada escrito, dice el refrán. Y bien: nosotros no
tenemos por qué ocultar que entre tantas composiciones y artistas que nos
llenan el corazón y dan pie a largas meditaciones, las obras del recordado dúo de
Alcibíades Larrosa y Walter Ocampo (con perlitas como “Regreso Pitanguero” y
“Arenas de febrero”), integran un capítulo central del arte y la reflexión
profunda sobre la condición humana en el paisaje.
Qué decir, por caso, de ese bello sueño que el que rogamos: “Mándeme al monte, madre, para ese tiempo en
que el almíbar cuelga como un rubí, que en esas siestas largas de gestos lerdos
quiero encontrarme a solas con mi gurí”. Sabe el poeta que en el niño
está su esencia sin aditamentos, y se trepa al ñangapirí como a un emblema de
ese momento venerable. “Que la sangre globosa de las pitangas encendió para
siempre mi corazón… Compañero pitanguero, en el abra espérame, que en la fruta
diminuta duerme pura mi niñez”. ¿Será necesario, acaso, agregar una sola
palabra?
Cuando el cancionero ha logrado desvanecer el invento colonial de
sujeto y objeto, superar los tabiques, y el hombre es el río mismo como en
Ortiz, el hombre es la fruta misma como en Ocampo, entonces los mediadores
estamos como sobrando. La modernidad colonial fragmenta y genera quioscos
compartimentados donde abrevamos periodistas, profesores, profesionales varios;
¿será esa una de las razones de su subsistencia, y del ninguneo de los saberes
alcanzados por otras vías, expuestos con lucidez en el arte, abonados en las
ruedas de mate?
Daniel Tirso
Fiorotto. UNO. Martes 17 de octubre de 2023.
¿No calza el
cancionero en las diversas ramas de la filosofía, como calza el mate?
Eso fue el estilo:
dolor y sonrisa/ corazón que aguanta, carne que padece.
Un pensador ladero de José Artigas supo pintar todo un proyecto
revolucionario.
Los hombres tristes, los hombres soledad, los repodridos de injusticias y
jornales pobres.
Ay, si fuera como vos, biznaguita, mi cantar, pa’ arrimarle un calorcito a
mi pueblo litoral.