Apuntes sobre saberes comunitarios recuperados en pueblos ancestrales
Resumen a pedido de los compañeros socialistas orientales, ante la deriva del capitalismo hacia la acumulación, la exclusión, la contaminación, el extractivismo y la guerra.
El estado-nación, gobernado por diversos partidos
políticos, incluso enfrentados, sostiene dos condiciones fundamentales: el
menosprecio de las comunidades diversas y la participación, y la concepción de
la biodiversidad como recurso económico, desde un antropocentrismo compartido
por sectores intelectuales racionalistas y religiosos por igual.
Padecemos este menosprecio a diario, no sólo en las
estructuras clásicas de poder sino también en organizaciones que podríamos
considerar cercanas, pero fue muy notable hace poco en nuestro barrio Los
Zorzales. Se imponía una obra cloacal: pues los estados licitaron, contrataron
una empresa radicada a 600 kilómetros que realizó una obra por demás precaria,
sin un solo obrero del barrio o de la región contratado, y cuando los vecinos
nos acercábamos a mirar o a sugerir algo, éramos vistos como obstáculos, como
entrometidos. Peor aún si consultaba una mujer. Si la participación barrial
pudiera medirse de uno a diez, la nuestra fue cero. Porque incluso ante
nuestras consultas se respondía a veces, pero con evasivas.
El estado ecológico de nuestro barrio junto al arroyo Las
Tunas es deplorable, aunque sobresalen carteles que prometen soluciones nacionales
millonarias nunca completadas. Sin embargo, los automovilistas que pasan por la
ruta cercana deben creer que somos privilegiados con obras de saneamiento… Un
cartel reza incluso: “Con la fuerza de los hechos”. Es decir, la burla es
total.
En los últimos lustros, ante la ausencia de respuestas de
organismos y organizaciones, han aflorado asambleas ciudadanas, vecinales, ecologistas,
que exigen un pequeño aspecto del comunitarismo llamado “licencia social” para
ciertas obras. De vez en cuando se obtiene un triunfo, pero como excepción. La
participación está vedada por el estado-nación. Y eso es tan extendido y
permanente que nos lleva a pensar que el estado-nación, por republicano que se
declare, es enemigo del comunitarismo. Y es un poco comprensible: la vida
comunitaria reclama la devolución de facultades a las comunidades, ¿y quién
está dispuesto a ceder algo en este sistema?
Estas experiencias muestran el éxito de la invasión
occidental moderna que lleva cinco siglos, y que entre sus objetivos apuntó a
la destrucción de las comunidades y sus saberes y modos de organización.
A la hora de abordar aquello que nos han ocultado o nos
han distorsionado por siglos nos preguntamos si estamos dispuestos a zafar de
los casilleros en que nos colocaron el estado, los templos, las aulas, la
familia, los partidos, los sindicatos, los medios masivos, los colegios de
profesionales y otras corporaciones. A veces con buenas intenciones, pero
casilleros al fin. ¿Tendremos la actitud necesaria, la serenidad, para dejarnos
inundar por otros saberes sin ponernos a la defensiva?
¿Estaremos en disposición de escuchar al árbol, admitir
el latido de la piedra, aceptar el consejo del pájaro? ¿Podremos abrirnos a la
presencia del territorio, de la selva, del espíritu de nuestros antepasados, en
la sencilla ceremonia del mate?
Quien piense que el árbol sólo vale si da sombra, no
puede librarse de sus ataduras. Un oriental muy lúcido, Osiris Rodríguez
Castillos, escribió y cantó cierta vez: “debajo de este arbolito suelo
amarguear en silencio, si habré gastao cebadura pa intimar y conocerlo. No da leña
ni pa’ un frío, no da flor ni pa’ remedio, y es un pañuelo de luto la sombra en
que me guarezco. No tiene un pájaro amigo pero pa´ mi es compañero”. Lo
recordamos para señalar que no estamos inventando nada nuevo. Y porque no pocos
de nuestros saberes, que diríamos filosóficos, están dichos en versos, cuando
no cantados.
¿Encontraremos el sentido en eso de pedir permiso al
monte, al río, de agradecer hondamente al arroyito en la más completa soledad,
sin necesidad de actuar ante nadie?
¿Estaremos en condiciones de escuchar las otras voces, de conocer los
otros modos, despojados de la tendencia tan occidental moderna a leer ligero y con
la refutación ligera en la punta de la lengua?
¿Pero es que en verdad aceptaremos que hay otras
revoluciones posibles, en otros puntos de encuentro, otros ritmos? ¿Admitiremos
que hay comunidades diversas, como diversas son las selvas? ¿Aceptaremos que en
nuestra propia comunidad conviven comunidades diversas y que no es necesario
licuar todos los colores con la idea de obtener un color único, sino que es
posible convivir y hallar la unidad sin despreciar lo distinto, o mejor,
apreciando y agradeciendo lo distinto?
Son interrogantes necesarios, porque resulta que, luego
de dar testimonio de vida en armonía y equilibrio y producción en abundancia durante
milenios, nuestros pueblos ancestrales han debido soportar el mote de haraganes
desde un sector del mundo “blanco”, y desde otro sector del mismo mundo
“blanco” el mote de indolentes, sino reaccionarios. Occidente pretende conocer
rotulando y desacreditando. Con sus ignorancias llamadas ciencias pretende
conocer hurgando; en vez de apreciar el pez en el arroyo lo quiere describir ante
un microscopio.
¿Advertimos la enorme cantidad de próceres que nos da el
sistema occidental? ¿Y por qué la mayoría varones? Muy sencillo: occidente
moderno exporta regímenes verticales, de tipo militar, donde necesariamente hay
un mandamás que se destaca, sea un general, sea un “filósofo”, sea un caudillo.
Los otros mundos nos dan, como diría la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui,
tejidos, y es allí donde podemos calibrar el hervor de las comunidades, con
altísima participación femenina, una urdimbre con distintas fibras donde lo que
sobresale es eso, la trama, la comunidad, la vida sin prensa. Por eso, la
tendencia muy reciente a buscar próceres con nombre de mujer se complica; y es
que se las busca en las guerras, en el estado, en la política, siguiendo un
patrón occidental, vertical, patriarcal, blanco, en actividades donde
necesariamente encontraremos cien varones por cada mujer. Si nos detenemos en
la vida honda, resistente, permanente, esforzada, creativa, vital, celebratoria
de las comunidades, encontramos eso: comunidades, con menos nombres propios y
más artes y saberes colectivos, más luchas colectivas; más personas metidas
dentro del paisaje, no por encima; más territorio y menos propiedad privada, y
un sinfín de mujeres.
