Apuntes sobre saberes comunitarios recuperados en pueblos ancestrales

Resumen a pedido de los compañeros socialistas orientales, ante la deriva del capitalismo hacia la acumulación, la exclusión, la contaminación, el extractivismo y la guerra.

 

El estado-nación, gobernado por diversos partidos políticos, incluso enfrentados, sostiene dos condiciones fundamentales: el menosprecio de las comunidades diversas y la participación, y la concepción de la biodiversidad como recurso económico, desde un antropocentrismo compartido por sectores intelectuales racionalistas y religiosos por igual.

Padecemos este menosprecio a diario, no sólo en las estructuras clásicas de poder sino también en organizaciones que podríamos considerar cercanas, pero fue muy notable hace poco en nuestro barrio Los Zorzales. Se imponía una obra cloacal: pues los estados licitaron, contrataron una empresa radicada a 600 kilómetros que realizó una obra por demás precaria, sin un solo obrero del barrio o de la región contratado, y cuando los vecinos nos acercábamos a mirar o a sugerir algo, éramos vistos como obstáculos, como entrometidos. Peor aún si consultaba una mujer. Si la participación barrial pudiera medirse de uno a diez, la nuestra fue cero. Porque incluso ante nuestras consultas se respondía a veces, pero con evasivas.

El estado ecológico de nuestro barrio junto al arroyo Las Tunas es deplorable, aunque sobresalen carteles que prometen soluciones nacionales millonarias nunca completadas. Sin embargo, los automovilistas que pasan por la ruta cercana deben creer que somos privilegiados con obras de saneamiento… Un cartel reza incluso: “Con la fuerza de los hechos”. Es decir, la burla es total.

En los últimos lustros, ante la ausencia de respuestas de organismos y organizaciones, han aflorado asambleas ciudadanas, vecinales, ecologistas, que exigen un pequeño aspecto del comunitarismo llamado “licencia social” para ciertas obras. De vez en cuando se obtiene un triunfo, pero como excepción. La participación está vedada por el estado-nación. Y eso es tan extendido y permanente que nos lleva a pensar que el estado-nación, por republicano que se declare, es enemigo del comunitarismo. Y es un poco comprensible: la vida comunitaria reclama la devolución de facultades a las comunidades, ¿y quién está dispuesto a ceder algo en este sistema?

Estas experiencias muestran el éxito de la invasión occidental moderna que lleva cinco siglos, y que entre sus objetivos apuntó a la destrucción de las comunidades y sus saberes y modos de organización.

A la hora de abordar aquello que nos han ocultado o nos han distorsionado por siglos nos preguntamos si estamos dispuestos a zafar de los casilleros en que nos colocaron el estado, los templos, las aulas, la familia, los partidos, los sindicatos, los medios masivos, los colegios de profesionales y otras corporaciones. A veces con buenas intenciones, pero casilleros al fin. ¿Tendremos la actitud necesaria, la serenidad, para dejarnos inundar por otros saberes sin ponernos a la defensiva?

¿Estaremos en disposición de escuchar al árbol, admitir el latido de la piedra, aceptar el consejo del pájaro? ¿Podremos abrirnos a la presencia del territorio, de la selva, del espíritu de nuestros antepasados, en la sencilla ceremonia del mate?

Quien piense que el árbol sólo vale si da sombra, no puede librarse de sus ataduras. Un oriental muy lúcido, Osiris Rodríguez Castillos, escribió y cantó cierta vez: “debajo de este arbolito suelo amarguear en silencio, si habré gastao cebadura pa intimar y conocerlo. No da leña ni pa’ un frío, no da flor ni pa’ remedio, y es un pañuelo de luto la sombra en que me guarezco. No tiene un pájaro amigo pero pa´ mi es compañero”. Lo recordamos para señalar que no estamos inventando nada nuevo. Y porque no pocos de nuestros saberes, que diríamos filosóficos, están dichos en versos, cuando no cantados.

¿Encontraremos el sentido en eso de pedir permiso al monte, al río, de agradecer hondamente al arroyito en la más completa soledad, sin necesidad de actuar ante nadie?  ¿Estaremos en condiciones de escuchar las otras voces, de conocer los otros modos, despojados de la tendencia tan occidental moderna a leer ligero y con la refutación ligera en la punta de la lengua?

¿Pero es que en verdad aceptaremos que hay otras revoluciones posibles, en otros puntos de encuentro, otros ritmos? ¿Admitiremos que hay comunidades diversas, como diversas son las selvas? ¿Aceptaremos que en nuestra propia comunidad conviven comunidades diversas y que no es necesario licuar todos los colores con la idea de obtener un color único, sino que es posible convivir y hallar la unidad sin despreciar lo distinto, o mejor, apreciando y agradeciendo lo distinto?

Son interrogantes necesarios, porque resulta que, luego de dar testimonio de vida en armonía y equilibrio y producción en abundancia durante milenios, nuestros pueblos ancestrales han debido soportar el mote de haraganes desde un sector del mundo “blanco”, y desde otro sector del mismo mundo “blanco” el mote de indolentes, sino reaccionarios. Occidente pretende conocer rotulando y desacreditando. Con sus ignorancias llamadas ciencias pretende conocer hurgando; en vez de apreciar el pez en el arroyo lo quiere describir ante un microscopio.

¿Advertimos la enorme cantidad de próceres que nos da el sistema occidental? ¿Y por qué la mayoría varones? Muy sencillo: occidente moderno exporta regímenes verticales, de tipo militar, donde necesariamente hay un mandamás que se destaca, sea un general, sea un “filósofo”, sea un caudillo. Los otros mundos nos dan, como diría la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, tejidos, y es allí donde podemos calibrar el hervor de las comunidades, con altísima participación femenina, una urdimbre con distintas fibras donde lo que sobresale es eso, la trama, la comunidad, la vida sin prensa. Por eso, la tendencia muy reciente a buscar próceres con nombre de mujer se complica; y es que se las busca en las guerras, en el estado, en la política, siguiendo un patrón occidental, vertical, patriarcal, blanco, en actividades donde necesariamente encontraremos cien varones por cada mujer. Si nos detenemos en la vida honda, resistente, permanente, esforzada, creativa, vital, celebratoria de las comunidades, encontramos eso: comunidades, con menos nombres propios y más artes y saberes colectivos, más luchas colectivas; más personas metidas dentro del paisaje, no por encima; más territorio y menos propiedad privada, y un sinfín de mujeres.

