Los misiles se arman más rápido que nuestra conciencia ecológica

La confluencia de saberes que echan luz sobre alternrativas al sistema actual confronta en desventaja con un nuevo envión guerrero. Aquí analizamos la esperanza desde las comunidades, y la responsabilidad de los países no violentos en revertir el proceso destructivo, cuando el “reloj del juicio final” avisa que nos acercamos al abismo.//

 

Un abismo separa a los de a pie con los estados. Sus ritmos son distintos, sino opuestos. Esas entidades llamadas estados, que dicen representar a los de a pie, en realidad cobran una vida propia en sociedad con el capital financiero y guerrero, y se alejan de los de a pie de manera acelerada. Es el abismo entre la vida y la destrucción.

Los de a pie vamos rumiando saberes para tomar conciencia sobre nuestro mundo en el aquí y ahora, y nos felicitamos del momento por una intersección de saberes que irradia luz, porque nos damos cuenta de la necesidad de revertir estos sistemas no sustentables, cambiar nuestros usos y costumbres, al tiempo que medimos nuestros gastos para llegar a fin de mes si hemos tenido suerte. Muchos estados, en cambio, gastan nuestros fondos y los bienes comunes en la construcción de misiles atómicos que pondrán fin a la vida en el planeta tierra más temprano que tarde; cuando no entran en el juego de la usura internacional, con bancos ligados a la industria armamentista.

Nuestra conciencia compleja se va tramando a un ritmo pausado, con idas y vueltas, no sin alguna pereza como quien despertara de un largo sueño, a diferencia de la construcción de misiles cada día más poderosos que no descansa. Nuestra conciencia digamos ecológica experimenta un crecimiento aritmético, y las posibilidades de guerra avanzan a un ritmo geométrico.

 

El reloj inquietante

 

De ahí que cada tanto nos sorprenden los estudiosos del mundo con un nuevo dato sobre el acercamiento de la humanidad a un punto rojo que la hará volar por los aires.

Hay un reloj del fin del mundo, o reloj del juicio final, creado hace 77 años, que mueve las agujas del riesgo de destrucción total del planeta. El 23 de enero de 2024 su aguja quedó a un minuto y medio del punto en que la humanidad hará de la Tierra un lugar inhabitable. Las guerras actuales, el crecimiento de los arsenales nucleares, la contaminación creciente y el calentamiento y el calentamiento son las principales causas de este riesgo.

El reloj es manejado por un grupo de científicos atómicos. No es un reloj preciso, es una mirada cualitativa de los temas guerreros y ecológicos, y sus señales son tan alarmantes que muchos prefieren no tomarlo en serio, ya que si es cierto que la vida está tan comprometida nos obligaríamos a cambios drásticos que los estados no están dispuestos a encarar. Es decir, hay en la sociedad una creciente conciencia, directamente proporcional a la cobardía de los poderosos para atender esta realidad.

La industria de las armas es alimentada por monárquicos y republicanos, déspotas de todo tipo con máscaras varias. En estos meses sabemos que las potencias armadas del mundo, tanto Estados Unidos como Rusia y China, dan muestras claras de estar promoviendo a un ritmo acelerado los experimentos nucleares con fines guerreros.

Lo que nos tiene hoy tan cerca del fin es, además, la actitud de algunos mandatarios que amenazan de manera públicas con usar las armas atómicas. Con la certeza de que las respuestas serán tan rápidas y crecientes que no darán lugar a levantar trapos blancos.

Los satélites dan cuenta de gran actividad, en estos tres años, en tres lugares clave de Rusia, China y Estados Unidos, que permiten avizorar un aumento abrupto del arsenal nuclear. Pero además los estados de tanto en tanto avisan de nuevas incorporaciones, a modo de disuasión. “Se ha realizado con éxito la última prueba del Burevestnik, un misil de crucero de alcance mundial con una instalación nuclear, un sistema de propulsión nuclear”, dicen agencias rusas. Así, los misiles de largo alcance de Corea del Norte son moneda corriente. Se afirma que China es tan poderosa como Estados Unidos en sistemas para lanzar cabezas nucleares, aunque tiene menos misiles por ahora. Francia ha reconocido centenares de pruebas nucleares en la Polinesia. Estados Unidos lleva miles de ensayos, y posee bombas que multiplican varias veces la capacidad de daño de las que lanzó sobre ciudades japonesas.