Es una gimnasia necesaria y estimulante la de quitar a
Europa del medio, con sus estructuras. No equivale a practicar antieuropeísmo,
y eso debe explicarse porque ocurre que el colonizador se esfuerza en
permanecer en el medio, sea que lo alaben o lo aborrezcan: en el medio. Y
nosotros lo que proponemos es colocar ante nuestros ojos las otras culturas
maravillosas, sea del Abya yala (América), de África, incluso de China, la
India, en fin. ¿Qué nos ocurre, dos por tres? Que los colonizados suelen
responder con críticas desde ese ángulo, entonces rotulan. Aplican definiciones
de típicos momentos y procesos europeos a realidades milenarias de territorios
a miles de kilómetros de distancia. Rotular para descalificar es un hábito.
Muchos han querido ubicar a los pueblos ancestrales en
sus marchas, usarlos en sus economías y sus luchas; pocos se han detenido a
mirarse en el espejo que les devuelve la imagen de colonizador, que es la
verdadera y nadie quiere ver. Muchos dando consejos, bajando recetas,
evangelizando, cuando no maquillando de doctrina y de revolución sus
ocurrencias de ocasión.
El silencio de nuestras comunidades vivas contrasta hoy
con el barullo de la propaganda del sistema, muy evidente en las pantallas con
los más poderosos disfrazados de niños, jóvenes, perritos cariñosos y buenas
mamás.
Numerosas comunidades con escasa o nula divulgación se
sostienen con ciertos grados de autonomía en nuestro continente. La más famosa
es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- en Chiapas, México, que
acaba de entregar mayor autonomía local, para que la burocracia no entorpezca
la lucha contra el crimen organizado. Se trata de una experiencia
extraordinaria de rebelión contra la opresión del estado, sostenida en saberes
ancestrales.
Desde la poesía
“Y en ese vacío de todo y de nada, cuando frente a
frente con Dios y la vida oró por los suyos a boca cerrada y lloró sin llanto
la raza vencida, ¡un trino! la gloria de un trino le dio otro camino; un trino
fue rumbo, consuelo y destino. Desde la arboleda un zorzal le dijo con su voz
de seda: No es criollo el lamento; el sol se recuesta pero empolla auroras;
cuando gime el viento su dolor, es música entre las totoras”.
Este poema del entrerriano Claudio Martínez Payva se
refiere a las dos caras de la misma moneda que pueden apreciarse en el género
musical llamado “estilo”, con raíz indígena. La serenidad y el empuje, la
tristeza y la alegría, la conciencia y la apertura a otras voces, y el hallazgo
de una guía en los saberes milenarios escritos en la Pachamama, a través de su
voz más dulce: la del zorzal.
Donde el apuro occidental colonizado diría “el mundo fue
y será una porquería”, las culturas que se dejan humectar en la naturaleza no
se aplastan, no viven lloriqueando su suerte, no se suicidan.
Seguramente hay numerosos caminos para revertir la
situación de nuestra región y el mundo, cada vez más parecida a la guerra, la
acumulación de poder en unos pocos, el saqueo, la contaminación y la exclusión
de las mayorías; pero nosotros vemos hoy con más claridad, entre esos posibles
caminos, el que transitaron por milenios nuestros pueblos ancestrales y que
Bartomeu Melià llamó “la memoria del futuro”.
Si se pudiera resumir, diríamos: comunidades diversas,
caminando junto a las demás especies, no sobre ellas, organizadas de distintas
maneras, tramando vida, en territorios que comprenden los saberes y las lenguas
y las memorias y las artes y las relaciones que dan un ser humano real, de
carne y hueso, en este tiempo, en este lugar, vivo, en estas piedras, estas
arcillas, estas sombras, con estos modos, ni mejores ni peores, y seguramente
complementarios de otros modos. Exactamente lo contrario a la uniformidad
impuesta por los estados-nación surgidos a la fuerza con máscara de públicos,
destructores de la vida comunitaria como de la biodiversidad que abraza esa
vida comunitaria.
Volver la mirada a esos testimonios milenarios equivale a
reconocer que no es imprescindible cambiar los gobiernos o los estados,
primero, para luego volcarnos a ese otro mundo. Podemos cultivar lazos, revitalizar
fibras que existen, modificando nosotros nuestros puntos de vista y nuestras
costumbres, y admitiendo que la solución no es una para todos, si entendemos
que la verticalidad y la uniformidad son vicios coloniales del occidente
moderno, jamás una vía que nos ayude a superar los problemas.
En nuestra región tenemos la dicha de contar con
expresiones auténticas de la vida ancestral en estos días, y tomamos como
ejemplo a Dominga Ayala, mujer de las islas, las costas, capaz de obrar según
las más hondas tradiciones de hospitalidad, desprendimiento, solidaridad, amor
al paisaje, protección de la vida en todas sus formas, apertura al
conocimiento, desde el andar sereno, apacible, metida ella y su familia en la
naturaleza, como un miembro más de la cuenca del Uruguay que la vio nacer y el
Paraná que le brindó refugio. Ningún régimen logró destruir su actitud
comunitaria, vivió de manera comunitaria y alumbró con esos modos para que
otros podamos continuar tejiendo, sin atenernos a la excusa del no se puede, la
excusa del sistema.
Minga cobijó a un viejo enfermo de tuberculosis en su
rancho, cobijó a los huérfanos en su rancho, brindó su alimento, compartió su
pedacito de terreno con la vecindad, le cantó a la vida y al paisaje, celebró
el arte de su vecindad, metió las manos en la arcilla para darnos hermosas
piezas de cerámica… La comunidad islera, barrial, campesina, lejos de la
declamación suele mostrarnos el camino con testimonios.
Hemos escuchado algunas agrupaciones políticas que
atienden esos saberes, pero para hacerlos encajar en sus moldes preferentemente
occidentales modernos, lo que no deja de ser otro modo de colonización. Un
blanqueamiento. Escuchar los saberes ancestrales, estudiarlos, interpretarlos
detenidamente, e incluso analizar el modo de centrarnos en esos paradigmas, es en
cambio una práctica poco frecuente. Y se entiende: la vida política moderna
exige respuestas inmediatas, alianzas inmediatas, resistencias inmediatas, mucho
ruido, de manera que en esa lucha se ha preferido insistir con recetas
parecidas, sin tiempo para volver los ojos a otras cosmovisiones, esas
cosmovisiones que el estado nación nos ha mezquinado por siglos. En ese apuro
respondemos como el estado nación racista ha querido. Por eso podemos sostener
que, para el sistema, probablemente sea tan preocupante una rueda de mate como una
marcha callejera, y es que el estado nación necesita que estemos entretenidos
en responder a cada uno de sus ataques, en vez de detenernos a meditar sobre
nuestras verdaderas fortalezas. Como el europeísmo, el estado nación necesita
estar siempre en el centro de atención. Ahora bien, ¿está preparado para nuestra
indiferencia?