Es una gimnasia necesaria y estimulante la de quitar a Europa del medio, con sus estructuras. No equivale a practicar antieuropeísmo, y eso debe explicarse porque ocurre que el colonizador se esfuerza en permanecer en el medio, sea que lo alaben o lo aborrezcan: en el medio. Y nosotros lo que proponemos es colocar ante nuestros ojos las otras culturas maravillosas, sea del Abya yala (América), de África, incluso de China, la India, en fin. ¿Qué nos ocurre, dos por tres? Que los colonizados suelen responder con críticas desde ese ángulo, entonces rotulan. Aplican definiciones de típicos momentos y procesos europeos a realidades milenarias de territorios a miles de kilómetros de distancia. Rotular para descalificar es un hábito.

Muchos han querido ubicar a los pueblos ancestrales en sus marchas, usarlos en sus economías y sus luchas; pocos se han detenido a mirarse en el espejo que les devuelve la imagen de colonizador, que es la verdadera y nadie quiere ver. Muchos dando consejos, bajando recetas, evangelizando, cuando no maquillando de doctrina y de revolución sus ocurrencias de ocasión.

El silencio de nuestras comunidades vivas contrasta hoy con el barullo de la propaganda del sistema, muy evidente en las pantallas con los más poderosos disfrazados de niños, jóvenes, perritos cariñosos y buenas mamás.

Numerosas comunidades con escasa o nula divulgación se sostienen con ciertos grados de autonomía en nuestro continente. La más famosa es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- en Chiapas, México, que acaba de entregar mayor autonomía local, para que la burocracia no entorpezca la lucha contra el crimen organizado. Se trata de una experiencia extraordinaria de rebelión contra la opresión del estado, sostenida en saberes ancestrales.

 

Desde la poesía

 

Y en ese vacío de todo y de nada, cuando frente a frente con Dios y la vida oró por los suyos a boca cerrada y lloró sin llanto la raza vencida, ¡un trino! la gloria de un trino le dio otro camino; un trino fue rumbo, consuelo y destino. Desde la arboleda un zorzal le dijo con su voz de seda: No es criollo el lamento; el sol se recuesta pero empolla auroras; cuando gime el viento su dolor, es música entre las totoras”.

Este poema del entrerriano Claudio Martínez Payva se refiere a las dos caras de la misma moneda que pueden apreciarse en el género musical llamado “estilo”, con raíz indígena. La serenidad y el empuje, la tristeza y la alegría, la conciencia y la apertura a otras voces, y el hallazgo de una guía en los saberes milenarios escritos en la Pachamama, a través de su voz más dulce: la del zorzal.

Donde el apuro occidental colonizado diría “el mundo fue y será una porquería”, las culturas que se dejan humectar en la naturaleza no se aplastan, no viven lloriqueando su suerte, no se suicidan.

Seguramente hay numerosos caminos para revertir la situación de nuestra región y el mundo, cada vez más parecida a la guerra, la acumulación de poder en unos pocos, el saqueo, la contaminación y la exclusión de las mayorías; pero nosotros vemos hoy con más claridad, entre esos posibles caminos, el que transitaron por milenios nuestros pueblos ancestrales y que Bartomeu Melià llamó “la memoria del futuro”.

Si se pudiera resumir, diríamos: comunidades diversas, caminando junto a las demás especies, no sobre ellas, organizadas de distintas maneras, tramando vida, en territorios que comprenden los saberes y las lenguas y las memorias y las artes y las relaciones que dan un ser humano real, de carne y hueso, en este tiempo, en este lugar, vivo, en estas piedras, estas arcillas, estas sombras, con estos modos, ni mejores ni peores, y seguramente complementarios de otros modos. Exactamente lo contrario a la uniformidad impuesta por los estados-nación surgidos a la fuerza con máscara de públicos, destructores de la vida comunitaria como de la biodiversidad que abraza esa vida comunitaria.

Volver la mirada a esos testimonios milenarios equivale a reconocer que no es imprescindible cambiar los gobiernos o los estados, primero, para luego volcarnos a ese otro mundo. Podemos cultivar lazos, revitalizar fibras que existen, modificando nosotros nuestros puntos de vista y nuestras costumbres, y admitiendo que la solución no es una para todos, si entendemos que la verticalidad y la uniformidad son vicios coloniales del occidente moderno, jamás una vía que nos ayude a superar los problemas.

En nuestra región tenemos la dicha de contar con expresiones auténticas de la vida ancestral en estos días, y tomamos como ejemplo a Dominga Ayala, mujer de las islas, las costas, capaz de obrar según las más hondas tradiciones de hospitalidad, desprendimiento, solidaridad, amor al paisaje, protección de la vida en todas sus formas, apertura al conocimiento, desde el andar sereno, apacible, metida ella y su familia en la naturaleza, como un miembro más de la cuenca del Uruguay que la vio nacer y el Paraná que le brindó refugio. Ningún régimen logró destruir su actitud comunitaria, vivió de manera comunitaria y alumbró con esos modos para que otros podamos continuar tejiendo, sin atenernos a la excusa del no se puede, la excusa del sistema.

Minga cobijó a un viejo enfermo de tuberculosis en su rancho, cobijó a los huérfanos en su rancho, brindó su alimento, compartió su pedacito de terreno con la vecindad, le cantó a la vida y al paisaje, celebró el arte de su vecindad, metió las manos en la arcilla para darnos hermosas piezas de cerámica… La comunidad islera, barrial, campesina, lejos de la declamación suele mostrarnos el camino con testimonios.

Hemos escuchado algunas agrupaciones políticas que atienden esos saberes, pero para hacerlos encajar en sus moldes preferentemente occidentales modernos, lo que no deja de ser otro modo de colonización. Un blanqueamiento. Escuchar los saberes ancestrales, estudiarlos, interpretarlos detenidamente, e incluso analizar el modo de centrarnos en esos paradigmas, es en cambio una práctica poco frecuente. Y se entiende: la vida política moderna exige respuestas inmediatas, alianzas inmediatas, resistencias inmediatas, mucho ruido, de manera que en esa lucha se ha preferido insistir con recetas parecidas, sin tiempo para volver los ojos a otras cosmovisiones, esas cosmovisiones que el estado nación nos ha mezquinado por siglos. En ese apuro respondemos como el estado nación racista ha querido. Por eso podemos sostener que, para el sistema, probablemente sea tan preocupante una rueda de mate como una marcha callejera, y es que el estado nación necesita que estemos entretenidos en responder a cada uno de sus ataques, en vez de detenernos a meditar sobre nuestras verdaderas fortalezas. Como el europeísmo, el estado nación necesita estar siempre en el centro de atención. Ahora bien, ¿está preparado para nuestra indiferencia?