El mayor alcance, el mayor poder de destrucción, la mayor velocidad, la tecnología de última generación, el trabajo en paralelo con armas atómicas y biológicas, el secretismo: todo potencia la actual guerra fría que depende de una chispa para escalar en un santiamén.

 

Las alternativas

 

No todo está dicho. Hay alternativas a la destrucción, que nos interpelan. La principal de ellas radica en que las potencias activen, un día, los mecanismos de desarme. Para lo cual, los países que no están en esa competencia debieran asumir su responsabilidad, que consiste en desmontar poco a poco los vínculos, para dejar a los victimarios en soledad.

Acumular un arsenal creciente de armas demoledoras, que pongan en riesgo al planeta, debiera convertirse poco a poco en una debilidad.  Es decir: hay un margen para que los países que no amenazan al mundo se potencien unos a otros, y vayan dejando al margen a los imperios amenazadores. Eso equivale a poner reversa.

De cualquier manera, saber que vamos hacia una explosión no debe desalentar nuestros esfuerzos diarios por continuar el tejido comunitario y la conciencia, primero porque en verdad no tenemos la bola de cristal, no sabemos lo que ocurrirá mañana; segundo, porque está en nuestra esencia el hacer las cosas de manera correcta sin especulaciones, sin depender del humor de los poderes de turno. Y tercero, porque las vías de escape de este sistema infernal dependiente de banqueros y militares, están allí, sólo hay que explorarlas, animarse a abrir las otras puertas, y desplegar la creatividad que nos permita desactivar bombas, una a una.

 

Ecología y tradición

 

Ante las amenazas destructivas: la conciencia ecológica. Pero claro, a pasos lentos.

Si bien muchos de los de a pie caímos en la red del sistema a través de un consumismo insustentable de artículos que no son de primera necesidad y que alcanzan pronto su obsolescencia, programada para obligarnos a comprar el siguiente; y que muchos sectores se alimentan de actividades riesgosas para el ambiente; y si bien es cierto que no pocos entramos en una suerte de negocio con los estados que nos hace dependientes, porque nos priva de generar condiciones propias, autónomas, es decir, nos oxida y nos calla; también es cierto que por otro lado asistimos a una conciencia envidiable, por la confluencia de saberes, que podría colocar una bisagra al extractivismo y la contaminación del mundo.

¿En qué consiste esa intersección de conocimientos? Veamos: la mirada ecológica es abarcativa, es una mirada “de cuenca”, allí no se dividen las disciplinas, no se escinde una cosa de la otra, no se menosprecian saberes distintos a los clásicos modernos eurocentrados. Es todo un abordaje que lleva pocas décadas, y se parece a la mirada ancestral.

El conocido desarrollo de la ecología como ciencia durante el siglo XX se encontró con la recuperación de saberes de las comunidades originarias en nuestra región del Abya yala (América), y con la certeza de que estábamos degradando la naturaleza, así como destruimos comunidades y saberes. Esos conocimientos tradicionales (no folklóricos), esas otras categorías del conocimiento, relacionadas con la armonía del ser humano en su entorno, la organización comunitaria, la inclinación ante el resto de las especies, etc., hallaron campo fértil en algunas asambleas ecologistas. El encuentro (indigenismo y ecología) no fue una suma, potenció nuestra conciencia en torno de la presencia del ser humano dentro de la biodiversidad.

Dice el profesor Esteban Emilio Mosonyi, portador de la palabra wayúu: “para nosotros es imposible la solución de la problemática de los diferentes países pero más que todo de lo que es el planeta entero, la crisis planetaria, sin tomar en cuenta las culturas milenarias, las culturas indígenas, de los pueblos originarios, los campesinos, los afrodescendientes; culturas que siguen postergadas”.

 

Colonialidad

 

Mirar con otros ojos el humedal, la selva, el suelo, los alimentos, el destino de los residuos, la energía, y a la vez escuchar las voces que nos hablan de la pertenencia de la especie humana y sus culturas a la naturaleza, y nos llaman a la organización horizontal, comunitaria, opuesta a la que proponen los estados-nación uniformadores, verticales, con regímenes militares aunque se llamen democráticos; todo ello entró en sinergia con una tercera fuente de conciencia surgida en la revisión de la sociología y la historia desde el movimiento que señala en la modernidad la colonialidad. Ese movimiento acusa al eurocentrismo de ocultar el genocidio del Abya yala, la esclavización del África y el saqueo de las riquezas, con una manipulación de la historia. Bastó cambiar la fecha de inicio de la modernidad para esconder la sangre derramada y las violaciones y los robos que le dieron vida y fama.