En el abismo
Durante cinco largos siglos hemos menospreciado los
saberes, las cosmovisiones, los modos de organización, de las comunidades ancestrales.
El europeísmo ha exportado tantos problemas como pretendidas soluciones,
siempre desde una mirada occidental eurocentrada, con pretensiones planetarias,
sea desde la razón o la fe. Ha inflado su pequeña historia regional para darle
apariencia de historia universal. Al punto que las otras historias, los otros
saberes, las otras personas, quedan siempre en un escalón inferior.
Su racismo no ha provocado más que genocidios, burlas,
distorsiones, biocidios, concentración de la propiedad de los bienes y los
medios de producción, altanerías varias mediante el endiosamiento de la razón y
las ciencias modernas o la imposición de creencias, la destrucción de modos de
pensar, de vivir, de relacionarse, con menosprecio de la participación
comunitaria. Cuatro de los resultados del racismo occidental están a la vista:
la competencia letal en materia de armas que ha puesto al mundo al borde del
abismo, el deterioro ecológico a pasos acelerados que nos tiene a minutos de la
hecatombe, la concentración del poder económico en pocas manos, y la
marginación de las personas en las decisiones, incluso en el orden barrial y en
el hogar.
Muchas organizaciones que dicen representar a los
trabajadores, o a los ciudadanos, son como satélites del sistema creado por el
estado nación, medran alrededor de ese eje vertical, de ahí que tantas veces
nos preguntemos por qué existen tantas entidades y cada vez que aparece un
problema novedoso ninguna da respuesta: es que son parte de un sistema
atomizado, sin compromiso con el conjunto. En el sindicalismo se llama
tradeunionismo. Cada cual atiende su juego, como en el don Pirulero. Y no se
trata de un vicio sino de un sistema: la fragmentación está en su ADN. Aquí vale
repetir, felizmente, que la sociedad va buscando grietas y en los últimos años
ha florecido en asambleas vecinales y ecologistas, por caso, o en agrupaciones
de desocupados que las organizaciones establecidas tenían invisibilizados.
Nosotros, metidos en el sistema colonial que desprecia lo
que no encaja en los casilleros europeos, muchas veces naturalizamos eso que el
portugués Boaventura de Sousa Santos (ahora cuestionado por denuncias varias)
llamó “pensamiento abismal”. Es decir, las categorías que dejan en un abismo,
invisibilizados, los modos de conocer y obrar de los pueblos invadidos.
También nos ocurre a veces lo que señala el tunecino Albert Memmi de los colonizadores de izquierda (en
nuestro caso, los más o menos favorecidos del sistema pero con posiciones
críticas –periodistas, abogados, políticos, docentes, ecologistas, etc.). En
tanto no rompamos con los privilegios, podemos terminar como cómplices. En la
mayoría de los casos ni siquiera nos animamos a criticar posiciones de nuestros
propios compañeros, para colaborar con ideas, con la excusa de “no servir a la
derecha”. Es decir, ni chicha ni limonada, el colonizador de izquierda puede
convertirse en fofo. “El papel del colonizador de izquierda se reduce a polvo.
Creo que existen situaciones históricas imposibles, y ésta es una de
ellas… Claro que puede intentar la componenda, lo que convertirá toda su vida
en una larga serie de acomodamientos”, alerta Memmi.
El estudioso entrerriano por adopción Juan José Rossi
suele insistir, desde hace décadas, en la necesidad de valorar los saberes
ancestrales pero sin restringir sus modos a las etnias, sino pensando en la
humanidad como una especie, con deudas con el África, claro, la cuna de todos. En
el mismo sentido hemos sabido de la comprensión del mapuche Damacio Caitruz:
“nosotros rogamos todos, en el ngillatún, para todos… no para mí nomás… no para
mapuche nomás… el mapuche ruega para todo el mundo”. (dicho sea, de paso:
algunos autores resaltan que los mapuche siguieron llamando españoles a los
argentinos que los invadían… todo un mensaje de enorme conciencia sobre el
colonialismo interno que hemos padecido y padecemos mucho después de las
llamadas independencias, hasta hoy).
El caso es que los saberes y las maneras de un pueblo no
tienen por qué restringirse a ese pueblo. Lo dice Caitruz. (Si el mapuche
reclama tierras para desplegar el kume felén en su territorio, los demás
pueblos oprimidos por el amontonamiento en las grandes urbes también necesitan
espacio para curarse de las enfermedades del desarraigo, el destierro y el
hacinamiento a que fueron sometidos).
Como tampoco debe considerarse que los ingredientes de un
pueblo deben ser los mismos que use el otro para superar sus problemas.
En nuestra región, no pocos próceres se alinean con la
religión o con el racionalismo. Han disputado el poder y el relato histórico
por mucho tiempo, y así continúan. Entre ambos bandos se han portado como las
dos muelas de una misma tenaza racista. Así las cosas, sería largo enumerar los
momentos y los personajes clave del racismo que comparten partidos llamados de
derecha y de izquierda. Para justificar el racismo genocida, hoy se sigue
usando este pretexto: “los sacamos de contexto”.
Cuando el genocida mata o sugiere matar “no blancos”
siempre hallamos el modo de excusarlo.
Intersección de saberes
Si nos ubicamos en este año 2024 podemos decir que
estamos en condiciones inmejorables para revertir la tendencia colonial
destructiva que lleva 500 años. ¿Por qué? Porque hoy somos muchos los que
tenemos acceso a saberes ancestrales que, desde el quinto centenario de la
invasión, fueron saliendo a la luz. En segundo lugar, porque ha tomado impulso
el pensamiento ecologista que en gran medida abreva en aquellos saberes
milenarios, o por lo menos entra en sintonía con esa mirada integral. En tercer
lugar contamos con el movimiento decolonial que revisa la historia occidental
moderna y muestra el corazón de la modernidad: no la tecnología, no la ciencia,
sino el genocidio, la esclavización, el saqueo. En cuarto lugar, la mirada
decolonial afro, extendida en el movimiento feminista que nos muestra el
racismo y la interseccionalidad de opresiones, además de la matriz del
patriarcado. En quinto lugar han quedado a la vista los procesos del
capitalismo y la función del estado, coincidentes en la destrucción de la vida
comunitaria y la biodiversidad, y la tendencia guerrera, como queda a la vista
la expansión del sistema mediante el consumismo, es decir: ya metiéndose en
sectores populares. En la región de la cuenca del Paraná y el Uruguay se suma,
como sexto ingrediente fundamental, la experiencia revolucionaria artiguista
por la “soberanía particular de los pueblos en confederación”, que experimenta
un reverdecer en las conciencias. Sumado ello a que ya estamos en condiciones
de revisar las luchas obreras y campesinas, inconclusas, y ver también la
catadura de las organizaciones que se han tomado de la lucha de clases para
colocarse máscaras de representantes y convertirse en garantías de la
permanencia del sistema, medrando en el medio. Y de revisar las llamadas
independencias que, en verdad, están por verse, por la continuidad del sistema
en la colonialidad. (Hay autores de distintas latitudes que advierten que, para
las comunidades indígenas, la república independiente fue peor que los
virreinatos coloniales).