 

En el abismo

 

Durante cinco largos siglos hemos menospreciado los saberes, las cosmovisiones, los modos de organización, de las comunidades ancestrales. El europeísmo ha exportado tantos problemas como pretendidas soluciones, siempre desde una mirada occidental eurocentrada, con pretensiones planetarias, sea desde la razón o la fe. Ha inflado su pequeña historia regional para darle apariencia de historia universal. Al punto que las otras historias, los otros saberes, las otras personas, quedan siempre en un escalón inferior.

Su racismo no ha provocado más que genocidios, burlas, distorsiones, biocidios, concentración de la propiedad de los bienes y los medios de producción, altanerías varias mediante el endiosamiento de la razón y las ciencias modernas o la imposición de creencias, la destrucción de modos de pensar, de vivir, de relacionarse, con menosprecio de la participación comunitaria. Cuatro de los resultados del racismo occidental están a la vista: la competencia letal en materia de armas que ha puesto al mundo al borde del abismo, el deterioro ecológico a pasos acelerados que nos tiene a minutos de la hecatombe, la concentración del poder económico en pocas manos, y la marginación de las personas en las decisiones, incluso en el orden barrial y en el hogar.

Muchas organizaciones que dicen representar a los trabajadores, o a los ciudadanos, son como satélites del sistema creado por el estado nación, medran alrededor de ese eje vertical, de ahí que tantas veces nos preguntemos por qué existen tantas entidades y cada vez que aparece un problema novedoso ninguna da respuesta: es que son parte de un sistema atomizado, sin compromiso con el conjunto. En el sindicalismo se llama tradeunionismo. Cada cual atiende su juego, como en el don Pirulero. Y no se trata de un vicio sino de un sistema: la fragmentación está en su ADN. Aquí vale repetir, felizmente, que la sociedad va buscando grietas y en los últimos años ha florecido en asambleas vecinales y ecologistas, por caso, o en agrupaciones de desocupados que las organizaciones establecidas tenían invisibilizados.

Nosotros, metidos en el sistema colonial que desprecia lo que no encaja en los casilleros europeos, muchas veces naturalizamos eso que el portugués Boaventura de Sousa Santos (ahora cuestionado por denuncias varias) llamó “pensamiento abismal”. Es decir, las categorías que dejan en un abismo, invisibilizados, los modos de conocer y obrar de los pueblos invadidos.

También nos ocurre a veces lo que señala el tunecino Albert Memmi de los colonizadores de izquierda (en nuestro caso, los más o menos favorecidos del sistema pero con posiciones críticas –periodistas, abogados, políticos, docentes, ecologistas, etc.). En tanto no rompamos con los privilegios, podemos terminar como cómplices. En la mayoría de los casos ni siquiera nos animamos a criticar posiciones de nuestros propios compañeros, para colaborar con ideas, con la excusa de “no servir a la derecha”. Es decir, ni chicha ni limonada, el colonizador de izquierda puede convertirse en fofo. “El papel del colonizador de izquierda se reduce a polvo. Creo que existen situaciones históricas imposibles, y ésta es una de ellas… Claro que puede intentar la componenda, lo que convertirá toda su vida en una larga serie de acomodamientos”, alerta Memmi.

El estudioso entrerriano por adopción Juan José Rossi suele insistir, desde hace décadas, en la necesidad de valorar los saberes ancestrales pero sin restringir sus modos a las etnias, sino pensando en la humanidad como una especie, con deudas con el África, claro, la cuna de todos. En el mismo sentido hemos sabido de la comprensión del mapuche Damacio Caitruz: “nosotros rogamos todos, en el ngillatún, para todos… no para mí nomás… no para mapuche nomás… el mapuche ruega para todo el mundo”. (dicho sea, de paso: algunos autores resaltan que los mapuche siguieron llamando españoles a los argentinos que los invadían… todo un mensaje de enorme conciencia sobre el colonialismo interno que hemos padecido y padecemos mucho después de las llamadas independencias, hasta hoy).

El caso es que los saberes y las maneras de un pueblo no tienen por qué restringirse a ese pueblo. Lo dice Caitruz. (Si el mapuche reclama tierras para desplegar el kume felén en su territorio, los demás pueblos oprimidos por el amontonamiento en las grandes urbes también necesitan espacio para curarse de las enfermedades del desarraigo, el destierro y el hacinamiento a que fueron sometidos).

Como tampoco debe considerarse que los ingredientes de un pueblo deben ser los mismos que use el otro para superar sus problemas.

En nuestra región, no pocos próceres se alinean con la religión o con el racionalismo. Han disputado el poder y el relato histórico por mucho tiempo, y así continúan. Entre ambos bandos se han portado como las dos muelas de una misma tenaza racista. Así las cosas, sería largo enumerar los momentos y los personajes clave del racismo que comparten partidos llamados de derecha y de izquierda. Para justificar el racismo genocida, hoy se sigue usando este pretexto: “los sacamos de contexto”.

Cuando el genocida mata o sugiere matar “no blancos” siempre hallamos el modo de excusarlo.

 

Intersección de saberes

 

Si nos ubicamos en este año 2024 podemos decir que estamos en condiciones inmejorables para revertir la tendencia colonial destructiva que lleva 500 años. ¿Por qué? Porque hoy somos muchos los que tenemos acceso a saberes ancestrales que, desde el quinto centenario de la invasión, fueron saliendo a la luz. En segundo lugar, porque ha tomado impulso el pensamiento ecologista que en gran medida abreva en aquellos saberes milenarios, o por lo menos entra en sintonía con esa mirada integral. En tercer lugar contamos con el movimiento decolonial que revisa la historia occidental moderna y muestra el corazón de la modernidad: no la tecnología, no la ciencia, sino el genocidio, la esclavización, el saqueo. En cuarto lugar, la mirada decolonial afro, extendida en el movimiento feminista que nos muestra el racismo y la interseccionalidad de opresiones, además de la matriz del patriarcado. En quinto lugar han quedado a la vista los procesos del capitalismo y la función del estado, coincidentes en la destrucción de la vida comunitaria y la biodiversidad, y la tendencia guerrera, como queda a la vista la expansión del sistema mediante el consumismo, es decir: ya metiéndose en sectores populares. En la región de la cuenca del Paraná y el Uruguay se suma, como sexto ingrediente fundamental, la experiencia revolucionaria artiguista por la “soberanía particular de los pueblos en confederación”, que experimenta un reverdecer en las conciencias. Sumado ello a que ya estamos en condiciones de revisar las luchas obreras y campesinas, inconclusas, y ver también la catadura de las organizaciones que se han tomado de la lucha de clases para colocarse máscaras de representantes y convertirse en garantías de la permanencia del sistema, medrando en el medio. Y de revisar las llamadas independencias que, en verdad, están por verse, por la continuidad del sistema en la colonialidad. (Hay autores de distintas latitudes que advierten que, para las comunidades indígenas, la república independiente fue peor que los virreinatos coloniales).