Tomar conciencia de la colonialidad, del racismo, es fundamental para entender a nuestros pueblos que sufren la continuidad del colonialismo, y en donde se agrega un colonialismo interno que aprovecha viejas prácticas para favorecer a los sectores privilegiados de la sociedad, en las metrópolis. Los dos siglos de privilegios de la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Buenos Aires sobre el resto del país son la marca colonial argentina vigente en pleno siglo XXI, por caso.

Entonces: (1) Saberes ancestrales, (2) ecología, (3) conciencia decolonial, y combinado ese plato en nuestra región con el (4) artiguismo y el principal objeto de la revolución federal: la soberanía particular de los pueblos… (Esta recuperación es central, porque reúne distintos saberes y luchas en un movimiento). Agreguemos a eso el florecimiento de la visión crítica (5) feminista, que nos ayuda incluso a observar la intersección de opresiones sobre las personas, y veremos que las clásicas luchas independentistas, federales, obreras (todas inconclusas) están en una rica salsa, compleja, antigua y reciente, que nos da otras oportunidades de análisis, que nos brinda otros mundos, jamás ceñidos a la uniformidad que han propuesto Europa y el europeísmo por distintas vías.

 

Ventajas del estado

 

Los estados-nación se han naturalizado, como se naturalizó su monopolio de la violencia. Entonces sus propósitos en materia de negocios y guerras cursan por carriles propios, como el extractivismo. Miles de familias producían alimentos de manera tradicional, sin sustancias químicas, y fueron los estados los que desembarcaron con el modelo de transgénicos, herbicidas e insecticidas, para potenciar las exportaciones, a costa de la salud de la biodiversidad.

Vale apuntar aquí el ejemplo de Bayer, dueña de patentes y promotora de la industria genética con herbicidas, que ha perdido juicios multimillonarios por enfermar a las personas con sus productos, y que antes proveyó armas químicas en la guerra (gas mostazas por caso). Sirve para señalar que la sociedad de distintos bancos con industrias bélicas y con multinacionales de los alimentos sólo es posible si los estados la apuntalan. En el otro mundo, el mundo de los de a pie, de los que no tenemos misiles ni gomeras ni cajas fuertes ni estancias con soja, ni somos ministros, continuamos elaborando este pastel con varios ingredientes, que consiste en el aprovechamiento de saberes diversos, potenciados unos a otros, para conocernos.

Si dependiéramos de los estados nación, no tendríamos destino alguno. Desde las asambleas, desde los esfuerzos grupales, desde la conciencia ecológica, histórica, indígena, feminista, campesina, obrera, comunitaria, decolonial, antirracista, crítica del consumismo impuesto como del maquinismo impuesto, curada de europeísmos varios, quizá podamos regenerar un tejido que de pronto vuelva por sus fueros, cambie el aire, y deje sin aliento los proyectos destructivos que nos tienen a minuto y medio del adiós.

 

En la poesía

 

Por distintas vías nos llegan gestos esperanzadores. ¿No estaremos ya ante la bisagra que dará vuelta la página? ¿No será que esta torta que decimos, esta intersección de saberes, está en condiciones de enfrentar la intersección de opresiones?

Los chilenos conocieron por siglos un árbol, el canelo, para alcanzar acuerdos de paz sobre temas fundamentales, en una diplomacia llamada koyang. Los habitantes de la cuenca Paraná Uruguay heredamos la rueda de mate, la yerba mate, que nos devuelve a la complejidad de la madre tierra, nos serena, nos ayuda a meditar y a recuperar la amistad perdida. Es en esos encuentros donde florece el conocimiento, donde la madre tierra nos alumbra, con una fuerza que los banqueros y los productores de misiles ni sospechan.

Como una manera de no caer en el desasosiego, por la velocidad destructiva del capital, acudimos a un fragmento del poema de Williams Gibson: “El mozo viejo dijo al fresco anciano: —¡Ay dolor! ¡Ay dolor! El fresco anciano dijo al mozo viejo: —Los cerezos están en flor”.

 

Daniel Tirso Fiorotto. UNO. 11 de febrero 2024.

 


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