A propósito de la ecología, dice
Edgar Morin: “La conciencia ecológica puede ser fácil cuando se trata de
perjuicios, de daños: ahí está Chernóbil, aquí Seveso (incendio industrial en
Italia), aquí una catástrofe. Pero el pensamiento ecologizado es muy difícil
porque contradice principios de pensamiento que han arraigado en nosotros desde
la escuela elemental donde nos enseñan a realizar cortes y disyunciones en el
complejo tejido de lo real, a aislar disciplinas sin poder asociarlas
posteriormente”. Es decir: Morin advierte que las categorías occidentales
infectan el sistema de conocimiento, nos impiden mirar el panorama, nos
dividen.
Respecto
de los saberes ancestrales, lo mismo. ¿estamos dispuestos a desnudarnos, para
zambullirnos en ese mar asombroso, o nos lanzaremos con todo puesto? ¿Estamos
abiertos, también, para ver en los pueblos ancestrales diversos saberes y modos
de organización, y no todos comunitarios ni todos armoniosos o pacíficos?
En esa intersección de saberes y ángulos de mira que
hemos señalado está la recuperación de saberes ancestrales, que motiva esta
pieza. Claro que los pueblos del mundo, y en particular los del Abya yala
(América) y África, muestran culturas distintas, idiomas distintos,
organizaciones distintas. No son un bloque.
Aun así, algunas tradiciones se manifiestan de modos más
o menos comparables en algunos de los pueblos de nuestro continente. Por
ejemplo, la relación del ser humano con el resto de la naturaleza en armonía
(en las antípodas del extractivismo); el despliegue de las familias en
la naturaleza, con culturas insertas (en las antípodas del hacinamiento);
la vida comunitaria (en las antípodas del individualismo); la noción de
territorio compartido (en las antípodas de la propiedad privada absoluta);
el trabajo colectivo y festivo (en las antípodas del trabajo como tortura);
la participación asamblearia y la búsqueda de consensos (en las antípodas
de los sistemas representativos de partidos políticos y su fragmentación
permanente, o la resolución de problemas mediante la cantidad ocasional); la
mirada integral (en las antípodas de la fragmentación y las especialidades
tantas veces aisladas en compartimentos estancos); etc.
Algunas de esas tradiciones fueron tomadas por la
revolución federal en el cono sur del Abya yala, con eje en la Banda Oriental y
Entre Ríos. Su jefe máximo, José Artigas, sintetizó esa meta de esta manera:
soberanía particular de los pueblos en confederación. Ahí tenemos un mundo
criollo en sintonía con saberes ancestrales.
Ese mundo criollo tomó las tradiciones como propias, no
siempre reconociendo su origen milenario en este suelo, y se manifestó en las
artes. Por ejemplo, cuando el oriental Romildo Rizzo escribe (y recita el
argentino Atahualpa Yupanqui) “si hay leña cáida en el monte yo no výa voltear
un árbol, po’el aire no puedo dir, de no, ni pisaba el pasto”. Es decir:
mínima invasión. Inclinación ante la naturaleza. (Hay decenas de ejemplos por
el estilo).
Aquí una prevención fundamental: conocemos poco de
nuestros pueblos. Y sobre el problema de trabajar con los relictos de la selva
que fueron y son esas culturas, reconocemos que vivimos en un mundo
occidentalizado que nos empuja permanentemente a sus casilleros. De ahí que se
imponga una necesaria delicadeza a la hora de analizar los saberes ancestrales
y a la hora de vincularlos con las ciudades del siglo XXI. Más abajo veremos
cómo lo dice el húngaro venezolano Esteban Emilio Mosonyi.
También nos viene al pelo esta advertencia del boliviano
Álvaro García Linera: “El sobredimensionamiento de la tradición es incorrecto,
ya que aunque sin duda ella impregna y guía todas nuestras actitudes y
posibilidades, nunca clausura las opciones nuevas que pueden aflorar… en el
abanico de infinitas posibles acciones humanas emergentes de las condiciones
previas de las personas (de la tradición), hay opciones humanas y posibilidades
históricas que no dependen ni derivan directamente de esa tradición… Se trata
de lo que podríamos denominar el principio de incompletitud histórica, que deja
abierta la posibilidad de la innovación, la ruptura y el quiebre, o, en otras
palabras, de las revoluciones.”.
Para ponernos en ambiente, sobre los saberes ancestrales,
señalamos aquí algunas tradiciones que conversan unas con otras. Desde esta
base podríamos (en otro aporte) analizar las estructuras actuales, las
categorías occidentales, las teorías occidentales, que en muchos casos hacen
agua porque fueron pensadas para un momento dado y una región dada, y luego se
extendieron al planeta, por la fuerza de las armas, las iglesias, las aulas,
los medios masivos, el capital. Incluso estamos obligados a revisar categorías consideradas
revolucionarias. Por ejemplo: la irrupción de la tecnología, por un lado, y la
conciencia ecológica por otro, han puesto en cuestión conceptos fundamentales
sobre la clase trabajadora. También el desarrollo del pensamiento decolonial
nos exige otras lecturas de una misma historia, y un estudio de los modos que
adquieren en cada país la colonialidad y el colonialismo interno. Y qué decir
de las numerosas variantes de modelos auto denominados “socialistas” que hoy
dificultan, sobremanera, la definición del término.
Rudimentos para otro diccionario
Aquí, pues, algunos conceptos, para ponernos en onda con
la mirada comunalista o comunitarista, con algunas inquietudes emparentadas sin
dudas con algunos socialismos. Y con esta advertencia: muchas de las
tradiciones del Abya yala son comparables a tradiciones de otras latitudes,
sean de África, Asia, Europa, Oceanía, etc. (De hecho, en España misma existe
profusa literatura sobre los concejos abiertos asamblearios y los comunales). Sin
dudas, este breve vocabulario muestra algunas de las rendijas que rompen las
estructuras occidentales.
UBUNTU. Dice la
anécdota africana que un estudioso visitaba un poblado y, con el fin de conocer
un poco sus valores,
improvisó un juego entre los niños. Colocó a cincuenta metros un cesto con
frutas y los invitó a correr: “el que llegue primero se quedará con las
frutas”. Para su sorpresa, los niños y las niñas se tomaron de las manos y
comenzaron a correr juntos. Al llegar al mismo tiempo, se sentaron y se
repartieron las frutas con gran algarabía.