A propósito de la ecología, dice Edgar Morin: “La conciencia ecológica puede ser fácil cuando se trata de perjuicios, de daños: ahí está Chernóbil, aquí Seveso (incendio industrial en Italia), aquí una catástrofe. Pero el pensamiento ecologizado es muy difícil porque contradice principios de pensamiento que han arraigado en nosotros desde la escuela elemental donde nos enseñan a realizar cortes y disyunciones en el complejo tejido de lo real, a aislar disciplinas sin poder asociarlas posteriormente”. Es decir: Morin advierte que las categorías occidentales infectan el sistema de conocimiento, nos impiden mirar el panorama, nos dividen.

Respecto de los saberes ancestrales, lo mismo. ¿estamos dispuestos a desnudarnos, para zambullirnos en ese mar asombroso, o nos lanzaremos con todo puesto? ¿Estamos abiertos, también, para ver en los pueblos ancestrales diversos saberes y modos de organización, y no todos comunitarios ni todos armoniosos o pacíficos?

En esa intersección de saberes y ángulos de mira que hemos señalado está la recuperación de saberes ancestrales, que motiva esta pieza. Claro que los pueblos del mundo, y en particular los del Abya yala (América) y África, muestran culturas distintas, idiomas distintos, organizaciones distintas. No son un bloque.

Aun así, algunas tradiciones se manifiestan de modos más o menos comparables en algunos de los pueblos de nuestro continente. Por ejemplo, la relación del ser humano con el resto de la naturaleza en armonía (en las antípodas del extractivismo); el despliegue de las familias en la naturaleza, con culturas insertas (en las antípodas del hacinamiento); la vida comunitaria (en las antípodas del individualismo); la noción de territorio compartido (en las antípodas de la propiedad privada absoluta); el trabajo colectivo y festivo (en las antípodas del trabajo como tortura); la participación asamblearia y la búsqueda de consensos (en las antípodas de los sistemas representativos de partidos políticos y su fragmentación permanente, o la resolución de problemas mediante la cantidad ocasional); la mirada integral (en las antípodas de la fragmentación y las especialidades tantas veces aisladas en compartimentos estancos); etc.

Algunas de esas tradiciones fueron tomadas por la revolución federal en el cono sur del Abya yala, con eje en la Banda Oriental y Entre Ríos. Su jefe máximo, José Artigas, sintetizó esa meta de esta manera: soberanía particular de los pueblos en confederación. Ahí tenemos un mundo criollo en sintonía con saberes ancestrales.

Ese mundo criollo tomó las tradiciones como propias, no siempre reconociendo su origen milenario en este suelo, y se manifestó en las artes. Por ejemplo, cuando el oriental Romildo Rizzo escribe (y recita el argentino Atahualpa Yupanqui) “si hay leña cáida en el monte yo no výa voltear un árbol, po’el aire no puedo dir, de no, ni pisaba el pasto”. Es decir: mínima invasión. Inclinación ante la naturaleza. (Hay decenas de ejemplos por el estilo).

Aquí una prevención fundamental: conocemos poco de nuestros pueblos. Y sobre el problema de trabajar con los relictos de la selva que fueron y son esas culturas, reconocemos que vivimos en un mundo occidentalizado que nos empuja permanentemente a sus casilleros. De ahí que se imponga una necesaria delicadeza a la hora de analizar los saberes ancestrales y a la hora de vincularlos con las ciudades del siglo XXI. Más abajo veremos cómo lo dice el húngaro venezolano Esteban Emilio Mosonyi.

También nos viene al pelo esta advertencia del boliviano Álvaro García Linera: “El sobredimensionamiento de la tradición es incorrecto, ya que aunque sin duda ella impregna y guía todas nuestras actitudes y posibilidades, nunca clausura las opciones nuevas que pueden aflorar… en el abanico de infinitas posibles acciones humanas emergentes de las condiciones previas de las personas (de la tradición), hay opciones humanas y posibilidades históricas que no dependen ni derivan directamente de esa tradición… Se trata de lo que podríamos denominar el principio de incompletitud histórica, que deja abierta la posibilidad de la innovación, la ruptura y el quiebre, o, en otras palabras, de las revoluciones.”.

Para ponernos en ambiente, sobre los saberes ancestrales, señalamos aquí algunas tradiciones que conversan unas con otras. Desde esta base podríamos (en otro aporte) analizar las estructuras actuales, las categorías occidentales, las teorías occidentales, que en muchos casos hacen agua porque fueron pensadas para un momento dado y una región dada, y luego se extendieron al planeta, por la fuerza de las armas, las iglesias, las aulas, los medios masivos, el capital. Incluso estamos obligados a revisar categorías consideradas revolucionarias. Por ejemplo: la irrupción de la tecnología, por un lado, y la conciencia ecológica por otro, han puesto en cuestión conceptos fundamentales sobre la clase trabajadora. También el desarrollo del pensamiento decolonial nos exige otras lecturas de una misma historia, y un estudio de los modos que adquieren en cada país la colonialidad y el colonialismo interno. Y qué decir de las numerosas variantes de modelos auto denominados “socialistas” que hoy dificultan, sobremanera, la definición del término.

 

Rudimentos para otro diccionario

 

Aquí, pues, algunos conceptos, para ponernos en onda con la mirada comunalista o comunitarista, con algunas inquietudes emparentadas sin dudas con algunos socialismos. Y con esta advertencia: muchas de las tradiciones del Abya yala son comparables a tradiciones de otras latitudes, sean de África, Asia, Europa, Oceanía, etc. (De hecho, en España misma existe profusa literatura sobre los concejos abiertos asamblearios y los comunales). Sin dudas, este breve vocabulario muestra algunas de las rendijas que rompen las estructuras occidentales.

 

UBUNTU. Dice la anécdota africana que un estudioso visitaba un poblado y, con el fin de conocer un poco sus valores, improvisó un juego entre los niños. Colocó a cincuenta metros un cesto con frutas y los invitó a correr: “el que llegue primero se quedará con las frutas”. Para su sorpresa, los niños y las niñas se tomaron de las manos y comenzaron a correr juntos. Al llegar al mismo tiempo, se sentaron y se repartieron las frutas con gran algarabía.