Eso se llama
ubuntu. “¿Cómo voy a disfrutar yo, si todos mis compañeritos pierden?”,
responde una niña. “Yo soy porque nosotros somos”, significa ubuntu, y es una
demostración palmaria del estímulo comunitario, cooperativo. Hay tradiciones
vivas compatibles con el ubuntu, que nos muestran civilización exquisita donde
la historia más difundida ha naturalizado esclavización, con el cuento del
supremacismo.
¿Pero es que
vienen de los pueblos esclavizados, reducidos a basura, las enseñanzas que nos
sacarán del pozo?
TIK. En el idioma de los tojolabales “tik” equivale al “nosotros”
castellano. No hay cosa que hagan o digan estos pueblos ancestrales que no
implique a la comunidad. Dice Carlos Lenkersdorf que el “tik” en la región de
Chiapas cumple una función de principio organizativo de los mayas. Entre los tojolabales
el mejor no está afuera de la comunidad, y el peor tampoco. Y eso se nota en su
idioma. Cuando en castellano decimos “uno de nosotros cometió un delito”, en
tojol ab’al se escucha “uno de nosotros cometimos un delito”. Para el
occidental, el sujeto es “uno”. Para el tojolabal, el sujeto es “nosotros”. La mirada comunitaria no menosprecia al
individuo, pero tampoco lo entiende lavado. El individuo se potencia en lo
comunitario. Libertad es interdependencia. El tik rompe fronteras ficticias,
diluye los compartimentos estancos, cura de vanidades. En la vida social, exige
un cambio completo de las estructuras occidentales. Ni la justicia ni las
cárceles ni la economía ni la educación son las que frecuentamos, cuando el
centro está en el nosotros.
JIWASA. En
los pueblos del altiplano “no soy yo, somos nosotros”. Dice Rivera Cusicanqui:
¿cómo asumir el particular-universal, el jiwasa, el nosotros como cuarta
persona del singular?”
SUJETOS. El “nosotros” que está en el
centro de la cosmovisión tojolabal (explica Carlos Lenkersdorf) incluye al
resto de la naturaleza; en el nosotros está la piedra, está el pájaro, no hay
“afuera” del nosotros. ¿No se hace más sencilla y aceitada así la convivencia,
la comprensión? Dice Lenkersdorf: “Veamos otro ejemplo que hace explícito el
nosotros. Se dice en español: ‘yo te dije’. La expresión correspondiente en
tojolabal es ‘yo dije, tú escuchaste’. En la estructura en español pasa la
acción del sujeto ‘yo’ al objeto ‘te’. El actor, por supuesto, es el ‘yo’. La
estructura correspondiente en tojolabal, en cambio, es de dos sujetos, con sus
verbos correspondientes y sin objeto (acusativo). En términos generales podemos
afirmar que en tojolabal, en lugar de objetos, hay diferentes clases de sujetos
que se complementan; los sujetos no subordinan a los objetos, como ocurre en el
español. Por esto en tojolabal se da una subjetividad intersubjetiva
(sujeto-sujeto) en lugar de la relación de sujeto-objeto”.
Opuestos complementarios
CHACHA WARMI. Los pueblos andinos basan su cosmovisión en la dualidad,
día y noche, invierno y verano, alto y bajo, hembra y macho… La persona
adquiere ese estatus de persona en relación con el otro. Las parejas forman
comunidad. No es una división sino una concepción de unidad sostenida en pares
complementarios.
YANANTIN.
Complementariedad. Es una base de la comprensión cósmica y la organización
social para el consenso, no para la fragmentación y el pleito como norma a que
nos tiene acostumbrado el poder vernáculo. Donde el occidente suele ver
posiciones hostiles, irreversibles, que sólo se saldan con la guerra, o con la
imposición de una mayoría ocasional sobre una minoría, el Abya yala puede observar
posiciones opuestas complementarias que faciliten el consenso.
CONSENSO.
“En una relación, si uno gana y el otro pierde, ambos pierden”, dicen los
saberes ancestrales. En distintas culturas del Abya yala se valora la
participación, el diálogo, la búsqueda de consenso, por encima de la imposición
de unos sobre otros que es práctica habitual en el partidismo. Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa: Invitación al diálogo sincero y obligado por una razón muy obvia: somos
hermanos. Necesariamente tenemos que comunicarnos, sí o sí, pase lo que pase,
unos con otros, porque somos hermanos, no hay más remedio.
HOSPITALIDAD. Marcos
Sastre vio esta condición en las familias del litoral. “En los campos y en las
islas del Paraná, del Uruguay y del Plata, como en los pueblos antiguos, el
huésped es siempre acogido con respeto y alegría, servido y obsequiado con
perfecto desinterés. Él os recibe con el cariño de un hermano, de un padre, os
introduce al seno de su familia, sin preguntaros quién sois, os cede su propio
lecho, os sienta a su mesa con regocijo, parte con vos, sin admitir recompensa,
sus escasas provisiones, y todo esto lo hace él, lo hacen su esposa y sus hijos
con tan buena voluntad y tanto gusto, que os encontraréis contento y feliz y no
podréis dudar que aquellos corazones gozan, al serviros, de la más pura
satisfacción”.
MINGA. El
trabajo colectivo y festivo, otra tradición que Martiniano Leguizamón señala
entre las más apreciables de nuestras comunidades campesinas del litoral.
Cuenta que la minga reunía en estos pagos el trabajo más fatigoso con las más
bellas expresiones de juego, beberaje, humor, guitarras, pericones, amoríos,
fiesta en suma. Con la llegada de las máquinas, dice el escritor, “al renunciar
a los procedimientos
primitivos y rutinarios se han borrado casi totalmente esos rasgos de
desinterés, ese desdén altanero y bizarro por las riquezas”, que
caracterizaba al criollo del litoral. “Ya no hay mingas en mi tierra!”, lamenta
Leguizamón. “Ya no resuenan en las noches de verano bajo la trémula claridad de
las estrellas, las músicas, las danzas y los cantos con que se festejaban las
felices faenas de la tierra”.
TEKÓ PORÁ. La
expresión guaraní refiere al vivir bien y bello, con interacciones comunitarias
y en sintonía con el resto paisaje, es decir: el ser humano integrado en el
monte, el río, con las demás expresiones de la naturaleza. Son voces
comparables: kume mongen, kume felén, sumak kawsay, suma qamaña.
TEKOHÁ. El
lugar donde la familia guaraní practica sus maneras; ñanderekó, nuestro modo de
vivir, no circunscripto al espacio y la naturaleza a la vista, sino con todos
los elementos que en el criollo fue a dar en la expresión “lah casah”.
AYLLU. Esta
organización comunitaria, territorial, económica, social, productiva, ha
soportado distintos sistemas a través de los siglos y tiene mucho para decir en
torno de la organización social, los alimentos, la toma de decisiones
políticas. El ayllu ha tenido variantes diversas, no todas compatibles con la
intención comunitaria, con la valoración de la horizontalidad en el trato. El
mejor homenaje a su existencia y su duración es el estudio despojado de
embellecimientos. Muchas veces fueron maneras de resistencia, aprovechando las
experiencias territoriales, y con distintos grados de subordinación. Muchas
veces por encima del ayllu ha estado el inca, el estado, el curaca, el
hacendado o el mercado… Como bien se dice, no todo lo que brilla es oro.
AYNI.
Ayuda mutua. Principio de reciprocidad en las culturas andinas. En guaraní “potiró”,
manos a la obra, todos juntos. Para lo cual se establece el “pepy”, el
convite, porque el trabajo debe ser colectivo y festivo.
Mate y koyang
PACHAMAMA.
Madre tierra en armonía, que nos contiene sin distinción, y nos genera esa
conciencia de ser manifestaciones de un todo, por encima de fronteras y
fragmentaciones, y por eso con una conciencia de austeridad para dar lugar. “El
antropocentrismo –apunta Silvia Rivera Cusicanqui- viene de la mano del
androcentrismo, centralizar todo en el sujeto varón, y hacer que todo lo demás
sean objetos... Ahora, gracias a una revolución epistemológica vinculada al
surgimiento de movimientos indígenas estamos aprendiendo a reconocer que hay
otros sujetos y que tienen derechos, que son los animales, las plantas, los
ríos, los cerros, la Pacha. La Pachamama tiene derechos, incluso algunas
constituciones de la boca para afuera reconocen derechos, pero creo que tomando
en serio esto es por lo menos un intento de superar el antropocentrismo”. Para
Silvia, hay un abismo entre la ley y la práctica, porque los gobiernos legislan
y violan las leyes. “Se borra con el codo lo que se ha hecho con la mano”,
afirma.
CORPACHADA.
Celebración de la armonía. Ceremonia ancestral de agradecimiento a la
Pachamama. Ofrenda, homenaje, fiesta. Conciencia comunitaria cósmica.
RUEDA DE MATE. El compartir no sólo el agua, la yerba, sino el lugar,
el momento, con la presencia de nuestros antepasados, de la Pachamama, para una
comunicación auténtica que diluye espacio y tiempo y convierte a la ronda en un
lugar venerable, donde cultivar sinceridad, amistad, conocimiento profundo.
KOYANG. Los koyang o parlamentos se cuentan por decenas en
la frontera entre castellanos, criollos y mapuches a lo largo de tres siglos.
Carlos Contreras Painemal explica que el koyang es una instancia para atender
asuntos graves, un espacio de negociación etnopolítico, un encuentro protocolar
con toda una serie de normas preestablecidas, con dones mutuos, con rituales
finamente elaborados y el arte de la diplomacia a pleno. Hay un estudio muy
interesante del parlamento de Quilín, escrito por Patricio Zamora Navia,
referido a los rituales que garantizan un espacio de diálogo y una confianza
mutua.
El
estudioso señala que los caciques toman una vara de canelo y piden el
sacrificio de ovejas para garantizar el acuerdo antes de empezar la charla, y
con eso dicen que esa presencia de la naturaleza da certeza de permanencia, sobre
lo efímero. Lo ritual no es anecdótico; el símbolo, como el aire, se mete en
los resquicios.
GAUCHADA. La gauchada es
una acción concreta, desinteresada, en la que los valores solidarios se ponen
en práctica de modo casual, espontáneo, y donde no cuadra ofrecer un pago. La
gauchada es un relicto de la vida comunitaria, uno no espera nada a cambio, y
sabe que el otro haría la misma gauchada en esas circunstancias.
SOBERANÍA
PARTICULAR DE LOS PUEBLOS. Se trata de un modo de organización
que articula a las comunidades diversas en confederación, que valora los modos
propios sin despreciar los ajenos, y que sirve de resistencia ante las
imposiciones verticales y la uniformidad propias de un régimen colonial.
IYAMBAÉ. El
“naides es más que naides” es una tradición compartida por distintas culturas
que ha echado raíces en el litoral y promueve el sentido de pertenencia y de
igualdad entre los miembros de una comunidad, y entre comunidades. “Estamos en
tiempo de volver a ser Iyambaé; es un código que han protegido nuestros
hermanos guaranís; Iyambaé es igual a persona que no tiene dueño, nadies en
este mundo tiene que sentirse dueño de nadies y de nada”. Palabra de David
Choquehuanca.
MANDE NOMÁS. El
espíritu confiado y servicial que jamás debe confundirse con la servidumbre. El
estar atentos al otro, para ver qué necesita, cuáles son sus gustos, y ponerse
a disposición.
Manos abiertas
JOPÓI. Manos
abiertas mutuamente. El don, la reciprocidad, en personas felices en la medida
que pueden dar; un sistema que ha regido en toda la región guaraní (que nos
comprende) por milenios. "Puesto que en la economía de reciprocidad
el objetivo primero e inmediato es el bien del otro, la economía de
reciprocidad destruye de modo inmediato la pobreza en el mundo", dicen
Bartomeu Melià y Dominique Temple. Para Melià, la reciprocidad no empieza por
la producción sino por la fiesta, y la fiesta consiste en dar, de manera que se
produce para dar.
La hospitalidad que Marcos Sastre encuentra como esencia
en los isleros parece una herencia natural del guaraní en el delta del litoral.
Melià insiste en sus obras en que la economía guaraní es la “memoria del
futuro”, y en que se trata de modelos de abundancia, es decir: no por
solidarios son sistemas de escasez. Todo lo contrario. Además, apunta que con
el sistema guaraní el cambio es inmediato, lejos de la mirada “progresista” que
siempre ve las mejoras en un futuro incierto.
“Para la mentalidad parásita del explorador y del
conquistador español… era siempre una
agradable sorpresa encontrarse con aquella portentosa abundancia de productos
agrícolas en las tierras del guaraní”. (Melià).
PAGO. Lah
casah. Es como decir la casa de uno y de muchos, de
los abuelos y los nietos; el pago, varias casas juntas, la ranchada, pero con
estos árboles, estos trinos, estas presencias espirituales, estos sonidos,
recuerdos, gustos, sueños, amores, y estas fiestas. Hay un feliz sentido de
pertenencia: allí la casa no es la propiedad mía: yo soy un hijo de las casas,
un deudor del pago, un miembro del paisaje vivo. El paranaense José Eduardo Seri escribió un “Poema
celebratorio de los seres y las cosas”, en el que agradece: “Y la casona
antigua/ que me gusta habitar:/ vecinos sin querellas,/ puertas de par en par”.