Eso se llama ubuntu. “¿Cómo voy a disfrutar yo, si todos mis compañeritos pierden?”, responde una niña. “Yo soy porque nosotros somos”, significa ubuntu, y es una demostración palmaria del estímulo comunitario, cooperativo. Hay tradiciones vivas compatibles con el ubuntu, que nos muestran civilización exquisita donde la historia más difundida ha naturalizado esclavización, con el cuento del supremacismo.

¿Pero es que vienen de los pueblos esclavizados, reducidos a basura, las enseñanzas que nos sacarán del pozo?

TIK. En el idioma de los tojolabales “tik” equivale al “nosotros” castellano. No hay cosa que hagan o digan estos pueblos ancestrales que no implique a la comunidad. Dice Carlos Lenkersdorf que el “tik” en la región de Chiapas cumple una función de principio organizativo de los mayas. Entre los tojolabales el mejor no está afuera de la comunidad, y el peor tampoco. Y eso se nota en su idioma. Cuando en castellano decimos “uno de nosotros cometió un delito”, en tojol ab’al se escucha “uno de nosotros cometimos un delito”. Para el occidental, el sujeto es “uno”. Para el tojolabal, el sujeto es “nosotros”.  La mirada comunitaria no menosprecia al individuo, pero tampoco lo entiende lavado. El individuo se potencia en lo comunitario. Libertad es interdependencia. El tik rompe fronteras ficticias, diluye los compartimentos estancos, cura de vanidades. En la vida social, exige un cambio completo de las estructuras occidentales. Ni la justicia ni las cárceles ni la economía ni la educación son las que frecuentamos, cuando el centro está en el nosotros.

JIWASA. En los pueblos del altiplano “no soy yo, somos nosotros”. Dice Rivera Cusicanqui: ¿cómo asumir el particular-universal, el jiwasa, el nosotros como cuarta persona del singular?”

SUJETOS. El “nosotros” que está en el centro de la cosmovisión tojolabal (explica Carlos Lenkersdorf) incluye al resto de la naturaleza; en el nosotros está la piedra, está el pájaro, no hay “afuera” del nosotros. ¿No se hace más sencilla y aceitada así la convivencia, la comprensión? Dice Lenkersdorf: “Veamos otro ejemplo que hace explícito el nosotros. Se dice en español: ‘yo te dije’. La expresión correspondiente en tojolabal es ‘yo dije, tú escuchaste’. En la estructura en español pasa la acción del sujeto ‘yo’ al objeto ‘te’. El actor, por supuesto, es el ‘yo’. La estructura correspondiente en tojolabal, en cambio, es de dos sujetos, con sus verbos correspondientes y sin objeto (acusativo). En términos generales podemos afirmar que en tojolabal, en lugar de objetos, hay diferentes clases de sujetos que se complementan; los sujetos no subordinan a los objetos, como ocurre en el español. Por esto en tojolabal se da una subjetividad intersubjetiva (sujeto-sujeto) en lugar de la relación de sujeto-objeto”.

 

Opuestos complementarios

 

CHACHA WARMI. Los pueblos andinos basan su cosmovisión en la dualidad, día y noche, invierno y verano, alto y bajo, hembra y macho… La persona adquiere ese estatus de persona en relación con el otro. Las parejas forman comunidad. No es una división sino una concepción de unidad sostenida en pares complementarios.

YANANTIN. Complementariedad. Es una base de la comprensión cósmica y la organización social para el consenso, no para la fragmentación y el pleito como norma a que nos tiene acostumbrado el poder vernáculo. Donde el occidente suele ver posiciones hostiles, irreversibles, que sólo se saldan con la guerra, o con la imposición de una mayoría ocasional sobre una minoría, el Abya yala puede observar posiciones opuestas complementarias que faciliten el consenso.

CONSENSO. “En una relación, si uno gana y el otro pierde, ambos pierden”, dicen los saberes ancestrales. En distintas culturas del Abya yala se valora la participación, el diálogo, la búsqueda de consenso, por encima de la imposición de unos sobre otros que es práctica habitual en el partidismo. Aruskipasipxañanakasakipunirakispawa: Invitación al diálogo sincero y obligado por una razón muy obvia: somos hermanos. Necesariamente tenemos que comunicarnos, sí o sí, pase lo que pase, unos con otros, porque somos hermanos, no hay más remedio.

HOSPITALIDAD. Marcos Sastre vio esta condición en las familias del litoral. “En los campos y en las islas del Paraná, del Uruguay y del Plata, como en los pueblos antiguos, el huésped es siempre acogido con respeto y alegría, servido y obsequiado con perfecto desinterés. Él os recibe con el cariño de un hermano, de un padre, os introduce al seno de su familia, sin preguntaros quién sois, os cede su propio lecho, os sienta a su mesa con regocijo, parte con vos, sin admitir recompensa, sus escasas provisiones, y todo esto lo hace él, lo hacen su esposa y sus hijos con tan buena voluntad y tanto gusto, que os encontraréis contento y feliz y no podréis dudar que aquellos corazones gozan, al serviros, de la más pura satisfacción”.

MINGA. El trabajo colectivo y festivo, otra tradición que Martiniano Leguizamón señala entre las más apreciables de nuestras comunidades campesinas del litoral. Cuenta que la minga reunía en estos pagos el trabajo más fatigoso con las más bellas expresiones de juego, beberaje, humor, guitarras, pericones, amoríos, fiesta en suma. Con la llegada de las máquinas, dice el escritor, “al renunciar a los procedimientos primitivos y rutinarios se han borrado casi totalmente esos rasgos de desinterés, ese desdén altanero y bizarro por las riquezas”, que caracterizaba al criollo del litoral. “Ya no hay mingas en mi tierra!”, lamenta Leguizamón. “Ya no resuenan en las noches de verano bajo la trémula claridad de las estrellas, las músicas, las danzas y los cantos con que se festejaban las felices faenas de la tierra”.

TEKÓ PORÁ. La expresión guaraní refiere al vivir bien y bello, con interacciones comunitarias y en sintonía con el resto paisaje, es decir: el ser humano integrado en el monte, el río, con las demás expresiones de la naturaleza. Son voces comparables: kume mongen, kume felén, sumak kawsay, suma qamaña.

TEKOHÁ. El lugar donde la familia guaraní practica sus maneras; ñanderekó, nuestro modo de vivir, no circunscripto al espacio y la naturaleza a la vista, sino con todos los elementos que en el criollo fue a dar en la expresión “lah casah”.

AYLLU. Esta organización comunitaria, territorial, económica, social, productiva, ha soportado distintos sistemas a través de los siglos y tiene mucho para decir en torno de la organización social, los alimentos, la toma de decisiones políticas. El ayllu ha tenido variantes diversas, no todas compatibles con la intención comunitaria, con la valoración de la horizontalidad en el trato. El mejor homenaje a su existencia y su duración es el estudio despojado de embellecimientos. Muchas veces fueron maneras de resistencia, aprovechando las experiencias territoriales, y con distintos grados de subordinación. Muchas veces por encima del ayllu ha estado el inca, el estado, el curaca, el hacendado o el mercado… Como bien se dice, no todo lo que brilla es oro.

AYNI. Ayuda mutua. Principio de reciprocidad en las culturas andinas. En guaraní “potiró”, manos a la obra, todos juntos. Para lo cual se establece el “pepy”, el convite, porque el trabajo debe ser colectivo y festivo.

 

Mate y koyang

 

PACHAMAMA. Madre tierra en armonía, que nos contiene sin distinción, y nos genera esa conciencia de ser manifestaciones de un todo, por encima de fronteras y fragmentaciones, y por eso con una conciencia de austeridad para dar lugar. “El antropocentrismo –apunta Silvia Rivera Cusicanqui- viene de la mano del androcentrismo, centralizar todo en el sujeto varón, y hacer que todo lo demás sean objetos... Ahora, gracias a una revolución epistemológica vinculada al surgimiento de movimientos indígenas estamos aprendiendo a reconocer que hay otros sujetos y que tienen derechos, que son los animales, las plantas, los ríos, los cerros, la Pacha. La Pachamama tiene derechos, incluso algunas constituciones de la boca para afuera reconocen derechos, pero creo que tomando en serio esto es por lo menos un intento de superar el antropocentrismo”. Para Silvia, hay un abismo entre la ley y la práctica, porque los gobiernos legislan y violan las leyes. “Se borra con el codo lo que se ha hecho con la mano”, afirma.

CORPACHADA. Celebración de la armonía. Ceremonia ancestral de agradecimiento a la Pachamama. Ofrenda, homenaje, fiesta. Conciencia comunitaria cósmica.

RUEDA DE MATE. El compartir no sólo el agua, la yerba, sino el lugar, el momento, con la presencia de nuestros antepasados, de la Pachamama, para una comunicación auténtica que diluye espacio y tiempo y convierte a la ronda en un lugar venerable, donde cultivar sinceridad, amistad, conocimiento profundo.

KOYANG. Los koyang o parlamentos se cuentan por decenas en la frontera entre castellanos, criollos y mapuches a lo largo de tres siglos. Carlos Contreras Painemal explica que el koyang es una instancia para atender asuntos graves, un espacio de negociación etnopolítico, un encuentro protocolar con toda una serie de normas preestablecidas, con dones mutuos, con rituales finamente elaborados y el arte de la diplomacia a pleno. Hay un estudio muy interesante del parlamento de Quilín, escrito por Patricio Zamora Navia, referido a los rituales que garantizan un espacio de diálogo y una confianza mutua.

El estudioso señala que los caciques toman una vara de canelo y piden el sacrificio de ovejas para garantizar el acuerdo antes de empezar la charla, y con eso dicen que esa presencia de la naturaleza da certeza de permanencia, sobre lo efímero. Lo ritual no es anecdótico; el símbolo, como el aire, se mete en los resquicios.

GAUCHADA. La gauchada es una acción concreta, desinteresada, en la que los valores solidarios se ponen en práctica de modo casual, espontáneo, y donde no cuadra ofrecer un pago. La gauchada es un relicto de la vida comunitaria, uno no espera nada a cambio, y sabe que el otro haría la misma gauchada en esas circunstancias.

SOBERANÍA PARTICULAR DE LOS PUEBLOS. Se trata de un modo de organización que articula a las comunidades diversas en confederación, que valora los modos propios sin despreciar los ajenos, y que sirve de resistencia ante las imposiciones verticales y la uniformidad propias de un régimen colonial.

IYAMBAÉ. El “naides es más que naides” es una tradición compartida por distintas culturas que ha echado raíces en el litoral y promueve el sentido de pertenencia y de igualdad entre los miembros de una comunidad, y entre comunidades. “Estamos en tiempo de volver a ser Iyambaé; es un código que han protegido nuestros hermanos guaranís; Iyambaé es igual a persona que no tiene dueño, nadies en este mundo tiene que sentirse dueño de nadies y de nada”. Palabra de David Choquehuanca.

MANDE NOMÁS. El espíritu confiado y servicial que jamás debe confundirse con la servidumbre. El estar atentos al otro, para ver qué necesita, cuáles son sus gustos, y ponerse a disposición.

 

Manos abiertas

 

JOPÓI. Manos abiertas mutuamente. El don, la reciprocidad, en personas felices en la medida que pueden dar; un sistema que ha regido en toda la región guaraní (que nos comprende) por milenios. "Puesto que en la economía de reciprocidad el objetivo primero e inmediato es el bien del otro, la economía de reciprocidad destruye de modo inmediato la pobreza en el mundo", dicen Bartomeu Melià y Dominique Temple. Para Melià, la reciprocidad no empieza por la producción sino por la fiesta, y la fiesta consiste en dar, de manera que se produce para dar.

La hospitalidad que Marcos Sastre encuentra como esencia en los isleros parece una herencia natural del guaraní en el delta del litoral. Melià insiste en sus obras en que la economía guaraní es la “memoria del futuro”, y en que se trata de modelos de abundancia, es decir: no por solidarios son sistemas de escasez. Todo lo contrario. Además, apunta que con el sistema guaraní el cambio es inmediato, lejos de la mirada “progresista” que siempre ve las mejoras en un futuro incierto.

“Para la mentalidad parásita del explorador y del conquistador español…  era siempre una agradable sorpresa encontrarse con aquella portentosa abundancia de productos agrícolas en las tierras del guaraní”. (Melià).

PAGO. Lah casah.  Es como decir la casa de uno y de muchos, de los abuelos y los nietos; el pago, varias casas juntas, la ranchada, pero con estos árboles, estos trinos, estas presencias espirituales, estos sonidos, recuerdos, gustos, sueños, amores, y estas fiestas. Hay un feliz sentido de pertenencia: allí la casa no es la propiedad mía: yo soy un hijo de las casas, un deudor del pago, un miembro del paisaje vivo. El paranaense José Eduardo Seri escribió un “Poema celebratorio de los seres y las cosas”, en el que agradece: “Y la casona antigua/ que me gusta habitar:/ vecinos sin querellas,/ puertas de par en par”. Llamamos “Mundo zurdeño” (en memoria de un artista de excepción apodado el Zurdo), al universo comunitario con lugar para el monte, el trino, la serenidad, el debate amistoso, el mate amargo, las artes, el silencio fecundo, los saberes perennes, los oficios, donde el éxito y la competencia y la posesión resbalan, desentonan, y donde las casas tienen las puertas abiertas.