Llamamos “Mundo zurdeño” (en memoria de un artista de excepción apodado
el Zurdo), al universo comunitario con lugar para el monte, el trino, la
serenidad, el debate amistoso, el mate amargo, las artes, el silencio fecundo,
los saberes perennes, los oficios, donde el éxito y la competencia y la
posesión resbalan, desentonan, y donde las casas tienen las puertas abiertas.
El colombiano Arturo Escobar ha estudiado el menosprecio
del lugar en el pensamiento occidental, con consecuencias dañinas en la
comprensión de la cultura, la naturaleza, la economía. Para prevenirnos de
chovinistas y reaccionarios, nos lavamos de lugar. “Al restarle énfasis a la
construcción cultural del lugar al servicio del proceso abstracto y
aparentemente universal de la formación del capital y del Estado, casi toda la
teoría social convencional ha hecho invisibles formas subalternas de pensar
y modalidades locales y regionales de configurar el mundo. Esta negación
del lugar tiene múltiples consecuencias para la teoría -desde las teorías del
imperialismo hasta aquellas de la resistencia, el desarrollo, etc-, que
pudiesen ser exploradas mejor en el ámbito ecológico. En este ámbito, la
desaparición del lugar está claramente vinculada a la invisibilidad de los
modelos culturalmente específicos de la naturaleza y de la construcción de los
ecosistemas. Solamente en los últimos años es cuando nos hemos dado cuenta de
este hecho”, dice Escobar. Y agrega: “A diferencia de las construcciones
modernas con su estricta separación entre el mundo biofísico, el humano y el
supernatural, se entiende comúnmente que los modelos locales, en muchos
contextos no occidentales, son concebidos como sustentados sobre vínculos de
continuidad entre las tres esferas. Esta continuidad está culturalmente arraigada
a través de símbolos, rituales y prácticas y está plasmada en especial en relaciones
sociales que también se diferencian del tipo moderno capitalista”.
Las relaciones sociales, dice, abarcan más que lo humano,
y por ello acude a la visión de los activistas negros del Pacífico que definen
a la biodiversidad como “territorio más cultura”. En suma: Arturo Escobar
propone apreciar las alternativas al orden mundial, en las experiencias
territoriales. Si queremos desoccidentalizar el planeta, miremos pues a nuestro
alrededor y en nuestras raíces con mayor atención. Rituales como la corpachada,
que occidente mira de reojo y con prevención, son fundamentales para afirmar la
pertenencia del ser humano a honduras que no se ven con los sentidos, que no
entran en los cánones de las ciencias modernas.
Enseñanza de la lechucita
CH’IXI Y LA LÓGICA. Lo intercultural, dice Esteban Emilio Mosonyi, consiste
en “poner en comunicación, pero hay que tener cuidado: algunos creen que al ser
intercultural estamos como resolviendo las diferencias para unir las culturas
en una sola, o sea que estamos interactuando para ver si sacamos lo mejor de
todas para hacer una sola, como un nuevo mestizaje. No es eso: en lo
intercultural se respetan las personalidades. Sobre el reconocimiento de estas
diferencias legítimas nos estamos enriqueciendo porque yo aprendo de ustedes y
ustedes aprenden de mí”. En la misma línea, Silvia Rivera Cusicanqui señala la
cultura ch’ixi o cheje, en referencia a la convivencia de colores bien
repartidos sin diluirse, es decir: cada cual con su condición al lado del otro.
Se comprende, en el litoral, cuando miramos la gallina bataraza, el color del
inambú (la perdiz), la lechucita de las vizcacheras o del pájaro carpintero. De
lejos se ve un color, apenas uno ser acerca están los colores distintos
conviviendo; una cosa no quita la otra, nada se diluye.
La pensadora explica que la idea de lo ch’ixi (cheje)
está “anclada en una metáfora que un escultor aymara me contó en los años 90,
cuando hacía un video sobre su trabajo. Él planteaba que ch’ixi es un gris
hecho de puntos negros y blancos, manchas de colores opuestos que se
yuxtaponen. Pero él asociaba esto a ciertos animales y ciertas piedras. El
animal emblemático, la serpiente de Katari es por excelencia un animal ch’ixi,
porque está arriba y a la vez abajo, es una energía que puede transformarse en
rayo o en veta de metal. Además él dice ‘estos animales nos ayudan a
defendernos de la maldad del enemigo’ y eso se traduce también metafóricamente
en el uso de la k’orawa, que es la honda indígena hecha de hilos negros y
blancos, torcidos al revés como para revertir la energía de la maldad que
amenaza a las sociedades indígenas. El haber recuperado esas palabras es un
ejercicio de soberanía”.
“La palabra ch’ixi -insiste Silvia Rivera- tiene diversas
connotaciones: es un color producto de la yuxtaposición, en pequeños puntos o
manchas, de dos colores opuestos o contrastados: el blanco y el negro, el rojo
y el verde, etc. Es ese gris jaspeado resultante de la mezcla imperceptible del
blanco y el negro, que se confunden para la percepción sin nunca mezclarse del
todo. La noción ch’ixi, como muchas otras obedece a la idea aymara de algo que
es y no es a la vez, es decir, a la lógica del tercero incluido. Un color gris
ch’ixi es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y también es negro, su contrario…
Así como el allqamari (halcón) conjuga el blanco y el negro en simétrica
perfección, lo ch’ixi conjuga el mundo indio con su opuesto, sin mezclarse
nunca con él. Pero su heterónimo, chhixi, alude a su vez a la idea de
mescolanza, de pérdida de sustancia y energía”.
TERCERO INCLUIDO. El entrerriano Fortunato Calderón Correa trata la
cuestión de la lógica trivalente. “La lógica dual, basada en los principios de
no contradicción, de identidad y del ‘tercero excluido’ parte de los opuestos y
llega a los opuestos, no puede salir de la dualidad. Para superarla es preciso
intuir directamente la unidad de los opuestos, ver que lo que parecía
contradictorio en un nivel es complementario en otro que lo incluye”, dice el
paranaense. “Mientras el pensamiento occidental ‘clásico’ utiliza el principio
lógico del ‘tercero excluido’, o sea el supuesto de que una cosa no puede ser
sino verdadera o falsa, sin tercera posibilidad, el pensamiento andino se funda
en lo que algunos han llamado una ‘lógica trivalente’ o ‘principio del tercero
incluido’ en el sentido de que las cosas pueden ser, o bien verdaderas, o bien
falsas, o bien inciertas. Mejor dicho, son a la vez verdaderas, falsas e
inciertas”.
TUMPA. Dice
David Choquehuanca: “es el control obligado que tiene que existir entre todos,
entre el taxpacha, no solamente entre el taqini (cuando decimos taqini,
solamente hablamos de las personas, y cuando hablamos del taxpacha, hablamos de
todo lo que existe); entonces cuando establecemos este tipo de diálogo, no
solamente tiene que ser de interés de los seres humanos, sino de todo lo que
existe en nuestra Pachamama”.
APYKA. Le
preguntamos cierta vez a un grupo de mujeres charrúas por una condición
esencial de su pueblo y nos respondieron: el valor de la palabra. Entre los guaraní
la vida misma se origina en la palabra. La palabra es sagrada y se hace carne. “El
apyka es el primer territorio o cultura-torio, y éste es el seno de la madre,
el lugar donde se sienta y se asienta la primera y única palabra de la persona,
que se hace carne y habita entre nosotros. Es la primera palabra del ava, que
en guaraní significa persona; la palabra nos visita y toma asiento, como baja
sobre el sabio la palabra inspirada, estando él sentado en el banquito
ceremonial, la recibe y él mismo se hace palabra”. (Melià). También unos
indígenas de Brasil definieron apyka como el lugar del encuentro de los
ancestros.
Dice una canción del entrerriano (hijo de un oriental y
una correntina) Linares Cardozo: “en un apretón de manos se va toda mi
amistad”. Dice otro poeta, Marcelino Román, con pueblos ancestrales en su
familia: “del entrerriano derecho es el que en mis coplas hablo, al fayuto
no lo cuento porque ese no es entrerriano”. ¿Qué posibilidad existe, para
la política moderna, de encajar en la veneración por la palabra, de respetar el
apretón de manos? Cuando un grupo se aferra a la búsqueda del poder en los
términos actuales, ¿honra la palabra, o reverencia al poder? Una vez que la
palabra fue reducida a utilidad, puesta al servicio de otros valores, ¿qué
posibilidades ciertas existen de que recupere su lugar, cuando el grupo accedió
al poder? Muchas comunidades y organizaciones sin poder económico ni político,
y sin estatus también en el mundo intelectual colonizado, tienen un poder
extraordinario en la autenticidad, en el valor de la palabra. Cuando, incluso
con buenas intenciones, entran en el juego del poder y para ello dejan en un
segundo plano la palabra, pueden creer que están participando, que están en el
ruedo, cuando en realidad han perdido su esencia, ya no tienen nada que valga
la pena.
JALLALLA.
El saludo quechua aymara de encuentro y despedida manifiesta un deseo profundo
de que al auditorio le sonría la vida, con el compromiso de hacer todo, de
aplicar todas las energías, para que eso ocurra.
Recetas fracasadas
Este aporte es apenas una punta para desenredar la madeja
de un mundo de saberes y modos de relación que está vivo pero pisado por el
sistema predominante, basado en la cantidad, la ganancia, el individuo, la
disputa, el poder vertical y varios ismos: antropocentrismo, extractivismo,
racismo, colonialismo, capitalismo y socialismos varios.
Muchos de estos conceptos tienen consecuencias en la
organización social, pero deben ser analizados desde una mirada integral, donde
la política, la práctica, es una de las manifestaciones de la vida. Si no se
busca el descrédito inmediato de estas concepciones, no hay que leerlas desde
las categorías occidentales modernas porque de ellas no derivan otras cosas que
el menosprecio, la burla, la invisibilidad, el abismo.
Esteban Emilio Mosonyi convivió con pueblos ancestrales, estudió
sus idiomas, conoció sus modos desde adentro. Estas son algunas de sus
prevenciones: “El repetir unos lugares comunes asociados al indígena, como
trabajo comunal, solidaridad interfamiliar, respeto a la naturaleza y cierta
espiritualidad, queda demasiado lejos de lo que verdaderamente ofrecen y pueden
brindar a la humanidad entera centenares de pueblos cuyas alternativas
múltiples hasta ahora se han ignorado y hasta desdeñado”. Agrega el
húngaro-venezolano: “en el mundo indígena, hasta donde lo conocemos, el
consenso no mata la diversidad de pensamiento y el adherirse a una solución
permite todavía que ciertos individuos y familias mantengan en reserva algunas
ideas distintas. Así, dentro de una comunidad parece lógico que unos ejecuten
las obras con mayor entusiasmo que otros, les dediquen tal vez mayor tiempo y
esfuerzo, mientras que algunos permanecen discretamente en la retaguardia sin
sabotear jamás y sin llevarle abiertamente la contraria a lo que decidió el
colectivo. Esto permite que en la medida en que fracase o sea insuficiente lo
resultante de un consenso logrado, haya todavía otros recursos que
posteriormente podrían ponerse en práctica a base de otras discusiones y
eventualmente un nuevo acuerdo. Lo llamativo es el mantenimiento de la armonía,
pues una comunidad indígena prefiere dividirse y marcharse cada uno por su lado
antes que mantenerse juntos con iras y reconcomios”.
Dice Mosonyi: “¿Hasta
cuándo tardaremos en comprender que el socialismo necesita de insumos
originales e inéditos para su renovación y repotenciación, en lugar de la
práctica tan común de seguir aplicando recetas triviales y fracasadas? Diremos
una y mil veces que atosigar a los pueblos indígenas con fórmulas socializantes
eurocéntricas no sólo puede matar en germen cualquier contribución propia
emanada de la sociodiversidad sino que puede hasta revestir un carácter
tragicómico; porque si alguien sabe por experiencia milenaria de comunidades y
de convivencia solidaria entre la gente y con la naturaleza son precisamente los
indios americanos, especialmente aquellos que nunca estuvieron organizados en
grandes imperios ni se dedicaron a la conquista bélica de otras sociedades. Lo
mismo vale para las microetnias de otros continentes. Exportarles ahora desde
nuestras capitales el esquema comunitario parece casi una burla; es como llevar
baldes de agua al océano. Por favor, recuperemos la sindéresis y tratemos de
aprender algo nuevo y distinto de otros pueblos, aunque sea por primera y única
vez en nuestra vida. A veces pienso que nuestra soberbia trasciende todo límite
imaginable”.
Hasta aquí nuestro aporte con los ojos del corazón puestos
en las comunidades, y la biodiversidad que contiene a esas comunidades.
Salud. Clemencia. Gracias.
Daniel Tirso Fiorotto
Junta Abya yala por los Pueblos Libres
Febrero de 2024, Colonia Avellaneda, Entre Ríos.
BIBLIOGRAFÍA
AYALA DE ALMADA, Dominga. Mujer de la costa.
JUNTA ABYA YALA POR LOS PUEBLOS LIBRES. Aportes diversos
de sus miembros.
LANDER, Edgardo, y otros. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. (Dussel, Lander, Quijano, Mignolo, López Segrera, Moreno, Escobar, Coronil, Castro Gómez).
MELIÀ, Bartomeu, TEMPLE, Dominique. El don, la venganza y
otras formas de economía guaraní.
MEMMI, Albert. Retrato del colonizado.
RIVERA CUSICANQUI, Silvia. Un mundo ch’ixi posible.
SOUSA SANTOS, Boaventura de. Para descolonizar occidente.