El colombiano Arturo Escobar ha estudiado el menosprecio del lugar en el pensamiento occidental, con consecuencias dañinas en la comprensión de la cultura, la naturaleza, la economía. Para prevenirnos de chovinistas y reaccionarios, nos lavamos de lugar. “Al restarle énfasis a la construcción cultural del lugar al servicio del proceso abstracto y aparentemente universal de la formación del capital y del Estado, casi toda la teoría social convencional ha hecho invisibles formas subalternas de pensar y modalidades locales y regionales de configurar el mundo. Esta negación del lugar tiene múltiples consecuencias para la teoría -desde las teorías del imperialismo hasta aquellas de la resistencia, el desarrollo, etc-, que pudiesen ser exploradas mejor en el ámbito ecológico. En este ámbito, la desaparición del lugar está claramente vinculada a la invisibilidad de los modelos culturalmente específicos de la naturaleza y de la construcción de los ecosistemas. Solamente en los últimos años es cuando nos hemos dado cuenta de este hecho”, dice Escobar. Y agrega: “A diferencia de las construcciones modernas con su estricta separación entre el mundo biofísico, el humano y el supernatural, se entiende comúnmente que los modelos locales, en muchos contextos no occidentales, son concebidos como sustentados sobre vínculos de continuidad entre las tres esferas. Esta continuidad está culturalmente arraigada a través de símbolos, rituales y prácticas y está plasmada en especial en relaciones sociales que también se diferencian del tipo moderno capitalista”.

Las relaciones sociales, dice, abarcan más que lo humano, y por ello acude a la visión de los activistas negros del Pacífico que definen a la biodiversidad como “territorio más cultura”. En suma: Arturo Escobar propone apreciar las alternativas al orden mundial, en las experiencias territoriales. Si queremos desoccidentalizar el planeta, miremos pues a nuestro alrededor y en nuestras raíces con mayor atención. Rituales como la corpachada, que occidente mira de reojo y con prevención, son fundamentales para afirmar la pertenencia del ser humano a honduras que no se ven con los sentidos, que no entran en los cánones de las ciencias modernas.

 

Enseñanza de la lechucita

 

CH’IXI Y LA LÓGICA. Lo intercultural, dice Esteban Emilio Mosonyi, consiste en “poner en comunicación, pero hay que tener cuidado: algunos creen que al ser intercultural estamos como resolviendo las diferencias para unir las culturas en una sola, o sea que estamos interactuando para ver si sacamos lo mejor de todas para hacer una sola, como un nuevo mestizaje. No es eso: en lo intercultural se respetan las personalidades. Sobre el reconocimiento de estas diferencias legítimas nos estamos enriqueciendo porque yo aprendo de ustedes y ustedes aprenden de mí”. En la misma línea, Silvia Rivera Cusicanqui señala la cultura ch’ixi o cheje, en referencia a la convivencia de colores bien repartidos sin diluirse, es decir: cada cual con su condición al lado del otro. Se comprende, en el litoral, cuando miramos la gallina bataraza, el color del inambú (la perdiz), la lechucita de las vizcacheras o del pájaro carpintero. De lejos se ve un color, apenas uno ser acerca están los colores distintos conviviendo; una cosa no quita la otra, nada se diluye.

La pensadora explica que la idea de lo ch’ixi (cheje) está “anclada en una metáfora que un escultor aymara me contó en los años 90, cuando hacía un video sobre su trabajo. Él planteaba que ch’ixi es un gris hecho de puntos negros y blancos, manchas de colores opuestos que se yuxtaponen. Pero él asociaba esto a ciertos animales y ciertas piedras. El animal emblemático, la serpiente de Katari es por excelencia un animal ch’ixi, porque está arriba y a la vez abajo, es una energía que puede transformarse en rayo o en veta de metal. Además él dice ‘estos animales nos ayudan a defendernos de la maldad del enemigo’ y eso se traduce también metafóricamente en el uso de la k’orawa, que es la honda indígena hecha de hilos negros y blancos, torcidos al revés como para revertir la energía de la maldad que amenaza a las sociedades indígenas. El haber recuperado esas palabras es un ejercicio de soberanía”.

“La palabra ch’ixi -insiste Silvia Rivera- tiene diversas connotaciones: es un color producto de la yuxtaposición, en pequeños puntos o manchas, de dos colores opuestos o contrastados: el blanco y el negro, el rojo y el verde, etc. Es ese gris jaspeado resultante de la mezcla imperceptible del blanco y el negro, que se confunden para la percepción sin nunca mezclarse del todo. La noción ch’ixi, como muchas otras obedece a la idea aymara de algo que es y no es a la vez, es decir, a la lógica del tercero incluido. Un color gris ch’ixi es blanco y no es blanco a la vez, es blanco y también es negro, su contrario… Así como el allqamari (halcón) conjuga el blanco y el negro en simétrica perfección, lo ch’ixi conjuga el mundo indio con su opuesto, sin mezclarse nunca con él. Pero su heterónimo, chhixi, alude a su vez a la idea de mescolanza, de pérdida de sustancia y energía”.

TERCERO INCLUIDO. El entrerriano Fortunato Calderón Correa trata la cuestión de la lógica trivalente. “La lógica dual, basada en los principios de no contradicción, de identidad y del ‘tercero excluido’ parte de los opuestos y llega a los opuestos, no puede salir de la dualidad. Para superarla es preciso intuir directamente la unidad de los opuestos, ver que lo que parecía contradictorio en un nivel es complementario en otro que lo incluye”, dice el paranaense. “Mientras el pensamiento occidental ‘clásico’ utiliza el principio lógico del ‘tercero excluido’, o sea el supuesto de que una cosa no puede ser sino verdadera o falsa, sin tercera posibilidad, el pensamiento andino se funda en lo que algunos han llamado una ‘lógica trivalente’ o ‘principio del tercero incluido’ en el sentido de que las cosas pueden ser, o bien verdaderas, o bien falsas, o bien inciertas. Mejor dicho, son a la vez verdaderas, falsas e inciertas”.

TUMPA. Dice David Choquehuanca: “es el control obligado que tiene que existir entre todos, entre el taxpacha, no solamente entre el taqini (cuando decimos taqini, solamente hablamos de las personas, y cuando hablamos del taxpacha, hablamos de todo lo que existe); entonces cuando establecemos este tipo de diálogo, no solamente tiene que ser de interés de los seres humanos, sino de todo lo que existe en nuestra Pachamama”.

APYKA. Le preguntamos cierta vez a un grupo de mujeres charrúas por una condición esencial de su pueblo y nos respondieron: el valor de la palabra. Entre los guaraní la vida misma se origina en la palabra. La palabra es sagrada y se hace carne. “El apyka es el primer territorio o cultura-torio, y éste es el seno de la madre, el lugar donde se sienta y se asienta la primera y única palabra de la persona, que se hace carne y habita entre nosotros. Es la primera palabra del ava, que en guaraní significa persona; la palabra nos visita y toma asiento, como baja sobre el sabio la palabra inspirada, estando él sentado en el banquito ceremonial, la recibe y él mismo se hace palabra”. (Melià). También unos indígenas de Brasil definieron apyka como el lugar del encuentro de los ancestros.

Dice una canción del entrerriano (hijo de un oriental y una correntina) Linares Cardozo: “en un apretón de manos se va toda mi amistad”. Dice otro poeta, Marcelino Román, con pueblos ancestrales en su familia: “del entrerriano derecho es el que en mis coplas hablo, al fayuto no lo cuento porque ese no es entrerriano”. ¿Qué posibilidad existe, para la política moderna, de encajar en la veneración por la palabra, de respetar el apretón de manos? Cuando un grupo se aferra a la búsqueda del poder en los términos actuales, ¿honra la palabra, o reverencia al poder? Una vez que la palabra fue reducida a utilidad, puesta al servicio de otros valores, ¿qué posibilidades ciertas existen de que recupere su lugar, cuando el grupo accedió al poder? Muchas comunidades y organizaciones sin poder económico ni político, y sin estatus también en el mundo intelectual colonizado, tienen un poder extraordinario en la autenticidad, en el valor de la palabra. Cuando, incluso con buenas intenciones, entran en el juego del poder y para ello dejan en un segundo plano la palabra, pueden creer que están participando, que están en el ruedo, cuando en realidad han perdido su esencia, ya no tienen nada que valga la pena.

JALLALLA. El saludo quechua aymara de encuentro y despedida manifiesta un deseo profundo de que al auditorio le sonría la vida, con el compromiso de hacer todo, de aplicar todas las energías, para que eso ocurra.

 

Recetas fracasadas

 

Este aporte es apenas una punta para desenredar la madeja de un mundo de saberes y modos de relación que está vivo pero pisado por el sistema predominante, basado en la cantidad, la ganancia, el individuo, la disputa, el poder vertical y varios ismos: antropocentrismo, extractivismo, racismo, colonialismo, capitalismo y socialismos varios.

Muchos de estos conceptos tienen consecuencias en la organización social, pero deben ser analizados desde una mirada integral, donde la política, la práctica, es una de las manifestaciones de la vida. Si no se busca el descrédito inmediato de estas concepciones, no hay que leerlas desde las categorías occidentales modernas porque de ellas no derivan otras cosas que el menosprecio, la burla, la invisibilidad, el abismo.

 

Esteban Emilio Mosonyi convivió con pueblos ancestrales, estudió sus idiomas, conoció sus modos desde adentro. Estas son algunas de sus prevenciones: “El repetir unos lugares comunes asociados al indígena, como trabajo comunal, solidaridad interfamiliar, respeto a la naturaleza y cierta espiritualidad, queda demasiado lejos de lo que verdaderamente ofrecen y pueden brindar a la humanidad entera centenares de pueblos cuyas alternativas múltiples hasta ahora se han ignorado y hasta desdeñado”. Agrega el húngaro-venezolano: “en el mundo indígena, hasta donde lo conocemos, el consenso no mata la diversidad de pensamiento y el adherirse a una solución permite todavía que ciertos individuos y familias mantengan en reserva algunas ideas distintas. Así, dentro de una comunidad parece lógico que unos ejecuten las obras con mayor entusiasmo que otros, les dediquen tal vez mayor tiempo y esfuerzo, mientras que algunos permanecen discretamente en la retaguardia sin sabotear jamás y sin llevarle abiertamente la contraria a lo que decidió el colectivo. Esto permite que en la medida en que fracase o sea insuficiente lo resultante de un consenso logrado, haya todavía otros recursos que posteriormente podrían ponerse en práctica a base de otras discusiones y eventualmente un nuevo acuerdo. Lo llamativo es el mantenimiento de la armonía, pues una comunidad indígena prefiere dividirse y marcharse cada uno por su lado antes que mantenerse juntos con iras y reconcomios”.

 

Dice Mosonyi: “¿Hasta cuándo tardaremos en comprender que el socialismo necesita de insumos originales e inéditos para su renovación y repotenciación, en lugar de la práctica tan común de seguir aplicando recetas triviales y fracasadas? Diremos una y mil veces que atosigar a los pueblos indígenas con fórmulas socializantes eurocéntricas no sólo puede matar en germen cualquier contribución propia emanada de la sociodiversidad sino que puede hasta revestir un carácter tragicómico; porque si alguien sabe por experiencia milenaria de comunidades y de convivencia solidaria entre la gente y con la naturaleza son precisamente los indios americanos, especialmente aquellos que nunca estuvieron organizados en grandes imperios ni se dedicaron a la conquista bélica de otras sociedades. Lo mismo vale para las microetnias de otros continentes. Exportarles ahora desde nuestras capitales el esquema comunitario parece casi una burla; es como llevar baldes de agua al océano. Por favor, recuperemos la sindéresis y tratemos de aprender algo nuevo y distinto de otros pueblos, aunque sea por primera y única vez en nuestra vida. A veces pienso que nuestra soberbia trasciende todo límite imaginable”.

 

Hasta aquí nuestro aporte con los ojos del corazón puestos en las comunidades, y la biodiversidad que contiene a esas comunidades.

Salud. Clemencia. Gracias.

 

Daniel Tirso Fiorotto

Junta Abya yala por los Pueblos Libres

Febrero de 2024, Colonia Avellaneda, Entre Ríos.

 

BIBLIOGRAFÍA

AYALA DE ALMADA, Dominga. Mujer de la         costa.

JUNTA ABYA YALA POR LOS PUEBLOS             LIBRES. Aportes diversos de sus miembros.

LANDER, Edgardo, y otros. La colonialidad del       saber: eurocentrismo y ciencias sociales.                   (Dussel, Lander, Quijano, Mignolo, López               Segrera, Moreno, Escobar, Coronil, Castro               Gómez).

MELIÀ, Bartomeu, TEMPLE, Dominique. El           don, la venganza y otras formas de economía         guaraní.

MEMMI, Albert. Retrato del colonizado.

RIVERA CUSICANQUI, Silvia. Un mundo             ch’ixi posible.

SOUSA SANTOS, Boaventura de. Para                     descolonizar occidente.


Entradas populares